N. de la R:
Esta nota reproduce un fragmento del libro “Historia Ecológica
de Iberoamérica: de la
Independencia a la
Globalización”, de Antonio
Elio Brailovsky, publicado en forma conjunta por Ediciones
Kaicron y Capital Editorial y distribuida en quioscos por
Le Monde Diplomatique (informes: rivas@kaicron.com.ar
y kaicron@kaicron.com.ar).

Caracterización
del bailarín norteamericano Willie Anderson como Calibán,
el personaje que Shakespeare utiliza para calificar de monstruosos
a los pueblos originarios de América. La representación
fue realizada en 2006 por el Ballet San José, de Cleveland,
Estados Unidos.
Tal
vez haya sido Shakespeare quien desarrolló con mayor elocuencia
el argumento de la inferioridad del hombre americano para justificar la conquista y la
apropiación de los recursos naturales de este continente.
En “La Tempestad”, el viejo Will
pone a Próspero, un príncipe italiano, como conquistador
de la isla en la que habita Calibán (Shakespeare,
William: “La
Tempestad”, Madrid, Aguilar, 1952). Calibán
(es decir, caribe, caníbal) es un ser monstruoso, a quien
el invasor quita su isla y esclaviza. Calibán lamenta su
triste suerte y llora su libertad perdida, mientras que
la obra lo muestra con tales características de inhumanidad
que la esclavización se presenta como un acto de estricta justicia. Lo
mismo ocurre con los recursos naturales de la isla, que
no tendrían utilidad alguna en manos de un ser tan bestial
(Fernández Retamar, Roberto: “Sobre los usos de civilización
y barbarie”).
En
la misma línea, a mediados del siglo XIX, el argentino Sarmiento
retoma las ideas de determinismo geográfico desarrolladas
por Montesquieu en “El espíritu de las leyes” y las aplica
a la región pampeana (Sarmiento, Domingo Faustino: “Facundo
o civilización y barbarie”, Buenos Aires, EUDEBA, 1960).
Define como civilización a la cultura urbana europea y enfrenta al
hombre de Buenos Aires, que imita las costumbres francesas,
con los del interior rural, a los que califica de bárbaros.
Podemos considerarlo como una obra a mitad de camino entre
el ensayo y la novela. Su mensaje es una convocatoria a
la epopeya de europeizar el país, que es el proyecto de
la mayor parte de las clases dominantes latinoamericanas
entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas
del XX.
Las
tierras inexplotadas se califican como bárbaras, indómitas,
salvajes. De ellas sólo puede venir lo ominoso. Arturo Uslar
Pietri apoya su novela más conocida en la invasión de Boves
con seis mil lanzas llaneras
(Uslar Pietri, Arturo: “Las lanzas coloradas”, Madrid,
Austral, 1954). Esta vez, en revancha, los bárbaros son
realistas. La suya es una intensa descripción del terror
que causa en todas las poblaciones esa situación en la cual
la barbarie llanera se sale de sus límites naturales. Sólo un hombre
excepcional como Simón Bolívar podrá detenerlos y aquí la
civilización está en las ideas republicanas, como surge
de la descripción de los personajes de esa ideología.
Hacia
fines del siglo XIX, las grandes potencias se reparten el
mundo. El capitalismo ingresa en su etapa superior, el imperialismo.
Al ritmo de la industrialización creciente, el mundo entero
pasa a ser mercado o fuente de materias primas. Buena parte
de la ciencia y la literatura producidas en ese período están al servicio
de ese proyecto. Darwin desarrolla argumentos científicos
que le permitan explicar un orden jerárquico entre los seres
humanos, semejante al que encuentra en las especies animales
y vegetales. El conjunto de los seres vivientes tendrán
que ser dominados por quien ocupa la escala superior en
la evolución: el inglés victoriano.

Fuente:
Nacional
Geographic
El
auge de los libros de viajes (reales o de ficción) tiene
mucho que ver con este
momento histórico: se trata de libros didácticos, que procuran
demostrar con innumerables ejemplos, la inferioridad de
los seres humanos que habitan la periferia y su incapacidad
para gestionar los recursos naturales que poseen. El mensaje
ideológico que subyace es la necesidad de poner al servicio de la
Humanidad, es decir, de la industria europea,
esos recursos naturales que los salvajes de la periferia
desaprovechan. Las clases cultas de los países del Sur son
ávidos consumidores de este tipo de literatura, donde encuentran
un compendio de instrucciones sobre cómo volverse civilizados.
Encontramos
este mensaje en una obra paradigmática de este período:
“El Soberbio Orinoco”, de Julio Verne (“El Soberbio Orinoco”,
Buenos Aires, Editorial Losada, 1944). La obra narra un
viaje hacia las fuentes del Orinoco en busca de un militar
francés que huyó hacia un territorio remoto. Pero también
podemos leerla como un viaje iniciático desde la civilización
hacia la barbarie para volver a encontrarse con la civilización
al final del camino. El que Verne rechazara el racismo esclavista
no lo libra de una concepción
paternalista en el uso de los recursos naturales, que
termina justificando los proyectos
imperiales. “El Soberbio Orinoco” es una obra que explica
los motivos por los cuales los recursos naturales de Venezuela
estarían mejor administrados por los europeos que por los
venezolanos. A mismo tiempo, el vínculo con Europa es lo
que los salvará del atraso. Veamos la secuencia, ya que
es posible leer las diferentes etapas de este mensaje en
el mismo orden en el que se desarrolla el argumento. El
autor comienza hablando del comercio, para después ir mucho
más allá del comercio.
Para
hacer posible este comercio, es necesario integrar a la
cultura occidental a las tribus que habitan esas regiones.
“(Tarea difícil) sobre
todo, cuando se trata de gobernar, de civilizar, de convertir
al catolicismo, de regenerar, en una palabra, a los más
salvajes indios sedentarios que vagan por los territorios
del sudoeste: a esos guaharibos, pobres seres que ocupan
el último grado en la escala humana”. Para el autor,
se trata de una obra de humanidad en un sentido estrictamente
literal, ya que sólo los europeos pueden de otorgar a los
indígenas la propia condición humana. Por eso menciona a
“aquellos indios, convertidos en
hombres por la abnegación de un misionero”.
Sin
embargo, no todos los indios parecen aptos para ser objeto
de esta obra humanitaria. El autor contrasta a los quivas,
calificados como salvajes violentos, con los guaharibos,
descriptos “como seres míseros, de corta estatura, débiles,
cobardes y poco temibles, en suma”. Los guaharibos pueden
ser civilizados, mientras que con respecto a la otra tribu,
se afirma que: “puesto que el Congreso ha votado la destrucción de estos quivas, sería bueno
poner manos a la obra en seguida”. Nada de esto es exclusivo
de Venezuela. Unos años antes, en Argentina, Sarmiento recomendaba
no ahorrar sangre de gauchos, y el general Roca emprendía
el exterminio de las tribus patagónicas. Los argumentos
son semejantes: la
Patagonia era un desierto, dominado por
tribus ajenas a la civilización y sus recursos naturales
permanecían inexplotados. La voz de orden era “La
Conquista del Desierto”, lo que llevó a
exterminar a los
indios y reemplazarlos por ovejas criadas en grandes
estancias, muchas de ellas, de dueños ingleses.
El
despoblamiento del Orinoco y la incapacidad de las tribus
locales de poner en valor sus recursos naturales son los
argumentos análogos de la obra de Verne. Los viajeros encuentran
comarcas muy extensas cuyos recursos naturales se desaprovechan.
“Aquella parte de la sierra estaba erizada de árboles seculares destinados
a morir de viejos, pues el hacha de un leñador no iría jamás
a echarles por tierra en tan lejanas regiones”. Los
guaharibos se presentan como seres infrahumanos, que no
tienen ninguna capacidad de adaptación al ambiente en el
que habitan desde hace siglos. “Eran
miserables salvajes a los que no había llegado el aliento
de la civilización. Apenas si tenían algunas cabañas para
albergarse; harapos de corteza para cubrir sus cuerpos.
Vivian de raíces, de los frutas de las palmeras y de hormigas,
sin que supieran extraer el cazabe de la yuca, que constituye
la base de la alimentación del Centro de América. Parecían
estar en el último grado de la escala humana, y eran de pequeña estatura,
delgados, con el estómago prominente, propio de los geófagos,
y, en efecto, durante el invierno se veían reducidos a alimentarse
con tierra”.
Veamos
el contraste con este medio natural magnífico, que estos
hombres parecen incapaces de utilizar y que un solo francés
logra transformar. “El
sitio era hermoso: el suelo, de asombrosa fertilidad y lleno
de los árboles más útiles, entre otros esas marlmas cuya
corteza forma una especie de fieltro natural, bananos, plátanos,
cafetales, que se cubren a la sombra de los grandes árboles
de flores rojas, caucho, cacaos, y además campos de caña
de azúcar y zarzaparrilla, plantaciones de ese tabaco del
que se saca el “cura nigra” para el consumo local, y el
“cura seca”, mezclado con salitre, para la exportación;
tonkas, cuyas babas son muy buscadas; sarrapias, cuyas vainas
sirven como drogas. Un
poco de trabajo, y aquellos campos iban a producir en abundancia
raíces de yuca, cañas de azúcar y maíz, que da cuatro
cosechas al año con cerca de 400 granos por cada uno sembrado.
El suelo de esta comarca poseía tan maravillosa fertilidad
porque estaba aún virgen. Nada se había gastado de su poder”.
Y
en medio de esto, una frase reveladora, dejada caer de una
manera casi casual: “Allí
se vertían las primeras aguas de la sierra Parima por la
garganta en cuyo fondo un atrevido explorador había enarbolado
el pabellón de Francia el 13 de diciembre de 1856”. ¿Qué tenía que hacer la bandera francesa en ese lugar?
Sin duda, la obra de civilización desarrollada a lo largo
de toda la novela.

Fuente:
escoitar.org
Una
de las respuestas más sugestivas a los mensajes de Verne
y de Sarmiento lo encontramos en “Doña Bárbara” (Gallegos,
Rómulo: “Doña Bárbara”, Madrid, Espasa-Calpe, 1990). Allí
Rómulo Gallegos plantea que no
es necesario traer a los europeos para civilizar el continente,
sino que podrán hacerlo los propios americanos. “Si
yo me hubiera encontrado en mi camino con hombres como usted,
otra sería mi historia”, le dice Doña Bárbara a Santos
Luzardo. Lo que equivale a decir que otra sería la historia
de Venezuela y de sus recursos naturales si estuviera gobernada
por hombres como Gallegos en vez del dictador Juan Vicente
Gómez.
La
influencia de Sarmiento sobre Gallegos es conocida (González
Boixo, José Carlos: “Introducción”, en Gallegos, op. cit.).
Desde el título mismo, su obra parece una continuación del
“Facundo” escrita un siglo más tarde. Por eso lo toma en
el punto en el que lo deja Sarmiento, en el de la necesidad
de una conquista violenta: “Es
necesario matar al centauro que todos los llaneros llevamos
dentro”. Y más adelante: “Yo
te aseguro que existe. Lo he oído relinchar. Y no solamente
aquí: allá en Caracas, también. Cien años lleva galopando
por esta tierra y pasarán otros cien”.
En
todo momento, encontramos la sombra de Sarmiento, con un siglo de retraso.
Sarmiento recorre las provincias argentinas preguntando
cuántos hombres usan frac, y opone el frac europeo al poncho
criollo como símbolos y manifestaciones de ambas formas
de la condición humana. En la novela de Gallegos, Santos
Luzardo se propone civilizar a Marisela. Para eso, le diseña
vestidos apropiados y, muy especialmente, le
enseña a hablar. Es, decir, la convence de abandonar
los modos dialectales del Llano para adoptar los de Caracas.
Nos aproximamos a los civilizados hablando y vistiéndonos
como aquellos que lo son.

A
lo largo de la novela, Santos Luzardo trabajará para amansar al centauro, no para
matarlo. “Ya tenía
pues, una verdadera obra propia de un civilizador: hacer
introducir en las leyes del Llano la obligación de la cerca.
El hilo de los alambrados, la línea recta del hombre dentro
de la línea curva de la Naturaleza, demarcaría la tierra de los innumerables
caminos, por donde hace tiempo se pierden, rumbeando, las
esperanzas errantes, uno sólo y derecho hacia el porvenir”.
Sarmiento sueña con la navegación de los ríos de su país
a mediados del siglo XIX, Gallegos sueña con el alambrado
y el ferrocarril en el Llano, a mediados del siglo XX. ¿Por
qué ese siglo de diferencia entre ambos soñadores? Las respuestas
tienen que ver con las
formas de ocupación del territorio y de utilización
de los recursos naturales. Argentina pone la Pampa en producción a fines
del siglo XIX y la transforma en el eje de desarrollo de
un país agroexportador. Venezuela adopta en cambio, un modelo
petrolero y posterga indefinidamente el desarrollo del
Llano. El mensaje de Rómulo Gallegos aún espera a quienes
lo lleven a la práctica.
AEB
El
autor es Profesor Titular de Introducción al Conocimiento
de la Sociedad y el Estado en
la
UBA. Fue
Defensor del Pueblo Adjunto de la Ciudad de Buenos Aires desde 1998 hasta 2003 y Convencional
Constituyente de la
Ciudad de Buenos Aires. Ver su sitio
en la Web.
Sobre el Facundo de Sarmiento y su Civilización o
Barbarie, ver también en café
de las ciudades:
Número 73 I Historia de las ciudades
Ahí...,
abajo, entre los pastos (la Ciudad Docta)
I Córdoba en 1825, “forzada a replegarse sobre sí misma”
I Domingo Faustino Sarmiento
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