“Sí, yo creo que el
arte cambia el mundo”, rezaba la leyenda en letras negras
grandes sobre fondo blanco, todo inscripto en perfecto
cuadrado. Circuló por Facebook y lo ayudé a replicarse
con sincera alegría. La frase da cuenta de otra, en
negativo, y de una duda: ¿el arte cambia el mundo? O mejor:
¿puede el arte cambiar el mundo? ¿Tiene
esa capacidad?
Si nos permitimos legitimar
la pregunta, superando la duda que produce toda generalización,
ella en sí misma parece esconder el significado, la
famosa diferencia entre el ser y el devenir que ya discutieron
Heráclito y Parménides se resuelve en este caso por
su esencia, porque no tenemos dudas que el arte es parte
esencial de nosotros, que transitamos este mundo y una
época. Pero, ¿es el arte solo sistema? Relegado a su
“nicho”, ¿es solo expresión cultural sin capacidad
de accionar sobre los grandes temas?
Estas preguntas, en
gran parte por genuina curiosidad, se hicieron presentes
en el devenir del año, visibilizadas por la contundente
frase que la botella cibernética hizo llegar a mi computadora
y que parecía decir: “otros nos preguntamos lo mismo
y hemos tomado posición y creemos genuinamente que el
arte cambia el mundo”. A modo de despedida del 2012,
contrastante e intenso, van algunas reflexiones personales
e inconclusas:
100
Cafés está en la calle. Y es un libro
múltiple: muchas voces, palabras, imágenes que rodean
a la cuestión urbana. La
vuelta a la ciudad en cien escritos; qué es la ciudad,
que hacemos con ella, cómo podemos mejorarla, son algunas
de las preguntas subyacentes. No encontraremos a lo
largo del libro específicamente una respuesta ni tampoco
cien. Por el contrario, es su carácter plural el que
da cuenta de la complejidad en torno a lo urbano. La
sugerente división entre urbs, polis y civitas ordena
lo diversos escritos, pero también aporta conceptos
que introducen el necesario juego de relaciones entre ciudad
construida y sus habitantes. Repasando sus páginas,
no hay duda que es la ciudad el resumen de nuestras
principales preocupaciones y desvelos, pero también
es nuestra musa, allí donde el arte cobra sentido y
razón. Ciudad y cultura son una; como espejos deformados
en la suma de sus partes, cada una parece desentrañar
la existencia de la otra. Es deseo imaginar que el libro
inspire a los lectores, en su calidoscopio urbano, ampliando
y formando la mirada sobre la ciudad, paso primero y
necesario a los cambios.

El arte político
o la política en el arte. Siempre me intereso el
arte político. En el límite entre la realidad y la ficción,
sin yesos, sin telas, sin oleos, sin materia, instalaciones
provocativas, desafiantes intentos de pulsear con el
“sistema”. Por esa condición de acción directa, de activismo,
parece caberle la pregunta: ¿el denominado arte político
es arte? Es cierto que, en otro orden, todo
arte podría considerarse político por el solo hecho
de pertenecer a un campo cultural específico. Más
directo aún, los cuadros de Alonso con su figuración
explicita de la época negra argentina o las provocativas
imágenes religiosas de León Ferrari son profundamente
políticas en tanto toma de posición del autor frente
a la represión, sea de estado o religiosa. También el
arte de Basquiat, callejero y anarquista. Y no podemos
dejar de mencionar el Guernica de Picasso, que no solo
“representa” un momento clave en la historia de la guerra
civil española sino que la obra por si misma se convertirá
en símbolo. Pero en el arte denominado político, el
autor parece lateralizarse de su obra, se hace explícitamente
anónimo, se enreda con organizaciones y activistas
y se convierte en un vehículo socialmente organizado.
Con ecos del arte de los `60, globalización mediante,
el arte político da cuenta de la miseria de un sistema
político - económico de contraste. Entre lo global y
lo local, cuestiones tales como el trabajo esclavo,
la migración, la identidad, la ciudadanía, las minorías,
el género, son “el material” de su obra; sus locaciones:
el museo, en la medida que provoque, pero sobre todo
la calle, el espacio público urbano. A través del arte,
se intentará poner en acción una serie de mecanismos
para “visibilizar las oscuras razones” del sistema. Muchas veces dudamos
del arte denominado político cuando se encuentra en
el límite de lo banal, con proyectos subsidiados por
las mismas empresas u organizaciones que son objeto
de su crítica y con una “puesta en escena” que lo aleja
de sus objetivos. Sin embargo, aun expresando en sí
mismo las serias contradicciones de época o precisamente
por ello, nos pone ante nosotros parte de lo que somos,
nos devuelve trozos de nuestra cultura híperurbanizada
y nos deja pensando sobre el mundo que construimos.
El cine. Somos
una generación que ha crecido y se ha formado con el
cine como parte de nuestro entorno cultural, a tal punto
que no podemos imaginarnos sin él. Hoy ampliaríamos
esta afirmación para decir que somos dependientes de la imagen para entender el mundo en que vivimos.
Pero el cine conserva todavía su especificidad, su lenguaje
y su ritualidad. La denominada “sensación de realidad”
que nos produce incorpora a nosotros formas, imágenes,
recuerdos que pasarán a ser parte de nuestra historia
vital. Nos queda la duda si la velocidad a la cual está
sometida la imagen, la fusión con otros medios y la
dificultad de “narrar” en un mundo cultural acelerado
que privilegia el consumo rápido, no atentarán definitivamente
contra el denominado séptimo arte. Ya lo había intuido
Tarantino, tal vez, cuando decidió que ya éramos espectadores
adultos en el arte de ver cine e hizo explicito los
géneros, los mezcló y jugó deliberadamente con ellos.
Tal vez pronto se cierre el círculo que se inició cuando
los hermanos Lumiere proyectaron su primer película
de un tren en movimiento y toda la sala se escapó horrorizada
por el miedo a la imagen. Hemos
aprendido a ver cine, hemos aprendido a interpretarlo
a dialogar con él. Hemos aprendido del placer de la sala a oscuras,
de dejarnos en mano del narrador y hacernos parte de
la historia.
Los chicos de Almagro.
Hay
momentos vividos que quedan para siempre en nuestra
memoria, traducidos en forma de anécdota; elegidos o
no, son jalones, hitos en el relato de nuestra identidad.
Cuando tenía 12 años, en plena dictadura militar, mi
papá me llevó a mi primer recital. Recuerdo mi pelo
recogido, mis manos sobre mi pollera roja y la fascinación
intraducible de acercarme al umbral de lo desconocido,
escuchando la música cercana de Spinetta y su grupo:
Invisible, al lado de mi padre. El 22 de diciembre,
en el Centro Cultural Teresa Israel, en Buenos Aires,
un grupo de jóvenes compartió con nosotros sus cuentos
y su música. Para el final, una voz maravillosa y una
guitarra muy joven hicieron revivir una vez más “los
libros de la buena memoria”; a nuestro lado, su padre
lo escuchaba orgulloso. Un pedazo de su alma, hecha
música y poesía, en el centro de mi emocionalidad.

El juego de espejos.
Adorno dice en su Teoría estética: "El arte se determina por su relación con aquello
que no es arte"; sin embargo, podríamos
afirmar que el arte se determina también por su posición
en el campo cultural en el que se inscribe. Dicho de
otra manera: el arte parece siempre hablar de arte interrogándose
a sí mismo, se construye y deconstruye y en
ese juego crea la ficción, pero también crea realidad,
organiza una forma de entenderla, de abordarla.
Solo así se entiende que haya un antes y después de
la lectura de Kafka, que Kafka, al desentrañar los profundos
mecanismos entre el individuo y la organización social,
se nos represente en cada uno de nuestros actos sociales
cotidianos. O la lectura de Borges, creador de mundos,
que introduce a nuestras vidas otras
capas de comprensión. Algo similar pasa con Shakespeare.
Ahora bien, todos ellos hablan, dialogan, discuten o
producen sobre literatura, haciendo literatura. Siempre
me pareció que existía una confusión con las obras de
arte, cargadas por nosotros de significados sobre la
realidad y que en la mayoría de los casos son actos
mucho más personales y egoístas sobre la discusión con
la propia disciplina. Vista desde otro punto de vista,
serian avances en la propia producción cultural de cada
disciplina. Esa independencia de los medios por sobre los fines será seguramente una
bandera del modernismo -basta recordar los principios
del impresionismo como ejemplo- e inaugurará un siglo
XX maduro en la independencia del arte por sobre otras
disciplinas, hasta alcanzar un lenguaje cada vez más
complejo y abstracto. Podríamos también pensar que la
necesidad de cargar a la obra de significados, de “contenidos
de realidad real”, es tal vez “el propio campo de expresión”
del espectador, nuestra forma de apropiarnos de ella,
de hacerla nuestra y definitivamente incorporarla a
nuestras vidas. Hay una obra que en particular siempre
me pareció muy inquietante al respecto: las famosas
Meninas de Velásquez, más allá de su motivo (nada más
prosaico que pintar a los reyes), ese espejo y en él
la figura del pintor reflejada para que nosotros los
espectadores descubramos el truco, para que entendamos
que ella nos crea a nosotros en el mismo instante que
completamos la escena.
La obra te interroga.
Recorrer la obra de Giacometti es una experiencia
única. Muy bien curada, en un edificio muy amable y
con 140 obras, la
exposición en el Proa es impecable (por
el éxito de público la han extendido hasta el 9 de enero
oportunidad para quienes no han podido visitarla). Una
obra compleja y difícil para el espectador, ya que somos
voyeurs ocasionales de una relación íntima, casi corporal
del autor con la materia. El
silencio de significados, la ausencia de lenguajes,
nos dirige a otra dimensión por la sola fuerza del
artista, al acto de creación en estado puro. De lo civilizatorio
hacia lo arcaico –con sus búsquedas incipientes por
el surrealismo y el arte africano–, en un camino exploratorio
que a medida que trascurrimos la muestra se nos va haciendo
más evidente, adentrándonos en las profundidades de
nuestra condición y la del arte. Como en el camino recorrido
por Kurtz en el corazón de las tinieblas de Conrad,
Giacometti parece transformarse a través de su búsqueda
obsesiva, en sus esculturas de bronce, de aquella espiritualidad
primitiva y única que lo había fascinado en sus comienzos
de artista culto. Como espectador casual y fascinado,
uno entrevé el horror en su obra, un
dramatismo creado por la expresión de la materia en
contraste con lo no dicho, con el vacío.
“El hueco está en el
centro de lo sólido y lo sólido se deshace en lo que
ni siquiera es aire, en lo que es, simplemente, existencia”,
dirá Sartre de la obra de Giacometti, y nosotros, en
el centro del grupo escultórico del caminante, nos quedamos
como quietos observadores, desarmados en nuestra comprensión,
para sentir que el
arte nos transforma en el centro de nuestra identidad,
allá donde es muy difícil tener acceso.
CIP
Carola
Inés Posic es comunicadora especializada en temas urbanos.
Es corresponsal en Córdoba de café
de las ciudades.
Sobre
el cine y nosotros, ver también entre otras notas en café
de las ciudades.
Número
69 | Cultura de las ciudades
Happy
together | Cine
y ciudad en cinco episodios (y la reconstrucción de
Metrópolis en Buenos Aires) | Marcelo Corti
Y
sobre la relación entre el arte y lo que no es arte:
Número
72 | Arquitectura de las ciudades
Crisis
de autenticidad: Fernando Diez y los cambios en la arquitectura
argentina reciente | Good
bye, Magritte? | Marcelo Corti
POSICiones
anteriores:
Ver
la presentación
del número 104 y
las notas:
Número
121 I POSICiones cordobesas
Clorindo
Testa y el galponcito argentino I
De la tradición popular a la gran arquitectura I Por
Celina Caporossi
Número 120 I POSICiones
cordobesas
Algunas
reflexiones después de la visita de Jordi Borja I
Cómo producir ciudad en el nuevo contexto I Por Carola
Inés Posic
Número
119 I POSICiones cordobesas:
“Sacar,
poner, mantener” I
Un balance de las obras en el área del FC Mitre. IPor
Carola Inés Posic
Número
118 I POSICiones cordobesas
Las
tres Cañadas I
Preservar, consolidar y proyectar I Por Celina Caporossi
y Marcelo Corti
Número
117 I POSICiones cordobesas
El
poder de las palabras I
Ciudad y sostenibilidad
y Pepe Mujica en el Río + 20 I Por
Carola
Inés Posic
Número
116 I POSICiones
cordobesas
Cerrando
Barrios I
El debate sobre la normativa que regula los barrios
cerrados en Córdoba. I Por Carola Inés Posic
Número
115 I POSICiones
cordobesas:
El
Parque Tecnológico del Este I Pensar cómo
crecer.I Por Carola Inés Posic
Número 114 I POSICiones
cordobesas
Sobre
la concepción de “lo público” I Una relectura del
Diagnóstico para Córdoba de 1973. I Por Carola Inés
Posic
Número 113 I POSICiones cordobesas
La
sensación de un contrato roto I
De ciudades, trenes, tormentas y catástrofes I Por
Carola Inés Posic
Número 111/112 I POSICiones
cordobesas
Norah Lange,
la mirada transversal I O como reunir una biblioteca.
I Por
Carola Inés Posic
Número 110 I POSICiones
cordobesas
Córdoba
se va “de caravana” I … y vuelve hecha una urbe
latina. I Por Carola Inés Posic
Número 109 I
NUEVA SECCION: POSICiones Cordobesas
Renovarse
es vivir I Las
formas del crecimiento I
Por Carola Ines Posic
Número
108 I
NUEVA SECCION: POSICiones
Cordobesas
¡Es
tan difícil poder ver cine!
I Habemus Papam y el Director desbordado. I Por Carola Inés Posic
Número 107
I
NUEVA SECCION: POSICiones Cordobesas (I)
La paradoja de la conservación I El barco de Teseo
encalla en las costas del Suquía I Por Carola Inés Posic
Número 107 I NUEVA SECCION:
POSICiones Cordobesas (II)
Patrimonio y después I Miradas
desde el sur. I Por Mariana Isabel Bettolli
Número 106 I NUEVA SECCIÓN:
POSICiones Cordobesas
Los
deseos de Villa El Libertador I Sobre barrios, elecciones
y política I Por Carola Inés Posic
Número 105 | NUEVA SECCION
- POSICiones Cordobesas
Belgrano
de Alberdi: un pirata en primera I Fútbol
y Ciudad I Por Carola Inés Posic
Número 104 | Planes y Política
de las ciudades
El
lugar de todos | Consideraciones sobre el
área central de la ciudad de Córdoba | Fernando Díaz
Terreno
Número 104 | Arquitectura
y Política de las ciudades
Ciudad
frágil, Peatonal frágil
| Obras en Córdoba: ¿Ensañamiento o ignorancia?
| Inés Moisset