Dedicado al señor Decano de una Facultad de Agronomía.
¿Le pondré "doctor", o "distinguido
colega"? A lo mejor es abogado...

Erase
un Zapallo creciendo solitario en ricas tierras del Chaco.
Favorecido por una zona excepcional que le daba de todo, criado
con libertad y sin la luz solar en condiciones óptimas,
como una verdadera esperanza de la Vida. Su historia íntima
nos cuenta que iba alimentándose a expensas de las
plantas más débiles de su contorno, darwinianamente;
siento tener que decirlo, haciéndolo antipático.
Pero la historia externa es la que nos interesa, ésa
que solo podrían relatar los azorados habitantes del
Chaco que iban a verse envueltos en la pulpa zapallar, absorbidos
por sus poderosas raíces.
La primera
noticia que se tuvo de su existencia fue la de los sonoros
crujidos del simple natural crecimiento. Los primeros colonos
que lo vieron habrían de espantarse, pues ya entonces
pesaría varias toneladas y aumentaba de volumen instante
a instante. Ya media legua de diámetro cuando llegaron
los primeros hacheros mandados por las autoridades para seccionarle
el tronco, ya de doscientos metros de circunferencia; los
obreros desistían más que por la fatiga de la
labor por los ruidos espeluznantes de ciertos movimientos
de equilibración, impuestos por la inestabilidad de
su volumen que crecía por saltos.
Cundía
el pavor. Es imposible ahora aproximársele porque se
hace el vacío en su entorno, mientras las raíces
imposibles de cortar siguen creciendo. En la desesperación
de vérselo venir encima, se piensa en sujetarlo
con cables. En vano. Comienza a divisarse desde Montevideo,
desde donde se divisa pronto lo irregular nuestro, como nosotros
desde aquí observamos lo inestable de Europa. Ya se
apresta a sorberse el Río de la Plata.
Como no
hay tiempo de reunir una conferencia panamericana -Ginebra
y las cancillerías europeas están advertidas-
cada uno discurre y propone lo eficaz. ¿Lucha, conciliación,
suscitación de un sentimiento piadoso en el Zapallo,
súplica, armisticio? Se piensa en hacer crecer otro
Zapallo en el Japón, mimándolo para apresurar
al máximo su prosperidad, hasta que se encuentren y
se entredestruyan, sin que, empero, ninguno sobrezapalle al
otro. ¿Y el ejército?
Opiniones
de los científicos; qué pensaron los niños,
encantados seguramente; emociones de las señoras; indignación
de un procurador; entusiasmo de un agrimensor y de un toma-medidas
de sastrería; indumentaria para el Zapallo; una cocinera
que se le planta delante y lo examina, retirándose
una legua por día; un serrucho que siente su nada;
¿y Einstein?; frente a la facultad de medicina alguien que
insinúa: ¿Purgarlo? Todas estas primeras chanzas habían
cesado. Llegaba demasiado urgente el momento en que lo que
más convenía era mudarse adentro. Bastante ridículo
y humillante es el meterse en él con precipitación,
aunque se olvide el reloj o el sombrero en alguna parte y
apagando previamente el cigarrillo, porque ya no va quedando
mundo fuera del Zapallo.

A medida
que crece es más rápido su ritmo de dilatación;
no bien es una cosa ya es otra: no ha alcanzado la figura
de un buque que ya parece una isla. Sus poros ya tienen cinco
metros de diámetro, ya veinte, ya cincuenta. Parece
presentir que todavía el Cosmos podría producir
un cataclismo para perderlo, un maremoto o una hendidura de
América. ¿No preferirá, por amor propio, estallar,
astillarse, antes de ser metido dentro de un Zapallo? Para
verlo crecer volamos en avión; es una cordillera flotando
sobre el mar. Los hombres son absorbidos como moscas; los
coreanos, en la antípoda, se santiguan y saben que
su suerte es cuestión de horas.
El Cosmos
desata, en el paroxismo, el combate final. Despeña
formidables tempestades, radiaciones insospechadas, temblores
de tierra, quizás reservados desde u origen por si
tuviera que luchar con otro mundo.
"¡Cuidaos
de toda célula que ande cerca de vosotros! ¡Basta que
una de ellas encuentre su todo-comodidad de vivir!" ¿Por
qué no se nos advirtió? El alma de cada célula
dice despacito: "yo quiero apoderarme de todo el ‘stock’,
de toda la ‘existencia en plaza’ de Materia, llenar el espacio
y, tal vez, con espacios siderales; yo puedo ser el Individuo-Universo,
la Persona Inmortal del Mundo, el latido único".
Nosotros no la escuchamos ¡y nos hallamos en la inminencia
de un Mundo de Zapallo, con los hombres, las ciudades y las
almas dentro!
¿Qué
puede herirlo ya? Es cuestión de que el Zapallo se
sirva sus últimos apetitos, para su sosiego final.
Apenas le falta Australia y Polinesia.
Perros
que no vivían más de quince años, zapallos
que apenas resistían uno y hombres que rara vez llegaban
a los cien... ¡Así es la sorpresa! Decíamos:
es un monstruo que no puede durar. Y aquí nos tenéis
adentro. ¿Nacer y morir para nacer y morir? Se habrá
dicho el Zapallo: ¡oh, ya no! El escorpión, que cuando
se pica a sí mismo y se aniquila, parte al instante
al depósito de la vida escorpiónica para su
nueva esperanza de perduración; se envenena sólo
para que le den vida nueva. ¿Por qué no configurar
el Escorpión, el Pino, la Lombriz, el Hombre, la Cigüeña,
el Ruiseñor la Hiedra, inmortales? Y por sobre todos
el Zapallo, Personación del Cosmos; con los jugadores
de póker viendo tranquilamente y alternando los enamorados,
todo en el espacio diáfano y unitario del Zapallo.
Practicamos
sinceramente la Metafísica Cucurbitácea. Nos
convencimos de que, dada la relatividad de las magnitudes
todas, nadie de nosotros sabrá nunca si vive o no
dentro de un zapallo y hasta dentro de un ataúd
y si no seremos células del Plasma Inmortal. Tenía
que suceder: Totalidad todo Interna. Limitada, Inmóvil
(sin Traslación), sin Relación, por ello Sin
Muerte.
Parece
que en estos últimos momentos, según coincidencia
de signos, el Zapallo se alista para conquistar no ya la pobre
Tierra, sino la Creación. Al parecer, prepara su desafío
contra la Vía Láctea. Días más,
y el Zapallo será el Ser, la Realidad y su Cáscara.

(El Zapallo
me ha permitido que para vosotros -queridos cofrades de la
Zapallería- yo escriba mal y pobre su leyenda e historia.
Vivimos en ese mundo que todos sabíamos pero todo en
cáscara ahora, con relaciones solo internas y, sí,
sin muerte. Esto es mejor que antes).
MF
Macedonio
Fernández (Buenos Aires, 1874-1952) fue filósofo
idealista, anarquista no militante, gran escritor despreocupado
de publicar, admirador de Schopenhauer y amigo y maestro involuntario
de la vanguardia porteña. Entre su obra "miscelánea"
se destaca No toda es vigilia la de los ojos abiertos, Papeles
de Recienvenido, Museo de la Novela de la Eterna, Cuadernos
de todo y nada, Adriana Buenos Aires (última novela
mala) y Museo de la Novela de la Eterna (primera novela buena).
El Diálogo sobre un diálogo que imcluye
Jorge Luis Borges en El Hacedor ilustra adecuadamente
la naturaleza de sus conversaciones metafísicas:
A.
—Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos
dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No
nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura
más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio
Fernández repetía que el alma es inmortal. Me
aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante
y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede
sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio;
la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba
infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que
les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja...
Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para
discutir sin estorbo.
Z
(burlón). —Pero sospecho que al final no se resolvieron.
A
(ya en plena mística). —Francamente no recuerdo si
esa noche nos suicidamos.
Otra
literatura del crecimiento en café
de las ciudades:
Número
43 I Cultura de las ciudades (I)
Cinco
ciudades continuas I Solo cambia el nombre del aeropuerto.
I Italo Calvino I
Una
buena biografía de Macedonio Fernández, en el
blog Desde
el aula.
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