Entre
el 17 y el 20 de marzo participé como miembro de Aula
Río de un tramo de la expedición Paraná
Ra’Anga, editada
por Graciela Silvestri, entre La
Paz (Entre Ríos) y Goya (Corrientes).
Ese viaje y lo que a mí y a mis compañeros nos aconteció
lo he descripto aquí con la brevedad que me fue posible:

La
Paz se extiende lineal sobre el río. Han generado un
costanera baja, angostita, con mucha plantación sobre
la barranca, esperando dejarla protegida con la vegetación
para que no erosione. Arriba hay algunos miradores.
Desde la
Plaza principal, con el edificio municipal
y un par de edificios positivistas decimonónicos (la
Biblioteca, por ejemplo) las calles van bajando en moderada pendiente
hacia el agua, en este caso el río y un arroyo sobre
el que se asienta la población más pobre.
La
iglesia, de vago estilo neogótico a lo Perret, compite en altura con la antena de telecomunicaciones,
como ocurre en Goya. Hay un edificio de unos pisos de
altura, ladrillero, interesante en su concepción volumétrica,
y un casino con un cartel que recuerda las andanzas
de Isidoro Cañones. En los jardines delanteros de las
casas sobresalen
los que abundan en plantas y flores, pero el arbolado
de las calles no aprovecha las ventajas naturales. En
el puerto hay galpones y grúas y sobresale un ensayo
de arquitectura moderna bastante digno, en el edificio
de la Dirección de Cultura
y Turismo. Yendo hacia las termas hay un loteo con casas
pretenciosas. Las termas tienen un amplio parque, un
pequeño edificio vidriado al que se entra por el nivel
de la calle y se baja a las piletas, que se suceden
por orden de temperatura. Desde la primera pileta un
cartel asegura, ominoso y con reminiscencias de película
metafísica clase B, “usted está en el paraíso”.

Aquí
Brown lo corrió a Garibaldi
por el 41 y un siglo después unos hermanos Kennedy se
alzaron contra Uriburu, que les mandó el ejército y
la armada y mató a varios de los conjurados. Hoy se
pelea contra la represa del Paraná Medio (exitosamente)
y contra la “autopista de agua” en que se pretende convertir
la Hidrovía.
En el Museo, una señora Petra explica
estas cosas (“queremos que los barcos se adapten al Paraná y no el
Paraná a los barcos”) y otra señora cuenta la historia
de los mansos chaná-timbú. La Paz es también la tierra del
general golpista Pedro Ramírez y, más presentable, del
músico y artista popular Linares Cardozo. Se conserva
en el museo un paisaje isleño muy bonito que dibujó
y en la plaza lo recuerda un busto.

El
crucero Paraguay avanza con extrema lentitud (se dice
que 4 km. por hora). Al salir
del puerto esquiva un banco de arena (aparentemente
se detecta por el remolino circular del agua) y se detiene
unos minutos para desechar un camalotal con forma de
letra Y, de unos 10 metros de extensión, que se había
enganchado al ancla. El paisaje lo define la
línea horizontal de la costa a ambos lados del río,
de espesor variable según sea barranca o isla el borde
que vemos, y lo que con el cielo ocurra (para el bañero de Saer
en Nadie, Nada, Nunca, la percepción es otra
y más desolada). Al dejar La Paz tenemos a un lado el perfil
urbano, que se va poblando de luces y donde sobresalen sutilmente las grúas, la iglesia, la antena, la Municipalidad y el
edificio de la plaza. Del otro lado se construye
el crepúsculo, que no tarda en extender sus “rosados
dedos” en competencia con una nube negra y cimarrona.
A la noche, con la sola molestia de las luces del barco,
es posible imaginar el cielo que vieron los chaná-timbú.

El
barco tendrá unos 50 metros de eslora por 15 en su punto
más ancho. Se entra por el nivel de estar y comedor,
abajo hay un a especie de boite
con sillones muy cómodos pero, en estos días, mucho
olor a cera. Hay dos niveles de camarotes, muy cómodos,
y en la cubierta una sucesión de decks y una pileta en el corazón de las galerías.
Pasan
unas pocas chatas
con contenedores o soja, un petrolero y botes de pescadores.
Las
islas dan la sensación de que algo va a cambiar en el
paisaje cuando se adivina su final, pero solo aparece
una laguna o riacho que en todo caso establece una doble
franja, con en el medio manchas de camalotales o pequeños
islotes. Nos toca, es cierto, el tramo quizás menos
poblado de la región.
La
altura de los bordes no alcanza a conformar recinto debido
al desmesurado ancho del río. Entre las vueltas y las
islas, es muy difícil que la mirada hacia adelante no
choque contra un borde, eso le quita
sentido procesional a la percepción, pero establece
un mínimo sentido de resguardo. Cuando el barco se acerca
a la costa el borde transparenta lo que ocurre tras
los árboles, en general la típica situación de riacho
o humedal. Se piensa entonces en un
ancho aun más amplio del río, que envuelve la totalidad
de la cuenca. Vacarezza,
nuestro baqueano de a bordo (que además es periodista
náutico y recorre permanentemente el Paraná) la estima
en 40 kilómetros en algunos tramos.
Un
par de antenas y las torres de la Iglesia nos alertan que llegamos
a Esquina, pero al esquivar unas islas la perdemos de
vista. Reaparece un rato más tarde con sus primeras
luces que se encienden. Hay lluvia, viento del este
y tormentas eléctricas. Los relámpagos iluminan las
islas varias veces por minuto. El barco se retrasa.
Varias veces amarramos sobre el margen correntino; un
reflector ilumina dramáticamente la arboleda y sobre
el haz de luz se evidencia la lluvia.

El
jesuita Bartomeu Meliá nos
da su charla sobre el pueblo guaraní. Lía Colombino
nos explica después los conceptos de Tekooreí,
manera de estar sin hacer nada, y Tekohá, el lugar donde
nosotros podemos ser de la manera que somos. Ese
lugar requiere un ojo de agua, un pedazo de selva y
una elevación. En la mañana, Meliá da misa en guaraní
y asisten las mujeres de la tripulación y algunos expedicionarios.
Resulta ser el día de San José.
Jorge
Fandermole ha compuesto una
canción a partir del comentario de Coco Bedoya sobre
la conveniencia de imaginar un mascarón para el barco.
La canción es bonita y el estribillo empieza así: “subiendo
el agua hacia atrás”.
Graciela
Silvestri pudo haber armado
un borgeano Congreso del Mundo
predestinado al fracaso; el barco se asemeja más a un
Tekohá, al menos para mí que
soy callado y recibí un buen camarote. Las mayores prevenciones
se refieren a la ausencia de privacidad, pero no es tan difícil aislarse en la compacta diversidad de nuestra nave.
Pablo, colaborador del factotum Martín Prieto, es el nexo entre los expedicionarios
y la tripulación y destaca la fuerza de la creatividad
a bordo.

Ulrico
Schmidl, lansquenete alemán,
se embarcó en Amberes no demasiado entrados sus veinte
años y formo parte de la expedición que Don Pedro de
Mendoza inició en Cadiz “en el año que
se cuenta después de haber nacido Cristo nuestro amado
Señor y redentor 1534”, con 14 barcos y 2.500 expedicionarios.
En esa expedición se fundarían Buenos Aires, solo como
un fuerte abandonado a los pocos años, y Asunción, de
la cual partiría Juan de Garay casi medio siglo más
tarde para refundar la que luego devendría capital argentina.
Schmidl es el autor del primer relato del que se guarde
registro sobre el Río de la
Plata y la expedición que narró es
la que estamos recreando en el Paraná Ra´angá.
No
puede compararse la prosa burocrática de Ulrico Schmidl
con, por ejemplo, la sensual descripción de Teodoro
de Bry de las doncellas aborígenes
del norte (“tienen
boca grande y ojos sumamente fermosos
y suelen llevarse los brazos a los hombros, tapándose
así los pechos en señal y muestra de virginal castidad.
Llevan, como puede inferirse de este cuadro, el resto
del cuerpo desnudo y descubierto. También gustan de
presenciar la captura de los peces en las corrientes
aguas”). El lansquenete Schmidl
es más precursor, por desgracia, de Hemingway que de
Proust; solo se considera obligado a decir si los indios
y las indias se tapan o no sus “vergüenzas”, la única
incursión en algo que se parezca al erotismo es la descripción
del rapto que un primo de Mendoza comete en Las Palmas
y que acaba en una riña, con la secuestrada aceptando
ser legítima esposa de su raptor. Don Pedro (thum Pietro) los echa de su expedición. De
entre sus jefes, Ulrico toma partido por Irala, a quien
sigue fielmente en todos sus años de servicio, y denuesta
a Alvar Núñez. Sobre el resto
guarda el discreto
silencio de un soldado, solo matizado por su pesar
ante la ejecución de Osorio en Río de Janeiro.
Lo
mejor de Schmidl es el registro
proto-etnográfico de las
distintas tribus aborígenes, de los conflictos entre
las gentes del lugar y las recién llegadas
(sospecha uno de las siempre desfavorables relaciones
de fuerza entre multitudes de indios y raquíticos escuadrones
europeos) y de las penurias alimenticias que pasó la
expedición hasta encontrar el maíz y la mandioca aguas
arriba. Su relato incluye referencias a la matanza
entre los querandíes y las tropas españolas, cuyo recuerdo
origina los nombres del río y del populoso municipio
bonaerense, y el trágico episodio del soldado que comió
a su propio hermano (transformado en buena literatura
por Mujica Lainez).

Un
objeto con densidad de conocimientos que se mezclan
y potencian en camino por un río que lo recibe en aparente
indiferencia, un medio de interacción con el territorio
y las culturas de la cuenca: dos
formas complementarias de entender el viaje y un hilo
de historia para pensar el territorio. El río como
inspiración, el río como hilación.
Paraná Ra’anga y el Aula Río.

Desde
el Riacho Goya el barco parece inestable, más alto que
lo aconsejado por la intuición estructural. El paisaje se hace en cambio más amigable,
porque los bordes están más cerca, se reconocen mejor
y parecen proteger al navegante. La lancha municipal
nos deja en pocos minutos en el atracadero y al rato
estamos recorriendo la “París del Paraná” y su monumento
más admirable: el enorme ficus de la plaza principal
(el edificio más hermoso de Goya, diría un Napoleón
correntino).
Desde
el ómnibus encuentro el revés del paisaje ribereño: la chúcara campaña correntina, ganado y pastizales, ranchos y
tumbas al costado de la ruta, caballos bebiendo con
el agua hasta las rodillas en pantanos y charcos; las
antropizados colinas de Entre Ríos, cultivadas y lánguidas,
los mil ríos y arroyos que buscan al “padre de las aguas”.
Pasando el túnel subfluvial, un enorme conglomerado
de lagunas precede a Santa Fe. Imagino la tarea de catalogar
esta diversidad de paisajes y los patrones de uso y
ocupación del territorio de los que son expresión:
- Patrones de escala y tamaño: rangos de extensión, población y
metropolización;
- Patrones de complementariedad a través del río (ciudades y localidades
enfrentadas);
- Patrones de surgimiento: ciudades fundadas, ciudades expandidas,
ciudades “espontáneas”;
- Patrones de marginalidad: las formas urbanas, suburbanas y periurbanas
en que se manifiesta la pobreza, las arquitecturas
palafíticas;
- Patrones de espacio público ribereño: costaneras, miradores, plazas,
parques;
- Patrones de apertura urbana al río: ciudades cerradas al río por
infraestructuras o áreas productivas, ciudades con
paseos costeros;
- Patrones paisajísticos: skylines, hitos,
perfiles.
Imagino
los productos a generar: cartografía temática, catálogos
de fotografía y textos complementarios, con vistas por
ejemplo a la producción de un atlas de las orillas del
Paraná. Y sigo mi camino, como lo sigue el Crucero Paraguay
hasta volver a Asunción.
MC
Paraná
Ra'Anga (la figura del Paraná)
fue organizado por la red de centros culturales de la Agencia
Española
de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID),
liderado por el Centro Cultural Parque de España, de
Rosario, participando además los Centros Culturales
de España en Buenos Aires, Córdoba y Asunción del Paraguay.
Contó con el apoyo de una amplia red de centros de investigación
europeos y sudamericanos que poseen como nodos de articulación
la Universidad Autónoma
de Barcelona (en especial su Instituto
de Gobierno y Políticas Públicas,
IGOP) en Europa y la Universidad Nacional
de La
Plata, en Sudamérica.
La propuesta de recorrer la región paranaense retoma la
tradición histórica del viaje como instrumento de conocimiento
y colaboración entre artes y ciencias, para construir
nuevas formas de mirar y comprender el Paraná. Participaron
de este acontecimiento artistas y científicos -antropólogos,
sociólogos, ecólogos, geógrafos, astrofísicos, historiadores
del arte y de la ciencia, ingenieros, arquitectos, educadores
ambientales, músicos, artistas visuales, escritores
y filósofos- argentinos, paraguayos, holandeses y españoles.
Ver
el sitio Web de la expedición
Paraná Ra’anga y la nota
de Graciela Silvestre en
el número 84 de café
de las ciudades.
Número 84 | Cultura de las ciudades
Paraná
Ra´angá - Pasado y futuro | ¿Qué significa hoy viajar? | Graciela Silvestri
Sobre el Río Paraná y las ciudades que baña, ver el homenaje
a Juan Jose Saer en la presentación del número 33 y, entre otras,
estas notas en café
de las ciudades:
Número
47 | Lugares
Bigness Paranaensis | El
agua que brilla, la Triple Frontera, la Tierra sin Mal.
| Marcelo Corti
Número 33 | Lugares
La
construcción de Rosario (I) |
Una ciudad
"inevitable" en tiempos de renovación.
| Marcelo Corti
Número 34 | Arquitectura de las ciudades
La
construcción de Rosario (II) | Arquitectura
e Identidad, pragmatismo y poesía. | Marcelo
Corti
Número 40 | Cultura de las ciudades (II)
El
territorio como instrumento de la filosofía
| La Grande,
de Saer, entre la mirada y el conocimiento. | Marcelo Corti
Número 42 | Arquitectura de las ciudades
Del
espacio público a lo público en la ciudad escindida |
Desplazamientos
epistemológicos y conflictos arquitectónicos.
| Julio Arroyo
Número 59 | Planes de las ciudades
Preservar
la ciudad, preservar el producto
| Sobre la Reforma
del Código Urbano de Rosario | Roberto
Monteverde |
Número 72 | Planes de las ciudades (I)
Planeamiento
urbano de ciudades intermedias en la Argentina
| Apuntes del encuentro en Goya, Corrientes
| Marcelo Corti
|
Número 82 | Lugares (I)
Aguafuertes
rosarinas | Bitácora
de un día (de las márgenes al centro) | Marcelo Corti |
Número 82 | Arquitectura de las ciudades
Sueños
de plaza | Refundación
poética y afectiva del paisaje cultural de Rosario |
Ana Valderrama
Esta
es la percepción del bañero en Nadie, Nada, Nunca:
“Hasta
donde su vista pudiera alcanzar, es decir, todo el horizonte
visible, la superficie que lo rodeaba, en la que ya
no era posible distinguir el agua de las orillas, parecía
haberse pulverizado, y la infinitud de partículas que
se sacudían antes sus ojos no poseían entre ellos la
menos cohesión. Hubiese podido comparar lo que veía
a un vestido cubierto de lentejuelas, si no le hubiese
parecido recordar que las lentejuelas aparecen cosidas
y como encimadas unas a otras
casi con la misma disposición que las escamas en el
cuerpo de un pescado. Esos puntos luminosos, por el
contrario, no formaban ningún cuerpo, sino que eran
una infinitud de cuerpos minúsculos, como un cielo estrellado,
con la diferencia de que el vacío negro entre los puntos
luminosos era una rayita delgadísima, apenas visible,
o más bien una finísima circunferencia negra, porque
la profusión de puntos luminosos que lo rodeaban transformaban
el espacio negro que los envolvía en una circunferencia.
De ese espacio precario emergía, tiesa e inmóvil, la
cabeza del bañero,
que flotaba rígida y en plano
inclinado y que aparecía rodeada de esos puntos luminosos,
algunos de los cuales titilaban incluso entre sus cabellos
o sobre su barba de tres días. El bañero, que había
pasado casi literalmente su vida en el agua, no había
visto nunca nada semejante. Y, de golpe, en ese amanecer
de octubre, su universo conocido perdía cohesión, pulverizándose,
transformándose en un torbellino de corpúsculos sin
forma, y tal vez sin fondo, donde ya no era tan fácil
buscar un punto en el cual hacer pie, como no podía
hacerlo cuando estaba en el agua. Sentía menos terror
que extrañeza -y sobre todo repulsión, de modo que trataba
de mantenerse lo más rígido posible, para evitar todo
contacto con esa sustancia última y sin significado
en la que el mundo se había convertido”. (Nadie, nada,
nunca; Siglo Veintiuno Editores, 1980)
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