Que Buenos Aires
está saturada de carteles publicitarios, es una cuestión
ya debatida y aceptada. Solo falta que se haga algo para solucionarlo,
pero ese es tema de la administración comunal y no de nuestra
revista. En todo caso, si nuestra opinión sirve de algo,
diremos que:
- Nos parece
aberrante que la perspectiva de la calle Florida desde la Plaza
San Martín esté taponada, a partir del segundo piso,
por el cartelón gigante de una hamburguesería. Ese
cartelón no sería aceptado en un mall ni
por el más tolerante de los shopping centers: ¿cómo
es que se lo admite en la calle que se supone es orgullo de la
ciudad?
- Es algo inquietante
manejar un auto por la autopista Lugones y ser acosado desde enormes
supercarteles por hermosas top models que anuncian vaya
a saber que cosa (ropa no, seguramente, porque la que a veces
tienen puesta es muy poca). Esto puede ser una cuestión
de genero y elección sexual, pero suponemos que a otras
y otros les pasará lo mismo con sus contrapartidas masculinas.
- Siguiendo
por la Lugones, y aunque no tengamos ningún afecto especial
por el estadio Monumental de River Plate, resulta chocante verlo
transformado de obra de arquitectura en soporte de cuanta publicidad
exista de tarjetas de crédito, gaseosas, zapatillas, y
todos los etcétera imaginables.
Aclarado esto,
dejamos la cuestión ética y legal de los carteles
en mejores manos, y pasamos a nuestro asunto. Lo que nos ocupa en
esta nota es la categoría estética que ha adquirido
el cartel en el paisaje urbano porteño. Ya no se lo considera
una molestia en el paisaje, ni siquiera una excepción, ni
siquiera un toque simpático de color y simbología
en medio del "frío" lenguaje arquitectónico. Hoy el
cartel (al que llamaremos Cartel, con mayúsculas, sin que
esto implique alusiones de otro tipo) es la tipología y el
concepto clave para entender Buenos Aires.
I-
Agua que no has de beber...

Junto con el
banco de plaza, el bebedero es el ejemplo típico de diseño
de mobiliario urbano. Combina los placeres estéticos y corporales
del agua con los desafíos de la indeterminación formal:
su único condicionante es la necesidad de resultar accesible
a los paseantes. Puede privilegiar la altura del adulto o la del
niño, o combinarlas con pedestales o bases de apoyo. El resto
de su diseño es un diálogo entre las preferencias
del diseñador y las del funcionario.
Los bebederos
recientemente habilitados por el Gobierno de la Ciudad en varias
plazas de Buenos Aires introducen otra dimensión semántica
y formal. Un sencillo prisma de metal y vidrio cumple la función
primaria de albergar un cartel donde se anuncia algo así
como que "este es un bebedero". Atrás, en lugar menos
visible, se encuentra un bebedero.
La elegante
tipografía del logo del Gobierno de la Ciudad, y la proximidad
en el tiempo de su instalación con las recientes elecciones
para Jefe de Gobierno, pueden hacer pensar en una estrategia publicitaria
electoral. No es así, eso es solo para desviar la atención.
Con este bebedero - cartel, o cartel con bebedero, el Cartel de
Buenos Aires da un paso esencial en la colonización del mobiliario
callejero. El signo prescinde de la forma y de la función.
Pronto habrá carteles que nos anunciarán ser bancos,
hamacas, semáforos, parquímetros, maceteros. Algún
rebelde homenajeará a Magritte y diseñará un
bebedero con forma de bebedero, con un gran cartel que diga "esto
no es un bebedero". Solo los surrealistas beberán
de esa agua.
II-
Detrás de los carteles, está el edificio

El edificio
que Clorindo Testa y SEPRA diseñaron hace 40 años
para el Banco de Londres (luego Lloyd´s Bank, luego vendido al Banco
Hipotecario) es arquitectura en su estado más puro. Inspirado
en las experimentaciones brutalistas del Le Corbusier de los '50,
sus escultóricos pórticos definen una particular relación
entre el interior del edificio y las calles de la city bancaria.
La entrada monumental sobre Bartolomé Mitre y Reconquista
es un clásico de las publicaciones sobre arquitectura argentina
y latinoamericana.
El Cartel de
Buenos Aires quiere ser ejemplar: no solo los edificios anónimos
pueden ser soportes publicitarios. El Banco Hipotecario es solo
un medio para los designios del Cartel. Sus telas anunciando plazos
fijos tapan los pilares del edificio como podría hacerlo
un anuncio de Cinzano o de Swatch. Los antiguos y obsoletos valores
de la plasticidad, la escala, las proporciones, quedan superados
por el puro signo, la fuerza del mensaje. Los pórticos del
Banco de Londres se han transformado en los soportes de carteles
del Banco Hipotecario.
III-
Cada vez que respires

El Cartel de
Buenos Aires también tiene sus cazadores de lo cool,
al estilo del marketing corporativo descripto por Naomi Klein. Con
la crisis, aparecieron los artistas improvisados en los semáforos.
A cada detención, 20 o 30 segundos de malabarismos, acordeón
o saxofón. Todos nos compadecíamos de los riesgos,
del stress de los chicos y chicas que así buscaban
unas monedas para sobrevivir.
El Cartel, en
cambio, vio la oportunidad de apropiarse de la idea. Primero fueron
los hombres sándwich, o para ser más precisos, las
personas empanada (el disfraz impedía determinar el sexo
de los artistas) que daban unos pasitos de baile al son de una música
pegadiza, promocionando la cadena Solo Empanadas (cuyos carteles
son otra avanzada de la megaescala publicitaria). Luego vinieron
los operarios con carteles de la revista El Guardián, que
se plantan frente a los autos en las principales avenidas para que
leamos la tapa de la publicación.
A esta se la
acusa de chantajear artistas, políticos y deportistas con
sus títulos amarillentos. La tapa es casi la revista completa,
no hay mucho más que leer: basta el tiempo de una parada
en el semáforo. Los trabajadores que llevan los carteles
están vestidos como obreros con casco, quizás una
referencia irónica a los cortes de calle de los piqueteros.
Ahora promocionan también otras actividades, como las de
una feria de vendedores de autos. Hasta algunos de los carteles
son en realidad espejos, que reflejan el auto detenido y le superponen
la leyenda "si no te gusta el auto que ves, venía a nuestra
feria".
Los carteles
nos siguen, caminando, en auto, en el colectivo, ahora en el semáforo.
Cada segundo de nuestra existencia es tiempo susceptible de ser
ocupado en contemplar carteles. El Cartel de Buenos Aires no necesita
edificios ni ciudadanos: apenas soportes publicitarios y transeúntes
que miren carteles.
MC
Con una mirada humorística sobre la cartelería urbana,
recomendamos el sitio del proyecto Cartele.
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