La
preocupante boludización de Palermo Viejo
De la recuperación
barrial al snobismo gastronómico.
Por
Carmelo Ricot

Aclaro que no
tengo nada contra Palermo, y mucho menos contra sus habitantes;
que aun es uno de mis lugares favoritos para pasear, que todavía
me encanta caminar por sus calles una tarde de sol, y que en ese
barrio de Buenos Aires viven algunos de mis mejores amigos. Creo
además que el barrio que específicamente se llama,
o se llamaba, Palermo Viejo, es un ejemplo de la capacidad de
los pequeños emprendimientos individuales para generar cambios
positivos en la ciudad. Pero me molesta la palpable, creciente,
aparentemente irreversible tendencia a transformar este lugar querido
de Buenos Aires en un muestrario de snobismos, en un kistch
sin sensualidad, en un caso paradigmático de (si se me permite
el neologismo) boludización
de la ciudad.
¿Qué
es la boludización de la ciudad? ¿Es solo una versión
argentina, una variante local de la tan mentada banalización
de la ciudad (o ur-banalización, como se la llamó
en un congreso reciente)? ¿O tiene características propias
que trascienden la mera trascripción local de tendencias
globales? ¿Expresa quizás aspectos oscuros del inconsciente
social de los argentinos? Dejo a los expertos esa diferenciación
más fina: me limito, como el gran Rodolfo Walsh, a "los
hechos": llamo boludización al conjunto de intervenciones
individuales que afectan el uso, el disfrute (la fruizione),
la estética y la erótica del barrio de Palermo,
transformando la experiencia de su recorrido en una sucesión
de boludeces urbanas que desanima al caminante no excesivamente
boludo.
Una aclaración
más: está de moda (posiblemente, por una apresurada
lectura de Jauretche)
el cuestionamiento de la clase media argentina, en particular desde
emergentes vergonzantes de la propia clase media argentina. Siendo
Palermo Viejo un típico barrio de clase media, habitado por
gentes de clase media, visitado y disfrutado por gentes de clase
media, y en muchos casos gestionado y transformado por gentes de
clase media, me molestaría sobremanera que se interpretara
este texto como una crítica más a dicha clase a la
que pertenezco por adopción y a la que defiendo y admiro
por convicción. Ya escribiré sobre este tema, por
ahora concentrémonos en Palermo.

La mítica edad de oro
Desde los años
`70, en sus primeros estertores, pero en especial desde principios
de los `80, mucha gente en Buenos Aires empieza a descubrir los
encantos de un sector hasta entonces postergado del barrio
de Palermo, al noreste del área central de la ciudad. Más
allá del elegante enclave de Palermo Chico, más allá
de los hiperdensos edificios de vivienda en altura sobre el eje
de la Avenida Santa Fe y sus laterales, varias cuadras al oeste
del nudo de transportes y equipamientos de Plaza Italia, se conservaba
el antiguo barrio donde nació Borges y donde ubicó
a sus míticos cuchilleros del arroyo Maldonado. Un área
también conocida durante un tiempo como "Centroamérica"
(por los nombres de sus calles, que homenajean a los países
de dicha región), poblada de casitas bajas y corralones
en decadencia.
Un típico
producto inmobiliario era la casa chorizo, una especie de domus
romana dividida al medio y convertida en una casa con un fuerte
eje longitudinal (de ahí su nombre), con un patio corriendo
paralelo a la galería que enhebra las circulaciones y con
una sala principal o un patio delantero sobre la calle, de acuerdo
a los casos. Otro, el PH o pequeño conjunto de departamentos
sobre pasillo, "tipo casa", con pequeños patios
individuales. Techos altos, con la posibilidad de un entrepiso,
el encanto de lo viejo en los pisos de pinotea, las puertas Art
Nouveau y las ventanas de celosía: una construcción
noble, con amplias posibilidades de remodelación, y la presencia
del patio como factor distintivo frente a la siniestra construcción
residencial de lo edificios de la avenida Santa Fe. Precios baratos,
en algunos casos a valor terreno, con escasa posibilidad de crecer
en altura o densidad por las restricciones del Código de
Planeamiento Urbano sancionado en 1977.
Una ocasión
inmejorable para muchos profesionales, pequeños empresarios,
artistas, comerciantes, de instalarse en condiciones ventajosas
en un barrio cercano al centro, quizás algo más alejados
que los departamentos del Barrio Norte o Palermo donde muchos de
ellos habían crecido, pero con el valor agregado del sol,
la luz, el espacio abierto, el "aire de barrio" y la entonces
novedosa corriente de las remodelaciones, todo sobre el dinámico
corredor norte de la ciudad.
El regreso a
la democracia, en 1983, completó la ecuación: Palermo
Viejo era un barrio cordial, con decenas de microinstituciones
informales, con una densidad de emprendimientos culturales (los
talleres literarios, los pintores, las escuelas de teatro, las clases
de yoga, etc.) y una idea de vida barrial participativa y ciudadana.
Es la época de los primeros carteles de la inmobiliaria Shenk,
las remodelaciones
de Hampton y Rivoira, el furor de las casas chorizo, la versión
local de la tendencia reurbanizadora europea, todo lo que en un
reciente número de esta revista Zaida
Muxí
llama "desarrollo endógeno", en oposición
a los megaproyectos urbanos de los `90. Dos símbolos de esa
época: el Bar El Taller, frente a la Plaza de Honduras y
Serrano, y las microepopeyas de los Vecinos Sensibles de Palermo
creando, recuperando y resignificando espacios públicos para
el barrio.

El design, y como pagarlo
Parece la letra
de un tango pero, ¿qué queda del viejo-Palermo-Viejo? Por
suerte, bastante de su base física y, por cierto, de su encanto.
Pero hoy es bien otra la dinámica de su renovación
urbana.
Aquella recuperación
del barrio, parcela por parcela, ciudadana, culta y sensible,
no podía sino generar un florecer de bares y restaurants
en las calles de Palermo Viejo. Nuevos, algunos, como el citado
Bar El Taller, otros que ya existían y cambiaban su clientela,
recibiendo a los nuevos vecinos. Algunos adquirían nuevos
significados, como los clubes y buffets de las asociaciones
de inmigrantes: los armenios, los polacos... Era inevitable, y estaba
bien: cito aquí al editor de esta revista, que en los primeros
números decía cosas como estas: "Un
rasgo esencial y constitutivo de la ciudad, como son sus restaurants
(espacio privado y público a la vez, ligado al encuentro
y a una identidad aluvional de la cocina argentina)".
Pero todo uso
tiene su abuso, y la gastronomía no es su excepción.
El abuso gastronómico de Palermo se sintetiza en el
paso del restaurant al bistrot, de la cantina de barrio al
emprendimiento gastronómico de diseño, y del
barrio con restaurants al barrio de restaurants. De los clubes
de inmigrantes se pasó a la saturación de los locales
de comida étnica (¡como si hubiera alguna comida que no lo
sea!); de las fondas y cantinas, a la pedantería de los bistrots
(un consejo a quien se aventure en el barrio: conviene huir de los
locales que se dicen "restós": son caros y, generalmente,
malos, o tan minimalistas en su decoración como en sus porciones:
lo caro, si breve, dos veces caro...); la simpática informalidad
de los viejos mozos y dueños se remplazó por la cara
avinagrada de las camareras sobreexplotadas.
Lo malo no es
solo la perversión de la gastronomía y el deterioro
al paisaje urbano de esas escenografías pretenciosas y banales.
Esta invasión de restaurants genera una muy fuerte distorsión
de la renta urbana, porque cada casa que se pone a la venta
en el barrio tiene el precio que la expectativa de sus dueños
le da al uso de restaurant. Así se desalienta y se espanta
el uso residencial, echando a la gente del barrio en procura de
sitios más tranquilos. Los beneficios dela renovación
por parcelas se pierden, porque el espectro de compradores se achica
y se concentra. Y viendo como están vacíos algunos
locales, se debe pensar en que pronto cerrarán o que, con
otras intenciones económicas que el éxito gastronómico,
sobrevivirán para pesar del barrio. Lo pequeño
ya no es tan hermoso.
Al respecto,
una nota de La
Nación
del pasado 16 de enero (con el sugestivo título de "Palermo
Viejo, entre el crecimiento y el éxodo") sostiene que
"Una recorrida por el corazón del fenómeno
sirve para advertir el aumento de la oferta de propiedades frentistas,
especialmente de casas de época, cuyos valores treparon a
cifras inesperadas. "En 2004 concretamos 120 operaciones de alquiler
y 50 ventas de viviendas situadas en esas 20 cuadras próximas
a la plaza Cortázar", afirma Horacio Berberian, de la inmobiliaria
Shenk. "La mayoría de esas propiedades se transformó
en comercios. Y hay muchas familias que decidieron alquilar el
garaje o el living de sus casas y retirarse a la parte trasera
para asegurarse un ingreso mensual que puede oscilar entre los 2500
y 12.000 pesos (entre 900 y 4.000 dólares). El metro cuadrado
alcanza hoy los 1300 dólares y hasta más, si la propiedad
está en condiciones. Lo interesante es que en los últimos
tres años, el que fija el precio es el propietario", afirma
Berberian. Los exiliados de Palermo Viejo optan por achicarse y
eligen zonas alejadas del ruido, como Villa Crespo y Coghlan".
La misma nota informa que desde 2001 a 2004 se habilitaron 800 locales
en un puñado de cuadras de las calles Borges, Cabrera, Costa
Rica, Nicaragua, Soler, Honduras, Guatemala, El Salvador y Malabia.
"La dinámica del mercado determina su permanencia,
pero se cree que sólo en ese circuito hoy funcionan cerca
de 3500 locales de gastronomía, indumentaria y diseño,
entre otros rubros".
No solo de restaurants,
entonces, se alimenta la boludización: de los talleres artesanales
de los `80, ahora se ha pasado a la superpoblación de negocios
de diseño, antigüedades, artesanías, indumentaria,
etc. De nuevo, predomina lo caro, lo snob, lo presuntuoso.
A nadie que remodele una casa chorizo de Palermo para habitarla
(si es que queda alguno que lo haga) se le ocurriría amoblarla
comprando en el barrio, salvo que el dinero le sobre.
Otras boludizaciones
son más modestas, como las murgas que ensayan los sábados
en la placita de Honduras y Serrano, haciendo imposible la charla
o la lectura en los cafés. Y por supuesto, las atrocidades
publicitarias del Cartel de Buenos Aires...

La toponimia como degradación
Palermo Viejo
extendió su influjo allende la Avenida Juan B. Justo: como
aquellos que llegan tarde a una fiesta y su borrachera es peor que
la de los que ya estaban, porque tomaron más rápidamente
y sin descanso, los casos de boludización en los nuevos palermos
suelen ser más atroces que en el Viejo. Pero otro síntoma
aparece, más clara señal aun que las fachadas presuntuosas
de los restós: el cambio de nombre de los barrios renovados,
que hoy ostentan horrores lingüísticos como Palermo
Hollywood o Palermo Soho. Nombres en que la escasez de imaginación
y la comparación forzada compiten con la tilinguería
y la dependencia cultural. Son marcas publicitarias, más
que nombres de barrios; se extienden sobre geografías imprecisas,
promueven un raro imperialismo palermitano que lleva el nombre
de origen a vecindades ajenas: Villa Crespo (barrio que me han dicho
que ahora algunos quieren presentar como ¡Palermo Brooklyn!), Colegiales,
Chacarita, Almagro... ¡Todos quieren ser Palermo! El propio Palermo
Viejo queda afectado por esta corrupción de la toponimia:
ahora, muchos de los restaurants snobs y las casas de diseño
caro se anuncian como localizadas en Palermo Hollywood... Charly
García encontró la irónica referencia a Palermo
Bagdad como un acertado comentario a toda esta perversión
del lenguaje.
Antídotos y perspectivas
¿Adonde irá
Palermo? Y sobre todo, ¿es inevitable la boludización? No
es que no deban existir en las ciudades sectores especializados
en diseño o gastronomía: lo malo es que en Palermo
esta especialización está destruyendo la trama
vecinal, la vida barrial que lo hizo un lugar reconocible y
agradable. Para colmo, la dinámica económica inmobiliaria
parece tornar irreversible el proceso iniciado.
De persistir
las tendencias actuales, Palermo Viejo y sus secuelas devendrán
en pocos años en un gigantesco patio de comidas snobs, deshabitado
y temático, reino de ejecutivos y modelos, de dealers
y paparazzis; un muestrario urbano de boludos, boludas, boluditos
y boludeces. Poco quedará entonces de las casas chorizo,
de los patios intimistas, de los talleres de arte y las placitas
sentimentales.
¿Fue inevitable
la transformación de Palermo Viejo? ¿Estaban los males de
los 2000 escondidos en las moderadas utopías sensibles
de los ´80? Si a Palermo lo hicieron sus vecinos, ¿quién
lo defiende cuando los vecinos solo piensan en vender caro sus
valorizadas propiedades? ¿Y será solo el mercado el que detendrá
el virus propagado de los restaurants? Preguntas, aun sin respuesta,
en una ciudad que se reiventa en sus vicios y en sus virtudes, o
que mejor dicho, transforma sin cesar sus vicios en virtudes y sus
virtudes en vicios. Quizás la ciudad, como dicen que hace
Dios, escriba derecho sobre renglones torcidos, y la boludización
de Palermo sea (para desgracia de Palermo) un tributo a una nueva
forma de pensar los desarrollos barriales de la "ciudad sin
esperanza".
CR

Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la
prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad,
interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano
con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Ver su Proyecto
Mitzuoda
y otras
notas
en café
de las ciudades: por ejemplo, Ocaso
y renacimiento del Gasómetro,
en el número 12, y sobre todo, por su relación con
ésta, Las
10 boludeces más repetidas sobre los piqueteros y otros personajes,
situaciones y escenarios de la crisis argentina,
en el número 15. Precisamente de esa nota extraemos algunas
palabras en el glosario.
Sobre
remodelaciones, ver el artículo ¿Que
es lo que hace a las casas recicladas tan cool, tan atractivas?
en el número 22 de café
de las ciudades.
Sobre
desarrollo endógeno vs. megaproyectos, ver la nota Buenos
Aires en los `90 y otras consecuencias de la ciudad global,
entrevista a Zaida Muxi, en el número 24 de café
de las ciudades.
Sobre
gastronomía y Buenos Aires, ver la nota Cantinas
y fondas en el nuevo cine argentino,
en el número 1 de café
de las ciudades.
Algunas
de las fotos que ilustran esta nota fueron tomadas de la página
web Palermo Viejo (que incluye un link a la Sociedad de Fomento
de dicho Barrio).
Glosario
(expresiones y nombres argentinos):
Como es habitual
en las notas que nuestra revista publica sobre cuestiones argentinas,
incorporamos un glosario de nombres, palabras y expresiones que
pueden ser desconocidos para lectores/as de otros países.
Boludo:
tonto, idiota, gilipollas, comemierda, mamón, pendejo, huevón,
pelotudo. Con el tiempo adquirió un tono coloquial, hoy es
virtualmente un apelativo a la manera de che, pana, brother, mano,
güey, que no tiene intenciones de ofender. Pero en un contexto
de discusión, especialmente entre desconocidos, sigue siendo
un agravio. O una manera fácil de descalificar: "el boludo
de Fulano..."
Boludez:
algo dicho por un boludo, o por alguien que sin ser un boludo estructural
es boludo en el momento en que dice "semejante boludez" (este es
el sentido que tiene en esta nota). Dícese también
de la condición o estado del boludo ("La era de la boludez"
es el título de un disco del grupo musical Divididos).
Barrio
Norte:
área inmediatamente al norte del centro de Buenos
Aires, tradicional enclave residencial de clase alta y media alta.
Arturo
Jauretche:
intelectual argentino, de origen radical yrigoyenista, y posteriormente
vinculado al peronismo. Uno de los ideólogos más lúcidos
de "lo nacional y popular" frente a la cultura internacionalista
(o europeizante, o colonialista, de acuerdo a como se la mire) del
conservadorismo argentino y de no pocos "izquierdistas".
Tilingo:
snob, frívolo, amante de la figuración, superficial,
pretencioso, afecto a lo novedoso y a lo que está prestigiado
por su origen europeo o norteamericano.
Tilinguería:
lo propio del tilingo
|