“Mi viaje duró 40 días. Recorrí grandes ciudades como
Mumbai o Delhi. Otras más pequeñas como Amritsar, Jaipur,
Agra y por último, otras que
por su singularidad merecen un capítulo aparte
como Varanasi o Chandigarh. Recorrí el Norte y el Sur,
en ómnibus, tren, auto y avión. Estuve en los lugares
más hermosos que he visto en mi vida y en los más detractores
de la dignidad humana. India es segregación, es pobreza,
es lujo y crecimiento. Es tradición y religión. India
es múltiple”. Incredible
India, artículo de introducción, número 78,
abril del 2009.
Aquí
finaliza la serie de relatos sobre las ciudades indias,
relatos impregnados de una visión exclusivamente personal.
Deseo que cada persona que los haya leído tenga alguna
vez oportunidad de visitar ese maravilloso país y poder
estar en desacuerdo conmigo.
Durante
los capítulos pasados,
hemos visto cómo India es escenario de varios modelos de urbanización, todos estos enormes conglomerados
de gente. Aún las ciudades más pequeñas expanden su tejido
por grandes extensiones de territorio y concentran millones
de personas entre sus
calles. Hemos pasado por hitos de la “nueva
urbanidad” como Mumbai o Delhi, casos típicos de mega
ciudades cosmopolitas que no cesan de crecer a la misma
vez que parecen estancarse en el tiempo. Ciudades con
suburbios que se expanden como una mancha
de aceite y logran “ghettizarse”
en paraísos irreales que parecen escenografías
propias de Las Vegas. Recorrimos ciudades menores
como Jaipur, Amiritsar o Agra, aquellas que contienen
atracciones turísticas espectaculares y en cuyo entorno
se generan importantes economías informales. Estas últimas
son las más precarias en relación a servicios públicos
y a su vez las más conservadoras culturalmente. Pasamos por el corazón del mundo hindú, Varanasi,
donde el choque
cultural se carnaliza en todos los aspectos de la vida
y analizamos las características de una ciudad de peregrinación
sagrada, una ciudad de flujos. Vivimos Chandigarh y nos
encontramos con el mejor ejemplo de la Planificación Urbana
Moderna, para romper con algunos preconceptos
y aprender nuevamente de una ciudad que pasará a ser Patrimonio
Cultural de la Humanidad. Allí experimentamos cómo se interpreta
la ciudad viviente y se critica aquella que tuvo lugar
hace muchas décadas atrás.
Concluimos
cómo la ciudad ya no es el escenario de la lucha de clases
y el espacio público va quedando rezagado a la sombra
de la propiedad privada. Este nuevo ordenamiento territorial
segrega aún más a la población, estableciendo en cada
barrio o condominio (ya casi pequeñas sub-ciudades) sus propias
lógicas y leyes internas. Aprendimos del jurista Carlos
Nino de qué manera la legitimidad de las normas marca
la impronta en el cuidado del espacio público cuando es
entendido como bien social.
Finalmente,
aquí estamos de vuelta después de tanto viaje, en nuestra
propia ciudad, en nuestro propio contexto latinoamericano.

El
impacto sociocultural de un lugar extraño nos permite
principalmente distanciarnos,
desapegarnos de nuestro contexto inmediato y conocido
para otorgarnos un espacio de reflexión y posterior crítica
sobre las experiencias ajenas y también las propias.
Las vivencias urbanas en India son impactantes, no sólo
por el choque cultural ya tantas veces mencionado ni por
la diversidad de contextos; son las experiencias transcurridas
en la “ciudad viva” las que nos enseñan de la impronta
que cada colectividad deja en el territorio. Así sea por
unos pocos días, un visitante decidido logra adentrarse
en el orden local y llevarse consigo las primeras imágenes
de la cultura, la forma de habitar, la historia material
de un lugar determinado.
La
ciudad es el escenario de la vida presente y futura, un
proceso que constantemente se reformula desde el ámbito
teórico como desde las fases materiales (aquellas
que siempre van un paso atrás de las ideas). Actualmente,
de la totalidad de personas que habitan el planeta, la mitad vive en ciudades y se especula
que para el 2030 el porcentaje sea del 60%. De ese universo
de pobladores urbanos, el 30% vive en áreas hiperdegradadas,
sin embargo tres millones de habitantes por semana se
incorpora a las concentraciones. El 95% de las explosión
demográfica se da en las ciudades (estos son algunos de
los datos que arroja el último informe sobre ciudades
del mundo del Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos
Humanos -ONU-HABITAT-, cuyos datos no dejan lugar a dudas
de que la situación
en las ciudades puede llegar a ser desbordante). El
resultado de este nuevo ordenamiento del territorio se
refleja en el aumento de la desigualdad, entre diferentes
urbes y diferentes pobladores.
“La urbanización del Tercer Mundo continuó su
desenfrenada carrera (3,8 % anual desde 1960 hasta 1993)
por encima de las hambrunas de finales de la década de
1980 y principios de la siguiente, por encima de la caída
de los salarios reales y por encima del disparatado crecimiento
del desempleo urbano” (Mike Davis, Planeta de Ciudades Miseria, Pág.
27, Editorial FOCA).
El
mismo ámbito rural pasa a ser ambiguo: grandes
extensiones de tierra con especulación inmobiliaria, subdivisiones
y un nuevo paisaje que da paso al avasallante crecimiento
de la urbanidad. Este cordón
indefinido entre lo exclusivamente rural y lo urbano,
el periurbano, concentra nuevas características productivas
y por lo tanto una nueva distribución espacial del territorio.
También durante los procesos de extensión, el crecimiento
de la mancha urbana genera ámbitos poco consolidados y
generalmente segregados. Por un lado los barrios cerrados
y condominios y por el otro los asentamientos marginales,
en su gran mayoría también informales.
El
geógrafo David Drakakis Smith habla sobre la expansión
de Delhi y así retrata el fenómeno mundial que no nos
es ajeno: “estas
grandes regiones metropolitanas, representan una fusión de desarrollo urbano y desarrollo regional en que la distinción
entre lo urbano y lo rural se ha desdibujado, a medida
que las ciudades crecen a lo largo de
corredores de
comunicaciones, sobrepasando o rodeando pequeñas ciudades
y pueblos que a su vez, experimentan in situ cambios de
funciones y ocupación” (Third World Cities , Pág.
21).
En
la actualidad, la ciudad recibe las problemáticas de la
crisis rural sin poder albergar a sus inmigrantes, sin
poder asegurarles una vivienda digna o un hábitat saludable
mediante la inversión pública en el desarrollo de los
servicios de infraestructura, educación, salud, esparcimiento.

Ya
sea por la informalidad de los asentamientos precarios
o por las tendencias “intradependientes” de los barrios
cerrados, nos planteamos la pregunta si, en términos pragmáticos
actuales, urbanización es sinónimo a informalidad.
El
ser urbano refiere
en parte a una persona empapada de la idiosincrasia de su hábitat inmediato y costumbres tradicionales,
y por otra parte de una identidad
universal, aquella que lo relaciona con todos los
seres urbanos del planeta e
identifica a todas las ciudades bajo una misma esencia.
Una esencia tan diversa como cantidad de definiciones
podemos encontrar. Aquella que, sin embargo, permite que
un porteño tenga la capacidad de reconocer y entender
cualquier ciudad, con toda su complejidad, su caos, sus
órdenes
particulares. Los lugares más cómodos para un porteño
en la India
pueden ser Delhi o Bombay. Estas capitales donde se reconoce
un centro histórico degradado, un subte que atraviesa
los barrios de interés inmobiliario, donde existe un barrio
comercial que aun es más caótico que la ciudad misma y
donde los ricos se alejan para dar lugar a sus prolijas
vidas en los suburbios. Aunque cualquier concentración
urbana en India posee por lo menos millones de habitantes,
muchas siguen funcionando
con la lógica de grandes pueblos, particularidad reflejada
en su ordenamiento espacial o en la manera que sus habitantes
pueden relacionarse entre sí.
Al
analizar la condición del sujeto dentro de su hábitat
urbano, encontramos una redefinición del ciudadano y su
condición cívica, por eso prefiero
llamarnos seres urbanos. La ciudadanía implica
derechos, deberes, participación política, aptitudes que para la mayoría de las personas no existen.
El ser urbano
puede ser un comerciante con residencia en alguna tabla
de una feria itinerante o el que vive tras las rejas al
mejor estilo maharaja.
Personalmente
hablando, en ningún momento viajé con la expectativa de
algún viaje espiritual. Si tengo que rotular mis intenciones,
siempre fueron más socioculturales que trascendentales.
Sigo sin entender los discursos que bajo una
supuesta comprensión multicultural justifican problemáticas
humanas universales como el hambre o la marginalidad. Desconfío
mucho de aquellos que sostienen que parte de la idiosincrasia
india sea vender lechugas en la
calle. Desconfío que, como dicen, esa
persona pueda ser feliz y no necesite nada más debido
a su “elevación espiritual”. No creo que sea casual el alto nivel de “espiritualidad”, religiosidad
diría yo, en un país tan extremamente injusto a escalas
tan grandes.
Si
algo hemos aprendido en estos últimos años, con
el boom de la era de la información global, es que la injusticia está en todas partes y se vive
de una sola manera.
Un
compañero al cual respeto infinitamente refutó mi siguiente
reflexión: lo único que nos diferencia (en cuanto a qué
es lo que sucede en Argentina )
es una cuestión de cantidades. A veces la cantidad es
calidad, no desde el punto de vista moral, ético o justo.
Que dos personas no tengan casa es inmoral o injusto,
lo mismo que no la tengan doscientas. Pero la
calidad del problema se funda desde la perspectiva de
la solución, de la dimensión de las injusticias y
en cuanto a analizar de qué manera la desigualdad
estructura la constitución social de un país.

Los
viajes son a cierto modo una forma de registro; en este
caso, un registro urbano. El registro queda plasmado sobre
la visión particular de un extraño, un extranjero. No
sé si uno siempre viaja para ver cosas bellas y descansar,
a veces uno sólo busca alejarse lo máximo posible del
mundo conocido para vivenciar otras realidades y así poder
considerar mejor la propia, esa
a la que uno está tan ridículamente acostumbrado.
LW
La
autora es arquitecta y ayudante docente en la cátedra
de urbanismo de Alfredo Garay en la
FADU-UBA.
Esta
nota culmina la serie Incredible
India,
comenzada con la nota homónima en el número 78 y proseguida
en el número 79 con La
Mega-ciudad
dual - Experiencias en Mumbai y Delhi, en el número
80 con Una
cara y muchas cecas, en el número 81
con Holly
Benares: Varanasi y en el número 82
con City
Beautiful Chandigarh.
Ver el último informe
sobre ciudades del mundo del Programa de Naciones
Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-HABITAT).