N. de la R.: La ventana, el patio delantero, el umbral (el zaguán porteño
de las iniciaciones novecentistas…) comparten ese carácter
de diafragma entre lo público y lo privado que define
lo mejor de la ciudad. Con la luz eléctrica, las ventanas,
en especial las lejanas al nivel del caminante, adquirieron
un paradójico misterio: lo iluminado en la oscuridad
oculta sin embargo un secreto cuyo carácter (triste,
noble, banal, horroroso) escapa al paso cansado en lo
profundo de la noche. El gran Roberto Arlt percibió
este drama mínimo y cotidiano en
la Aguafuerte Porteña que aquí reproducimos.

La
otra noche me decía el amigo Feilberg, que es el coleccionista
de las historias más raras que conozco:
-¿Usted
no se ha fijado en las ventanas iluminadas a las tres
de la mañana? Vea, allí tiene argumento para una nota
curiosa.
Y
de inmediato se internó en los recovecos de una historia
que no hubiera despreciado Villiers de L'Isle Adam o
Barbey de Aurevilly o el barbudo de Horacio Quiroga.
Una historia magnífica relacionada con una ventana iluminada
a las tres de la mañana.
Naturalmente,
pensando después en las palabras de este amigo, llegué
a la conclusión de que tenía razón, y no me extrañaría
que don Ramón Gómez de la Serna hubiera utilizado este
argumento para una de sus geniales greguerías.
Ciertamente,
no hay nada más
llamativo en el cubo negro de la noche que ese rectángulo
de luz amarilla, situado en una altura, entre el
prodigio de las chimeneas bizcas y las nubes que van
pasando por encima de la ciudad, barridas como por un
viento de maleficio.
¿Qué
es lo que ocurre allí? ¿Cuántos crímenes se hubieran
evitado si en ese momento en que la ventana se ilumina,
hubiera subido a espiar un hombre?
¿Quiénes
están allí adentro? ¿Jugadores, ladrones, suicidas,
enfermos? ¿Nace o muere alguien en ese lugar?
En
el cubo negro de la noche, la ventana iluminada, como un ojo, vigila las azoteas y hace levantar
la cabeza de los trasnochadores que de pronto se
quedan mirando aquello con una curiosidad más poderosa
que el cansancio.
Porque
ya es la ventana de una buhardilla, una de esas ventanas
de madera deshechas por el sol, ya es una ventana de
hierro, cubierta de cortinados, y que entre los visillos
y las persianas deja entrever unas rayas de luz. Y luego
la sombra, el vigilante ´Ve` se pasea abajo, los hombres
que pasan de mal talante pensando en los líos que tendrán
que solventar con sus respetables esposas, mientras
que la ventana iluminada, falsa como mula bichoca,
ofrece un refugio temporal, insinúa
un escondite contra el aguacero de estupidez que se
descarga sobre la ciudad en los tranvías retardados
y crujientes.

Frecuentemente,
esas piezas son parte integral de una casa de pensión
y no se reúnen en ellas ni asesinos ni suicidas, sino
buenos muchachos que pasan el tiempo conversando mientras
se calienta el agua para tomar mate.
Porque
es curioso. Todo
hombre que ha transpuesto la una de la madrugada, considera
la noche tan perdida, que ya es preferible pasarla de
pie, conversando con un buen amigo. Es después del
café; de las rondas por los cafetines turbios. Y juntos
se encaminan para la pieza, donde, fatalmente, el que
no la ocupa se recostará sobre la cama del amigo, mientras
que el otro, cachazudamente, le prende fuego al calentador
para preparar el agua para el mate.
Y
mientras que sorben, charlan. Son las charlas interminables
de las tres de la madrugada, las charlas de los hombres
que, sintiendo cansado el cuerpo, analizan los hechos
del día con esa
especie de fiebre lúcida y sin temperatura, que
en la vigilia deja en las ideas una lucidez de delirio.
Y
el silencio que sube desde la calle hace más lentas,
más profundas, más deseadas las palabras.
Esa
es la ventana
cordial, que desde la calle mira el agente de la
esquina, sabiendo que los que la ocupan son dos estudiantes
eternos resolviendo un problema de metafísica del amor
o recordando en confidencia hechos que no se pueden
embuchar toda la noche.
Hay
otra ventana que es tan cordial como ésta, y es la ventana
del paisaje del bar tirolés.
En
todos los bares "imitación Munich", un pintor
humorista y genial ha pintado unas escenas de burgos
tiroleses o suizos. En todas estas escenas aparecen
ciudades con tejados y torres y vigas, con calles torcidas,
con faroles cuyos pedestales se retuercen como una culebra,
y abrazados a ellos, fantásticos tudescos con medias
verdes de turistas y un sombrerito jovial, con la indispensable
pluma. Estos borrachos simpáticos, de cuyos bolsillos
escapan golletes de botellas, miran con mirada lacrimosa
a una señora obesa, apoyada en la ventana, cubierta
de un extraordinario camisón, con cofia blanca, y que
enarbola un tremendo garrote desde la altura.
La
obesa señora de la ventana de las tres de la madrugada,
tiene el semblante de un carnicero, mientras que su
cónyuge, con las piernas de alambre retorcido en torno
del farol, trata de dulcificar a la poco amable "frau".
Pero
la "frau" es inexorable como un beduino. Le
dará una paliza a su marido.
La
ventana triste de las tres de la madrugada es la ventana
del pobre, la ventana de esos conventillos de tres
pisos, y que, de pronto, al iluminarse bruscamente,
lanza su resplandor en la noche como un quejido de angustia,
un llamado de socorro. Sin saber por qué se adivina, tras el súbito
encendimiento, a un hombre que salta de la cama despavorido,
a una madre que se inclina atormentada de sueño sobre
una cuna; se adivina ese inesperado dolor de muelas
que ha estallado en medio del sueño y que trastornará
a un pobre diablo hasta el amanecer tras de las cortinas
raídas de tanto usadas.
Ventana
iluminada de las tres de la madrugada. Si se pudiera
escribir todo lo que se oculta tras de tus vidrios
biselados o rotos, se escribiría el más angustioso poema que conoce la humanidad.
Inventores, rateros, poetas, jugadores, moribundos,
triunfadores que no pueden dormir de alegría. Cada ventana
iluminada en la noche crecida, es una historia que aún
no se ha escrito.
RA
El
autor fue escritor y periodista, argentino (1900-1942).
Los textos pertenecen a Aguafuertes Porteñas, recopilación
de los artículos publicados por Arlt en el diario El
Mundo, de Buenos Aires, en las décadas de 1920 y 1930.
Hay una edición económica de Editorial Losada: se recomienda
su lectura completa y en especial, por su relación con
los temas que recorren café
de las ciudades, las
aguafuertes Filosofía del hombre que necesita ladrillos,
Grúas abandonadas en la Isla Maciel, Los tomadores de
sol en el Botánico, Casas sin terminar, El próximo adoquinado
y Persianas metálicas y chapas de doctor.
Otras
Aguafuertes Porteñas en café
de las ciudades:
Número
14 | La mirada del flanneur
El
placer de vagabundear
| "Los extraordinarios encuentros de la calle".
| Roberto Arlt
Número
75 | La mirada del flâneur
Dos
Aguafuertes Porteñas
| La forma de vivir feliz y las sillas en la vereda
| Roberto Arlt