Una ficción
metropolitana contemporánea (por entregas).
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
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Entrega
12:
El deseo los lleva
La mirada del
Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales.
Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el
sol.

Mas que el viento,
el deseo los lleva por el río de aguas marrones, por el canal
estrecho, como pensó lascivo el Depredador, asociando lo
geográfico a Miranda. A ella, la sombra de los árboles
le dibujaba una trama ambigua sobre la piel y la bikini, todo eso
hasta salir al cauce más amplio del Capitán Sarmiento,
después la trama se hizo menos interesante con el sol, las
sombras más convencionales, los ojos cerrados, él
recogió un poco de agua del río y le mojó la
cabeza.
- Parece Florida,
che, saluda sorprendido al Arquitecto y Teresita (irónica,
como siempre, la mirada; Jean Luc no la hacía en Buenos Aires,
la mina se había ido a Brasil años atrás
y cada tanto sabía algo de ella por el Arqui; una relación
ad-hoc, como la definía), te encontrás con todo el
mundo. Miranda había visto en otra mesa a unos amigos, y
había una mesa más, ocupada por un grupo de tipos
muy ruidosos. Entre el ruido y los saludos, y comparando con la
soledad de esos días en el río, la cantidad de gente
parecía más numerosa de lo que era en realidad. Miranda,
Jean Luc, Teresita y el Arquitecto compartieron mesa y pidieron
un plato de cada cosa, y vino. El Depredador manejó
la conversación de modo de fascinar a Miranda y agradar a
la parejita, el Arqui era más manejable cuando estaba solo,
porque la Tere lo hacía ver el lado cotidiano de las cosas,
que no era su fuerte. Pero Teresita hablaba poco y mandaba con sus
ojos, la verba del Depredador competía con la mirada de la
Tere. Amores raros aquellos, pensó Jean Luc. Hacia la mitad
del almuerzo el Arqui sacó a luz su fantasía de comprar
el recreo, que el Depredador escuchó con atención
(más interesado en decodificar los pensamientos del Arquitecto
que en su propuesta específica) y Miranda aprobó con
una inconsciencia a la vez llamativa para su personalidad (habitualmente
reservada), y deliciosa en cierto modo, al menos para Jen Luc, obviamente.
Probablemente detectó el afecto que siento por estos dos
y quiere ganárselos como una forma de reforzar mi seducción,
se dijo Jean Luc, y aprovechó el asunto de la compra para
llevar a caminar al Arqui por el recreo.
- Linda tu hija,
fue la primera frase del Arquitecto cuando estuvieron a solas.
- Si pensaste
que era mi hija, le hubieras tenido más respeto en vez de
mirarle tanto el culo. ¿Que onda con Tere?, preguntó Jean
Luc, y escuchó escéptico las explicaciones del Arquitecto.
Pasearon un buen rato por los rincones del recreo, al Depredador
siempre lo sorprendía la imaginación de su amigo,
y sobre todo la extraña mixtura de creatividad e ineficiencia
en la formulación de proyectos de dudosa viabilidad pero
atractiva presentación. Recordó su idea, muchos años
atrás, de convertir en una suerte de SoHo la zona de studs
que está detrás del Hipódromo de San Isidro.
Al tiempo, la zona derivó en un área de restaurants
de moda cercana en espíritu, aunque absolutamente diversa,
en su concreción, a la fantasía del Arqui.
El Arquitecto,
Claudio, y 3 o 4 tipos más eran el grupo de pertenencia afectiva
más cercana a Jean Luc, si se puede catalogar como grupo
a un puñado de personas con escaso conocimiento entre sí
más allá de la común amistad con el Depredador,
y de la desflecada intimidad que este compartía con cada
uno de ellos, no desprovista de sinceridad ni de confianza, pero
si de intensidad. Jean Luc comentó algunos detalles de su
relación con Miranda, escuchó con incredulidad las
referencias del Arquitecto acerca de su nueva etapa con Teresita
(que por algún motivo al que Jean Luc no prestó demasiada
atención, ahora resultaba estar viviendo en Canadá)
y le dio su punto de vista objetivo acerca del posible negocio del
recreo, con algunos argumentos positivos y, menores en número
pero más fuertes en atingencia, ciertas condicionantes negativas
que veía en el proyecto.
Miranda despidió
con afecto a Tere y al Arqui antes de subir al barco, el arquitecto
ayudó a Jean Luc a bajar las velas, dado que por la hora
prefería volver con el motor. Prometió una cena en
tierra, sabiendo todos menos Miranda que no habría tal cena
antes del regreso de la Tere a Canadá, y enfiló hacia
una zona no muy alejada de su refugio, pero que no se encontraba
en el camino directo. Miranda no lo advirtió, no solo por
su desconocimiento de la Isla, sino porque se tendió a tomar
sol sobre el banco de popa, quitándose la camiseta que llevaba
puesta desde la mañana, y exhibiendo su bikini jaspeada en
contraste con la lisura y tonalidad magnífica adquirida por
su piel en esos días. Fondearon cerca de la isla Santa Mónica
y abrieron otra botella de vino, y luego de un rato el depredador
tiró la soga con el salvavidas al agua, se quitó su
camisa y se tiró de cabeza. Miranda lo miró aterrada,
pero luego de un rato decidió acompañarlo, se paró
sobre el banco y se zambulló limpiamente, para emerger lánguidamente
con su pelo mojado, tomarse a la soga y tenderse sobre el agua hasta
flotar casi por completo. Jean Luc le hablaba con fluidez, las palabras
corrían elegantes desde su posición, a mitad de camino
entre el sol y Miranda, sonriente con sus ojos cerrados y sus oídos
abiertos al rumor del agua y a las mentiras del Depredador.
Con apenas su
cabeza sobre el agua, Jean Luc admiraba la particular visión
que las sombras largas del atardecer creaban de las tetas de Miranda,
perfectamente moldeadas por la luz del sol, enfatizadas por la línea
de sombra que marcaba el borde del corpiño de la bikini,
y con el fondo de los juncales extrañamente cercanos en la
impresión visual distorsionada desde su punto de vista. Se
fue acercando lentamente a la muchacha sin dejar de hablar, con
la intención de disfrutar, en alguna forma que no tenía
demasiado clara, de esos pechos perfectos, pero al llegar al lado
de Miranda se limito a abrazarla casi con ingenuidad. La muchacha
ronroneó y se dejo acariciar por Jean Luc, dócilmente,
abandonando paulatinamente al agua como elemento de soporte y entregándose
a los brazos del depredador en su lugar. Al rato estaba pegada al
cuerpo del francés, que la acariciaba respetuosamente y peleaba
contra el agua que la alejaba. Cuando el sol se perdió tras
la copa de los sauces de la costa, Jean Luc volvió al barco
y ayudó a Miranda a subir, le alcanzó una toalla,
subió el salvavida, y encendió el motor para concluir
el regreso a la casa. Miranda envuelta en la toalla le producía
una rara sensación de vulnerabilidad, la miró cambiarse
la bikini en una complicada maniobra, que no alcanzó a cubrir
la mata de pelo rubio sobre la entrepierna. Levemente estremecido,
recordó una embarazosa frase del Arquitecto sobre la muchacha
en el recreo. Tomó la botella, todavía con algo de
vino, y la terminó, mientras Miranda, ya con su bermuda puesta,
terminaba de secarse las axilas, el torso desnudo mostrando la superficie
café de la piel expuesta al sol, en contraste con la marca
blanca de los pechos y los dos puntitos rojos. Miranda le comentaba
una impresión que había tenido sobre sus amigos en
el recreo. Jean Luc, que por un momento pensó, y después
desechó la idea por la hora avanzada y el inminente anochecer,
hacerle el amor a la muchacha en el barco, antes de regresar a la
casa, sintió una inexplicable sensación de tristeza
al comprobar la diversidad de su lectura de aquel momento con respecto
a la de Miranda, cuya tranquilidad de ánimo era atribuible
a la confianza hacia el Depredador, el placer del sol y el agua,
y un difuso sentimiento de felicidad, algo bien distinto a la excitación
momentánea que el cuerpo semiexpuesto de la joven había
producido a Jean Luc, casi como si nunca la hubiera visto en su
desnudez. Miranda se puso una camisa bordó de Jean Luc, y
al arrancar el motor se acerco a él y lo abrazó en
silencio, para luego dejarlo y recostarse sobre el borde del barco.
A pesar de la
agradable temperatura, Jean Luc creyó conveniente encender
el fuego en el claro, en el sitio donde hacía los asados,
para sentarse a su alrededor durante la noche, previendo que haría
algo de frío. Casi al terminar la tarea, sintió el
llamado de Miranda desde la galería: la encontró sentada
en la mecedora, sus brazos cruzados, que levantó apenas para
señalarle la silla Thonet y ordenarle que se sentara. La
muchacha había traído queso sobre una tabla, un cuchillo,
una botella de Clos de Moulin ya abierta y dos copas.

Jean Luc toma
asiento, e imagina (la oscuridad se lo impide percibir, solo el
reflejo del fuego allí abajo, y la luna, y las luces prendidas
en el interior de la casa, iluminan la escena, de modo que Miranda
es apenas una silueta y un rostro) la coincidencia de los colores
entre su camisa, momentáneamente llevada por Miranda, las
flores de ceibo y las rosas chinas. Mañana despertará
en cambio en un cuarto azotado por el sol de la mañana, y
el cuerpo de la joven preferirá esos rayos horizontales a
sus urgencias matutinas, mañana Miranda será una piel
rosada y unas líneas terribles y unas sombras, y un olor,
hoy es una mancha y una voz en la galería, y unos gestos
que se adivinan.
Miranda quiere
saber si Jean Luc aprueba una idea, que ella viene madurando en
las últimas semanas, y que estos días en la isla le
permitieron definir con más detalles (al menos en una definición
exclusivamente mental, no llevada al papel), para crear una suerte
de empresa proveedora de servicios de traducción institucional
y corporativa. Mientras la muchacha se explica, Jean Luc se enternece
por el entusiasmo de Miranda y por la confianza que tiene en su
opinión, y recuerda los consejos al Arquitecto en la mesa
del mediodía (cae en la cuenta que Miranda nunca lo había
visto ejerciendo su trabajo, aun en la versión informal de
un consejo a un amigo entre vinos y parrilladas). Jean Luc siente
una extraña tristeza al entrever, en una rápida imagen
que pasa por su conciencia (en esa capa paralela de conciencia que
se permite seguir pensando en otras cosas, mientras que la primera
capa atiende cuidadosamente las palabras de Miranda, quien ahora
es una sucesión de gestos y una expresión apenas adivinada
en la cara, pero que mañana en la mañana será
una inconcebible gradación de sombras sobre la tersura de
una piel adorada), al entrever decíamos, la idea de una Miranda
futura, sin Jean Luc aunque influida y perfeccionada por Jean Luc.
Miranda en la
nochecita, sentada en la galería, es pura superficie y acción
(mañana será cuerpo, volumen y pasión en la
mañana, pero el sol será mejor amante que Jean Luc,
el sol besará sus tetas blancas y bajará hasta la
entrepierna dorada, ella tolerará las caricias del francés
y se abrirá al calorcito de los rayos insolentes, las sombras
inauditas de su cuerpo cambiando con cada segundo), Miranda es hoy
puro intelecto y seducción que atropella la guardia baja
del depredador.
Alguna vez el
Arquitecto le dijo que lo suyo era una transdisciplina, pero el
francés desconfía de las definiciones académicas.
Muy vago para entrar en el círculo de la investigación
y los institutos, pronto comprendió que la heterogénea
mezcla de saberes autodidactas que había formado en las lecturas
de juventud y en las carreras comenzadas para abandonar al poco
tiempo (para desilusión de sus profesores, que soñaban
con la gloria del discípulo perfecto), podían derivar
en la constitución de un conocimiento operativo, ideal para
su venta a empresas y desarrolladores interesados en la ampliación
de sus estructuras corporativas. Economía, periodismo, filosofía,
urbanismo, política, historia del arte, y quien sabe cuantos
otros saberes orgánicos, eran en la genial creación
del francés la fuente de otra cosa que las incluía
pero a la vez las transformaba en algo por completo distinto, materia
prima de un servicio de notable valor para la evaluación
de las perspectivas de inversión de las más diversas
actividades económicas y empresariales (Miranda cierra los
ojos en la mañana de la isla, calla y se expone al amanecer
en la ventana del cuarto, elude los embates de su amante y lo deja
abrazado a su espalda, el calor de su cuerpo como respaldo ante
el vértigo de su cuerpo abusado por el sol).
CR
c/VR

Próxima entrega (12): Acuerdan extrañarse
Despojado de
sofisticación. Las víboras enroscadas. Adaptación
al medio. Discurso de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida
final? Un verano con Mónica.
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la
prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad,
interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano
con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en
México, estudió geografía en Amsterdam y psicología
en Copenhague.
En
entregas anteriores:
1:
SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con
soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un
artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde Siena, un extraño documento propone caminos
y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
3:
Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de
una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser,
Gustavo y Javier.
4:
La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un
llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5:
El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos.
Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
Entrega
6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas
que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas.
Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción
a Jean Luc.
7:
Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar
a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8:
Empresaria cultura
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo
interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9:
La elección del artista
Bullshit,
así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir
a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas
de la diferencia horaria.
10:
Simulacro en Milán
La
extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación.
Las afinidades selectivas.
Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11:
Más que el viento, el amor
Al
Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador.
Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera detalles.
La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de la historia.
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