Una ficción
metropolitana contemporánea (por entregas).
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
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Entrega
16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico.
Estudio de mercado. Sonrisa melancólica, proporciones perfectas.
Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite
Imperial. Desnudez y democracia.

Al pasar por
la parrilla de Lalo, la ruta se ensancha en unas banquinas inútiles,
de dudosa jurisdicción. Un techo de chapas de aluminio, donde
todavía se lee la descolorida inscripción "gentileza
del Club de Leones", señala (sin otra referencia) la
parada del ómnibus a La Plata; por alguna tácita convención,
el destartalado colectivo local que lleva a la estación de
tren y que pasa cada media hora, se detiene a recoger pasajeros
20 metros más adelante, sin techo, pero con un piso de cemento
conectado a un sendero de ladrillos y a través de este a
la vereda de la parrilla. Así, en los días de lluvia,
los pasajeros del ómnibus a La Plata gozan de protección
superior, pero sufren el barrial y arruinan sus zapatos, mientras
que los fieles del colectivo local conservan la elegancia de sus
calzados, pero deben mantener su paraguas o su improvisado impermeable
de plástico mientras esperan al único vehículo
de la compañía, que va y viene entre las 6 de la mañana
y las 11 de la noche. Del sol, en cambio, los protege a todos la
hilera de paraísos plantada a comienzos del siglo pasado
por un tambero vasco. La sombrita de los paraísos y el olor
de la carne asada es la que atrajo la primera vez a Claudio: terminaron
de convencerlo los autos estacionados sobre la banquina y el alto
porcentaje de ocupación de las mesas. Después, la
sonrisa melancólica y las proporciones perfectas de Yanina
fueron motivo suficiente para frecuentar la parrilla de Lalo.

Claudio ignoraba si el tal Lalo sabía de sus aventuras con
Yanina, pero lo imaginaba ofuscado y celoso, al comparar el trato
distante y apenas cortés que le dispensaba con la actitud
confianzuda hacia el resto de los comensales, incluso los que obviamente
llegaban al lugar por primera vez. La casa, ridículamente
pegada a la línea municipal en un entorno disperso y montaraz,
parecía ideal para las actividades que Claudio le imaginaba,
es decir, un burdel de periferia, con putas de medio pelo. Cerrada
a las vistas exteriores, pero visible desde la ruta y aislada de
las otras casas, la mezcla de quintas y ranchos entre la ruta y
el arroyo.
La primera vez,
Yanina le llevó los platos con cara de asombro y una expresión
certera: "¡que elegancia!, ¿de donde venís?", a
media voz como para que no la escuchara Lalo ni los comensales vecinos.
Claudio llevaba un saco nuevo y una camisa de color llamativo; el
halago de la muchacha lo envaneció más de lo que hubiera
querido y le preguntó si no estaba acostumbrada a ver gente
bien vestida en la parrilla. Yanina dijo que no y le cambió
de tema, informándolo sobre los platos del día. Al
servirlo, Claudio creyó que la muchacha le acercaba a propósito
sus tetas a la cara. Hizo un rato largo de sobremesa, porque dudaba
sobre la propina y sobre lo que pensaría la camarera en cada
uno de los casos posibles: dejar poca propina, dejar la propina
justa, o dejar demasiada propina. Cada una de las probabilidades
entrañaba riesgos contra los cuales Claudio no tenía
contrapartes positivas que esperar: la tacañería,
la indiferencia o la falta de carácter eran tres riesgos
sin atenuantes. Además, Claudio no engañaba desde
muchos años atrás a Carmen (y ese engaño, en
un contexto de infidelidades mutuas y ruptura luego superadas),
y en principio suponía que el suyo era un ejercicio meramente
intelectual, un divertimento, porque de todos modos no intentaría
nada con la muchacha. Se admiró a si mismo por la forma en
que resolvió el problema: le mostró a la camarera
un paquetito de billetes bajos y monedas con el monto justo de la
consumición, en una mano, y un billete de 100 en la otra,
le dijo que si podía conseguirle cambio porque sino no podría
dejarle propina (sonriendo, y tratando de simular una supuesta ingenuidad
que la muchacha no pudiera creer y entonces su discurso evidenciara
una segunda intención apenas esbozada). Yanina sonrió
de buena gana, le mostró sus dientes y le dijo que no se
preocupara, que la próxima vez le dejaría propina
doble. Al arrancar el auto, miró hacia la parrilla y vio
a Yanina que lo miraba desde una mesa, distraída del pedido
de los comensales. Le sonrió y extendió su brazo,
alcanzó a ver la respuesta gestual de Yanina con el brazo
extendido y nuevamente la sonrisa abierta.

Claudio fue
varias veces más a la parrilla, con una periodicidad variable
(una vez a la semana, o dejando pasar un mes, o tres días
seguidos, pero con un promedio, que calculó metódicamente,
de una vez cada 12 días). Hablaba con Yanina y entraba en
confianza, le contaba algunas cosas personales y se interesaba por
la muchacha y su familia (a la que ella mencionaba, de una u otra
manera, en todas sus conversaciones). Hasta pasados unos 6 meses,
siempre tomó su "aventura" como un ensayo destinado
únicamente a confirmar su poder de seducción, sin
consecuencias posteriores. Un mediodía, mientras retiraba
los cubiertos, Yanina volvió a pasar las tetas enfrente de
su cara y algo estalló en el deseo de Claudio. Volvió
al día siguiente con una proposición casi grosera
a la que Yanina respondió con una risa nerviosa, incapaz
de ofenderse como correspondería a la torpeza de la propuesta.

Para evadir
las sospechas de Lalo, Yanina se iba unos minutos después
que Claudio. Tomaba el bus local hasta el cruce con la autopista,
y subía a la camioneta de Claudio, que la esperaba en la
estación de servicio. Tras probar varios hoteles, terminaron
estableciendo su rutina sexual en el más alejado y tranquilo.
Claudio pedía la suite Imperial, con jacuzzi y frigobar;
sus sesiones duraban entre 3 o cuatro horas. Las dos primeras horas
las dedicaban al encuentro físico, luego charlaban de cosas
familiares como vecinos o novios. La intimidad verbal volvía
a excitar a Claudio, que finalizaba los encuentros con alguna fantasía
módicamente perversa a la que Yanina se entregaba sin entusiasmo
ni rechazo.
Claudio creía
que la desnudez los liberaba de las diferencias de clase, de edad,
de cultura. Liberado del deseo y del esperma, Claudio disfrutaba
de las conversaciones con Yanina mientras admiraba, solo desde lo
estético, la suavidad y sensualidad de la muchacha en cueros.
Se duchaban
juntos, agotados, demorando la despedida. Yanina se vestía
rápidamente y encendía un último cigarrillo;
Claudio retiraba una Seven Up del frigo y calmaba un repentino espasmo
de sed que lo sorprendía luego de vestirse. La llevaba hasta
una remisería cercana a la autopista y le daba algo más
de dinero de lo que requería el viaje. No le hubiera molestado
llevarla a la casa, pero ella se negaba, quizás por pudor
de ocultar su romance (o por ocultarle algún novio, pensaba
Claudio, sin celos), quizás por no mostrar la humildad de
su casa, quizás por preservar a Claudio de entrar a su barrio
en una camioneta que podría desentonar con la pobreza reinante.
CR
c/VR
Próxima
entrega (17): La investigación aplicada
Más de
lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda.
Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones
y conjeturas.
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la
prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad,
interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano
con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en
México, estudió geografía en Amsterdam y psicología
en Copenhague.
En
entregas anteriores:
1:
SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con
soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un
artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde Siena, un extraño documento propone caminos
y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
3:
Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de
una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser,
Gustavo y Javier.
4:
La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un
llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5:
El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos.
Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6:
Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas
que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara
(y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7:
Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar
a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8:
Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo
interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9:
La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis.
Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas
de la diferencia horaria.
10:
Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda.
Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una
oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11:
Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello
del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera
detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de
la historia.
12:
El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores
raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y
perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13:
Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación.
Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso
de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano
con Mónica.
14:
No podrías pagarlo
Refugio
para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas.
Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis
en busca del equilibrio.
15:
La carta infame
Estudios
de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza.
Sensiblería y procacidad.
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