
De lo general a lo particular: Transmodernidad
y Bicentenario
Para pensar
adecuadamente las políticas urbanas y ambientales,
es conveniente ir de lo general a lo particular y disponer
de una percepción de los entornos en los cuales se
desarrollan. En otras palabras, se trata de tener debidamente
en cuenta la situación a nivel universal, regional
y finalmente nacional, interpretando los signos de la época.
A grandes rasgos, nos encontramos en lo que Enrique Dussel
caracteriza como un proceso que conduce a lo que llama transmodernidad.
En el
plano político, la condición bipolar establecida
desde 1945 se ha desvanecido por caída de uno de los
dos centros, subsistiendo un polo dominante en lo político
- militar que, sin embargo, actúa en un marco multipolar
de variables económicas y culturales.
En todo
el mundo, con las debidas excepciones, sesgos y matices, sucede
un ciclo económico favorable que por otra parte
parece estar asegurado (dentro de lo incierto de la historia)
en su continuidad a mediano plazo.
El proceso
de urbanización mundial es también significativo
al ser considerado en conjunto; pero es necesario relativizarlo
en nuestro entorno regional y -sobre todo- nacional, pues
en este caso, la evolución demográfica es relativamente
atenuada, y el proceso de urbanización ya había
llegado en décadas anteriores a porcentajes comparativamente
muy altos.
Asimismo
en todo el mundo, nuevamente con excepciones y matices, puede
comprobarse un reflujo de la ideología del neoliberalismo
y, por tanto, de sus programas de economía de mercado,
aperturas comerciales, reducción del papel del estado,
etc. Este reflujo es particularmente acentuado en nuestro
ámbito continental.
A todo
esto, la situación política, económica
e ideológica nacional puede ser adecuadamente caracterizada,
más allá de los conflictos y expresiones particulares,
como un regreso de las viejas Tres Banderas de justicia
social, soberanía política e independencia económica,
independencia o autonomía que, permítasenos
en estos apuntes, quisiéramos extender a todos los
saberes, tecnologías y pensamientos, entre ellos los
que competen a las políticas urbanas y ambientales.
Otro signo
de la época es el Bicentenario. En efecto, la
Nación se apresta a celebrar (como otras naciones hermanas
de Latinoamérica) los doscientos años de su
independencia institucional. El Bicentenario se convierte
así en un símbolo del que manan ideas, imágenes,
oportunidades y desafíos que tocará dilucidar
a esta generación. ¿Cómo y con qué se
celebrará el Bicentenario? Hay ya un significativo
conjunto de grupos e instituciones que trabajan en la cuestión
que ya han emitido documentos y publicaciones (Plan Estratégico,
Comisión Nacional, Programa Puertas del Bicentenario,
FADU - UBA). Asimismo, varios proyectos de la Ciudad están
orientados a redefinir físicamente la ciudad del 2010
-Plaza de Mayo, Centro Cultural del Correo Central, y ojalá
los grandes desafíos del Plan Urbano Ambiental, la
Costa, el Sur, el Riachuelo, la pobreza urbana, etc.- (ver
al respecto Gutman, Margarita, ed., Construir Bicentenarios:
Argentina, Observatorio Argentina/The New School- Caras
y caretas, Buenos Aires, 2005; nosotros nos permitimos sugerir
un antiguo texto de Ricardo Rojas, Blasón de Plata,
1910).

Ciudad
y urbe: viejas preguntas y nuevas respuestas
Todas
las visiones y dilemas acerca de la ciudad están teñidos
por los entornos arriba aludidos, sean políticos, económicos,
culturales. Sin embargo, hay una esfera específica
de debate acerca de la ciudad, en la cual deben redefinirse
antiguas convicciones y volver a contestarse antiguas preguntas.
La ciudad
de Buenos Aires cumple actualmente su primera década
de autonomía institucional, status largamente reclamado
pero que no ha dado todos los frutos soñados. Su desafío
más severo consiste en completar y armonizar esa
autonomía con su papel nacional, que naturalmente
no se reduce a ser el mero "asiento" de las autoridades
federales (la ensayística nacional indagó en
las relaciones de la ciudad con el país y sus formulaciones
todavía pesan en las visiones respectivas, como las
de Scalabrini Ortiz -El hombre que está sólo
y espera, 1931-, Canal Feijóo, Martínez
Estrada, Florencio Escardó, etc.).
Va de
suyo que, al hablar de la ciudad de Buenos Aires, damos por
entendido que nos referimos a la compleja configuración
metropolitana, de carácter unificado en cuanto
a lo urbano, social, económico y ambiental, pero tercamente
desagregada en términos institucionales y administrativos.
Como lo
ha formulado brillantemente Jane Jacobs, hay una estrecha
relación entre las ciudades y la "la riqueza de
las naciones". La ciudad es el sitio de las innovaciones,
en su territorio se obtienen las soluciones que luego se extenderán
por sus territorios asociados. Por ello es necesario revisar
anteriores formulaciones supuestamente "estratégicas"
acerca de la competencia entre ciudades. A nuestro juicio,
no compiten las ciudades, compiten las naciones por medio
de sus ciudades (parafraseando el célebre
axioma sobre la General Motors y los Estados Unidos, "lo
que es bueno para Buenos Aires, es bueno para la Argentina").
Nos toca
hacer una interpretación local de las actuales políticas
públicas nacionales. Sea figurada como "cabeza",
"centro" o "locomotora", la Ciudad debe
identificar los objetivos que, sin dejar de ser propios, a
la vez representen su singular contribución al renovado
desafío nacional de las Tres Banderas, con fuerte
acento en la producción, la equidad y la autonomía
económica, tecnológica, cultural e ideológica.
Asimismo
seguimos postulando como concepto saludable la distinción
entre ciudad y urbe, lo que los antiguos romanos denominaban
civitas y urbs. La "ciudad" es la institución,
la reunión y los problemas de los ciudadanos entre
sí. La "urbe" es el escenario físico,
lo material. La teoría y la gestión urbana y
ambiental se refieren a la segunda instancia, teniendo siempre
en debida cuenta los asuntos de la primera.
Algunas
de las viejas preguntas que requieren ser nuevamente contestadas
son:
- ¿La
urbe es un hecho positivo o negativo? (véase el clásico
texto de Morton y Lucia White, El intelectual contra
la ciudad, de Thomas Jefferson a Frank Lloyd Wright,
1962, Infinito, Bs. As., 1967).
- ¿La
urbe es un artefacto o un organismo?
- ¿Cuál
es la medida, el carácter y la relación del
espacio privado y el espacio público?
- ¿La
urbe debe tomar una forma determinada? Y en tal caso ¿debe
ser dispersiva o compacta, lineal o concéntrica,
etc.?

El colapso tan temido
Los asuntos
y conflictos de la urbe y la ciudad se despliegan con matices
y derivaciones finalmente irreductibles a términos
acotadamente objetivos y racionales. En efecto, ahora sabemos
que toda visión y toda proposición están
teñidas por los imaginarios sociales y urbanos.
Los imaginarios,
amplificados por los medios, continuamente depositan en el
escenario de la planificación y gestión urbana
una marea de símbolos ambiguos e inagotables.
En la dialéctica urbana impera una densa simbólica
de tensión entre el barrio y el centro, entre el sol
y la sombra, entre la casa y la torre,
entre la obra y la memoria, y tantas otras antinomias que,
al personificarse, desembocan en la tríada que va en
sus extremos del pobre - chorro - negro, al rico
- narco - corrupto, pasando como mediación por
el vecino participativo y ambientalista.
Para no
hablar de la multitud de analogías biológicas,
asociadas a la idea de la urbe como organismo: el pulmón,
el corazón, la carie, la metástasis, la acupuntura,
la circulación, la herida, y los inefables colapsos.
A esta
altura es pueril suponer que la gestión urbana - ambiental
puede ser gobernada, luego de anular otros saberes, exclusivamente
bajo la luz de los saberes académicos, que por otra
parte a su vez también son conflictivos y, como todos
los otros, completamente tributarios de su propia constelación
simbólica. En esta atmósfera, se han vuelto
extremadamente problemáticas antiguas certezas acerca
de la teoría y la historia de la planificación
y de los planes. La sucesión histórica de los
ensayos de planificación urbana, de los códigos
y de otras normativas asociadas es reveladora de las dificultades.
El intento más notable es el que se decanta pacientemente
desde los años 40 en las oficinas municipales específicas,
bajo el imperio de la tradición corbusierana de los
CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna),
desembocando en el Plan Regulador de 1958- 62 y el Código
de Planeamiento Urbano
(CPU) sancionado en 1977 que, si bien con numerosos y a veces
confusos agregados y modificaciones, sigue vigente a la fecha.
Larga marcha cuya duración revela la superficialidad
de las críticas que vinculan al CPU principalmente
con la gestión militar de Cacciatore, que lo adopta
pero no lo engendra.
Ya en
los años 70, en clave "socialista" y, más
claramente, en los definitivamente posmodernos 80 ese esquema
se debilita considerablemente y tiende a ser suplantado por
una combinación del "plan de proyectos"
(visible en el recordado concurso de las "20 Ideas")
y las acciones de descentralización, ambos con
fuerte impronta catalana.
En los
años 90 surge un nuevo contendiente: el ambientalismo,
cuyo evento decisivo es la Conferencia de Río y su
canon la Agenda 21. Su continuada influencia en nuestro medio
se traduce en la sanción de la Ley 123, que no fue
precisamente planeada para ser congruente con el Código
de Planeamiento Urbano. Mientras algunos de sus promotores
"descubren la pólvora" leyendo a Lewis Mumford,
hoy por hoy este movimiento se combina paradójicamente
con iniciativas "industrialistas" como la llamada
ley de la Ciudad Productiva. Se niega el papel planificador
del Estado y por extensión de la sociedad como
conjunto, para concedérselo implícitamente al
mercado como sistema autorregulador que a lo sumo es necesario
supervisar para corregir eventuales desvíos, en este
caso "ambientales".
La simbólica
que sustenta esta tendencia conduce a la panacea del "estudio
de impacto"
suplantando al anterior mandato de la ciudad "bien planificada",
desplegando a continuación las teorías derivadas
(la sustentabilidad, ahora la livibilidad, y no faltarán
renovadas versiones) con sus consiguientes manipulaciones
de indicadores y fórmulas polinómicas, que
a veces bordean el esoterismo, lo cual no devalúa -todo
lo contrario- su potencia simbólica.

El
Planeamiento, entre el deseo y la fortuna.
Complejos,
y a la vez plenos de oportunidades, son los momentos en que
se redacta este documento, en los cuales suceden la transición
a las futuras Comunas,
la Batalla de las Torres, el asedio ambientalista y la renovada
apuesta a la sanción del Plan
Urbano Ambiental
(PUA).
Las Comunas,
nuevo escenario descentralizado con autonomía política,
prometen transfigurar las modalidades de la gestión
local, en planeamiento y en todos los restantes aspectos.
El PUA contempla explícitamente la confección
de Planes de Comuna, si bien no están diseñados
los mecanismos concretos de articulación general -
local, sobre los cuales hay alguna experiencia didáctica
a nivel regional. Pero la perspectiva de las Comunas, a grandes
rasgos basada en la doble mejora de la representación
política y de la eficacia de la gestión, promete
suministrarnos algunas otras vicisitudes menos amables.
Sobrevuela estas cuestiones lo que en Estados Unidos se ha
dado en llamar la cultura Nimby (not in my backyard,
"no en mi patio trasero"). Se trata de un fenómeno
esquivo, que veces se disimula bajo oportunistas postulaciones
ad hoc que declaran enérgicamente estar preocupadas
por los problemas generales de la ciudad (equidad, sustentabilidad,
desarrollo urbano) pero en la práctica concreta defienden
el status de sectores urbanos aislados (con frecuencia recurriendo
al argumento catastrofista, al modo esbozado por Virilio),
dándose finalmente por conformes con rechazar las
transformaciones en su propio territorio, o sea en su
patio trasero.
Ahora
bien: si de todos modos los líderes locales "protocomunalistas"
tienen objetivos políticos vinculados a la nueva instancia
de gobierno zonal, no son ellos los que han inventado la temática
de la Batalla de las Torres, que muy por el contrario deriva
de un imaginario largamente arraigado en la opinión
pública urbana, y que supone además una atendible
crítica contra el paradigma del urbanismo "moderno",
basado en la densificación y renovación generalizadas
del tejido urbano.
La Batalla
de las Torres tiene su inicial y más firme bastión
en el barrio de Caballito,
cuyos vecinos se oponen a la continuación del actual
modelo de desarrollo edilicio, mediante manifestaciones en
la vía pública y exigencias ante los poderes
del Estado local, del cual obtienen fallos judiciales de interrupción
de obras, algunos desmañados proyectos legislativos
y, a nivel ejecutivo, la evidente concesión implícita
en el decreto 1.929/06, que suspende el otorgamiento de permisos
de obras en determinados polígonos de seis barrios
porteños. Estos movimientos se declaran conformes con
las previsiones del PUA; pero sostienen en tono catastrofista
"no poder esperar" para que el PUA y la nueva normativa
asociada venga en auxilio de su patio trasero.
Tampoco
la actual dinámica edilicia representa necesariamente
un incremento poblacional proporcional. Más bien parece
haber una serie de factores que obstruyen esa correlación,
entre ellos el crecimiento de los m2 cubiertos por habitante,
la modificación de las estructuras familiares, la inversión
interna (que ya no va a los bancos, escaldada por el corralito
del 2001) y externa (favorecida por el tipo de cambio), que
se vuelcan a unidades de ocupación no permanente. Más
severo problema es el alocado consumo eléctrico, que
empujado por los equipos de aire acondicionado, llega a un
5% anual de incremento en cuentas instaladas, cifra más
inquietante que el propio ascenso de la cantidad de cuentas.
Algo parecido puede decirse del vertiginoso aumento del parque
automotor.
Creciendo
entre un 1-2 % edilicio anual (2 a 4 millones de m2) sobre
su propio stock, muy lejos del desenfrenado ritmo chino o
español, la ciudad se halla en una crisis a nuestro
juicio derivada tanto de la evolución de los imaginarios
como de su concreta transformación física.
A su vez
el aquí llamado "asedio ambientalista" ataca
de manera solapada los mecanismos convencionales de planeamiento,
lo que no estaría mal si ofreciera alternativas de
actuación que, de una u otra manera, pudieran articular
espacio privado, movilidad, equipamiento, etc. Por el contrario,
el ambientalismo que nos toca (paradójicamente en una
escuela que se ha basado en la "ecología"
como teoría del equilibrio en un sistema cerrado) tiene
a disolver la totalidad urbana en una galaxia de casos
particulares, más interesantes como asuntos demostrativos
que como componentes de un conjunto; incluso a veces en base
a mandatos o estándares apócrifos, como el supuesto
mínimo de espacios verdes por habitante atribuido a
la Organización Mundial de la Salud.
De parecidas
facetas -en tanto carezcan de plan para el conjunto- aunque
sin semejante impulso, actúan ciertas facciones
patrimonialistas, desagregando la problemática
urbana en un universo siempre creciente de objetos y áreas
protegidas, partiendo de la improbable ecuación preservación
– memoria - identidad.
A todo
esto, la herramienta clave de un nuevo proceso de planeamiento,
que además es mandato constitucional, el Plan Urbano
Ambiental (PUA), se dispone a enfrentar una nueva prueba en
la Legislatura de la Ciudad. La gran pregunta del momento
es si la energía desatada por la Batalla de las Torres
mejorará o empeorará las chances de aprobación
del nuevo PUA y por tanto de un avance cualitativo del proceso
de planeamiento. El nuevo PUA que, como su propio nombre lo
declara, incorpora sustantiva y concientemente algunas de
las genuinas exigencias ambientalistas y -en mucha menor medida-
las patrimonialistas, se ha preparado esta vez (que es la
tercera intentona desde la constitución del CoPUA),
como un documento relativamente simple pero claramente enunciativo
de los rumbos a seguir. Si se lo compara con la anterior tradición
"moderna" se advierte que:
- prefiere
tratar las funciones por articulación más
que por segregación en zonas especializadas;
- defiende
cierta continuidad de los tejidos y los trazados
en contra del predominio de la renovación;
- define
áreas y modalidades de planeamiento de tipo múltiple
y participativo frente al predominio de las visiones
expertas, en modo congruente con la creación en 2005
del Foro Participativo Permanente.
En último
análisis, el PUA se refiere al bosque, mientras que
los códigos, los impactos y otras herramientas se refieren
a los árboles, o en el mejor de los casos, a determinados
grupos de árboles. El desafío que propone el
PUA es, una vez más, el de pensar y decidir la ciudad
como conjunto, y por tanto se vincula en lo esencial a un
problema político.
El planeamiento
es un proceso que no se logrará mejorar de un día
para otro, pues requiere de consenso, desarrollo y eficacia.
Poco sentido tienen la prepotencia o la amarga queja del experto
ante la indiferencia o incluso la reacción negativa
de la sociedad. El planeamiento necesita fortalecerse primero
que nada en su congruencia con la propia ciudad a la que
desea organizar. El logro de la aprobación legislativa
del PUA será un paso decisivo para acceder a un escalón
superior del planeamiento, pues el Plan es sobre todo un proceso,
de tipo participativo, y por ello mucho más que un
mero documento.
Las áreas
de planeamiento requieren en este contexto una redefinición
estratégica de sus acciones, relacionándolas
más con la articulación y monitoreo de decisiones
que con su diseño y ejecución específicos.
Habrá que abordar pacientemente el fortalecimiento
de las estructuras técnicas, haciendo las debidas distinciones
operativas, no escalares, entre planeamiento y proyecto,
y adoptando una política continua de incremento de
recursos humanos y de equipamiento. Aspecto relegado y nada
menor es la instalación de espacios y métodos
de intercambio con la rica investigación científica
y académica pertinente, mediante convenios y unidades
y procedimientos de trabajo específicos.
En resumen,
se trata de acceder a un proceso de planeamiento:
- conceptualmente
autónomo, que si bien dialogue e intercambie
con otros ambientes de planeamiento, construya lo suyo en
base a nuestras visiones y necesidades locales,
- de
carácter sustancialmente participativo,
- que
se integre en una perspectiva metropolitana y nacional,
y
- que
no solamente abreve en lo multidisciplinario sino también
en la dialéctica entre saberes disciplinarios
e imaginarios sociales y urbanos.
En fin,
mejor será no olvidar a Aristóteles cuando en
su Política (libro cuarto, capítulo XI) se va
refiriendo a los edificios públicos y los templos,
las plazas, los mercados y las divisiones o distritos urbanos,
y de repente se interrumpe y advierte: "Es inútil
que nos detengamos en pormenores más minuciosos sobre
esta materia, puesto que son todas cosas fáciles de
imaginar, pero muy difíciles de poner en práctica.
Para decirlas, basta dejarse llevar del propio deseo; más
para ejecutarlas, se necesita la ayuda de la fortuna".
MS
El
autor es Arquitecto y Profesor Titular de Historia de la Arquitectura
de la FADU – UBA. Actualmente es Subsecretario de Planeamiento
de la Ciudad de Buenos Aires.
La presente nota está relacionada con el debate "¿Evaluar
impactos o planificar la ciudad?", organizado recientemente
por café
de las ciudades; ver al respecto:
Número
54 I Planes de las ciudades
Normativa
urbana, casuística y visión procedimental
I Sobre el debate "¿Evaluar impactos o planificar la
ciudad?". I Artemio Pedro Abba I
Ver
el texto disparador de la Mesa Debate en la nota:
Número
43 I Planes de las ciudades
¿Evaluar
impactos o planificar la ciudad?
I Apuntes para una normativa urbana (I). I Mario L. Tercco
Sobre
"las torres en Caballito", ver también:
Número
53 I Política de las ciudades (I)
Las
políticas urbanísticas en su laberinto (I)
I El Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires
o la quimera de la Planificación: la densificación
vertical de la Avenida Pedro Goyena, en Caballito y Flores.
I Daniela Szajnberg y Christian Cordara
Y
la segunda
parte,
en el número 54.
Sobre
"las Torres", en general:
Número
34 I Tendencias
La
génesis de Torre Country I Una tipología
antiurbana (II). I Mario L. Tercco
Número
33 I Tendencias
Los
deseos imaginarios del comprador de Torre Country
I Una tipología antiurbana (I) I Mario L. Tercco
Sobre
el Código de Planeamiento Urbano y, en general, sobre
políticas urbanísticas en Buenos Aires, ver
también en café
de las ciudades:
Número
47 I Planes de las ciudades
Cómo
cambiar de una vez por todas el ya agotado (y además
confuso) Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires
I Apuntes para una normativa urbana (III). I Mario L. Tercco
Número
46 I Política de las ciudades (I)
El
Planeamiento Urbano y las Comunas I Los caminos
de la descentralización en Buenos Aires. I Hernán
Cesar Petrelli
Número
21 I Planes de las ciudades
El
Plan Urbano Ambiental de Buenos Aires I Origen
y situación actual. I Rubén Gazzoli
Notas
del autor:
Transmodernidad:
Relevantes actores mundiales como China o la India no están
saliendo de la nada sino que están regresando al primer
plano. Esas culturas no son modernas, ni posmodernas. Son
premodernas (más antiguas que la Modernidad), coetáneas
a la Modernidad y próximamente Transmodernas. La Modernidad,
el colonialismo europeo y el sistema mundial oceánico
son aspectos de una misma realidad mutuamente constituyente.
Lo Transmoderno sería la superación explícita
del concepto de modernidad y posmodernidad, asumiendo los
elementos positivos de la Modernidad, pero evaluados con criterios
distintos desde otras culturas milenarias. Véase en
el sitio de AFYL
en
la Web:
Dussel, Enrique, Transmodernidad e interculturalidad (interpretación
desde la filosofía de la liberación); La China
(1421- 1800) (Razones para cuestionar el eurocentrismo), 2004.
Sobre
Imaginarios urbanos:
Castoriadis,
Cornelius 1975, La institución imaginaria de la sociedad.
Volumen 2: El imaginario social y la institución. Tusquets,
Buenos Aires, 2003.
Bachelard.
Gaston 1957, La poética del espacio, Fondo de Cultura
Económica, México y Santiago de Chile.
Berger,
Peter L; Luckmann, Thomas 1966, La construcción social
de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires, 2003.
Gravano,
Ariel, Antropología de lo barrial. Estudios sobre la
producción simbólica de la vida urbana. Espacio,
Buenos Aires, 2003
Silva,
Armando, Imaginarios urbanos. Bogotá y San Pablo. Cultura
y comunicación. Tercer Mundo, Bogotá, 1992.
Vergara
Figueroa, Abilio (coord.), Imaginarios: horizontes plurales,
Conaculta- INAH, México D. F., 2001.
Sobre
la idea de la "torre":
Sabugo,
Mario, Escaleras al cielo, Summa + 64, 2003.
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