La inseguridad ciudadana en la comunidad
andina
Políticas
contra la violencia en América Latina.
Por
Fernando Carrión

Durante los
últimos años, la violencia urbana se ha convertido
en uno de los temas más importantes de la ciudad andina,
debido a las nuevas formas que asume, a los impactos sociales y
económicos y al incremento de su magnitud (*). Las violencias
se han extendido en todos los países y ciudades de la región
con peculiaridades y ritmos propios, provocando cambios en las urbes:
transformaciones en el urbanismo (amurallamiento de la ciudad,
nuevas formas de segregación residencial), en los comportamientos
de la población (angustia, desamparo), en la interacción
social (reducción de la ciudadanía, nuevas formas
de socialización) y en la militarización de las ciudades,
amen de la reducción de la calidad de vida de la población.
*
"La violencia no sólo es ubicua y elusiva, sino que
parece crecer y multiplicarse rápidamente en todo el planeta,
amenazando en convertirse en uno de los problemas más intratables
de la especie humana. Su veloz crecimiento, es probable que la convierta
en el problema más importante del ser humano para el Siglo
XXI" (Echeverri, 1994).
La importancia
de la delincuencia común en las ciudades de los Andes aún
no tiene un correlato respecto de su conocimiento, porque no se
le ha concedido la importancia, ni ha sido incorporada en la discusión
de los problemas del desarrollo y de las formas de vida urbana,
con la urgencia y la prioridad que merece. Si bien esta situación
es generalizada en la subregión, no se puede desconocer que
hay un desigual desarrollo. Colombia tiene un desarrollo mayor del
conocimiento respecto de los restantes países, gracias a
la información, comunidad académica y estructura institucional
que posee.
En los países
andinos hay propuestas innovadoras en materia de control
y prevención de la violencia urbana que superan aquellas
concepciones que postulan su tratamiento con una acción sobre
los síntomas mediante la acción policial, la privatización
de la seguridad y el incremento de penas. Algunos gobiernos nacionales
y locales, instituciones policiales, ONG´s y organismos académicos
han iniciado investigaciones y tomado medidas específicas
para prevenir la violencia con resultados positivos.
Con este artículo
se presenta -de manera somera- el estado de situación de
la temática, desde las perspectivas de la violencia y las
políticas.
La
violencia andina - Los Andes en el contexto de América Latina
Para 1990, el
promedio mundial de la tasa de homicidios fue de 10.7 por cien mil
habitantes y de 22,9 de América Latina. Esto significa que
Latinoamérica tiene una tasa de más del doble del
promedio mundial (Buvinic, Morrison y Shifter, 1999). Según
la OPS (1994) la tasa de homicidios para América Latina en
1994 fue de 29 por cien mil habitantes y entre 1984 y 1994 aumentó
en más del 44%, siendo pocos los países que decrecieron.
El BID (Londoño, et.al. 2000) estima que la violencia en
América Latina arroja resultados alarmantes: cada año
cerca de 140.000 latinoamericanos son asesinados; 54 familias sufren
un robo por minuto (28 millones al año) y la pérdida
de recursos es aproximadamente del 14.2% del PIB. Estas cifras significan
que "la violencia, medida por cualquiera de estos indicadores,
es cinco veces mas alta en esta región que en el resto del
mundo".
Como todo promedio
esconde diferencias, no se puede negar la dispersión existente
entre países, que se expresa en una brecha de 50 veces entre
el país que tiene la tasa más alta -El Salvador- con
el que tiene la más baja -Chile-. Los países que tienen
las más altas tasas de homicidios por cien mil habitantes
son El Salvador (150), Guatemala (150) y Colombia (89,5), aquellos
que tienen las más bajas son: Chile (3), Uruguay (4,4) y
Costa Rica (5,6), siendo las tasas de estos últimos comparables
con las tasas de los países europeos. Estamos viviendo -desde
mediados de la década de los ochentas- una tendencia generalizada
de crecimiento de la violencia en América Latina. Si bien
pueden existir algunos países que bajen relativamente el
crecimiento de sus tasas de homicidios, éstas no terminan
por modificar la tendencia general de las subregiones y América
Latina.
Desde la perspectiva
de las regiones, el Cono Sur es una de las regiones menos violentas
de América Latina, con una tasa promedio de homicidios del
6,2 por cien mil habitantes en 1999, pero con un crecimiento del
14,8 por ciento entre 1984 y 1994. En contrapartida, tenemos a la
región andina con una tasa de 51,9 homicidios por cien mil
habitantes y un crecimiento espectacular en la década de
105,9 por ciento. Esto significa que la tasa de homicidios en la
región andina creció más de 7 veces que el
Cono Sur.

América
Central crece con una tasa del 20,5 por ciento, con el rasgo de
haberse producido procesos de pacificación en Guatemala,
El Salvador y Nicaragua, lo cual nos hace pensar que se ha pasado
de la violencia política a la común. Lo paradójico
de la violencia centroamericana es que la tasa de homicidios en
tiempos de paz es mayor a la de los tiempos de guerra. En la subregión
andina crecen las tasas de homicidios a un ritmo mayor que en las
otras.
La otra característica
digna de resaltarse tiene que ver con la variable de género:
existe una tasa promedio para América Latina de 22,9 por
cien mil homicidios, que está compuesta por 41,3 de homicidios
masculinos y 4,5 femeninos. Esto significa que mueren 10 veces
más hombres que mujeres o que los homicidios en América
Latina son fundamentalmente masculinos; con una tendencia más
clara en la región andina.
De esta aproximación
se puede concluir que desde 1985 se vive un ciclo expansivo y de
transformación de la violencia en América Latina,
al grado de que la tasa de homicidios supera en 114 por ciento a
la tasa promedio mundial; que el área andina supera a la
de América Latina en un 79%; y Colombia rebasa al promedio
de la región Andina en 49,3%. Esto es, que América
Latina es el continente con mayor cantidad de homicidios del mundo,
los Andes la subregión más violenta de Latinoamérica
y Colombia el país andino con mayor tasa de homicidios.
La
violencia en los Andes
Según
las tasas de homicidios, la subregión andina es la que más
abona en el comportamiento violento de América Latina, gracias
al peso que tiene Colombia, que es el único país que
está por encima de la media subregional andina (51,9) (*).
Sin embargo, en Venezuela en 15 años crece la tasa de homicidios
en un 88%. Y Perú, Bolivia y Ecuador, que tienen tasas por
debajo del promedio latinoamericano, viven un nivel alto de crecimiento.
*
El alto nivel de violencia que vive Colombia le convierte en el
país con mayor tasa de homicidios del área Andina
y es tal la magnitud de que distorsiona las tasas generales de la
subregión. Sin embargo, no se trata de un problema actual,
pues hay una persistencia en el tiempo que da lugar a pensar en
la existencia de una "cultura de la violencia" (De Roux,
1993), que se expresa a través de diversos tipos (política,
económica, común, etc.) y formas en el territorio
(campo, ciudad, regiones).
El gran salto
del crecimiento de la violencia en el Area Andina se produce a partir
de 1985, gracias al peso de Colombia y Perú, que más
que cuadruplican sus tasas de homicidios en el quinquenio, justo
en un momento en que coincide la violencia del narcotráfico
con la violencia política.

La subregión
andina tiene dos extremos: Colombia con la tasa más alta
(65,5) y Bolivia (9) la más baja. Esta comparación
niega la corriente de interpretación de la violencia que
se sustenta en la hipótesis de que las violencias se originan
en la pobreza, el narcotráfico, el déficit de Estado
y la diversidad étnica. Estos supuestos pierden sustento
porque Colombia no debería tener la violencia que le caracteriza
ya que es uno de los países latinoamericanos que tiene larga
tradición de gobiernos democráticos y crecimiento
económico sostenido. Y Bolivia, en cambio, tiene las condiciones
para ser uno de los países más violentos, por ser
pluriétnico, tener menor desarrollo relativo, una fuerte
presencia dictatorial, un escaso peso estatal y es productor de
narcóticos. Por lo pronto se puede formular la hipótesis
de que en Bolivia se canaliza la conflictividad social a través
del sistema político y de una sociedad civil fuerte. Pero
también puede ocurrir que cada país tenga un tipo
de violencia propia, que le sea característico de su
conflictividad o que, lo que en un país puede ser una causa
o factor en un momento determinado, en otro país o momento
puede ser otra.
La criminalización
tiene un costo económico que lleva, según el BID,
a que "la violencia sea en la actualidad -sin duda- la principal
limitante para el desarrollo económico de América
Latina". El costo económico promedio de la violencia
en Latinoamérica es del 14,2 por ciento del PIB (BID, 2000),
lo cual significa 160.000 millones de dólares o cerca del
25% de la deuda externa de América Latina.
El
costo económico de la violencia
Si comparamos
las tasas de homicidios por país con el de costo económico
de la violencia, se puede concluir que a mayor tasa de homicidios
es mayor el costo económico de la violencia; que en la relación
de homicidios por costo, Colombia y Perú tienen un comportamiento
relativamente parejo (2,6 y 2,5 respectivamente) mientras que Venezuela
tiene un poco más bajo (1,9). Ecuador y Bolivia no han hecho
estudios del costo económico de la violencia, pero si extrapolamos
el comportamiento de los otros países estudiados por el BID
(Colombia, Venezuela y Perú), se llega a la conclusión
de que el promedio regional andino es de 13,86 % del PIB, un poco
más bajo del promedio de América Latina (14,2%), que
en Ecuador serían de 6,2% y en Bolivia de 9,5% del
PIB (*).
*
Según el BID, "la violencia es en la actualidad -sin
duda- la principal limitante para el desarrollo económico
de América Latina, a lo cual puede añadirse -sin temor
a equivocación- que también es una limitante para
la democracia, porque corroe y deslegitima a las instituciones democráticas
como, por ejemplo, el sistema judicial, la Policía, y el
Parlamento…" (BID 1996).

Por otro lado,
tenemos que los países con las más altas tasas de
homicidios son los que destinan la mayor cantidad de recursos económicos
a la seguridad. El costo de la violencia en Colombia, que tiene
una tasa de 65 homicidios por cien mil, fue del 24,7 % del PIB y
en El Salvador (con cerca de 150) del 24,9 %. En contrapartida,
Costa Rica, Chile y Uruguay, que tienen las tasas de homicidios
más bajas de América Latina, son los países
que cuentan con los presupuestos más altos destinados a la
inversión social. Ergo: la mejor política de seguridad
ciudadana es aquella que diseña buenas políticas sociales
con recursos económicos significativos.
Esto significa
que el incremento de los gastos en seguridad disminuye los recursos
destinados a lo social, porque hay un comportamiento inversamente
proporcional. Esto es, una lógica contraria a la disminución
de la violencia y próxima al incremento de los costos que
se incurren en ella. Si se diseñara un presupuesto que apoye
a la disminución de la violencia, se tendría más
recursos para lo social y ayudaría a reducir el déficit
presupuestario. Adicionalmente, no habría la necesidad de
los ajustes, habría más recursos económicos,
mejoraría la calidad de vida y las instituciones se fortalecerían.
La
violencia urbana
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no definido.La violencia es un proceso que tiene historia, por
eso crece y cambia. La transformación en la hora actual tiene
que ver el aparecimiento de una violencia moderna que
supera y coexiste a la tradicional. La violencia tradicional
es la expresión de un hecho cultural (asimetría familiar,
mecanismo lúdico) o de una estrategia de sobre vivencia para
ciertos sectores empobrecidos de la población. Y la moderna
es aquella que se organiza con la disposición explícita
de cometer un acto violento. Este tipo de violencia se desarrolla
a través de organizaciones con recursos, criterio empresarial,
tecnología avanzada, nuevos actores, transnacionalización
del delito e infiltración en el sistema social. Este tipo
de violencia se expande con fuerza desde la mitad de la década
del ‘80 y es el que genera el incremento de los hechos delictivos.

La violencia
moderna constituye un espacio que no reconoce las fronteras dado
su carácter ubicuo, pero que tiende a privilegiar lo urbano.
Por eso estamos viviendo un proceso de urbanización de la
violencia en la sub región andina, lo cual -bajo ningún
punto de vista- significa que la ciudad sea fuente de violencia
por sí misma. Con la urbanización acelerada de la
subregión, hoy tenemos que la mayor parte de la población
vive en ciudades y que, por tanto, la mayor cantidad de delitos
se concentran en las urbes.
En el caso ecuatoriano
se tiene que los homicidios son fundamentalmente urbanos: de los
1.834 homicidios que se contabilizaron en 1999, el 77,5 por ciento
se produjeron en las ciudades, es decir, 1.422. Las ciudades
colombianas de Bogotá, Medellín y Cali concentran
aproximadamente el 30% de la población colombiana y aportan
cerca del 40% de los homicidios, lo que permite ilustrar la hipótesis
del proceso de urbanización de la violencia" (Zuluaga,
2001) En Bolivia, las tasas de homicidio por departamento permiten
relacionarlas con el grado de urbanización y concentración
demográfica. Así, conforme el proceso de urbanización
y migración campo-ciudad se incrementa, las tasas de homicidio
se concentran más en los tres departamentos del eje central
del país (La Paz, Cochabamba y Santa Cruz), espacio geográfico
que asimila en mayor proporción los flujos migratorios. En
1995 los tres departamentos del eje central concentraban el 81%
del total de homicidios cometidos en el país. En cambio,
en el año 2001, la misma región concentró el
95% del total de homicidios a nivel nacional (Quintana, 2003). En
Perú, Lima concentra casi el 60% de la población urbana
y de los delitos del país (Piqueras, 1998).
Por otro lado,
si comparamos las tasas de homicidios de los promedios nacionales
con las correspondientes a las ciudades más importantes de
cada país, vemos que las urbes tienen tasas superiores a
las de los países. Es decir, que las tasas de las ciudades
principales son bastante superiores a los promedios nacionales.
El caso colombiano quizás sea el más aleccionador
y la ciudad más violenta, sin duda, es Medellín, aunque
con una tendencia hacia el descenso desde 1990.
Lo que sí
se evidencia es una falta de correlación entre urbanización
y violencia, porque según ello Venezuela debería
ser el más violento y Bolivia el menos. El predominio de
la población urbana, el incremento del número de ciudades
y la generalización de la urbanización, no son causales
del incremento de la violencia. Lo que ocurre es que en las ciudades
se concentra el mayor número de casos de violencia porque
hay más población, pero de allí extraer una
correlación de que a mayor urbanización mayor violencia
hay una distancia muy grande.
Las
propuestas de política
La violencia
común es una de las expresiones más claras de la inseguridad
ciudadana. Sin embargo, los gobiernos locales y nacionales de la
región y la propia sociedad aún no la han asumido
con la debida propiedad, al extremo de que el enfrentamiento al
hecho delictivo arroja resultados más bien preocupantes.
Instituciones fundamentales como la policía y la justicia
se desacreditan por fuera y se corroen por dentro y los habitantes
se recluyen en un mundo privado cada vez más complejo. La
justicia acumula más casos de los que ventila y en general
se erosiona a pasos agigantados.
Las principales
concepciones que sirven para enfrentar la violencia urbana son dos:
la una, inscrita en una política estatal -hoy dominante-
que propugna el control de la violencia vía represión
y privatización y, la otra, como seguridad ciudadana
que se inscribe en una relación sociedad-estado que, a la
par que enfrenta al hecho delictivo, busca construir ciudadanía
e instituciones que procesen democráticamente los conflictos.
La
primera tiene dos salidas equívocas: reprimir y privatizar
Para hacer frente
a la violencia urbana se plantean dos salidas: represión
y privatización, inscritas en las ópticas de la seguridad
nacional y pública, con lo cual no hay una diferenciación
entre el acto de violencia política con el de violencia común
porque -según sus preceptos- todas las violencias socavan
las bases de la convivencia de la sociedad y del Estado, en tanto
afectan la propiedad privada, rompen las reglas del mercado y deslegitiman
la acción estatal.
Se puede señalar
que la mayoría de las violencias se dirigen hacia la población
y una minoría hacia el Estado (*). Pero la acción
del Estado es inversamente proporcional, a pesar de que en la actualidad
las violencias afectan más a los ciudadanos y a sus instituciones,
que al Estado y sus órganos. En general, los Estados latinoamericanos
prestan mayor atención a las violencias macro, relacionadas
con el narcotráfico y la guerrilla, que a las comunes, siendo
paradójicamente que la mayor cantidad de víctimas
provienen de esta última.
*
"El porcentaje de muertos como resultado de la subversión
no pasó del 7.5% en 1985, que fue el año tope. Mucho
más que las del monte, las violencias que nos están
matando son las de la calle" (UNAL-COLCIENCIAS, 1988)
El Estado (policía,
ejército y justicia) se convierte en el depositario de la
seguridad y garante de la protección colectiva de la población
-que exige mano dura a la fuerza pública y al conjunto de
los aparatos estatales para que se proteja sus bienes y vidas-.
En este caso, las acciones fundamentales se dirigen hacia el control
de la violencia bajo una óptica represiva, que se
caracteriza por:
Ante el desbordamiento
de los sistemas judiciales y penitenciarios, por la magnitud de
la violencia y sus nuevas formas, se exige una reforma a los códigos
penales dirigida a modificar los tipos de delito y a incrementar
las penas. El concepto de delito y de delincuente cambia en la visión
estatal que es, en última instancia, la que crea y define
la figura del delito y las penas correspondientes. Se aumentan las
penas a cierto tipo de delitos y también nuevos tipos de
delincuentes (los niños y los jóvenes). Pero lo más
grave es el avance de la impunidad y la saturación de las
cárceles, en muchos casos, con personas sin sentencia o inocentes
(*).
*
Según Armando Montenegro, Ex-Director de Planeación
Nacional de Colombia, la probabilidad de que un delincuente sea
capturado y juzgado es casi nula. Por cada 100 delitos que se cometen
en Colombia, sólo 21 son denunciados a las autoridades. De
éstos, 14 procesos prescriben por diferentes causas y únicamente
3 terminan con sentencia. Esto quiere decir que la probabilidad
de que un delincuente no reciba un castigo es del 97 por ciento
(El Tiempo de Bogotá, 27 abril de 1994).
El enfrentamiento
al hecho delictivo mediante el uso de la fuerza: allí se
inscriben, por ejemplo, los operativos que periódicamente
se realizan para controlar la delincuencia común en las poblaciones
de bajos ingresos. En general se caracterizan por ser parte de una
estrategia de represión, amedrentamiento y seguridad
inscritas en una concepción antisubversiva. Son operaciones
tipo rastrillo que se desarrollan con gran despliegue informativo
y de fuerzas.
El Estado se
ve desbordado en sus capacidades y pierde su condición de
garante de la seguridad ciudadana (*). Las limitaciones de las políticas
represivas y de control, y ante el aumento de la delincuencia y
la corrupción de los aparatos punitivos, conduce -en un contexto
de modernización del estado- a la privatización
de la seguridad. La privatización de la seguridad permite
que ciertos sectores sociales -entre los cuales se encuentran policías
jubilados- promuevan empresas de guardianía privada con personal
poco formado y sin un real control. Se desarrollan un conjunto de
actividades económicas vinculadas a la seguridad, como la
venta de servicios y mercaderías: armas, alarmas, seguridades,
defensa personal, perros. Este marginamiento en la administración
de justicia produce un copamiento del control de la violencia por
parte de la sociedad civil, a través, por ejemplo, de la
justicia por su propia mano. Los cementerios clandestinos se multiplican
por la existencia de grupos paramilitares que se dedican a la "limpieza
social" (Colombia) o "profilaxis social" (Venezuela).
La experiencia muestra que este fenómeno de asesinato de
delincuentes, prostitutas y homosexuales proviene del cambio en
la política de equilibrios entre la policía y la justicia,
expresado en el debilitamiento del poder judicial y la imposición
de políticas represivas por sobre las preventivas. De
esta manera, la seguridad tiende a ser patrimonio exclusivo de los
sectores sociales que pueden adquirirla y, por lo tanto, un factor
regresivo adicional de la calidad de vida de la población.
*
"La corrupción y, junto a ella, la impunidad, conducen
a la criminalización de la propia policía y al desarrollo
del crimen organizado" (Oviedo 1995).
La
gobernabilidad de la violencia
En contrapartida
a la concepción dominante, toma existencia una visión
alternativa que ve con preocupación la renuncia del Estado
a su rol de corrector de las desigualdades, a su condición
de árbitro en la resolución de conflictos y a su cualidad
de garante del interés colectivo. En este contexto, la seguridad
ciudadana se desarrolla en un espacio social donde la participación
permite enfrentar los eventos sociales y naturales que socavan lo
social, lo público, la convivencia, las instituciones de
intermediación social, etc. Es una propuesta que busca gobernar
la violencia desde el diseño de políticas sociales,
urbanas y de control, orientadas hacia la protección ciudadana.
Los postulados
que toman peso en el enfrentamiento del hecho delictivo provienen
de la vertiente epidemiológica que tienen en la Organización
Panamericana de la Salud y en la Alcaldía de Cali a sus dos
más importante impulsores. El escenario nacional más
interesante y de mayor aliento en el enfrentamiento a la violencia
es el colombiano, donde se vienen aplicando un conjunto de acciones
locales y nacionales con resultados interesantes. El hecho de que
Colombia tenga un nivel alto de violencia, la convierte en el mejor
laboratorio de estudio y de experimentación de la región.
Dentro del territorio
colombiano se han creado múltiples proyectos e instituciones
que trabajan sobre el tema: se tienen estrategias nacionales, planes
regionales y planes locales. Hay un marco institucional altamente
diversificado por sector (familia, escuela, juventud, mujer) y ámbito
(comunal, local, regional, nacional). Existen ópticas preventivas
(educación, empleo, participación) y coercitivas (policía,
ejército, justicia). Asimismo, en Colombia se percibe una
nueva actitud frente al tema por parte de los partidos políticos,
organizaciones populares y medios de comunicación.
Si a nivel nacional
existe una propuesta tan amplia, a nivel local se tienen también
experiencias puntuales bastante interesantes. Quizás las
más acabadas sean las de Cali y Bogotá, a través
de estrategias explícitas para enfrentar la problemática,
mediante la formulación de sendos planes integrales denominados
"Desarrollo Seguridad y Paz" (DESEPAZ) y "Plan Estratégico
de Seguridad", respectivamente.
Esta experiencia
piloto trasciende a la Organización Panamericana de la Salud,
a través de su División de Promoción y Protección
de la Salud, que formula el Plan denominado "Salud y Violencia:
Plan de Acción Regional", que tiene un contenido regional
y una metodología que combina experiencias novedosas de distintos
lugares. En su enfoque deja de lado la tradicional óptica
del control de la violencia por vías represivas, y asume
una visión preventiva. Intenta enfrentar la problemática
desde una perspectiva descentralizada, donde lo municipal tiene
un peso importante, y tiene una pretensión de ser una propuesta
interdisciplinaria e integral.
Conclusiones
La seguridad
ciudadana debe ser asumida de manera inmediata. Es un problema internacional,
de interés colectivo y público, que compromete al
conjunto de la sociedad y sus instituciones. Así como no
es un problema de exclusiva responsabilidad de la policía
y la justicia, ni tampoco es sólo del gobierno, la población
no puede excluirse y quedar pasiva, porque el paternalismo estatal
no conduce a la formación de ciudadanía (*).
*
"La seguridad ciudadana, más allá de su carácter
de tema ideologizado, es ante todo un derecho al que le corresponde
un deber" (Camacho 1994b:1).
Siendo la ciudadanía
la fuente y fin de la seguridad ciudadana, se requiere su participación
en la solución del problema (por ejemplo, en vez de privatizar
la policía, dotarla de ciudadanía). Pero también
una nueva institucionalidad que la asuma, en la que bien podría
participar la municipalidad por ser el órgano estatal más
cercano a la sociedad civil y a la vida cotidiana. El municipio
es una entidad omnipresente en el contacto con la población
y tiene un gran reto: abrir dentro de sus competencias un área
especializada en juventud.
Pero no será
suficiente si no se hace control de la apología de la
violencia que realizan algunos medios de comunicación
y en especial la televisión, si no se modifican los factores
de la cultura lúdica basada en el alcohol, el control de
las armas de fuego, el desarme de la población y su
monopolio por el ejército y la policía, la iluminación
y transporte barrial, el desarrollo de campañas de seguridad
ciudadanas y defensa civil. Enfrentar la violencia exige una visión
y acción globales, porque en el mejor de los casos "las
medidas aisladas solo tienen efectos marginales" (Ratinoff-Bid,
1996)
En el campo
penal se debe avanzar más en la búsqueda de una racionalidad
jurídica fundada en el derecho ciudadano, en la desburocratización
y agilidad de la justicia, que en el incremento de las penas. Hay
que diseñar mecanismos que tiendan a resolver pacíficamente
los conflictos y espacios donde la ciudadanía pueda conciliar
y hacer justicia. Se requiere de una institucionalidad que procese
los conflictos, sobre la base de una pedagogía de la
convivencia ciudadana inscrita en una estrategia de orden público
democrático. Por eso hay que modernizar y descentralizar
el sistema judicial para que sea menos politizado y más eficiente.
Y, por otro lado, reducir la conflictividad judicial, por ejemplo,
con la introducción de la justicia comunitaria, la conciliación
y el arbitraje para descongestionar el sistema judicial, y la puesta
en práctica de agencias comunitarias, comisarías de
familia o de género. En otras palabras, hay que introducir
mecanismos alternativos de solución de conflictos, que respeten
la diversidad y que legitimen la justicia consuetudinaria
(derecho nacido de la costumbre).
Es singular
la importancia de la investigación, articulada al diseño
de políticas y programas públicos. Pero debe ser una
investigación que combine aspectos teóricos y operativos.
Este es un campo que requiere un desarrollo teórico y una
producción de información confiable.
Es necesario
repensar, redefinir y fortalecer los espacios de socialización
fundamentales de la sociedad urbana latinoamericana: la familia,
la escuela, los medios de comunicación, la ciudad, etc.,
así como la creación de nuevos "lugares"
y mecanismos institucionales para la solución de los conflictos,
de pedagogía para la convivencia, la comunicación
y la expresión de sentimientos.
No se puede
luchar contra el crimen sin la existencia de una política
social explícita. El control no puede eliminarse, pero sí
transformarse, desde una estrategia de orden público democrático
donde la policía, la justicia y los derechos humanos jueguen
otro papel.
Hace falta diseñar
estrategias ciudadanas de prevención y control, inscritas
en visiones de gobierno de la seguridad, que vayan más allá
de lo policial y del estrecho marco nacional. Es necesario construir
una "gobernabilidad de la violencia" que surja de una
estrategia que vaya de lo local a lo internacional, pasando por
la escala nacional, y que involucre a la sociedad toda.
FC

El
autor es Director de FLACSO-Ecuador, Editorialista del Diario
Hoy
y Consultor internacional.
Sobre
seguridad urbana, ver la presentación
del número 23,
sobre el consultor, empresario y ex alcalde Rudy Giuliani, y las
notas Muros
de la vergüenza
y Favelas
en la ciudad: articular, no separar,
de Jorge Jáuregui, en los números 14 y 19, respectivamente,
de café
de las ciudades.
El
autor recomienda la siguiente bibliografía:
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y retos 1995-2001", en Carrión, Fernando, Seguridad
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