N. de la
R.: el texto de esta nota fue publicado originalmente
en la revista Relaciones
Nº 301, de junio de 2009.
Hace
más de 25 años, el crítico suizo André Corboz iniciaba su ensayo
“El territorio como palimpsesto” afirmando que “el territorio está de moda” (A.Corboz,
“Le territoire comme
palimpseste et autres essais”, Paris 2001, Les éditions
de l’imprimeur). Tal vez hoy podríamos decir lo mismo sobre la prospectiva y sorprendernos de que
cuanto más se ha avanzado en el desmantelamiento de los mecanismos
de regulación social, económica o territorial a escala global,
más a la moda se ha puesto.
En
el caso del territorio, el plan y la idea planificadora no tienen
mucho de novedoso. “Urbanización” es un neologismo castellano inventado por
el Ingeniero de Puentes y Calzadas catalán Ildefonso Cerdá
en los inicios de la segunda mitad del siglo XIX. Naturalmente,
nació asociado a un plan, en este caso el del Ensanche de la
ciudad de Barcelona. Y dio lugar a una disciplina, que su propio
fundador pretendía científica, iniciada justamente con la publicación
de la “Teoría
general de la Urbanización
y aplicación de sus principios a la reforma y Ensanche de Barcelona”
(Madrid, 1867).
Tal
vez algunos especialistas respondan que desde entonces mucha
agua ha corrido bajo los puentes y que los mecanismos y objetivos
de la prospectiva contemporánea, en nuestra nueva cultura líquida,
reflejan un desarrollo superior del conocimiento humano y sus
instrumentos para transformar la
realidad. Por mi parte, tal vez no pueda dejar
de asombrarme con la asombrosa capacidad de ciertos discursos
para discutir lo indiscutible, ignorar lo evidente o inventar
la pólvora cada mañana con tan liviana desenvoltura.
1.-
El tiempo contemporáneo parece no ser más un tiempo que seguiría
con disciplina lineal el desenvolvimiento ordenado de un transcurrir
tan racional como el abstracto calendario. Por el contrario,
se diría que ha dejado su lugar a un
tiempo plural que contiene velocidades asombrosas y lentitudes
profundas, incluso inviolables. Parecen coexistir muchos
tiempos al mismo tiempo y esto, a la hora de pensar futuros,
no deja de ser un interesante desafío.
Para
algunos, la contemporaneidad se hace realidad en un tiempo ubicuo,
inmediato e instantáneo que fatalmente nos determina. Probablemente
el tiempo de las redes globales sea una buena ejemplificación.
Una especie de eterno presente, a la vez con algo de mitológico
y algo de ideal. Un tiempo
sin lugar y por lo tanto sin política, al menos en su práctica
tradicional. Si por un instante tomáramos la perspectiva de
los neoclásicos, probablemente sería un tiempo ideal: el del
mercado perfecto y su eterno consumidor. Un tiempo vacío de
fines y lleno de instrumentos, donde la historia no es más que una molestia… casi como una basura en los
ojos. Los acontecimientos se suceden sin conexión aparente y
su importancia la define la mayor o menor cuota parte de dinero
que logren captar en los mercados.
Hace
50 años, en su ensayo "La larga duración",
Fernand Braudel
anotaba que la lección
de la historia nos ponía en guardia contra el acontecimiento.
"No pensar tan solo en el tiempo corto, no creer que
sólo los sectores que meten ruido son los más auténticos, también
los hay silenciosos" (F.Braudel,
"La
larga duración", 1958). Más cercano a
nuestros días, el filósofo español Daniel Innerarity
sostiene que la pluralización
de las temporalidades es conveniente para la democracia,
en particular porque es en el espacio público donde se produce
su articulación. En su trabajo refiere a cuatro temporalidades
sociales: el tiempo vigilante de la memoria, el tiempo largo
de las constituciones, el tiempo variable de las diversas instituciones
y el tiempo corto de la opinión. “La vida política está hecha
del enriquecimiento y la colisión entre esas temporalidades”
(D.Innerarity, “El nuevo espacio
público”, Madrid 2006, Espasa).
Braudel hizo particular hincapié en
esa "realidad que el tiempo tarda
bastante en desgastar y en transformar”. Según
sostiene en el texto aludido “ciertas estructuras están dotadas
de tan larga vida que se convierten en elementos estables de
una infinidad de generaciones: obstruyen la historia, determinan
su transformación". Creo que podemos inferir que el tiempo largo también ha de contener a los
otros, el de los acontecimientos y el de las coyunturas.
Y probablemente por ello, a la hora de proponer una ejemplificación
accesible para el mismo, Braudel haya
apelado a la "coacción geográfica". Porque
"el hombre es prisionero, desde hace siglos, de los
climas, de las vegetaciones, de las poblaciones animales, de
las culturas, de un equilibrio lentamente construido"...
o, dicho sintéticamente, del territorio. Y en particular,
de su territorio.
En
el territorio no existe un tiempo cero, tan sólo procesos. "No
se puede partir del presente como
de una "instantánea" del
sistema considerado... El enfoque histórico es el cimiento de
los estudios del futuro: la prospectiva se apoya en la retrospectiva"
(R. Arocena, citado en "Identificación y análisis del
gasto público social en Uruguay - 1910/2006", Montevideo
2008, UdelaR – MIDES). Podríamos agregar que sin su memoria precisa el futuro del territorio no es más que un vano
espejismo.

Reproducción
del plano de Montevideo del Capitán Ingeniero Domingo Petrarca,
1719
2.-
En los orígenes, la sorprendente “Planta De la
Ensenada de Monte Video” explicitó los
protagonistas geográficos de su futuro. Levantada por el Capitán
Ingeniero Domingo Petrarca en 1719
y dedicada al “Rey Nuestro Señor”, esa imagen del emplazamiento
de la ciudad ya la contiene claramente. Allí
están la península, la bahía y el cerro; las cuchillas que
surcarán sus avenidas, los cursos de agua fundamentales y ese
sinuoso perfil costero que se extiende a un lado y otro de su
negado puerto. Con esa mirada perspicaz y atenta dio inicio la historia proyectual de Montevideo.
Seguramente
se trate de una ecuación geográfica que hubiera podido contener
muchos futuros posibles. Y sin embargo parece que solo contuviera
nuestro presente. Tal vez la historia de las ciudades, y entre
ellas también Montevideo, sea un proceso de descarte infinito, de negaciones reiteradas y sucesivas
de otras ciudades posibles aunque no queridas o imposibles o
que lisa y llanamente no supimos realizar.

3.-
Por supuesto, la ciudad es la "civitas" y la "urbs",
las reglas de juego y su soporte material. La ciudad es ambas
cosas a la vez, pero a la misma vez. Naturalmente, aun por mera
intuición, sabemos que ambas instancias no pueden ser consideradas
por separado. Aunque suene a banalidad señalarlo, creo que
es hora, hace mucho tiempo que ya es hora, de pensar juntos
contenido y continente; de asumir, como una tarea impostergable
de las políticas públicas y en particular de las políticas territoriales,
la necesidad de superar los divorcios sectoriales y legales promovidos por el Estado,
que tanto han dañado y siguen dañando al territorio.
No
parece adecuado seguir considerando presente y futuro del territorio
montevideano en términos exclusivamente departamentales. Más
allá de las reglas de juego que se propongan en este sentido,
la naturaleza metropolitana
de su estructura territorial es, a la vez, obvia y decisiva.
Tanto para comprender sus procesos de conformación como para
pensar los cambios necesarios. Tanto para aprender de los errores
realizados como para pensar en futuros venturosos. Una sociedad
democrática y sustentable necesita un territorio que también
lo sea. Sin un territorio democrático y sustentable la sociedad
tampoco puede serlo. El
territorio es una realidad que para cambiar necesita un proyecto.
Como la sociedad, para cambiar necesita un proyecto de cambios.
Es tan importante saber de donde venimos como saber a donde
vamos. Y que si los caminos del territorio se hacen con piedras,
la voluntad política de usarlas para dicho fin es imprescindible.
El cambio no es posible o tendencial:
es necesario o no lo es.
Necesitamos
por tanto la imaginación del territorio. Necesitamos
encontrar entre todas sus formas posibles aquella que permita
reducir al mínimo, es decir a cero, el amplio
grupo de los perdedores sociales. Creo que este, y no otro,
debería ser el primer punto en cualquier propuesta territorial
de largo aliento para nuestra ciudad.
4.-
La forma del territorio es el resultado de una permanente acumulación
y transformación de huellas y trazas que sus habitantes generan
a través del tiempo. Es la
prueba material de la inteligencia, o no, con que fue pensado
y construido. André Corboz
señaló que la “necesidad de una relación colectiva que se
establece entre una superficie topográfica y la población asentada
entre sus pliegues permite concluir que no existe territorio
sin la imaginación del territorio” (A.Corboz,
op.cit.).
Según
el diccionario la imaginación es la "facultad del alma
que representa las imágenes de las cosas reales o ideales".
Por lo tanto, si imaginar el territorio es una manera de
anticiparse a la transformación de su relación colectiva, es
imprescindible definir el punto de vista desde el cual es imaginado.
Porque la imaginación,
como el territorio, no es neutra. Y a menudo, detrás de
su atractiva novedad aparente, puede ser tremendamente
peligrosa. Tanto por lo que se propone como
por aquello que no se propone. Tanto por sus fracasos potenciales
como por sus miedos paralizantes. Proyectar el territorio, entonces,
es utilizar esa capacidad del alma y trabajando con las imágenes
de las cosas reales (el conocimiento del territorio) llegar
a imaginar, con el pensamiento, aquellas cosas ideales que nos
proponemos alcanzar. Proyectar el territorio, por lo tanto,
consiste en anticiparse a los términos que queremos que
asuma aquella relación colectiva; imaginarla en tales términos,
y comenzar a construirla desde su propia imaginación.
Proyectar
Montevideo al 2025 será, por lo tanto, debatir
las políticas territoriales que desde ya permitan modificar
sus realidades indeseables. Es decir su presente. En tal
sentido, tratando de concretar un discurso que pudiera resultar
excesivamente abstracto, propongo cuatro consideraciones que
creo decisivas. Aunque de distinta naturaleza, las cuatro refieren
a déficits manifiestos en las políticas territoriales actuales
de nuestro departamento. Asumirlas con la debida seriedad y
con todas sus consecuencias, nos acercaría mucho a una
ciudad más transparente, probablemente más amable y seguramente
mucho más democrática.

-
Primera consideración: el ordenamiento del territorio tiene fines
y persigue objetivos. No se trata de un conjunto de instrumentos
técnicos neutrales. Su programa busca conformar un territorio
adecuado a un habitar humanamente digno. Sus políticas se ponen
al servicio de dicho programa. Y como cosa pública que son han de gestionarse
y evaluarse constante y responsablemente. El ordenamiento
del territorio necesita un proyecto, una definición precisa
de sus instrumentos y una evaluación constante de su gestión.
-
Segunda consideración: la privatización del territorio es su gran
enemigo. El derecho al territorio hace al ciudadano, es inherente
a su condición. Nuestra Constitución, en su primer artículo,
lo define con precisión: "La República Oriental del Uruguay es la asociación política de
todos los habitantes comprendidos dentro de su territorio".
Su privatización lo hace asunto de consumidores y lo asocia
a la cultura de la inmediatez. Lo potencia
como negocio y hace de su condición única e irrepetible el mejor
vehículo para incrementar de manera irracional las rentas que
se le extraen. La insistencia en privatizar las ramblas montevideanas,
Parque Rodó incluido, no me desmentirá.
La
privatización del territorio es su mayor enemigo en términos
civilizatorios y su mayor peligro en términos ambientales. En el primer caso porque nos retrotrae a un pasado de privilegios
que es inaceptable en una sociedad democrática. En el segundo
porque sabemos que su ya experimentada fragilidad ambiental
no resistiría los infinitos apetitos del mercado.
-
Tercera consideración: el gran desafío territorial de Montevideo
es integrar sus periferias. Para ello sería bueno no perder
de vista que las periferias territoriales de la ciudad son un
calco casi perfecto de sus periferias sociales. Calificar las
periferias es transformarlas en un territorio digno: servido, equipado y accesible.
Calificar las periferias, tanto en Juan Carlos Gómez y Piedras como en la Unidad Casavalle
o en el Delta del Tigre, es el plan de emergencia que necesita
nuestro territorio. Calificar el territorio de las periferias
es una inversión social de primera necesidad. Una inversión
decisiva en la lucha contra la pobreza y la indigencia. Porque
el futuro, cuando se
trata de un proyecto colectivo como el de las ciudades, no se
mide en términos de deseos sino de necesidades a resolver.
En
esta perspectiva programática podríamos pensar e imaginar muchas
cosas, como la consolidación activa de un norte y un oeste cada
vez más rurales, o un Montevideo histórico poco a poco recuperado
y densificado, o aun un noreste metropolitano, urbanizado con
sensatez social y ambiental. En cualquier caso, calificar las
periferias quiere decir, en particular, integrarlas en un proyecto
socio-territorial que las contemple, que las haga ser parte,
que las reconozca.
Hace
casi 40 años, en un trabajo premiado y publicado por la
Junta Departamental de Montevideo, los arquitectos
Carlos Altezor y Hugo Baracchini realizaban
la siguiente caracterización del proceso urbano montevideano:
"La tendencia
de crecimiento incontrolado, radial y conurbante
de la ciudad de Montevideo, la carencia de servicios y equipamientos
esenciales en importantes sectores de su territorio urbano,
la existencia de un área metropolitana extendida que tiende
a abarcar núcleos urbanos de vida comunal independiente, la
presencia de un vergonzante cinturón insalubre de localización
infrahumana, la permanencia de las causas estructurales, que
generan este cuadro de una ciudad capital desordenada y sin
contralor efectivo de su crecimiento...". (C.Altezor y H.Baracchini, "Historia
urbanística y edilicia de la ciudad de Montevideo", 1971,
Biblioteca José Artigas, Junta Departamental de Montevideo).
Pienso
que la historia importa y mucho. Tal vez por ello el proyecto
para el tricentenario de Montevideo pueda presentar grandes
innovaciones. Por ejemplo, y no soy irónico, que sus viejos desafíos territoriales comenzaran a ser atendidos de una
buena vez.
-
Cuarta consideración: la movilidad de los habitantes y la accesibilidad
territorial son decisivas. Permiten derribar fronteras y a la
vez construir ciudadanía. Asegurar una accesibilidad territorial
integral y una movilidad barata y digna (tanto en calidades
como en cantidades) potencian al territorio
como un verdadero ámbito de integración social. Conjugan verbos
como vincular
y frecuentar por oposición a otros, como fragmentar y segregar.
Hacen, en definitiva, a la condición democrática del
territorio.

5.-
Las planteadas son cuatro consideraciones muy concretas. La
primera refiere a la trascendencia del programa y a sus formas
de gestión. La segunda a su condición imperativa. La tercera
a la trans-formación de su estructura
material y mental, a su proyecto. La cuarta a un instrumento
estratégico para tal transformación. Pensar Montevideo al 2025
interesa en la medida que se trate de pensar un proyecto territorial
que cambie nuestro catastrófico presente. Y esto sólo se logrará
respondiendo a sus déficits básicos,
a la vez históricos y estructurales.
Por
supuesto, además de ser realistas debemos cuidarnos muy bien
de no ser inocentes. Porque la ciudad pensada, la ciudad que logra anticiparse a sus previsibles
desastres, es un proceso complejo y mucho más difícil de
concretar, de articular o de gestionar que la ciudad librada
al azar. Por ello debatir la ciudad es doblemente importante:
porque sabemos que existen ideas muy distintas sobre su proyecto
y porque su explicitación, naturalmente,
exige compromiso con tales ideas.
A
propósito de la ciudad se habla de oportunidades y se piensa en negocios,
que casi se han hecho sinónimos. Últimamente tales oportunidades
se convierten, demasiado a menudo, en ghettos cerrados, formales
e informales. En tales discursos también se escucha repetidamente
la palabra “competitividad” y proponiendo una curiosidad semántica,
se la asocia generalmente a la pública felicidad.
Sin
embargo hay otro proyecto. No tiene mucho de nuevo. ¿O si? Propone
una ciudad de extraños
donde conviven y se potencian diversidad y diferencia, donde
el encuentro y la novedad dan cuenta de la compleja condición
social. Es el proyecto de una ciudad que se quiere integrada
y por ello se busca y se anticipa de esa manera. Una ciudad
que también se quiere
fraterna y por ello se hace solidaria de los débiles y los
perdedores. Una ciudad construida
según las necesidades y no según los bolsillos. Por ello,
naturalmente, es una ciudad pensada, debatida y criticada, con
objetivos precisos pero decididamente abierta
a su futuro.
La
ciudad, como un cuento inconcluso, no tiene final. Creo
haber puesto en evidencia que Montevideo sí tiene un principio
y una trayectoria que la condicionan fuertemente. Su futuro,
sin embargo, no sólo es incierto: aun está en nuestras manos
hacerlo otro.
JPU
El
autor estudió arquitectura, ordenamiento territorial e historia
económica. Es docente universitario e investigador. Escribió
varios libros, proyectó y construyó edificios y participó en
la elaboración de algunos planes de ordenamiento. Ha recibido
diversos premios.
Fotografías:
Juan Angel Urruzola
(incluidas en el libro Escritos urbanos, del autor).
Sobre
Montevideo, ver también en café
de las ciudades:
Número 46 | Arquitectura de las ciudades
Le
Corbusier: los viajes al Nuevo Mundo | Cuerpo, naturaleza y abstracción. |
Roberto Segre
Número
46 | Planes de las ciudades
Alta
simplicidad (I) | A propósito
de la gestión. | Ramón
Martínez Guarino
Número 47 | Planes de las ciudades (II)
Alta
simplicidad (II) | A
propósito de la gestión. | Ramón
Martínez Guarino
Número 49 | Lugares
actitud
Montevideo |
Fotos de una bicicleteada
rioplatense | Marcelo
Corti
Número 56 | La mirada del flâneur
128
(del Parque Rodó hasta el Prado) | Una
visión profunda de Montevideo.
| Germán Garibaldi
Número
67 | Lugares
- Entrevista fotográfica
Sueño
al Sur | Imágenes de un viaje a Uruguay | Mario Cerasoli