Todos los días, la crónica
periodística informa de peleas y malestares, de protestas,
de reclamos; en fin, de múltiples conflictos en Buenos Aires.
Poco y nada se dice, sin embargo sobre otro problema, que engloba
a todos: la incapacidad de comprender a la propia ciudad como
tema político, social, económico y cultural. Los
problemas de la ciudad (de Buenos Aires, y de cualquier ciudad)
tienen siempre una doble lectura. Por un lado se refieren a una
cuestión específica, por otro lado, siempre dicen
algo sobre el contexto más amplio en el que se inscriben:
el territorio, las relaciones sociales, el marco político.
Sobran los ejemplos: empecemos por
el
PADELAI (un edificio en el
corazón turístico de San Telmo, antigua sede del Patronato
de la Infancia, ocupado en la década del '80). El desalojo
de los ocupantes es noticia por la violencia de su desarrollo, pero
no es parte de un necesario debate sobre la cuestión de las
casas ocupadas, ni mucho menos sobre la crisis de la vivienda popular.
Es lógico entender el caso como ejemplo de una escalada represiva,
es comprensible que algunos vecinos se sientan más
tranquilos porque ya no hay
ocupantes, pero ¿cómo nadie, ni a izquierda ni a derecha,
relaciona el tema con el problema de la vivienda en Buenos Aires?
No hay cifras oficiales sobre la cantidad de edificios ocupados,
aunque su presencia es visible para cualquiera que recorra la ciudad.
Son evidentes en las zonas del Sur más cercanas al centro,
pero hay también una gran cantidad de solares expropiados
en su momento para la realización del plan de autopistas
de Cacciatore. El mismo problema se repite en estos días
en Avellaneda, municipio metropolitano al sur de la ciudad, donde
un movimiento
vecinal se opone a la construcción de un ramal del Acceso
Sudeste que se supone involucrará
el desalojo de unas 200 propiedades (otra constante: la imprecisión
sobre los datos. ¿Es posible que no se sepa cuales serían
los terrenos afectados por la autopista?). Mucho menos se habla
sobre las ocupaciones de terrenos en la periferia metropolitana
(un fenómeno reiterado en los últimos 25 años),
salvo desde los clichés ideológicos de la defensa
de la propiedad o de su cuestionamiento.
El problema de la vivienda popular
en Buenos Aires y su periferia se resolvió de la manera más
"fácil": no existe como problema. Como diría Carmelo
Ricot, se pasó del paradigma del hornero al paradigma
de la almeja. El debate es
pobre por ambas partes: en el caso del ex PADELAI es evidente la
incomodidad del Gobierno de la Ciudad con la situación. Cierta
o no, la justificación del desalojo por problemas estructurales
del edificio es una excelente coartada para guiñarle a los
conservadores "¿vieron que los echamos?", al tiempo que a los
"progresistas" se les explica "nada personal, muchachos, en realidad
los salvamos del derrumbe". Los que reclamaban el desalojo ni se
molestan en reconocer que hay un problema de vivienda: solo les
preocupa un metafísico derecho de propiedad. Los que se oponen
al desalojo hablan del interés inmobiliario por el predio,
al que adjudican un valor de hasta 20 millones de dólares
(aclarémoslo desde ya: la cuenta no resiste el menor análisis).
Ni asomos de construir un debate político sobre como efectivizar
el derecho a la vivienda, que desde 1994 tiene rango constitucional
en la Argentina. Desde hace más de una década, no
existen planes de vivienda en el conurbano bonaerense, porque el
sentido común de los funcionarios les dice que ya
hay "demasiada gente" (de paso, porque en ciudades chicas del interior
la construcción y adjudicación de algunos centenares
de viviendas tiene un gran impacto político, mientras que
en la metrópolis pasa desapercibido...).
La misma pobreza en el debate caracteriza
a la mayoría de los temas que tienen relación con
políticas urbanas. El evidente deterioro de los servicios
ferroviarios concesionados hace casi 10 años se encara en
clave de privatización vs. estatización, y es claro
que esa disyuntiva es una parte de la cuestión, pero ¿que
hay de la definición de un sistema de transporte metropolitano?
Los trenes
de Buenos Aires
sufren problemas de vandalismo,
incertidumbre en el cumplimiento de horarios, inseguridad, etc.
La conexión intermodal es inexistente (con ómnibus
y trenes que compiten en vez de complementarse) y abundan las inconsistencias
tarifarias, que condenan a los más pobres a pagar mayores
costos para trasladarse. Todo en un contexto donde nadie cuestiona,
ni siquiera desde sectores teóricamente "progresistas", el
discurso que limita los problemas del tránsito a los que
sufren los automóviles privados. Londres instala el peaje
para entrar a la ciudad, la
Legislatura de Buenos Aires lo elimina en la Autopista Arturo Illia
porque..., bueno, ¿alguien
sabe por que?
La misma ambigüedad se evidencia
al realizar una evaluación de los servicios públicos,
en general mejorados en los '90 a partir de un nivel impresentable
de prestaciones por parte del Estado, pero que al cabo de una década
desnudan los vicios de las empresas que se beneficiaron de la sospechosa
privatización menemista. No hay definición sobre el
completamiento de la red de cloacas y provisión de agua corriente
en el conurbano, los servicios de energía eléctrica
suelen sufrir cortes y apagones inesperados, las tarifas son escandalosas,
y así toda una serie de anomalías.
Hay problemas y conflictos ocasionados
por el empleo informal (vendedores
ambulantes contra comerciantes) establecidos
en la calle Florida o en el barrio de Once, las molestias que ocasiona
la compleja logística de los "cartoneros") o en prácticas
delictivas asociadas a la extrema pobreza (robo de plaquetas de
bronce de monumentos y hasta de ¡techos
de paradas de ómnibus! ,
para su comercialización).
De acuerdo a quien los mire, ambulantes o cartoneros son vistos
como una mancha del paisaje urbano o como afirmación de culturas
alternativas: ¿alguien piensa en lo que estas situaciones dicen
sobre la realidad de la economía y del empleo en la ciudad?
Sin hablar de las tramas clientelísticas de protección
de la venta callejera, a veces verdaderas mafias con ramificaciones
estatales.
Insisto, no se trata de remitir a
instancias más abarcativas y totalizadoras de la praxis y
la teoría política para desentenderse de los problemas
específicos. Se trata en cambio de comprender que la ciudad
(ya lo dijimos: Buenos Aires, o cualquier ciudad) es en si un tema
político autónomo. De hecho, es el primer tema
político de la historia, si nos remitimos a la etimología
de la palabra. Pero este es un concepto de difícil asimilación
por parte de la dirigencia y de la sociedad argentina, y en particular
de Buenos Aires. En esta metrópolis los temas urbanos no
son motivo de la agenda política, a diferencia de lo que
ocurre en Brasil (donde recientemente se sancionó el
Estatuto
de las Ciudades,
(ver
número 1 de café de las ciudades)
y en Chile (donde está en vigencia una
Ley de
Reforma Urbana como programa
prioritario del Estado nacional, (ver
número 3 de café de las ciudades).
Incluso en la Argentina, ciudades como Rosario y Bahía Blanca,
entre las mayores, han encarado estimulantes procesos de planificación.
Estereotipos
A pesar de la autonomía de la
ciudad, obtenida en la reforma constitucional de 1994, y del comportamiento
electoral atípico de los ciudadanos porteños, que
tantas iras despierta en muchos dirigentes caudillistas (algo de
bueno tendrá...), la cultura política no ha logrado,
ni siquiera ha pretendido aun instalar este concepto de la ciudad
como tema y programa. No por casualidad, la próxima elección
de Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires será definida
(según todos los pronósticos) entre dos candidatos
que representan claramente a los estereotipos de sus respectivos
sectores ideológicos.
El actual Jefe de Gobierno, Aníbal
Ibarra, personifica el tipo de político centroizquierdista
argentino, con un claro compromiso en la defensa de las libertades
civiles y de la juridicidad progresista. En su gobierno se han impulsado
por ejemplo la ley de salud reproductiva (que escandaliza al sector
más conservador de la sociedad, la prensa y la dirigencia,
celosos defensores del derecho de las mujeres más
pobres a parir, desde sus 12 o 13 años, multitudes de hijos
que no podrán mantener) o la posibilidad de unión
civil de parejas, incluyendo
aquellas del mismo sexo. No por casualidad la prensa de ideología
autoritaria culpa a Ibarra de la inseguridad urbana, con absoluto
desprecio por el efecto que sobre esta tiene la corrupción
policial y política y la disparidad de ingresos y oportunidades
(en la que hasta 1976 fue la sociedad más equitativa
y con mayor igualdad de oportunidades de Latinoamérica),
e incluso fingiendo ignorar que a la ciudad no se le ha permitido
aun tener su propio cuerpo de policía. Pero Ibarra es también
un claro exponente de ese mismo modelo de dirigente "progresista"
al que le resulta difícil articular proyectos en materia
productiva y económica, y en general en cualquier tipo de
acciones concretas y materiales, como las que por ejemplo afectan
al territorio. A diferencia de administraciones de izquierda como
las de Barcelona, Bolonia o Montevideo, Buenos Aires carece de planes
y proyectos de desarrollo, esos que incluso pueden seducir (como
en aquellas ciudades) a sectores importantes de la clase media y
el empresariado, por su propia capacidad de generar negocios en
un marco de prosperidad y transparencia. Como aquel directivo de
una cadena de supermercados del Brasil, que les confesó a
los funcionarios de Porto Alegre que prefería negociar con
municipios del PT porque no le pedían sobornos, y por lo
tanto no se quedaba con la espina de haber logrado un trato más
ventajoso en caso de aumentar su oferta.
El Plan Urbano Ambiental, luego de
más de cuatro años de desarrollo, quedó sin
sanción por una disputa legal acerca de la participación
ciudadana: recientemente venció el plazo para su aprobación
en la Legislatura. La descentralización no avanzó
más allá de la red de Centros de Gestión y
Participación, sin autonomía ni representatividad
política. Las áreas de planeamiento están devaluadas
luego de la traumática y sorda pelea que arrojó fuera
de la administración al equipo de García Espil, y
en general a los técnicos más vinculados a la Unión
Cívica Radical, luego de la ruptura de la Alianza que llevó
al gobierno a Fernando de la Rúa. La Corporación del
Sur carece de instrumentos políticos y económicos
para llevar a cabo su misión de recuperar el sector más
postergado de la ciudad.
El coraje que el Gobierno de la Ciudad
exhibe en temas de naturaleza jurídica, le falta en aquellos
relativos al aspecto físico del territorio. Este gobierno
y el anterior, por ejemplo, fueron incapaces de concretar la remodelación
de la tradicional calle Corrientes,
frenada por el inefable Nicolás Gallo. No se concreta ninguna
acción de importancia para contrarrestar la hegemonía
del automóvil privado en el sistema de transporte. Ya hablamos
de los problemas de trenes y colectivos. Las sendas para bicicletas,
se realizan donde no molestan al auto, pero nadie propone que las
avenidas más importantes cedan un carril para ese uso (que
se considera deportivo o recreativo, pero no como el medio concreto
de transporte que puede ser en esta ciudad llana y de buen clima).
La circulación diferenciada de ómnibus por carriles
exclusivos se aplica tímidamente, con multitud de excepciones
que la contrarrestan.
Si los candidatos de la centroizquierda
"deben" ser abogados, como Ibarra, el candidato fuerte de la centroderecha,
"debe ser" previsiblemente un empresario, como Mauricio Macri, ya
que el sector elude el debate de ideas bajo la bandera del "énfasis
en la gestión" (como sí pudiera haber gestión
sin ideas, sin beneficiarios, sin perdedores). Comprometido a través
de las empresas de su padre en negocios como el de la recolección
de basura (protagonizó un innecesario entredicho sobre los
cartoneros, a los que la pobreza parece hacer más eficientes
en llegar primeros a los residuos, y a quienes acuso de "ladrones"),
las autopistas (tanto en la gestión de las infraestructuras
como en la fabricación de automóviles), los correos
y otros, niega cualquier conflicto de intereses aduciendo que está
retirado de estas empresas. Sostiene que su única ocupación
actual es la de presidente de Boca Juniors, club al que rescató
de largos años de fracasos deportivos de la mano de Carlos
Bianchi y Juan Román Riquelme. Hábil comunicador,
genera una imagen de amplitud y eficiencia que busca superar las
prevenciones sobre sus intereses familiares y personales, y ampliar
su base de apoyo entre gente ilusionada con la generación
de proyectos colectivos. Poco es sin embargo lo que hasta ahora
se sabe sobre sus planes, lo que debiera mover a sospecha sobre
aquella declamada capacidad de gestión. Y la percepción
generalizada ubica a las empresas de su familia entre aquellas que
hicieron grandes negocios a costa del Estado, un mal antecedente
para quien debe administrar la cosa pública.
Sobre el cierre de esta edición,
se confirma la presentación de las candidaturas de Luis Zamora
y Patricia Bulrich para la Jefatura de Gobierno. Ambas candidaturas
agregan opciones a izquierda y derecha del espectro ideológico,
respectivamente, pero no modifican la situación mencionada
en cuanto a la ausencia de la ciudad en el discurso y la agenda
política.
Ciudad sin plan
Suena incomodo decirlo, pero en la
práctica la mayoría de los especialistas coincide
en que Buenos Aires carece de proyectos urbanos ambiciosos (para
no hablar de planes: el último con carácter oficial
es de 1962) desde la época del cuestionado intendente Carlos
Grosso, en la que se encaró el desarrollo de Puerto Madero.
Las patéticas intendencias de Jorge Domínguez y Saúl
Bouer, de designación presidencial directa (casi un castigo
de Menem a una ciudad que siempre le fue esquiva en términos
electorales), la primera gestión electa por el pueblo en
forma directa, a cargo de Fernando De la Rúa, y la desabrida
administración de Anibal Ibarra, completan más de
una década sin ideas fuerza para Buenos Aires. ¡Y no
es que antes de Grosso y Puerto Madero haya habido iluminados!
Un extraño "progresismo", entonces:
Adrián Gorelik ha señalado la paradoja de que en la
Argentina se considere "progresista" pedir una reducción
impositiva, o que organizaciones ambientalistas reclamen la recolección
diaria de residuos domiciliarios. Por algo, en un plano más
amplio, la realidad política argentina muestra una inminente
elección presidencial donde no habrá candidatos de
centroizquierda entre el fragmentado espectro de candidatos con
posibilidades de pasar a la segunda vuelta. La ciudad es política,
pero Buenos Aires no lo admite, no lo registra.
La situación política
del conurbano no es más estimulante: al contrario, la multiplicación
de la pobreza y el desempleo genera tierra fértil para
los proyectos caudillistas y clientelistas. Esto explica la
eternización de dinastías políticas en muchos
municipios de la metrópolis. La situación no es muy
distinta en ese sentido a la de las provincias más atrasadas
del interior del país. En el campo de la planificación,
convive la búsqueda de negocios fáciles a partir de
la implantación de hipermercados y barrios cerrados,
con la inexistencia de normas claras y la falta de actualización
de la ley
provincial 8912 de uso del suelo,
que hoy no parece responder a las necesidades del territorio y la
sociedad. Pensada para frenar los infames loteos de los 60 (aunque
algunos dicen que ese ciclo ya había terminado) hoy no
tiene respuesta a las nuevas formas de urbanización, a las
necesidades de vivienda y al derecho a la ciudad, postergado
para millones de habitantes de la metrópolis.
La integración metropolitana
es un tema ausente del discurso político, con alguna excepción:
- el consorcio de la zona costera
norte, integrado por las "ricas" municipalidades de Tigre, San
Fernando, San Isidro y Vicente López, donde la vocación
integradora parece ser limitada y contradecirse con la renuencia
a lograr entendimientos más amplios con otros municipios
vecinos (y más pobres, por cierto).
- ciertas declaraciones del menemismo:
la propuesta de unificación metropolitana en un artículo
de Menem escrito durante su prisión, el anuncio de la división
de la provincia de Buenos Aires hecho recientemente por su candidato
a vicepresidente. Es de suponer que estas propuestas, más
que con intentos de racionalizar la administración de la
metrópolis, tienen relación con la disputa política
que los gobernadores de las provincias pobres y despobladas del
interior argentino (y sobrerepresentadas en el Congreso, dicho
sea de paso), sostienen con la dirigencia caudillista adepta a
Eduardo Duhalde, y en un sentido más general, con la veleidosa
e intelectualizada clase media de Buenos Aires.
No es que la sociedad civil genere
cosas mejores: ahí está el nacimiento y ocaso de las
asambleas populares, incapaces también de generar propuestas
de ciudad. O cierto activismo vecinal, que instaló la idea
(podría decirse, hasta la fascinación) de que no hay
nada mejor para la ciudad que no hacer nada... La polémica
sobre el traspaso de tierras en Retiro y Dársena Sur a la
Corporación Antiguo Puerto Madero, que se desarrolla al momento
de escribirse esta nota, registra por ejemplo afirmaciones como
la de una legisladora que advierte que el traspaso "es para hacer
un barrio privado costero o para encarar un gran negocio inmobiliario".
Sin por eso defender a la Corporación ni a la operación
que se discute, ¿se puede decir seriamente que Puerto Madero
es un barrio privado? ¿Toda operación inmobiliaria es
cuestionable? ¿Los políticos "progresistas" no deberían
procurar que la ciudad participe de las plusvalías que generan
los negocios inmobiliarios, y que estos tiendan a generar condiciones
de equidad social y territorial, más que a cuestionarlos
por si mismos?
El desafío de los próximos
años
La carencia de políticas activas
urbanas es así el mayor desafío de los próximos
años para técnicos y políticos de Buenos Aires.
Una ciudad que tiene una "reserva ecológica" sobre terrenos
de relleno, pero donde se ignora y olvida la catástrofe
ambiental de Magdalena (el
derrame petrolero de 1999) y donde se promueve el "regreso a la
naturaleza" mediante la huida a los barrios cerrados de la periferia.
Una ciudad que declama por la recuperación del Sur pero que
ni idea tiene de que hacer con el. Donde se invocan razones geopolíticas
para mantener un aeroparque en el peor lugar posible, peligroso
y frenando la relación con el río. Una ciudad donde
la recolección diferenciada de residuos está en etapas
primitivas, aun para los standards de América Latina. Una
ciudad que, a la manera de los mapas medievales, parece creer que
fuera de sus límites hay un precipicio con monstruos marinos
y bestias feroces. Que llegó a creer que su producto bruto
per capita igualaba al de los países más fuertes
de Europa, olvidando la participación de su periferia metropolitana
en la generación y reparto de dicha riqueza. Donde los máximos
instrumentos de planeamiento (el PUA y la Ley 8912) están
paralizados o anquilosados.
Hace unos meses, en una entrevista
personal, el economista José Luis Coraggio decía que
"una Ciudad, o una Región Metropolitana de Buenos Aires
que tuviera políticas urbanas (no solo urbanísticas),
sociales, económicas, de servicios, de educación,
que fueran en la dirección correcta, (...) necesariamente
entraría en contradicción con las políticas
que hoy predominan desde el campo económico. No es cierto
que la globalización necesariamente genera estas políticas,
esto es una decisión tomada en este país, y que se
reafirma continuamente, de insertarse de esta manera y con estas
consecuencias. Una ciudad como la Región Metropolitana de
Buenos Aires, que tiene un peso político enorme en el país,
si planteara un proyecto distinto con fuerte apoyo de la población,
de la ciudadanía, sería una base fundamental para
modificar las políticas nacionales. No hay que tomar estas
políticas nacionales como un dato, porque nos vamos a hundir:
hay que cuestionarlas".
Buenos Aires no es solo el lugar donde
se desarrolla gran parte de la actividad económica del país:
es en si misma un recurso con que cuenta la Argentina, por eso se
requiere imaginación y coraje para dirigirla, tanto en roles
políticos como técnicos. El status jurídico
político de Buenos Aires es un tema central de la historia
argentina, originó divisiones y guerras civiles. Su nuevo
rol en estos tiempos, su funcionamiento cotidiano, sus utopías
y proyectos, son cruciales para todo el país, para toda la
región. Los problemas no se resolverán negando
"el" problema.
MC
Los links incluidos en
el texto remiten en general a distintas notas periodísticas
aparecidas en los últimos meses, sobre los temas de los que
se habla en la nota. Se han elegido distintos medios y ópticas
sobre estos temas, a fin de expresar la diversidad de opiniones
existentes. El lector interesado en profundizar estas miradas puede
revisar las secciones de ediciones anteriores de diarios como Clarín,
La Nación y
Página 12,
por ejemplo.
Para encontrar una opinión
independiente y fundamentada sobre la cuestión urbana en
Buenos Aires, puede leerse la revista cultural Punto de Vista, cuyo
sitio en la red es Bazar
Americano , y donde,
entre otros, escriben regularmente
Adrián Gorelik y Graciela Silvestri.
La parábola
del hornero y la almeja
Carmelo Ricot ejemplifica con esta
parábola el cambio de paradigma de la política argentina
de vivienda:
El
hornero es un pájaro de la pampa argentina, que construye
su nido con barro y ramitas (una especie de horno de barro, muy
protegido en su interior inaccesible, de allí su nombre).
Es un ave que tiene muy buena prensa, la gente lo considera muy
simpático y a nadie le molesta que anide en los lugares más
insólitos, por ejemplo en monumentos y edificios públicos
(es famoso el nido sobre la Pirámide de la Plaza de Mayo).
Durante la época en que la Argentina era un país con
ascenso social permanente, en las escuelas se daba el ejemplo del
hornero como autoconstructor, a la manera de los esforzados inmigrantes
que construían sus casitas durante años con el propio
esfuerzo.
Ricot sostiene que, con la llegada
del neoliberalismo, este paradigma cambió por otro que a
el le recuerda un chiste de dudoso gusto. Una almeja se estrella
contra los acantilados de Mar del Plata, en la costa atlántica,
y se rompe su caparazón. Desnuda y desprotegida, se pone
a llorar en la playa y otra almeja, de la misma familia (su hermana),
la escucha y le pregunta que le pasa. La almeja accidentada le cuenta
su drama y la hermana, solidaria y generosa, le responde:
-
´No te preocupes, hermanita, mi caparazón es grande
y tiene lugar para los dos, ven a vivir conmigo y no tendrás
problemas, y seremos muy felices`.
La almeja de caparazón
roto se pone muy contenta por la oferta, y efectivamente se muda
a la caparazón de su hermana, con quien de ahí en
adelante vive muchos años de felicidad (esa extraña
e inimaginable felicidad de las almejas).
La moraleja y el chiste del cuento (y el nuevo paradigma de la vivienda
en Argentina, según Ricot), es que quien no tiene donde habitar
se puede ir ... a la concha de su hermana.
Para quienes no están
familiarizados con el lenguaje coloquial argentino, hay que aclarar
que la última frase de esta parábola es una procacidad
insultante. De Carmelo Ricot, café
de las ciudades publicó
un relato
en su número 3.
Trenes perdidos
Viajo habitualmente en la línea
de ferrocarril que une Retiro con Tigre, bordeando la costa metropolitana
norte de Buenos Aires. Hasta bien entrados los ´90, la línea
funcionaba (al menos en teoría) toda la noche, todos los
días. Poco antes de ser concesionados los ferrocarriles,
un día nos enteramos que se suspendían los servicios
posteriores a la una de la mañana. Hoy, ni siquiera llegan
a medianoche. Con la concesión (que algunos llaman privatización),
el servicio general volvió a tener horarios medianamente
confiables (y algunos piensan que el servicio se había pauperizado
ex profeso para popularizar la idea de la concesión).
Gracias a eso, y a la recesión económica, el tráfico
de Buenos Aires no entró en colapso en los años recientes.
Pasan cosas extrañas en estos
trenes. Hace un par de años se habilitaron unas formaciones
de diseño avanzado, totalmente herméticas y con aire
acondicionado. Pero este en la realidad funciona muy mal y condena
al agobio a los pasajeros encerrados en vagones sin ventanas. Un
par de veces al día, llega un tren distinto, el tren recaudador
que utiliza la empresa concesionaria para recolectar las bolsas
con el dinero de las boleterías. Los pasajeros se sobresaltan
al quedar en medio de operativos casi policiales, con guardias de
seguridad exhibiendo sus armas, parapetados contra las batientes
de las puertas del tren. Este se detiene en las boleterías
de las estaciones, e interrumpe por un par de minutos el tránsito
en las calles que cruzan a nivel las vías. Así la
empresa ahorra costos de seguridad, trasladándolos a la interrupción
de la frecuencia y a las molestias generales que ocasiona a pasajeros
y automovilistas.
También un par de veces por
día pasa el tren "cartonero": son formaciones rescatadas
de la obsolescencia, sin asientos, sin ventanillas (las aberturas
se cubren con rejas y alambres). Paran solo en ciertas estaciones
autorizadas, en las restantes el tren pasa a toda velocidad, se
escuchan los gritos de los niños y se ven las figuras (dignas
de Dickens) de los seres humanos que van a buscar entre los residuos
para encontrar su sustento. Hace unas semanas, luego del paso de
este tren, una señora de cierta edad se puso a llorar desconsolada
a unos metros de donde yo estaba. Una mujer se acercó a preguntarle
que le pasaba: con acento europeo, respondió que ese tren
le recordaba a los que en su niñez veía pasar llevando
prisioneros a los campos de concentración.
MC
presentación
comienzo de la nota
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