El Urbanismo: una disciplina border line
de frente a poderes inciertos (I)
"La
participación debe ser real: los ciudadanos deben conocer
realmente los datos del problema".
Por
Maurizio Marcelloni
"Civiltà è acquisto e perdita,
ma che tien più i conti?"
Driss Chraibi, La civiltà, madre mia, 1972
N.de
la R.: Este texto fue presentado por el autor al Diálogo
sobre Urbanismo y Poder, en el encuentro Ciudad
y Ciudadanos del siglo XXI, en el reciente Fórum
Universal de las Culturas de Barcelona. Debido a su extensión
se publica en dos ediciones consecutivas de café
de las ciudades.

Mapa
síntesis del Plan Regulador de Roma.
Premisa
Creo que mi
larga experiencia como director de la oficina para la redacción
del nuevo plan urbanístico de Roma, durante las dos administraciones
del Alcalde Rutelli (de 1994 a 2001), me ubica en una situación
muy apropiada frente a las cuestiones que esta sesión del
Fórum intenta tratar.
Soy docente
universitario y por lo tanto se presume (aunque no sea, en verdad,
ni obvio ni descontado) que soy alguien que piensa y conoce críticamente
el cuadro de referencia teórico de la disciplina.; soy además
un profesional en ejercicio y por lo tanto se presume (aunque no
sea, en verdad, ni obvio ni descontado...) que soy alguien que conoce
las prácticas del proyecto. Un docente – profesional que
durante dos mandatos de un Alcalde resulta asignado a un rol técnico
– político, interno a la administración, para conducir
una experiencia que implica, en todos los campos, la relación
directa (tanto teórica como operativa) entre disciplina urbanística
y política.
Creo insertarme
bien en aquella esfera "de los desafíos que una excelente
práctica presenta a la teoría de la planificación,
así como aquellos que una teoría reflexiva presenta
a la política de la planificación" (Forester
1989).
Dirigir una
oficina de planificación es mucho más que ser un director
técnico: significa dirigir una máquina que debe producir
un plan (posiblemente, de un nuevo tipo) y, al mismo tiempo, significa
intentar enderezar todo aquello que en el ínterin acontece
en la ciudad hasta el momento de la aprobación del nuevo
plan, para evitar que, de lo contrario, su trabajo resulte del todo
inútil. En esta tentativa el urbanista está constreñido
entre las exigencias del Alcalde (que debe hacer) y las de
la participación y construcción del consenso (de
otro modo, las cosas no se hacen): en el medio están todas
las exigencias de los distintos operadores (que, con tal de hacer,
están dispuestos a cualquier cosa en la confrontación
entre la política y la técnica) y de las diversas
fuerzas políticas, de la mayoría y de la oposición,
cada una de las cuales necesita su visibilidad (la formal y la sustancial).
En sustancia,
es una situación en la que ocurre el paso del "ejercicio
del pensar" a la "aplicación del pensar"
y, por ende, a la verificación de aquel pensamiento y, ¿por
que no?, a su enriquecimiento, a su evolución de la teoría
a la práctica, de la práctica a la teoría.
Y aquí ya hay un punto de reflexión que no es indiferente:
cuidado con olvidar, en cualquier situación, uno de los
dos polos. La relación entre ciudad y poder está
enteramente dentro de esta relación dialéctica. Y
en la reflexión abierta sobre la propia experiencia reside
la oportunidad de comprender cuanto transvasamiento ha habido entre
teoría y practica y cuanto valor agregado lleva la práctica
a la teoría, y viceversa. He probado de hacer esto en un
trabajo (Marcelloni, 2003) que busca comprender "el juego de
poder interno y transversal al proceso de planificación"
(Forester, 1989), dentro del cual he trabajado conscientemente en
estos años.
Recuerdo un
artículo de Eduardo Leira (en el catálogo de la muestra
sobre planificación española en Venecia, 1989) titulado
"Más que planes", en el que se ponía en
evidencia la asunción del plan como instrumento principal
de la lucha política, a través del cual el urbanista
pretende organizar el funcionamiento de la ciudad y, por ende, de
la sociedad. Por otro lado, puesto que el urbanismo resulta a menudo
coincidente con la disciplina que se opone a la especulación
inmobiliaria y edilicia, el urbanista, o una parte de los urbanistas,
asume a menudo el rol de paladín de los pobres. Dos posiciones
que interpretan la relación entre disciplina y poder de modo
extremista. En realidad, creo que se trata de la misma posición,
que se articula en una de las dos modalidades según se esté
en el gobierno de la ciudad o en la oposición.
El ejercicio
del pensar y del hacer, en estos últimos años, me
ha llevado a pensar que, desde hace mucho tiempo, la crisis de
la planificación urbana es una crisis de poder, y que
dentro de esta crisis se coloca el difícil hacer del urbanista.
Que creo objetivamente más difícil que el del arquitecto,
como intentaré demostrar más adelante.
Una crisis del
poder en la cual, entre otras consecuencias, se reducen las modalidades
con las cuales definir y construir el espacio urbano (expresión
típica del poder) que estaba dado precedentemente. Cuando
hablo de crisis de poder intento referirme tanto al poder político
como al económico, como también a aquel de la representación
social.
Quisiera referirme
solo a algunas de las cuestiones entre las tantas que caracterizan
la relación entre ciudad y poder (obviamente, a la luz de
mi experiencia directa reciente). Haré en primer lugar algunas
breves consideraciones sobre la fragmentación del poder,
sea el del sector político o el de los operadores (parágrafo
1) y después daré algún ejemplos sobre los
diversos poderes que condicionan los procesos de transformación
urbana: el poder de la burocracia (parágrafo 2), el poder
dela visibilidad de los microintereses políticos (parágrafo
3), el poder del Estado central (parágrafo 4), el poder de
los microintereses corporativos (parágrafo 5). La ultima
parte la dedicaré a algunas tentativas sobre el sector de
la así llamada "planificación colaborativa"
y al esfuerzo que el urbanista debe hacer en la actual fase, como
única posibilidad concreta de incidir en la complejidad de
los procesos de transformación de la ciudad (parágrafos
6, 7 e 8).

Estructura del Plan Regulador de Roma y estrategias metropolitanas.
1. La articulación de los poderes como expresión de
la complejidad
1.1
El poder del sector público
Intentar
gobernar una ciudad es muy parecido a gobernar la sociedad:
la ciudad es un óptimo
papel de tornasol.
Estoy convencido
de que la crisis del urbanismo tradicional, aquel que se basaba
en el plan regulador general y en los planes de actuación
en cascada, es también representativa de la crisis de los
poderes estatales fuertes. La búsqueda de soluciones mucho
más articuladas (como por ejemplo, el doble nivel del plan:
"estructural-metropolitano" de un lado, y "local",
es decir, descentralizado entre varios municipios, del otro) responde
a la exigencia de liberar al poder central de "poderes que
ya no son aplicables" (y que entonces resultan indeseados)
y de descentralizarlos en nuevos niveles de poder. En esta suerte
de "toma de distancia" y de selección de poderes
a diversos niveles (es decir, de superación de las jerarquías)
reside la esperanza de poder ejercer al menos los poderes así
redefinidos (mejor, menos poderes pero más aplicables...)
para restituir credibilidad a las instituciones. Esto parece además
muy democrático y, al menos en parte, lo es realmente. Descentralizar
significa acercar el poder de decisión al ciudadano. El proceso
general de re-articulación de los poderes a los diversos
poderes decisionales (descentralización, etc.) y, sobre todo,
la realización contextual de una real autonomía decisional
de los diversos niveles de gobierno (es decir, una verdadera superación
de la jerarquía de los planes y de las competencias decisionales,
y por ende de la organización piramidal de los planes y,
sobre todo, de las decisiones) aparecen como procesos largos y complejos,
de modo que, en la realidad, emergen más a menudo los
aspectos negativos que derivan de las incertidumbres y/o resistencias
a una modificación tan estructural de la organización
del Estado, que aquellos positivos que derivarían de una
actuación y experimentación más convencida
e incisiva del nuevo modelo.
¿Pero la complejidad
se gobierna solamente descentralizando y articulando los poderes?
La fragmentación de las competencias a nivel central (fragmentación
horizontal) y a nivel local (fragmentación vertical) trae
el riesgo de hacer perder toda referencia unitaria. Puede
darse que tal referencia unitaria, como muchos teóricos sostienen,
ya no sea necesaria o posible. Sin embargo queda el hecho de que
"lo general no es en absoluto la suma de las particularidades" (Morin).
Se repropone entonces la cuestión de la cual se ha partido:
la exigencia de una cierta unitariedad y de las formas con la cual
esta puede ser garantizada. En general me parece que hasta ahora
las modalidades tentadas para garantizar tal unitariedad o al menos
tal coordinación (del fracaso de los gobiernos supracomunales
a las mesas de concertación) han dado resultados muy modestos
frente a la rapidez del cambio de la dimensión de la ciudad
contemporánea, y que las transformaciones urbanas de los
últimos 20 años son en general el fruto de operaciones
puntuales, solo algunas veces insertas en una visión (ni
siquiera en un "plan") estratégica, con el resultado
de que la recualificación urbana, pero sobre todo la revitalización
urbana (esto es, sus dinámicas económicas) atañen
solo a ciertas partes de la ciudad (casi siempre las más
centrales o ya consolidadas), con perjuicio de las periferias, cada
vez más marginadas.
1.2 El poder de los operadores y de los usuarios
Sin embargo,
la complejidad produce también una articulación de
los poderes ligados a los intereses particulares, cada vez más
fragmentados y parcelados, corporativos. Como ya he dicho, puede
darse que la globalización produzca
poderes
cada vez más mundializados, pero son también poderes
cada vez más inmateriales, en el sentido de su visibilidad
y, por ende, de la posibilidad de su asunción como contrapartes
(y para ser combatido, el poder debe ser bien visible...).
En mi experiencia
romana he visto pocos poderes fuertes, en el sentido tradicional
del término. ¿El poder financiero? ¿Las grandes sociedades
públicas y privadas? ¿Las multinacionales? Yo diría
que generan problemas de normal administración, frente a
la complejidad generada por el juego de los micropoderes políticos
y sociales. Están, por ejemplo, las grandes companies
que van en gira por el mundo a vender sus productos, pidiendo áreas
sobre los cuales localizarlos: me recuerdan, sinceramente, a
unos pobres vendedores de plaza, con sus mantas extendidas sobre
el pavimento. Recuerdo por ejemplo algunas grandes organizaciones
internacionales que llegaban para vender "acuarios": Roma no
tiene un acuario, como tienen todas las grandes metrópolis
del mundo; basta con elegir entre distintos tipos de acuarios; los
efectos económicos y de atractividad están garantizados;
aquí están nuestros ejemplos ya realizados en Miami
o en San Diego, etc., etc. Solo se necesita encontrar un área
donde localizarlo, ya hemos visto algunas... etc.etc. ¡A Génova
le ha sido posible realizar un acuario, a Roma no! ¿Por qué?
Porque el grupo de los verdes en la mayoría del gobierno
de la ciudad (un grupo muy pequeño) posee en su interior
una componente "animalista" (un solo electo, uno) particularmente
aguerrida; y la visibilidad política ha llevado a esta componente
política de la mayoría a elegir también la
visibilidad animalista (realización de un canil municipal
y prohibición de cualquier acuario en la ciudad). Y entonces
las grandes companies de los acuarios han sido rápidamente
derrotadas
por un
solo consejero comunal. La lista podría continuar largamente.

Acuario
de Génova
2. El poder de la burocracia
Cuando hablamos
de ausencia de calidad del espacio urbano en la ciudad contemporánea
parece que hablamos de un fenómeno típico de nuestras
ciudades, en contraposición a la cualidad de la ciudad moderna
o de la ciudad antigua. Bastaría releer aquello que Camilo
Sitte escribía en 1889 a propósito de la ciudad moderna
en construcción y de la responsabilidad de los arquitectos
y de los nuevos instrumentos urbanísticos sobre la fealdad
de la ciudad: "La cuestión de los planes reguladores
de la ciudad está entre las más discutidas y candentes
de nuestro tiempo. Como en todos los problemas actuales,
también aquí las opiniones se explican en dos campos
opuestos. Mientras que en general se tributa un unánime y
debido reconocimiento a todo lo que ha sido realizado en materia
de circulación, de buena utilización de los terrenos
edificables y, sobre todo, de mejoramiento higiénico, se
manifiesta en cambio una casi tan unánime reprobación,
hasta el escarnio y el desprecio, por los graves fracasos reportados
por el urbanismo en materia de arte. Esta disparidad de juicio,
por lo demás, refleja exactamente la realidad, porque en
el campo técnico se ha hecho mucho, pero en el campo artístico
no se ha hecho casi nada, y a los nuevos y grandiosos edificios
monumentales se contraponen las más torpes sistematizaciones
y loteos de los barrios circundantes". O también
la reflexión de Corboz sobre la ciudad antigua: "tenemos
de la ciudad antigua una idea no del todo correspondiente a la real".
Por no citar las conocidas descripciones de Engels. Se puede entender
rápidamente que hablamos de argumentos siempre presentes
y recurrentes. Y sin embargo, entonces se tenía el poder
para realizar la ciudad con una calidad
difundida.
Quizás también la ciudad moderna era bella solo en
alguna de sus partes (pocas, y ciertamente las más representativas)
y fea en otras (la mayor parte), exactamente como las ciudades actuales,
si es que no más todavía. Entonces, el poder que
a menudo invocamos, o que en nuestro corazón desearíamos,
no ha servido de mucho.
Hojeando las
revistas de arquitectura y de urbanismo, los proyectos de transformación
urbana vienen siempre ilustrados desde el aspecto arquitectónico.
No hay nunca una palabra de por que el proyecto nace, que cuestiones
debe resolver, a que problemas debe dar soluciones, a que objetivos
generales y puntuales tiende, que modelos operativos han sido puestos
en marcha para su construcción, como ha sido construido el
consenso; y todavía menos son ilustrados o analizados a posteriori
sus resultados concretos respecto a las expectativas. Resulta ilustrado,
en sustancia, solamente el proyecto arquitectónico de ciertos
arquitectos.
Los alcaldes
de las ciudades parecen los nuevos príncipes de nuestra
época, e instauran con los arquitectos una relación
directa para la realización de obras públicas singulares
y relevantes, en general de naturaleza puntual (un museo, un teatro,
un aeropuerto, una estación, etc). Su realización
es considerada excepcional, según procedimientos especiales.
Los resultados son, en general, desastrosos. Este tipo de
arquitectura es en general antiurbana, en el sentido de que es autoreferencial
y poco relacionada con el contexto en el cual se inserta. En
un sentido más amplio, este tipo de proyectos ha afectado
a las partes decadentes y degradadas de la ciudad moderna (es decir,
de la ciudad todavía central) y por lo tanto se ha hecho
portador de nuevos desequilibrios entre la ciudad moderna regenerada
y la ciudad contemporánea, cada vez más relegada.
Quisiera dar
algunos ejemplos de la reciente experiencia romana.
El proceso de
inserción y realización de los nuevos proyectos urbanos
en la realidad romana está siguiendo tiempos muy largos,
porque remonta un histórico retraso de la cultura del proyecto
y de la gestión de la transformación de la ciudad.
Los esfuerzos hechos en el curso de los últimos diez años
intentan recuperar este gran déficit, pero aquello que ha
sido realizado, o que está en curso de realización,
muestra algunos límites propios en lo relativo a su aporte
a la calidad urbana, prescindiendo de la calidad arquitectónica
de los proyectos singulares. Más bien, exactamente esto me
parece el punto central sobre el cual reflexionar: la indiscutida
calidad de los proyectos de arquitectura no lleva directamente y
automáticamente a un incremento de la calidad urbana; calidad
arquitectónica y calidad urbana no coinciden si no interviene
un poder de dirección y coordinación. Este poder
es tanto más necesario desde el momento en que en general
(y sobre todo en los últimos 20 o 25 años) los arquitectos
no asumen este problema, y suponen en cambio que la calidad urbana
es intrínseca a la calidad arquitectónica.

Iglesia
del Jubileo, en Roma – Arq. Richard Meier
Creo que todos
conocen la nueva iglesia proyectada por Richard Meier en la periferia
este de Roma. Publicada en todas las revistas internacionales, es
ciertamente una gran obra de arquitectura cuya realización
ha comportado, entre otras cosas, complejos problemas tecnológicos
(resueltos magistralmente por un ingeniero romano). Quien haya tenido
la posibilidad de ver la obra queda impactado por dos cosas: la
belleza del objeto - iglesia y su total extrañeza al contexto
en la cual está anclada. Se trata de una pequeña área
de forma triangular, cerrada entre dos edificios residenciales de
los años 70, un área residual destinada a servicios
públicos del plan de loteo aprobado en su momento. En el
confín del loteo, exactamente a lo largo de un lado del triángulo
de suelo todavía libre, existe una gran área destinada
a parque público y, como tal, expropiada y realizada por
la administración comunal exactamente en el mismo período
en el cual fue aprobada y realizada la iglesia. Dos áreas
públicas, entonces; ambas destinadas a servicios públicos,
una adyacente a la otra. La iglesia ocupa el único espacio
libre entre las residencias, un espacio que se prestaba muy bien
para ser un espacio libre y organizado: en palabras simples,
"una plaza". Sobre el lado del triangulo hacia el
nuevo parque existía suficiente espacio para albergar la
nueva iglesia. De tal modo la iglesia vendría a constituir
un escenario doble: de un lado cerraba, calificándola, una
verdadera plaza, como hacen históricamente todas las iglesias,
y por otro lado, devenía el foco visual de todo el parque
nuevo. Era suficiente el desplazamiento de unos pocos metros de
la localización de la iglesia al interior de las dos áreas
públicas, desgraciadamente gestionadas por dos oficinas comunales
distintas. El resultado urbano es patético, y por desgracia
irreversible, con la bellísima iglesia que obtura un espacio
y que está rodeada por una pequeña pared, que la separa
todavía más (¿habéis visto alguna vez iglesias
valladas
en una
plaza?). Lo más dramático es que de esto no se
habla; este tipo de problemas está del todo ausente.
No creo que el arquitecto Meier se haya planteado el problema, y
este es también el límite de los grandes arquitectos,
pero ciertamente (y esto es mucho más grave) no se lo ha
planteado la administración comunal que tenía el poder
de hacerlo.
Por una vez
que una gran obra de arquitectura se localiza en la periferia, se
utiliza así de mal: realmente, una ocasión perdida.
Podría
continuar también con otros ejemplos que nos llevan en todos
los casos a la misma cuestión: el poder oculto (pero dramáticamente
presente) del aparato burocrático, que produce a menudo vestigios
irreparables...

Iglesia
del Jubileo, en Roma – Arq. Richard Meier
3. El poder de la micropolítica
Quedan los poderes
difusos, cuyo gobierno es seguramente más complejo que aquel
derivado de la tradicional relación Estado – Gran Empresa:
las mesas se hacen cada vez más concurridas, tanto como
los intereses a conciliar. También sobre el sector de
los usuarios de la ciudad: comités de barrio aguerridos y
comités de residentes o de comerciantes igualmente (y cada
vez más) aguerridos, frente a los proyectos de transformación
urbana.
Sobre este tema,
la mitología de la participación y de la información
como elementos básicos de la democracia merecería
alguna profundización valerosa. En este parágrafo
hablaré de la experiencia del proyecto de transformación
del área de Tor Marancia en Roma, que considero muy significativa.
En general, creo que se confunde demasiado la participación
con la presencia de comités de barrio organizados por componentes
políticos minoritarios, que reencuentran así a
nivel micro algún rol de supervivencia y de trampolín
para futuras operaciones electorales: estructuras, por lo tanto,
legítimas, pero profundamente antidemocráticas si
se utilizan como expresivas de las colectividades locales. Así,
la correcta e indispensable necesidad de la "información"
viene muy a menudo sustituida por un empleo difuso de la "comunicación"
que (como agudamente subraya J.Fitoussi), es cosa muy distinta y
ambigua, más bien oscurecedora de la información,
generando fenómenos de información deformada e
instrumentada para ciertos fines.

El
área de Tor Marancia, en Roma
El caso de la
utilización de la reserva de
Tor Marancia en Roma merece una atenta reflexión, en especial
sobre el estado de las relaciones entre nuestra disciplina y la
política. Intento decir que una disciplina debe, legítimamente,
ponerse el objetivo de verificar si las propias elaboraciones, esto
es, el propio pensamiento y los propios instrumentos de intervención,
tienen la capacidad de generar
hegemonía
cultural. De verificar, en definitiva, en los procesos concretos
de la transformación de la ciudad, cuales son el grado de
credibilidad y de fiabilidad de las mismas y el grado de difusión
y de enraizamiento en la sociedad y en la cultura del gobierno de
las ciudades.
Creo que el
caso de Tor Marancia ejemplifica la derrota del reformismo;
aquello que asume la complejidad de la realidad, difícil
de construir y realizar, aquello sobre lo cual más comprometido
es el esfuerzo de la política y de la cultura para la construcción
del consenso; y creo que representa la victoria de la irracionalidad
y del ideologismo sobre la racionalidad y sobre la política.
Explica además muy bien la estructura y las relaciones entre
los distintos poderes que operan en la ciudad.
La dinámica
de este caso urbanístico es simple. Una vasta reserva
de casi 300
hectáreas es edificable sobre la base del viejo plan regulador
vigente. Se trata, por otra parte, de una posibilidad edificatoria
muy elevada. La reserva
es adyacente a un parque muy famoso: el parque de la Appia Antica,
del que constituye una especie de potencial extensión. En
la discusión sobre el nuevo plan, en efecto, el desacuerdo
es fuerte incluso al interior de la mayoría del gobierno:
cancelación, o casi, de la edificabilidad, y transformación
en parque. La Región del Lazio ha aprobado autónomamente
una ley para la ampliación del parque de la Appia Antica
englobando la
reserva
de Tor Marancia y, por ende, ratificando de hecho la no edificabilidad.
La mayoría política de la región es de centroderecha
y el impulsor de esta ley ha sido la Alianza Nacional (el partido
fascista), que ha pensado transformarse para la ocasión en
más ambientalista que los verdes de la administración
comunal. A nivel regional, la ley de ampliación del parque
ha sido votada también por los verdes regionales y por Refundación
comunista. El Ayuntamiento, después de haber seguido por
un año, aunque con fuertes conflictos internos, la línea
del mantenimiento de la trasformación urbanística
(si bien fuertemente redimensionada), ha debido aceptar la nueva
prospectiva con una deliberación del Consejo, indicando en
el procedimiento una "compensación de los derechos edificatorios",
desplazando por lo tanto hacia otro lugar la solución del
problema.
Tor Marancia
es ciertamente un caso paradigmático. Creo que se puede afirmar
que se trata de un proyecto urbanístico y arquitectónico
con fuertes y estudiadas sinergias más generales: aunque
prevalentemente residenciales, también prevé otras
intervenciones importantes de naturaleza no residencial; afronta
el tema de la contextualización del proyecto, sea por la
relevancia del entorno (valor histórico y paisajístico
del sitio y de sus adyacencias), sea por participar en manera decisiva
de la solución de los problemas generales del sector urbano
en el que se inserta (carencia de servicios y standards y, en particular,
la "dramaticidad" del sistema de la movilidad). El interés
público está representado por el objetivo de la realización
del gran parque público y de parte de las obras infraestructurales
por parte de los privados. La administración colabora con
una línea de transporte guiado (un tranvía) que conecta
la zona con la estación Ostiense. Un proyecto, entonces,
de grandes valencias para las perspectivas de todo el sector urbano.
¿Cual era la perspectiva que la administración comunal había
intentado construir por años? La búsqueda, a través
de un acuerdo con la Región, la Superintendencia y los propietarios
operadores, de un equilibrio entre los diversos intereses y valores
en juego. Por un lado, los operadores que habían invertido
ingentes sumas en una previsión de plan (una previsión
legitimada desde hacía tiempo y, por lo demás, confirmada
por algunas decisiones de esta misma administración) y por
otro lado un área sin duda de gran valor histórico
ambiental ubicada en un sector urbano que, aunque adyacente al parque
de la Appia Antica, tiene necesidades de servicios locales (por
empezar de verde público), y de reorganización funcional.
De allí una hipótesis proyectual que se fijaba los
siguientes objetivos:
a) un fuerte
redimensionamiento de la carga habitacional (10/12.000 nuevos
habitantes contra los originarios 40.000);
b) la realización
de un gran parque urbano (200 de las 300 hectáreas) sobre
las áreas más delicadas de la reserva,
adyacentes al parque de la Appia Antica y, por lo tanto, constituyendo
en los hechos (aunque no lo fuera jurídicamente) una extensión
del mismo; realizado por privados y cedido a la administración.
Con esto una parte de la periferia se dotaba de un parque de la
dimensión de los históricos de Villa Borghese y de
Villa Ada. La dotación de verde público de todo el
sector urbano quedaba resuelta; una parte del parque, la de mayor
valencia arqueológica, podía ser más específicamente
valorizada por la nueva superintendencia arqueológica;
c) la realización
de un nuevo sistema de vialidad, en parte a cargo de los
operadores, que reorganizaba algunas de las calles existentes y
creaba otras nuevas, integrando el sistema local a aquel general
en construcción. El resultado debía ser el aligeramiento
general del tráfico y, en principio, la solución del
tráfico local;
d) la dotación
de otros servicios urbanos y locales para todo el sector;
e) la realización
de un proyecto de arquitectura digno de ese nombre, firmado por
Vittorio Gregotti, particularmente atento a la morfología
de la reserva
y basado en la edificación de solamente el área de
borde.
En pocas palabras,
tomar la ocasión de una previsión de plan para redimensionarlo
en el mayor grado posible y, a través del uso de recursos
públicos y privados conectados a la transformación
urbana, garantizar un salto de calidad en la reorganización
de todo el sector. No creo que nunca un proyecto urbano haya
sido puesto bajo más atentas verificaciones de todo tipo:
sondeos y excavaciones arqueológicas; evaluaciones de impacto
ambiental muy cuidadosas y, por lo demás, calificadas positivamente
por las oficinas regionales competentes, evaluaciones de transporte
que en todos los casos confirmaban que el nuevo sistema de la movilidad
garantizaba, aun en presencia del aumento de 10/12.000 residentes,
la consecución de standards de movilidad que eliminaban el
caos cotidiano. En suma, un proyecto pensado y construido para su
correcta inserción en un contexto urbano objetivamente difícil
y, al mismo tiempo y por eso mismo, fascinante. El objetivo era
la calidad de una transformación urbana entendida no solo
como calidad del proyecto de arquitectura sino como calidad del
proyecto urbano en su totalidad y en sus resultados finales,
aquellos que la población finalmente verifica sobre las propias
condiciones de vida.
¿Cuales serán
las consecuencias de la solución aprobada?
- El parque
público no se realizará nunca. Cuando incluso
el área debería quedar en posesión del Ente
de parques (la estructura autónoma que gestiona los parques
protegidos de valor histórico – ambiental y de interés
regional), entrará a formar parte del parque arqueológico
y será vallada.
- El sistema
de la movilidad permanecerá como el actual (ni las finanzas
del Ayuntamiento están en condiciones de sustituir al partenariado
hipotetizado): por muchos años los ciudadanos del sector
permanecerán cotidianamente embotellados en el caos
del tráfico local. Habiéndose reducido el proyecto
de Tor Marancia, tengo incluso serias dudas de que el hipotetizado
tranvía sea realizado.
- El sector
continuará permaneciendo enteramente por debajo de los
standards respecto a los servicios de nivel local (verde, etc.).
- La administración
comunal se compromete (y dejará el compromiso en herencia
a las futuras administraciones) a encontrar otras áreas
en varios puntos de la ciudad para relocalizar casi 2 millones
de metros cúbicos con una operación de compensación,
abriendo un contencioso con todos los nuevos municipios que tienden
a disminuir, y no a aumentar , sus propias cargas urbanísticas.
Como alternativa, habiendo aceptado la no cancelación tout
court de la intervención, los sostenedores de la posición
rígida deberán aceptar la reconversión edificatoria
de las áreas agrícolas y, por lo tanto, de nuevos
consumos de suelo.

El
área de Tor Marancia, en Roma
La experiencia
merece algunas reflexiones.
La primera lleva
a entender que, evidentemente, la complejidad y la articulación
del proyecto urbano propuesto no han sido asumidas y comunicadas:
su calidad, sus objetivos concretos, no han sido publicitados, expuestos,
discutidos, confrontados ni llevados adelante con la debida convicción.
Cuanto de esta no convicción dependa de la no asunción
político - cultural de la línea propuesta, y cuanto
derive en cambio de preocupaciones de naturaleza esencialmente política,
ligadas a contradicciones internas de la mayoría es precisamente
el tema
que sería interesante indagar. Mientras que no hay duda sobre
la presencia de posiciones diversas en la mayoría, no parece
igualmente clara de parte de la "mayoría de la mayoría"
la conciencia de la magnitud del retroceso político-cultural.
La gestión del caso ha sido enteramente dejada, por una parte,
en manos de los comités locales que se oponían, junto
a las representaciones políticas locales, a toda intervención
de transformación, y por otro lado, a la oposición
que ha hecho de Tor Marancia una suerte de bandera, "corriendo"
por izquierda a los partidos de los verdes y de la refundación
comunista. En otros términos los equilibrios locales han
prevalecido sobre las perspectivas para el sector urbano en su totalidad.
La segunda reflexión
se refiere a la participación efectivamente solicitada. La
participación debe ser real: los ciudadanos deben conocer
realmente los datos del problema. También la instrumentación
técnica para la comunicación ha sido escasa: dibujos,
maquetas, simulaciones, videos, muestras permanentes, discusiones,
han estado del todo ausentes. La conquista del consenso cuesta,
y es preciso que los proyectos urbanos sean bien presentados
y comunicados. Los debates en el sitio, y no han sido pocos,
solo han sido los solicitados por los adversarios del proyecto;
es decir, no han sido debates de confrontación de ideas sino
explícitamente dirigidos contra el proyecto. Por parte de
la comuna, se han limitado a la documentación técnica
adjunta a la deliberación. En otros términos, se ha
"dejado la pelota" a los adversarios del proyecto, sin
asumir la iniciativa (aun teniendo cartas fuertes para jugar). Ninguno
ha realizado un análisis de las cuestiones reales. Los temas
han sido solamente los "números" y la defensa del
ambiente.
MM
Esta
nota continua en el próximo número de café
de las ciudades, con los siguientes temas: El poder del
Estado central, El poder de los microintereses corporativos, El
mito del partenariado y la planificación colaborativa, Algunos
casos en curso, Algunas reflexiones para discutir.
También
en el próximo número de café
de las ciudades publicaremos una nota sobre el Plan Regulador
de Roma.
El
autor es Arquitecto, Profesor en la Universidad de La Sapienza (Roma)
y ha sido Director del Plan Regulador de Roma.
Sobre
Roma, ver también las notas Roma
y lo efímero,
de Carmelo Ricot, y Roma,
complicidades y vino,
de Rolo Chiodini, en los números 3 y 8, respectivamente,
de café
de las ciudades.
Sobre
planificación participativa y proyectos urbanos, ver también
la nota Les
Halles, el difícil equilibrio del proyecto urbano,
en este
número de café
de las ciudades.
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