El Urbanismo:
una disciplina border line de frente a poderes inciertos
(II)
"El
urbanista debe desempeñar su rol de la manera más
radical posible".
Por
Maurizio Marcelloni
N.
de la R: con esta segunda parte finaliza la publicación del
artículo de Maurizio Marcelloni,
iniciada en el número
27 de café
de las ciudades.

Villa
Adriana, en Tivoli
4. El poder del Estado central.
Pocas semanas
atrás estalló en Roma un pequeño escándalo,
que dicho sea de paso aun no tiene una solución explícita.
Los diarios han reportado con muchas fotografías la realización,
sobre las terrazas de un palacio de propiedad del Senado, de una
bouvette bien visible desde las calles aledañas al
Panteón. ¿Quien ha dado la autorización? ¿Que procedimiento
se ha seguido? ¿Donde está el parecer de la superintendencia
de bienes arquitectónicos? Todas las organizaciones culturales
piden la demolición. El Senado inicia investigaciones. Por
ahora todo queda en eso. Se trata de un pequeño ejemplo de
una modalidad de intervención muy difundida del Estado. Un
ejemplo de la arrogancia del poder central. Es una historia
antigua.
A principios
de los años ´60 un ministro democristiano que propuso una
seria reforma urbanística fue públicamente condenado
y apartado de su propio partido. Su relación introductoria
a la propuesta de ley comenzaba diciendo: "el Estado debe ser el
primero en respetar las reglas que se da". Parece obvio que para
particulares obras públicas y de interés público
exista un poder de contravención: creo que una disposición
similar está presente en cualquier legislación seria
sobre urbanismo y obras públicas. Pero una cosa es la contravención
en ciertos casos específicos y otra la que se convierte en
procedimiento ordinario para cualquier tipo de intervención,
incluida la bouvette sobre la terraza. Existe entonces un
procedimiento especial, que se ha transformado en práctica
ordinaria, mediante el cual el Estado central en todas sus representaciones
(el Gobierno, las dos Cámaras del Parlamento, los diversos
ministerios, las distintas fuerzas armadas, etc.) interviene en
la ciudad y el territorio sin ninguna atención por las decisiones
de los municipios. Cuando llegué a la dirección de
la Oficina del Plan encontré cerca de 100 casos en curso;
estos casos abarcaban casi todo: desde las modificaciones de los
destinos de uso de los edificios a la superación de los standards
urbanísticos (que por ley son inderogables), del incremento
de superficie edificable a las edificaciones en áreas agrícolas
o destinadas a espacios verdes. Nada de estratégico para
el Estado, solo la explícita afirmación de no querer
perder tiempo con los procedimientos normales que cualquier
ciudadano u operador debe seguir y que son de exclusiva competencia
de la administración comunal.
Por otro lado,
¿por qué sorprenderse? Mientras las comunas, sobre todo en
los últimos años, se esfuerzan por combatir la plaga
de las construcciones ilegales (la clandestinidad o abuso edilicio)
el Estado central ha sancionado en dos ocasiones una ley
de condonación edilicia
(la loi du grand pardon, como la han definido los franceses).
Lo más interesante de esta ley es su motivación, que
es la de recuperar dinero para las finanzas públicas capitalizando
los abusos al convertirlos en legales. Lo interesante es que, mientras
el valor del patrimonio edilicio ilegal se decuplica en el
momento en que se legaliza, las administraciones comunales deben
realizar las obras de urbanización faltantes (con el presupuesto
comunal), cuyo costo es de cerca de diez veces el de la multa pagada
por la legalización. Por otro lado, todos los cálculos
están errados en defecto, por lo cual el Estado no recauda
ni siquiera las cifras esperadas. Cuando se sonríe ante el
fenómeno del abusivismo en las ciudades italianas como un
fenómeno extraño e incomprensible, se debe reflexionar
sobre el hecho de que el mismo constituye una modalidad que refleja
el comportamiento del poder.



Construcciones
abusivas en Italia
La práctica
constante de la intervención pública, anómala
respecto a la norma general, está además difundida
incluso en políticas de largo aliento. Baste pensar en la
política pública de vivienda. Las intervenciones de
edilicia residencial pública, lejos de constituir una ocasión
para gestionar el diseño de la ciudad, se convierten en la
ocasión para negar ese diseño dentro del cual debieran
realizarse. Casi todos los planes de edilicia residencial pública
han sido y continúan siendo realizados sobre áreas
agrícolas, en completo desprecio por las leyes fundamentales
de la edificación pública. Las motivaciones residen
en el costo más bajo de expropiación y en la no oposición
de los propietarios inmobiliarios a la expropiación de los
terrenos, y la consiguiente rapidez de actuación de los programas
(para no perder los financiamientos públicos). También
en la experiencia reciente de estos últimos años,
después de un esfuerzo inicial de abandonar
esta práctica,
introduciendo una coherencia con el proyecto de la ciudad en construcción
con el nuevo plan, y privilegiando la intervención pública
residencial en los programas de recalificación de las periferias
(esfuerzo que por otro lado fue exitoso, demostrando que la operación
es posible), se ha retornado ahora a las viejas prácticas,
más "simples" y menos fatigosas para la gestión
política.
En una ciudad
como Roma, la superposición y entrelazamiento de estas prácticas
ha constituido, y en parte constituye todavía, un poder verdaderamente
devastador.
5.
El poder de los microintereses corporativos.

La
playa de Ostia
Un caso de poder
real y paralizante, en ausencia de un rol de decisión de
la administración pública (y por lo tanto, de confrontación
y desencuentro entre dos poderes) es el de los intereses privados
ligados a situaciones específicas.
Desde hace tiempo
se discute en Roma sobre un "plan de ordenamiento del litoral",
es decir de la playa de Ostia (barrio de Roma), ocupada en toda
su extensión por establecimientos balnearios que han privatizado
de hecho el acceso al uso de la playa y han alzado, con los años,
un verdadero muro que impide no solo el acceso, sino directamente
la vista
del mar desde la calle litoral: una calle que en su tramo urbano
es (era) un verdadero paseo a lo largo de la costa marítima.
Obviamente, la playa es patrimonio del Estado y los operadores privados
tienen concesiones: por lo tanto la administración pública
pareciera estar en una posición de fuerza, con el poder de
subordinar la renovación de las concesiones a la realización
del proyecto de recalificación.
El plan de ordenamiento
del litoral debería tener el objetivo de restituir el mar
al público, reconstituir un verdadero paseo marítimo,
transformando los actuales establecimientos en estructuras de servicio
gestionadas por los privados, pero dentro de precisas reglas de
fruición y con la condición de que las actuales instalaciones
sean en gran parte reconstruidas. Pero de esto no se habla así,
tan explícitamente, porque es obviamente el punto de conflicto.
Se habla en cambio de recalificación general del área
con la implantación de estructuras hoteleras (de las que
la zona carece por completo) y de otros elementos de atractividad
para transformar el barrio en una verdadera área para el
turismo y el loisir de demanda nacional e internacional.
Hace años que parece alcanzado un acuerdo con grandes proclamas
sobre el futuro del litoral, finalmente recalificado: en este acuerdo
la cuestión del uso de la playa se resuelve con la obligación
de parte de los gestores de dejar pasar (y por lo tanto crear los
pasajes, los corredores) a aquellos que quieren acceder a la orilla.
La gran discusión consiste en la posibilidad de tender una
lona para tomar sol: los concesionarios se oponen y en los hechos
no dejan pasar al público si no es con un pago. Así,
puntualmente, a cada acuerdo, sigue el obstruccionismo o la revuelta
de los concesionarios, que en los hechos rechazan esos ambiguos
acuerdos y buscan ganar tiempo.
En realidad
el problema es complejo: el área presenta una receptividad
turística inexistente y un paseo marítimo poblado
de kioscos impresentables y estacionamientos clandestinos; el tráfico
es imposible, sobre todo los fines de semana. Hay más de
60 establecimientos (una verdadera corporación de concesionarios,
los verdaderos dueños del mar) y más de 4000 negocios
en el área adyacente al litoral: las dos corporaciones están
en conflicto entre ellas. Los comerciantes piden el uso público
de la playa y la reconstitución del paseo marítimo,
sin los cuales ningún proyecto de relanzamiento turístico
tiene sentido. Los concesionarios proponen en cambio un proyecto
que repite explícitamente el modelo Dubai: la construcción
de cinco islas artificiales en el mar, cada una dedicada a una actividad
específica; de este modo se crearía un polo turístico
atractivo que tornaría a la zona competitiva con Ibiza, Rimini
y la Costa Azul. A esta ridícula propuesta nadie le
contesta como sería natural. La comuna, por su parte, estudia
diversos proyectos: con el tiempo ha formulado nueve, de diversa
naturaleza, pero sin tener nunca el coraje de afrontar la cuestión
central.

Estudio
urbanístico de Ostia
6.
El mito del partenariado y de la planificación colaborativa
Parece obvio,
pero la complejidad cada vez mayor de la sociedad crea serios problemas
a los procesos democráticos, hasta el riesgo de la no
gobernabilidad. Los poderes difusos son paralizantes, tanto
para los pequeños como para los grandes proyectos.
Pero la fragmentación
del poder es ya un dato de hecho de esta fase tan "democrática"
de la modernidad. La democracia corre el riesgo de volverse antidemocrática.
Obviamente el problema no es el de eliminar los poderes difusos,
la descentralización y la participación: todo lo contrario.
Pero el camino para su reglamentación no es tan convincente.
Ciertamente, la ciudad es un lugar de conflictos que hoy se proponen
en distintos términos. A estos conflictos, la ciudad moderna
había intentado darles solución expresando la tendencia
a una "socialización racional", que por cierto no
contentaba a todos, pero tenía sobreentendido el sueño
o la ilusión igualitaria: mantenía la esperanza de
resolver también las cuestiones de las minorías excluidas.
Y esto era posible porque el factor de garantía de los equilibrios,
el poder, era visible y sustancialmente fuerte, y también
era sustancialmente clara la estructura de las fuerzas sociales.
El uso inequitativo de la ciudad estaba cargado de conflictualidad
pero generaba un conflicto productivo. Cada transformación
profunda era el resultado de la presión de esos conflictos
y de la diversa capacidad de las fuerzas políticas para procesar
los contenidos y encauzar las salidas. La ciudad contemporánea
no parece ofrecer estas perspectivas, al contrario. Los análisis
sociológicos tienden a evidenciar, sobre todo, la cada vez
mayor articulación de los actores de la ciudad, aquellos
que la viven y la disfrutan, todos cada vez más decisivos
a los fines de la nueva vida económica y social de la ciudad.
Pero la realidad parece todavía más compleja. No es
cierto que no haya conflicto, hay en cambio una multiplicidad
de conflictos transversales, en los cuales los distintos actores
quedan en cada ocasión diversamente ubicados: la conflictualidad
difusa y ambigua, pero cada vez más evidente, de la cotidianeidad
(residentes, comerciantes, peatones, automovilistas, jóvenes,
taxistas, guardias, ancianos, discapacitados, regularizados y clandestinos,
etc.); la conflictualidad institucional que impregna las relaciones
entre las instituciones de gobierno: entre comunas grandes y comunas
vecinas, entre comunas y municipios (confirmando que la nueva dimensión
de la ciudad genera relaciones nuevas y diversas, y modifica las
tradicionales relaciones de fuerza), entre ministerios, entre gobierno
central y regiones; es en general un conflicto que no corresponde
a las lógicas políticas tradicionales. La ciudad
contemporánea arriesga convertirse en estructuralmente antidemocrática
si a la fragmentación de los actores sociales y a la simultanea
fragmentación de sus representaciones no se contraponen nuevas
formas de participación y de democracia que hagan de esta
articulación una riqueza y no un peligro: por eso la ciudad
contemporánea tiene necesidad de más democracia y
de nuevas modalidades de gobierno. Este tipo de conflicto aparece
como la reacción más inmediata y difundida al proceso
de homologación general y se inserta en el redescubrimiento
y prevalencia de los valores individuales, de categoría o
localistas. La abstracción cada vez más extendida
del poder,
su desmaterialización como fruto de la globalización,
induce a un comportamiento de atención y de defensa de las
condiciones locales, exalta la dimensión localista de la
vida cotidiana y sus contradicciones (la sociedad de las clases
sin lucha o de la lucha sin clases, de la que habla Dahrendorf).
Frente a este
tipo de conflicto las fuerzas políticas parecen imbuidas
de una línea de no gobierno. O mejor, de suavización,
de confinamiento del conflicto: la búsqueda perenne de
la solución mediata que debe contentar a todos y que
en los hechos no contenta a nadie y solo aleja el problema en el
tiempo. Es la solución más simple e inmediata. El
conflicto no es asumido para convertirlo en la ocasión del
cambio, sino que rápidamente es gestionado en la dirección
de una rápida clausura. La fragmentación de las representaciones
arriesga llevarnos al no gobierno. Racionalidad y poder son cosas
distintas y alternativas. La argumentación no vence sobre
la visibilidad política. Como consecuencia se ha pasado de
la consecución de un consenso duradero y estructural a un
consenso inmediato y superficial, para nada estable, con lo
cual el conflicto se reproduce continuamente en las mismas formas,
sin resolver nunca la cuestión por la cual ha nacido.
Cierta y obviamente,
la gestión de estos conflictos parece hoy mucho más
difícil que en el pasado. Creo que nadie tiene soluciones
mágicas al respecto.
La dimensión
local de cualquier proyecto de transformación urbana es inmediata,
mucho más inmediata que su dimensión global. La construcción
del consenso en torno a los proyectos de transformación parece
ineludible y cada vez más sustancial. No solo porque sin
el consenso el tiempo del proyecto se alarga hasta su total deformación
o, a menudo, su no realización, sino porque el consenso sobre
el proyecto constituye la condición primaria para la superación
de un encierro individualista y local, de la identidad local como
mero valor defensivo. El objetivo pareciera ser evidenciar la reciprocidad
entre las dimensiones local y estratégica de cada proyecto
de transformación urbana, cuyo sentido entonces no se limita
al mejoramiento de lo local sino que compromete a lo local en
el futuro de la ciudad entera. Construir una "práctica
de la localidad", como bisagra entre procesos generales y situaciones
específicas. La participación entendida como fase
activa de la construcción del proyecto de transformación,
y finalizada con una identificación de lo local en el proyecto.
Así, a los fines de gobierno del conflicto, aparece como
decisiva la cuestión del tiempo: el tiempo técnico,
el tiempo político y el tiempo social del proyecto. Sin tener
un control de estos tiempos los proyectos de transformación
urbana arriesgan hasta ser un boomerang para quien los propone.
Por ejemplo,
en 1997 habíamos puesto en marcha 16 programas de recuperación
urbana, relativos a dieciséis grandes áreas en la
periferia de la ciudad. Creo que por primera vez en Italia, al menos
a una escala tan amplia (el conjunto de las intervenciones involucraba
situaciones urbanas donde viven cerca de 600.000 personas), una
administración intentaba encaminar
unos programas
acordados con los operadores privados y sobre la base de un debate
con las fuerzas sociales locales.
La administración
muestra una insospechada capacidad técnica: organiza la demanda,
prepara
esquemas
preliminares de naturaleza urbanística y económica
y promueve para cada área un concurso abierto a los operadores
privados. Las ofertas de los operadores son consideradas, discutidas,
seleccionadas y coordinadas entre sí a fin de compatibilizar
los objetivos generales con la definición de esquemas finales
de naturaleza urbanística y financiera. Todo esto, en cerca
de un año: la respuesta de los operadores ha sido elevadísima
y la expectativa
en los
barrios otro tanto de elevada. Para pasar de la decisión
técnica a la aprobación de los programas han sido
necesarios cerca de tres años, alcanzándolos al fin
del período del Consejo: los electos han querido rever todas
las elecciones puntuales acordadas y perfeccionarlas sobre la base
de decisiones políticas (electos de la comuna, electos de
los distintos municipios, operadores, equilibrios locales y generales,
etc.). La nueva administración modifica su propia organización
instituyendo una nueva asesoría a las periferias, que pide
todo el material en cuanto lo considera de su exclusiva competencia:
nueva ronda de evaluaciones, habiendo cambiado muchos de los electos
locales y municipales. Finalmente, los programas son aprobados y
enviados a la Región para su definitiva aprobación:
al momento de hoy comienzan a ser firmados los primeros acuerdos
y quizás dentro de no mucho tiempo se iniciarán los
primeros trabajos. El tiempo técnico ha sido de un año,
el tiempo político de seis. Cuando los trabajos estén
terminados habrá transcurrido otro tiempo. Las obras no serán
realizadas simultáneamente, así que la visibilidad
de las transformaciones será lenta y fragmentada en el tiempo.
Tiempo técnico, tiempo político, tiempo de actuación,
tiempo social. ¿Cuál es el tiempo social para el cual el
anuncio de una transformación se transforma en consenso social
para la visibilidad de los resultados conseguidos? Debería
al menos ser un tiempo ligado al tiempo del alcalde. Cualquier poder
económico está dispuesto a negociar las condiciones
de intervención con tal que los tiempos sean compatibles
con los horizontes de la propia programación de sus inversiones.
He conocido una sola forma de poder que no conoce la dimensión
temporal de su propio accionar, y paradójicamente es la política.
Frente a la
pérdida del poder de decisión, o mejor dicho, la dificultad
para explicitar el propio poder de manera puramente normativa (algo
formalmente posible, pero en la práctica imposible), nacen
tentativas de gobierno de las transformaciones urbanas basadas en
la búsqueda de un consenso de todos los actores interesados
y, por ende, sobre la construcción del proyecto a través
de una modalidad concertada que tenga en cuenta las diversas expectativas;
de los diversos actores públicos (que deben dar sus distintos
pareceres), de los actores operadores (inversores, realizadores,
concesionarios) y de los actores usuarios ( los habitantes del entorno
dentro del cual se inserta el proyecto). En una fase de fuerte crisis
del gasto público el rol del Estado se reduce a un rol casi
exclusivamente normativo: por ende, con mayor razón resulta
necesario individualizar sinergias. Partenariado y planificación
colaborativa son los terrenos sobre la cual se intentan construir
las transformaciones urbanas de los últimos años.
No creo que existan alternativas a estas modalidades de construcción
del proyecto y del consenso más allá de estos, y sin
embargo creo que sería interesante analizar con más
frialdad los resultados reales de tales procedimientos. Estoy
convencido que el cuadro resultante no sería del todo positivo
más que para los promotores privados, y ciertamente negativo
para la ciudad. Pero esto no depende tanto del procedimiento en
sí mismo cuanto más bien del modo con el cual es gestionado.
Entonces, el motivo esencial de estos escasos resultados depende,
en gran parte, exactamente del mismo motivo por el cual tales procedimientos
han sido inventados, esto es, de la debilidad del gobierno público,
de la debilidad de las instituciones. Aun así los
resultados de la concertación dependen de la capacidad organizativa
y de gestión de la administración pública:
definiciones de los objetivos estratégicos, construcción
del consenso sin descuidar los objetivos generales y sociales del
proyecto, capacidad de mediación entre los diversos actores.
Si esto falta o es débil, la negociación y la mesa
de las tratativas, o la governance, son solo ocasiones
para encubrir una acción sustancialmente privada y de escasa
utilidad para la ciudad.
7.
Algunos casos en curso
Quisiera destacar
algunos casos en los que me encuentro implicado directamente, en
los cuales la solución de los conflictos derivados de la
presencia de diversos poderes está en curso de construcción
sobre la base de un procedimiento de mutuo compromiso de los
diversos actores y poderes desde la fase de preparación
preliminar del programa de intervención.
Un
parque termal supracomunal
El primer caso
parece interesante, porque debe conjugar tanto los conflictos entre
los diversos poderes públicos como aquellos entre los diversos
poderes privados. Se trata de un área que involucra a 3 comunas;
Roma, Guidonia y Tivoli. Típico ejemplo de problema supracomunal
a afrontar con un programa estratégico común.
El objetivo declarado y firmado es el de construir un proyecto para
la realización de un Parque Termal que aproveche lo mejor
posible los recursos presentes y, en parte, ya históricamente
utilizados (más a nivel local que nacional). En este parque
están interesadas las tres comunas (es por lo tanto un área
de borde) y otro actor público, la Provincia, que ha tomado
la carga de coordinar la construcción del proyecto. El área
presenta caracteres históricos ambientales de entre los más
excepcionales (baste pensar en Villa Adriana, Villa dEste
y Villa Gregoriana en Tivoli). Otro recurso caracteriza sin embargo
el área: las canteras de travertino (típica piedra
romana) que constituyen también la más importante
fuente de ocupación en la zona. El tratamiento del travertino
implica el uso del agua, la depresión de la napa, su contaminación.
Hay también algunas canteras abandonadas, que constituyen
un escenario realmente fantástico.
El conflicto
político está constituido, de un lado, por las
posiciones de las dos comunas menores, que quisieran cada una un
control sobre las nuevas estructuras termales, y del otro entre
las dos comunas y la Provincia: es decir, se teme que la provincia
pueda arrogarse algunos poderes de las comunas en las decisiones
operativas para las actuaciones del parque, con el argumento del
interés supracomunal. El conflicto privado está
constituido por los actores que gestionan las instalaciones termales
a ampliar y las empresas que trabajan el travertino. Dos actividades
conflictivas, desde el momento que la elaboración del travertino
necesita agua y la acarrea desde los niveles más bajos de
la napa hídrica, con el consiguiente bombeo de agua que se
escurre, disminuyendo y contaminando la napa. Obviamente, frente
a las dificultades, la tendencia de las comunas es la de definir
rápidamente solo algunas operaciones en sus respectivos territorios
(nuevos hoteles, centros de salud, centros comerciales, etc.) considerando
el plan estratégico solo un ensamblaje de estas intervenciones
con el agregado de alguna revisión de su viabilidad. La operación
que se está conduciendo a través de diversas mesas
de concertación es que no es posible la realización
de un parque termal competitivo a nivel nacional e internacional
si no se construyen algunas condiciones mínimas: la reorganización
del sistema de la accesibilidad a diversos niveles, si se quiere
que el turismo termal salga de la dimensión local (sin este
salto, ¿para que realizar nuevas instalaciones?); la verificación
de la dimensión de la napa hídrica para tener la garantía
de su continuidad en el tiempo, capaz de tornar plausibles las relevantes
inversiones públicas y privadas necesarias; la participación
de los capitales privados en la realización de las obras
de infraestructura y el interés público de participar
(incluso financieramente) en la realización del parque solo
en tales condiciones; la inserción en el proyecto del parque
termal de las otras atracciones del parque, comenzando por las histórico-ambientales;
y finalmente buscar un acuerdo con los operadores de las actividades
de elaboración del travertino: es necesario bajar el nivel
de contaminación general del área derivado de la elaboración
del mármol, introducir nuevas tecnologías que permitan
reintroducir en la napa el agua (debidamente depurada) utilizada
para la elaboración del mármol. Todo esto tiene unos
costos que los productores de travertino no quieren afrontar, prefiriendo
el mantenimiento del statu quo. La operación de convencerlos
tiene su fuerza en el hecho de que, incluso para ellos, este tipo
de elaboración no tiene perspectivas y que la introducción
de nuevas tecnologías salvaguarda en primer lugar la propia
producción del travertino. Además, su interés
en el parque termal puede estar dado también por la valorización,
en el circuito general, de las canteras abandonadas, que pueden
encontrar grandes ocasiones de disfrute (científico, museístico,
cultural, etc.). El objetivo de un proyecto estratégico
para un parque termal, basado sobre el triángulo aguas
termales, arqueología e historia, antiguas canteras y ambiente,
parece realmente un desafío que vale la pena perseguir.

Cantera
de marmol travertino en Guidonia
La nueva centralidad metropolitana de Romanina
También
estoy encargado en este momento de coordinar la preparación
de un proyecto urbano en la periferia este de Roma: una periferia
degradada, en verdad, no en el sentido de una degradación
socioeconómica, sino degradada desde un punto de vista específicamente
urbano, por la ausencia de un centro urbano, de un corazón,
de un "lugar urbano" que constituya el motivo de identidad,
de atracción. Una periferia mixta en el plano residencial
(barrios abusivos históricos y planes de edilicia pública,
incluso algunos recientes, con casos de concentraciones comerciales
de grandes dimensiones: Ikea, centros comerciales especializados)
y atravesada por un sistema de movilidad muy deficitario sobre el
cual concurren también todos los movimientos del área
metropolitana. El área en cuestión es un gran vacío
urbano de cerca de 100 hectáreas, exactamente en el centro
de este sector urbano a reestructurar. En el nuevo Plan
de Roma,
estos tejidos (los tejidos de la ciudad a reestructurar) son aquellos
a los cuales es necesario dar calidad y dimensión urbana:
para éstos, el nuevo plan ha previsto la realización
de nuevas centralidades de nivel urbano o metropolitano entendidas
como inyecciones de funciones esencialmente no residenciales, de
fuerte carácter urbano, públicas o privadas, de naturaleza
administrativa, cultural, deportiva, universitaria, tiempo libre,
comercial.
El proyecto
urbano del que me estoy ocupando es, precisamente, una de estas
nuevas centralidades de nivel metropolitano. El desafío es
grande: realizar un corazón urbano de una periferia de cerca
de 100.000 habitantes, expresión típica de aquella
ciudad contemporánea fragmentada y dispersa, para tornarla
menos periferia y hacerla devenir ciudad moderna (¿?).
La modalidad
de la redacción del proyecto urbano es para mí el
aspecto decisivo, incluso a los fines de su calidad, entendiendo
por calidad no solo aquella del signo arquitectónico, sino
aquella más sustancial de la calidad urbana; esto
es, responder a los objetivos por los cuales nace y de cuales la
calidad del signo arquitectónico es solo una componente.
Puede parecer banal, pero esto me parece, incluso a la luz del actual
panorama europeo de proyectos urbanos, el verdadero desafío
constantemente eludido.

Estudio
urbanístico para Romanina
El procedimiento
que he puesto en marcha se desarrolla contemporáneamente
sobre diversos aspectos, para cada uno de los cuales está
en curso de preparación una suerte de estudio de factibilidad:
- El análisis
del contexto urbano, desde el punto de vista de sus diversos tejidos,
de sus carencias de servicios y de momentos de agregación,
al que se agrega también una serie de encuentros con las
estructuras más o menos espontáneas (los comités
de barrio) con los cuales se está constituyendo un laboratorio
de observación y de cambio permanente. De este debate
emergen tanto las demandas que los habitantes del contexto explican
en términos de exigencias puntuales en sus propias áreas,
como las deseadas por ellos mismos (cómo imaginan que
debería ser un centro vital en el área, qué
esperan, qué quisieran encontrar). Se trata al mismo
tiempo de una demanda real de informaciones para el proyecto de
los contenidos y de las ligazones entre el proyecto y el contexto,
y de una operación de construcción del consenso
a través de un compromiso.
- El estudio
de la movilidad en el área y de las posibles soluciones
para la accesibilidad. Demostrar que, aun con el peso residencial
agregado, las obras públicas que se realizarán mejorarán
las condiciones generales de la movilidad, tanto como las dotaciones
de servicios. Gracias a la nueva intervención habrá
más verde calificado, más equipamientos deportivos
utilizables por todos, etc.
- Un estudio
sobre las funciones residenciales.
- Los análisis
preventivos de sostenibilidad ambiental y urbanística,
así como económica y financiera.
Sobre la base
de tales estudios se elaboran una serie de objetivos, tanto de contenidos
del proyecto como formales (por ejemplo, las visuales que son tenidas
en consideración desde el interior del proyecto y las visuales
del exterior que proveen la imagen de la nueva centralidad, arribando
desde diversos puntos) de los cuales es posible obtener unos primeros
esquemas proyectuales que prefiguran las bases para un concurso
sobre la disposición formal (urbanística y arquitectónica)
del proyecto urbano. Todo esto, con el objetivo de arribar a un
proyecto preliminar, a presentar
no solo
a la administración comunal sino también al examen
más general del laboratorio y de la opinión pública.
Solo después de haber recibido las indicaciones necesarias
y recogido las sugerencias en las discusiones locales, se pasa a
la redacción del proyecto definitivo
8. Algunas reflexiones para discutir
A la luz de
estas experiencias me parece que es posible hacer emerger algún
elemento de discusión.
He hablado al
inicio de crisis de poder. Se puede objetar que hablar de crisis
del poder puede ser un ejercicio consolatorio y nostálgico.
El poder es aquello que es; si eso está en crisis en todas
sus formas ( político, económico y social) quiere
decir que alguna cosa estructural ha cambiado y entonces la perspectiva
se afronta asumiendo las nuevas condiciones en las que aquel se
explica. Esto es, las de una extrema "pulverización"
que no da y no dará lugar por mucho tiempo a procesos de
"recompactación". Mi impresión es que el
verdadero poder en las cuestiones urbanas es este no poder o, mejor,
el constante entretejerse y paralizarse de una infinidad de micropoderes.
Retomando el concepto de la "ciudad de los consumidores", me tentaría
afirmar que los verdaderos poderes paralizantes, o al menos fuertemente
condicionantes de los procesos de transformación y gestión
del espacio, son hoy los de las categorías que poseen posiciones
de renta (los concesionarios de bienes o servicios públicos,
los comerciantes, etc.) Estos me aparecen mucho más dominantes
y decisivos que aquellos poderes fuertes, cada vez más
inmateriales como consecuencia de la globalización,
Esta situación
deriva del hecho de que han cambiado los actores urbanos, aquellos
que Martinotti llama las "poblaciones urbanas"; estas
poblaciones son muchas y un individuo puede participar de muchas
de ellas en diversos momentos de su vida cotidiana.
No existe más
una relación biunívoca entre la ciudad construida
y la ciudad política, al menos en las formas del gobierno
urbano.
Si la ciudad
ha sido siempre una estructura en movimiento, lo que hoy caracteriza
a la ciudad es la rapidez de las mutaciones y la contemporaneidad
de muchos cambios. A esta articulación y dinamismo ya
no se corresponden más las formas del poder tradicional.
Ya que los tiempos de renovación (o al menos de adaptación)
de la política son largos (al contrario de lo que deberían
ser si es cierto que la política acompaña la realidad
y la guía), la situación de incertidumbre de las instituciones
será una situación larga, en cuanto se configura una
sociedad del riesgo. Y esto comporta muchas dificultades, si no
la imposibilidad para avanzar en proyectos de medio y largo plazo.
También
Jordi Borja sostiene que sin instituciones fuertes y representativas
no hay ciudadanía. Y debido a que hoy estas instituciones
fuertes no existen, la ciudadanía está en crisis.
Pero agrega Borja que la ciudadanía es un proceso de conquista
permanente. Otros estudiosos proponen la cuestión de
cómo pasar de una civitas a una urbanitas.
La urbanitas asume la nueva dimensión de la ciudad
contemporánea y constituye el primer estadio de capacitación
urbana para los nuevos territorios de la ciudad, y el estadio evolutivo
de los ciudadanos del centro.
Entonces, mientras
los arquitectos eluden cuidadosamente la cuestión asumiendo
solo el poder del nuevo príncipe (el alcalde, el presidente,
etc.), los urbanistas, si quieren desarrollar un rol, deben asumir
toda esta nueva complejidad del poder y confrontarse constantemente
con ella. Emergen ahora las que a mi me parecen las dos contradicciones
más relevantes para el gobierno de la ciudad contemporánea,
las que por otro lado están profundamente relacionadas entre
ellas:
- la contradicción
entre las necesidad de nuevas formas de asunción de las
decisiones y la grilla de la estructura de toma de decisiones,
tal como hasta ahora se configura;
- la contradicción
entre la exigencia de un carácter abierto, puntual e interlocutorio
de esas decisiones a asumir y la tendencia cada vez más
rígida y separada de las sedes de toma de decisiones, así
como la tendencia cada vez más dominante a la generalización
y dilución de responsabilidades de las decisiones.
La capacidad
de decisión parece escasa tanto a nivel macro como micro.
En realidad, el nivel macro aun expresa como siempre la exigencia
de una cierta racionalidad general, la posibilidad de encaminar
y acompañar la multiplicidad de las iniciativas, la posibilidad
de avanzar proyectos para el medio y largo plazo, de no incrementar
los niveles de autoorganización y volverla, al menos, sostenible.
La capacidad de toma de decisiones a nivel micro se explica, en
cambio, más en el nivel local y en sus proyectos específicos.
Aquí la experiencia es más rica y la cuestión
de la governance está más sostenido por una
multiplicidad de aproximaciones. Sin embargo, el nivel micro está
en general mucho más conectado a la operatividad inmediata.
El nivel macro en cambio presenta aquí justamente sus mayores
dificultades. Puede parecer simple prefigurar alguna estrategia
bajo la forma de comunicación de imágenes, pero la
gestión coordinada, a esta escala, es sin duda mucho más
compleja.
Esto comporta
entre otras cosas la asunción de deber operar sin un cuadro
consolidado de referencia legislativa y jurídica. Esta
situación es vivida a menudo como negativa y ambigua. Como
estoy convencido de que no existen las condiciones para la definición
de nuevos sistemas legislativos, y de que cada tentativa al respecto
está destinado por ahora al fracaso (y traería solo
factores de rigidez, del todo inútiles y sobre todo injustificados),
considero que será necesario aceptar una larga fase de experimentación
y de innovación, partiendo de las situaciones específicas.
En esta perspectiva, la ambigüedad de los sistemas normativos
me parece una oportunidad para utilizar al máximo. El verdadero
elemento positivo de la situación. Creo
que el
rol del urbanista es el de forzar al máximo las normas
para alcanzar objetivos de naturaleza cualitativa y socialmente
compartidos en los procesos de transformación urbana.
Me parece que
ya no existen más prácticas ordinarias y prácticas
extraordinarias. La extraordinariedad ha devenido ordinariedad.
Y para tornar a la extraordinariedad en una práctica ordinaria
se requiere mucha experimentación, mucha comparación,
mucha innovación. Desde este punto de vista, la única
producción de leyes necesaria en esta fase sería la
de determinar procedimientos concurrentes y de premiación
respecto a los objetivos sociales explícitos. Por procedimientos
de premiación
entiendo
unos procedimientos que ofrecen incentivos a cambio de la realización
de objetivos específicos.
Para este uso
desprejuiciado de las normas y de los procedimientos es necesario,
evidentemente, plantearse algunas cuestiones. En efecto, si se quiere
reglamentar de nuevo, el uso de la norma no es más desprejuiciado;
si por el contrario no ponemos algunos discriminantes,
el uso de la norma puede ser demasiado desprejuiciado. Yo creo que
se debe partir en cada ocasión de la explicita definición
de los objetivos sociales del proyecto y de la transparencia
de los procedimientos de concertación. Entre estos dos
límites, todo me parece lícito, y más bien
considero que el urbanista debe desempeñar su rol de la manera
más radical posible. Su rol, entonces, no es más el
del profesional que recibe un encargo de proyecto a escala urbana,
sino el de organizador de las condiciones de realizabilidad del
proyecto, en una constante inmersión en las contradicciones
entre los diversos poderes (los poderes públicos, los intereses
privados, la burocracia, etc.). Esta práctica comporta una
fuerte dosis de discrecionalidad . Continúo creyendo cada
vez más que el urbanismo se basa en una fuerte discrecionalidad,
que puede desarrollarse dentro de los límites indicados en
los párrafos previos.
Como consecuencia,
la práctica del urbanista tropieza también contra
el proceso, cada vez más invasor, de las evaluaciones objetivas,
basadas en operaciones mecánicas y repetitivas: un proceso
que considera poder "enjaular"
(es el
término exacto), cuantificándolos, a todos los factores
de evaluación. Y este es otro poder (avalado incluso científica,
cultural y políticamente por procedimientos europeos) que
conduce a resultados desastrosos, pretendiendo poder generalizar
aquello que hoy no es generalizable. La necesidad de "más
democracia" no es en efecto la de una mayor homologación:
desde este punto de vista las nuevas prácticas de la planificación
no pueden ser menos que "democráticamente subversivas".
Por esto, considero que el urbanismo no puede ser hoy sino una disciplina
borderline. Una de las tantas disciplinas que se confronta
con otras disciplinas y culturas en la construcción del proyecto
de transformación del espacio, pero quizás la única
que razona en términos de recomposición, de relaciones,
de reconexiones; para inducir un proceso de integración real
y no simplemente para agregar y ensamblar más elecciones
y decisiones aisladas.
MM
Esta
nota es la continuación y final de la publicada en el número
27
de café
de las ciudades (debido a su extensión, se publicó
en dos ediciones consecutivas) con los siguientes temas: Premisa,
La articulación de los poderes como expresión de la
complejidad, El poder del sector público, El poder de los
operadores y de los usuarios, El poder de la burocracia, El poder
de la micropolítica. El texto fue presentado por el autor
al Diálogo sobre Urbanismo y Poder, en el encuentro Ciudad
y Ciudadanos del siglo XXI, en el reciente Fórum Universal
de las Culturas de Barcelona.
El
autor es Arquitecto, Profesor en la Universidad de La Sapienza (Roma)
y ha sido Director del Plan Regulador de Roma.
Sobre
el Plan
Regulador de Roma
, ver en este número de café
de las ciudades la nota de Pietro Elisei.
Sobre
la ley de condonación edilicia en Italia ver la nota
La ciudad clandestina en el numero 8 de
café
de las ciudades.
Sobre
Roma, ver también las notas Roma
y lo efímero, de Carmelo Ricot, y Roma,
complicidades y vino, de Rolo Chiodini, en los números
3 y 8, respectivamente, de café
de las ciudades.
Sobre
planificación participativa y proyectos urbanos, ver también
la nota Les
Halles, el difícil equilibrio del proyecto urbano,
en el
número 27 de café
de las ciudades.
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