
La
“bitácora” de viaje que propone el editor de café
de las ciudades en sus Aguafuertes
rosarinas de este número, concluye con una rotunda
afirmación: “Del grupo de las grandes ciudades argentinas,
Rosario es la única sobre la cual hay algo concreto que analizar
en materia de gestión urbana en los últimos años (exceptuamos
de esta afirmación a Puerto Madero y, por supuesto, al hecho
concreto de la falta de gestión)”. Creo que esta frase merece
alguna reflexión, sobre todo cuando empiezan a notarse en los
discursos sobre la ciudad (los urbanísticos, los políticos,
los culturales) algunas recurrencias y lugares comunes que,
a mi juicio, confunden más que lo que aclaran.
Por
ejemplo: es muy tentador calificar a Puerto Madero de ser un
enclave segregado para ricos en Buenos Aires. Por otro lado,
nada más justo que destacar los grandes méritos de la gestión
urbana rosarina y la recuperación de su costa, desafectada de
usos portuarios. Sin embargo, yo no veo ta(aaa)n
fuertes diferencias entre los resultados urbanos de las gestiones
de la costa rosarina recuperada y de Puerto Madero. Y tampoco
veo que las diferencias que existen sean en su totalidad favorables
a la experiencia de Rosario…
El
parque costero rosarino, por ejemplo, no tiene la presencia
de emprendimientos inmobiliarios de alto standard que sí aparecen
en Puerto Madero. Pero lo cierto es que en Rosario la valorización
inmobiliaria se da en los lotes urbanos del frente costero,
en los que al calor de los precios agropecuarios han “florecido”
decenas de torres en los últimos años. Seguramente están uno
o varios “escaloncitos” por debajo del lujo de Puerto Madero,
pero esa diferencia está muy relacionada a las distintas escalas
de ciudad y las distintas funciones de comando que Buenos Aires
y Rosario ejercen sobre el territorio. Con un agregado: en Puerto
Madero, al menos la tierra que se valorizó con la urbanización
fue usufructuada por el Estado en sus niveles nacional y local,
a través de la Corporación
Antiguo Puerto Madero (quedará
para un análisis más profundo evaluar si el precio fue justo,
y como se utilizó lo recaudado, detalles esenciales para cualquier
evaluación). En Rosario, solo hubo apropiación privada.
Por
el parque costero rosarino puede circular cualquiera y la accesibilidad
desde la ciudad es mucho más sencilla que en Puerto Madero (que
por cierto puede mejorar y mucho en ese aspecto, aunque para
eso depende de obras que trascienden su propia geografía).
Pero en las pocas visitas que he hecho, tampoco he visto con
tanta frecuencia a los rosarinos más humildes tomando mate en
la costa. Se me dirá que los
humildes porteños tampoco frecuentan Puerto Madero: es cierto,
como también lo es que no frecuentan la Avenida Alvear,
la Recoleta,
Belgrano ‘R’ ni otros lugares elegantes de la ciudad abierta
tradicional. Las sociedades desiguales tienen mecanismos de
segregación tan o más profundos que los puramente espaciales.

Un
caso similar para analizar es el de Vicente López y su Paseo
de la Costa:
en este parque conviven en saludable promiscuidad social el
yuppie de Libertador
con el villero de Constituyentes, pasando por los jubilados
de Florida (el barrio, no el estado…), los empleados municipales,
los oficinistas, los estudiantes y todos los etcéteras que se
nos ocurran. Ahora bien, resulta que en los lotes privados adyacentes,
la valorización también fue exclusivamente privada (con el agravante
de un escandaloso tratamiento de excepción al Código de Ordenamiento
Urbano en el Concejo Deliberante local).
Volviendo
a Rosario, la operación que más se puede comparar a Puerto Madero
es la que actualmente está en marcha en Puerto Norte, donde
también hay cesiones de espacio público (42% de las 100 hectáreas)
y edificación de alto standard, para mi gusto tan frívola como
la que crece en Puerto Madero…

Creo
que hay dos actitudes igualmente inconducentes al analizar la
gestión de Puerto Madero: la mirada del city marketing, celebratoria del fragmento
urbano y de su exclusividad,
por un lado; la mirada de la crítica social apresurada, por
otro. Ni Puerto Madero, ni los proyectos rosarinos, ni cualquier
otra gestión o producto urbano puede despegarse de las condiciones
sociales, políticas y económicas en que se insertan. Es posible,
sin embargo analizarlos en su complejidad y extraer enseñanzas
que superen las simplificaciones ideológicas más evidentes (y
más tentadoras).
MLT
Sobre
la gestión rosarina, ver Aguafuertes
rosarinas en este número de café
de las ciudades. Y sobre Puerto Madero, ver
también:
Número
26 I Proyectos de las ciudades (II)
El
impacto metropolitano de los grandes proyectos urbanos
I Los casos de Puerto Madero y la Nueva Centralidad de Malvinas Argentinas. I Norberto
Iglesias
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