Viajar,
aunque sea con ritmo moderno, sin el supuesto glamour
de los viajeros y viajeras históricas, aun nos puede
servir para conocer, saber, comprender y reflexionar
acerca de las personas y sus hábitats.
Dos
ciudades tan contrastadas
como Hanói y Doha me llevan a compartir unos pensamientos
y reflexiones, como si pensara en voz alta.
Las
ciudades necesitan unas condiciones mínimas para serlo, ya
que su función es que las habiten los seres humanos,
y como aún no somos robots necesitamos algunas condiciones
físicas y ambientales. Las condiciones básicas y mínimas
de un lugar para ser habitado, y convertirse en ciudad,
son agua y tierra fértil.
Así,
una cultura milenaria como la vietnamita sigue rindiendo
culto y respeto a esos lugares y elementos que han posibilitado
el desarrollo humano, y la supervivencia. Agua y tierra
para cultivar.
Hanói,
y gran parte de Vietnam, vive en un delicado equilibrio
con un territorio donde el agua hace su máxima presencia, los
asentamientos humanos han tenido que construirse trabajando
el agua, aprendiendo de sus ciclos, de sus condiciones.
Canales,
carreteras o caminos elevados que hacen las veces de
pequeños diques, van marcando un territorio. La característica
de urbanización más permanente es la parcela estrecha
y alargada, que responde a la forma de crecimiento
suburbana, (Solà-Morales i Rubiò, Manual de Las formas
de crecimiento urbano, Barcelona: Ediciones UPC. Laboratori
d’Urbanisme, Colecció d’Arquitectura, 1997) que remite
al origen de la división urbana del suelo atendiendo
a la infraestructura, canal o camino.
Este
patrón suburbano de crecimiento, parcela estrecha y
con mucha profundidad, se repite aún hoy, cuando no
sería tan evidente su razón técnica de crecimiento,
pero es la tipología habitacional y comercial, que se
ha desarrollado a partir de la parcela, la que hoy determina
su continuidad. La organización del territorio en relación
a su medio natural dejó una parcela y esta a su vez
se resolvió con una tipología edificatoria que los
vietnamitas consideran inmejorable y sobre todo propia.
Casas que colmaran estos estrechos terrenos, dejando
a veces un estrecho paso lateral para ventilación. Casas
que crecen en vertical a medida que la familia se extiende,
como mínimo tres generaciones y el lugar de trabajo
que ocupa la planta baja.
Por
supuesto que nuestra modernidad global comienza a dejar
sus rastros y las nuevas elites optan por comprar sus
apartamentos en torres aisladas en conjuntos enormes
y cerrados en los que se recrea la fantasía globalizada
del ocio permanente y perpetuo.
Sin
embargo, la ciudad y su cultura resisten el embate;
tienen un saber, una manera de vivir, que no sería posible
en otro tejido o forma de ciudad. La forma de las
ciudades y los hábitos de sus habitantes guardan una
estrecha relación.
La
cultura del agua que representa a este pueblo queda
bien explicada por su teatro de marionetas, una fantástica
expresión de sus artes, valores e historia del
diálogo con una naturaleza singular, como cada territorio.
El escenario de las marionetas es un estanque de agua
de donde surgen todos sus personajes. Dice la tradición
que este arte se inventó para entretener a los niños
en épocas de lluvias e inundaciones, que no son pocas,
y que es cuando el trabajo agrícola da un obligado descanso.
En esta representación, como en las calles y campos
actuales, vemos hombres y mujeres representados en igualdad;
a simple vista parecería que son las mujeres las que
llevan más carga de trabajo, pero como no puedo demostrarlo,
lo que si queda claro es la igual presencia de ambos
en el espacio público.

Los
azares de los viajes, que aun nos pueden suceder, nos
llevaron a otra ciudad, si es que Doha puede llamarse
así. Las primeras impresiones son contradictorias y
desconcertantes, de noche y desde el aire se ven los altísimos edificios y las autopistas de una, supuestamente, ciudad
moderna. Y por otro lado de cerca, en la proximidad,
la primera impresión la recibes de esa
vestimenta cárcel en la que están envueltas las mujeres.
Vestimenta que contrasta con la de los hombres que,
o visten occidental o en caso de llevar vestimenta tradicional,
esta es blanca y ligera; la ropa de las mujeres es negra
y de aspecto pesado. Es evidente que el vestido de las
mujeres lleva más tela, es pesado, y no solo tapa todo
el cuerpo de la cabeza a los pies, a veces dejando los
ojos liberados, sino que no se lo pueden sacar. La túnica
masculina es ligera, como un batón, con poca tela, lo
que les molesta lo llevan en la mano.
Una
ciudad “moderna” que reniega de su propio lugar, de
sus conocimientos, solo despilfarro, y sin ser, ni siquiera
de manera retórica, la ciudad de la declaración de los
derechos del “hombre” que dio lugar a la modernidad.
A
la medianoche, la temperatura de más de 30 grados centígrados
sin humedad hace que cualquier ropa que lleves se convierta
en algo que quema, el aire es como de un horno y tu
ropa enseguida toma una temperatura increíble. Sólo
de imaginar cómo será sentir sobre tu piel esos vestidos
negros me recorre un repelús y me sobreviene una gran
indignación.
Si
en Hanói a simple vista se respira una igualdad, aquí
es todo lo contrario, el control sobre las mujeres es omnipresente. Tanto es así que para
pasar migraciones en donde a turistas hombres y mujeres
se nos hace pasar de manera individual, nos fotografían
sin gafas y te miran como sospechoso o sospechosa, supongo
que mas como sospechosa. En este contexto llama la atención
que una familia local pasa toda junta, el señor ligero
de ropa, en bermudas, por ejemplo al igual que los hijos
varones y las niñas menores, las mujeres todas tapadas.
Será él quien enseñe el pasaporte y ellas pasan sin
ser fotografiadas, sin hablar ni descubrir su rostro
(obviamente).
Esta
escena me ha llevado a reflexionar que por supuesto
una mujer que es sólo un objeto no merece ni siquiera
ser tenida en cuenta en el control de las personas que
son las ventanillas de migraciones. Nunca pensé que
este acto, muchas veces vejatorio, podía llegar a ser
una evidencia de los derechos de las mujeres, o por
el contrario su falta absoluta.
La
ciudad, como supongo han de ser todos los paraísos globales
del petróleo que nos llaman como cantos de sirenas,
es una verdadera monstruosidad. Es el sueño del espacio
"ideal" y la ciudad como maqueta: un poco de edificios salpicados al tuntún, replicando modelos esparcidos
por todo el mundo, y ya tenemos una “ciudad”. Afiches
de propaganda inmobiliaria que nos
muestra un paisaje global: césped y árboles de
follaje caduco, paisaje universalmente falso e imposible
en un lugar sin agua.
Volvemos
al inicio, ¿cómo hacer ciudades de estas magnitudes,
sin consideraciones climáticas ni culturales,
cuando el lugar no es idóneo? No hay agua ni tierras
fértiles. Sí que hay petróleo, que todo lo puede pagar, pero no puede modificar el clima
real, aunque sí que puede modificar las burbujas
de habitar, inundando los edificios de aire acondicionado.
Pero no olvidemos el mensaje de corrección política:
los anuncios nos hablan de jeques preocupados por el
futuro y que son pioneros en energías verdes limpias.
¿Dónde, cómo se puede enviar este absurdo mensaje si
la primera regla para la ubicación de las ciudades está
rota?
Amplias
calles, con trabajadores foráneos bajo el sol abrasador
que trabajan en su ampliación, ramos de torres genéricas,
y algún cartel que anuncia la intervención de firmas
constructoras, inmobiliarias y arquitectos globales. Que poca responsabilidad
colaborar con estos monstruos.
Doha,
y me atrevo a hacerlo extensivo a sus hermanas del golfo,
es una ciudad del despilfarro y de la prepotencia. Tener
el dinero para financiar una barbaridad no justifica
su existencia.
La
historia está llena de ciudades fantasmas cuyos habitantes
no supieron o no pudieron habitar en equilibrio con
su entorno natural. Y por el contrario, el ser humano
ha sabido transformar históricamente los territorios
desérticos en lugares habitables según unas
características que podrían haberse considerado,
modificado, rediseñado para realizar ciudades
mejores. Aprender de las viviendas cuevas, donde se
vive bajo el nivel del suelo para garantizar una temperatura
adecuada; trabajar el agua como elemento de compensación
térmica y no gastarla en regar césped; los materiales
opacos y de masa térmica para acumular calor y devolverlo
al exterior por la noche y no la utilización de materiales
reflejantes y finos, que multiplican el sol y transmiten
el calor al interior; o aprender también de ciudades
compactas de calles estrechas para generar canales de
aire y sombra.
A
diferencia de Hanói, que mantiene y reelabora saberes
de la construcción de espacios habitables, en estas
ciudades del desierto sus arquitectos, urbanistas, ingenieros
y poderosos no han sabido recuperar ni transformar ningún
conocimiento ni saber previo de adecuación a su entorno
natural, geográfico y climático. Se han dedicado a copiar lo peor del modelo de crecimiento insostenible
que hemos desarrollado en las ciudades contemporáneas.
Construyendo así la antítesis de la ciudad como lugar
de futuro, de libertad y de derecho.
ZMM
La
autora es doctora arquitecta. Profesora ETSAB. Integrante
del Col·lectiu
Punt 6.
De
su autoría, ver también en café
de las ciudades:
Número
15 | Tendencias
Ciudades:
lugar social o financiero | Los
desafíos para nuestro futuro. | Zaida Muxí
Número
24 | Tendencias (II)
Buenos
Aires en los `90 y otras consecuencias de la ciudad
global | Macdonaldización
y disneylandificación, en una entrevista a Zaida Muxí |Zaida
Muxí
Número
49 | Política de las ciudades (I)
Ciudad
próxima | Urbanismo
sin género. | Por Zaida Muxí Martínez