
conocimiento, reflexiones
y miradas sobre la ciudad
r e v i s t a d i g i t a l
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el primer lunes de cada mes
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AÑO
6 - NUMERO 51- Enero 2007
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> SUMARIO |
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Ambiente
y Economía de las ciudades |
Sobre
el origen, el uso y el contenido del término sostenible
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Demandas
de operatividad sobre un concepto ambiguo
I
Por
José Manuel Naredo |
N.
de la R.: Esta nota fue publicada originalmente en el sitio
habitat.aq.upm.es
(Ciudades para un futuro más sostenible). Aunque
fue referenciada y vinculada en la sección Otras Publicaciones
de nuestro número anterior, se publica en forma completa
en este número de café
de las ciudades en razón de la importancia
de su tema y lo criterioso de sus argumentaciones.

Introducción
Tras la
aparición de Informe sobre Nuestro futuro común
(1987-1988) coordinado por Gro Harlem Brundtland en el marco
de las Naciones Unidas, se fue poniendo de moda el
objetivo del "desarrollo sostenible" entendiendo
por tal aquel que permite "satisfacer nuestras necesidades
actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones
futuras para satisfacer las suyas". A la vez que se extendía
la preocupación por la "sostenibilidad",
se subrayaba implícitamente, con ello, la insostenibilidad
del modelo económico hacia el que nos ha conducido
la civilización industrial. Sin embargo, tal preocupación
no se ha traducido en la reconsideración y reconversión
operativa de este modelo hacia el nuevo propósito.
Ello no es ajeno al hecho de que el éxito de la nueva
terminología se debió en buena medida al halo
de ambigüedad que la acompaña: se trata de
enunciar un deseo tan general como el antes indicado sin precisar
mucho su contenido ni el modo de llevarlo a la práctica.
En lo que sigue recordaremos cual fue el caldo de cultivo
que propició su éxito, cuando otras propuestas
similares formuladas con anterioridad no habían conseguido
prosperar. Propuestas que van desde la pretensión de
los economistas franceses del siglo XVIII, hoy llamados fisiócratas,
de aumentar las "riquezas renacientes" sin menoscabo
de los "bienes fondo", hasta las preocupaciones
por la "conservación" en la pasada década
de los sesenta o por el "ecodesarrollo" de principios
de los setenta, a las que haremos referencia más adelante.
Anticipemos, pues, que no es tanto su novedad, como su controlada
dosis de ambigüedad, lo que explica la buena acogida
que tuvo el propósito del "desarrollo sostenible",
en un momento en el que la propia fuerza de los hechos exigía
más que nunca ligar la reflexión económica
al medio físico en el que ha de tomar cuerpo. Sin
embargo, la falta de resultados inherente a la ambigüedad
que exige el uso meramente retórico del término
se está prolongando demasiado, hasta el punto de minar
el éxito político que acompañó
a su aplicación inicial. La insatisfacción creciente
entre técnicos y gestores que ha originado esta situación,
está multiplicando últimamente las críticas
a la mencionada ambigüedad conceptual y solicitando cada
vez con más fuerza la búsqueda de precisiones
que hagan operativo su uso.
El presente
documento tratará de responder a las mencionadas demandas
de operatividad. Para ello se impone una clarificación
conceptual previa que pasa por identificar las diferentes
y contradictorias lecturas que admite el consenso político
generalizado de hacer sostenible el desarrollo. Porque mientras
la meta sea ambigua no habrá acción práctica
eficaz, por mucho que el pragmatismo reinante trate de
buscar atajos afinando el instrumental antes de haber precisado
las metas. Sólo precisando las metas se podrán
elegir instrumentos de medida apropiados para ver si nos alejamos
o no de ellas y para evaluar las políticas y los medios
utilizados para alcanzarlas. Para poner en práctica
este esquema, se analizará primero el origen del término
"desarrollo sostenible" y la utilización
que se ha venido haciendo del mismo, para añadir después
precisiones al propósito de la "sostenibilidad"
desde los distintos sistemas de razonamiento que se contempla.
Este esclarecimiento conceptual permitirá avanzar más
sólidamente, tanto en la búsqueda de aplicaciones
operativas del mismo en el terreno que nos ocupa, como en
el enjuiciamiento y la presentación del catálogo
de buenas prácticas para una ciudad sostenible, que
se abordan a lo largo de este documento.

Sobre el origen y el uso del término "sostenible"
La aceptación
generalizada del propósito de hacer más "sostenible"
el desarrollo económico es, sin duda, ambivalente.
Por una parte evidencia una mayor preocupación por
la salud de los ecosistemas que mantienen la vida en la Tierra,
desplazando esta preocupación hacia el campo de la
gestión económica. Por otra, la grave indefinición
con la que se maneja este término empuja a hacer que
las buenas intenciones que lo informan se queden en meros
gestos en el vacío, sin que apenas contribuyan
a reconvertir la sociedad industrial sobre bases más
sostenibles. Reflexionemos sobre el origen de este término,
para hacerlo luego sobre su contenido.
El extendido
uso del epíteto "sostenible" en la literatura
económico-ambiental se inscribe en la inflación
que acusan las ciencias sociales de términos de moda
cuya ambigüedad induce a utilizarlos más como
conjuros que como conceptos útiles para comprender
y solucionar los problemas del mundo real. Como ya había
advertido tempranamente Malthus en sus "Definiciones
en Economía Política" (1827), el éxito
en el empleo de nuevos términos viene especialmente
marcado, en las ciencias sociales, por su conexión
con el propio statu quo mental, institucional, y terminológico
ya establecidos en la sociedad en la que han de tomar cuerpo.
El éxito del término "sostenible"
no es ajeno a esta regla, sobre todo teniendo en cuenta que
nació acompañando a aquel otro de "desarrollo"
para hablar así de "desarrollo sostenible".
Recordemos las circunstancias concretas que propiciaron el
éxito de este término y que enterraron aquel
otro de "ecodesarrollo", que se empezaba a usar
en los inicios de los setenta.
Cuando
a principios de la década de los setenta el Primer
Informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento,
junto con otras publicaciones y acontecimientos, pusieron
en tela de juicio la viabilidad del crecimiento como objetivo
económico planetario, Ignacy Sachs (consultor de Naciones
Unidas para temas de medioambiente y desarrollo) propuso la
palabra "ecodesarrollo" como término de compromiso
que buscaba conciliar el aumento de la producción,
que tan perentoriamente reclamaban los países del Tercer
Mundo, con el respeto a los ecosistemas necesario para mantener
las condiciones de habitabilidad de la tierra. Este término
empezó a utilizarse en los círculos internacionales
relacionados con el "medioambiente" y el "desarrollo",
dando lugar a un episodio que vaticinó su suerte. Se
trata de la declaración en su día llamada de
Cocoyoc, por haberse elaborado en un seminario promovido por
las Naciones Unidas al más alto nivel, con la participación
de Sachs, que tuvo lugar en 1974 en el lujoso hotel de ese
nombre, cerca de Cuernavaca, en Méjico. El propio presidente
de Mejico, Echeverría, suscribió y presentó
a la prensa las resoluciones de Cocoyoc, que hacían
suyo el término "ecodesarrollo". Unos días
más tarde, según recuerda Sachs en una reciente
entrevista (Sachs, I, 1994), Henry Kissinger manifestó,
como jefe de la diplomacia norteamericana, su desaprobación
del texto en un telegrama enviado al presidente del Programa
de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente: había
que retocar el vocabulario y, más concretamente, el
término "ecodesarrollo" que quedó
así vetado en estos foros. Lo sustituyó más
tarde aquel otro del "desarrollo sostenible", que
los economistas más convencionales podían aceptar
sin recelo, al confundirse con el "desarrollo autosostenido"
(self sustained growth) introducido tiempo atrás
por Rostow y barajado profusamente por los economistas que
se ocupaban del desarrollo. Sostenido (sustained) o
sostenible (sustainable), se trataba de seguir promoviendo
el desarrollo tal y como lo venía entendiendo la
comunidad de los economistas. Poco importa que algún
autor como Daly matizara que para él "desarrollo
sostenible" es "desarrollo sin crecimiento",
contradiciendo la acepción común de desarrollo
que figura en los diccionarios estrechamente vinculada al
crecimiento.
Predominó
así la función retórica del término
"desarrollo sostenible" subrayada por algunos autores
(Dixon, J.A. y Fallon, L.A., 1991), que explica su aceptación
generalizada: "la sostenibilidad parece ser aceptada
como un término mediador diseñado para tender
un puente sobre el golfo que separa a los ´desarrollistas`
de los ´ambientalistas`. La engañosa simplicidad del
término y su significado aparentemente manifiesto ayudaron
a extender una cortina de humo sobre su inherente ambigüedad"
(O'Riordan, T., 1988). En fin, que parece que lo que más
contribuyó a sostener la nueva idea de la ´sostenibilidad`
fueron las viejas ideas del ´crecimiento` y el ´desarrollo`
económico que, tras la avalancha crítica de
los setenta, necesitaban ser apuntaladas.
De esta
manera, muchos años después de que el Informe
del Club de Roma preparado por Meadows sobre los límites
del crecimiento (1971) pusiera en entredicho las nociones
de crecimiento y desarrollo utilizadas en economía,
estamos asistiendo ahora a un renovado afán de hacerlas
"sostenibles" asumiendo acríticamente esas
nociones que se habían afianzado, abandonando las preocupaciones
que originariamente las vinculaban al medio físico
en el que se encuadraban. La forma en la que se ha redactado
y presentado en 1992 un nuevo Informe Meadows, titulado "Más
allá de los límites" (Meadows, D.H. y D.L.,
1991) constituye un buen exponente de la fuerza con la que
soplan los vientos del conformismo conceptual en el
discurso económico. El deterioro planetario y las perspectivas
de enderezarlo eran bastante peores que las de veinte años
atras, pero los autores, para evitar que se les tildara de
catastrofistas, se sintieron obligados a esas alturas a escudarse
en la confusa distinción entre crecimiento y desarrollo
económico, para advertir que, "pese a existir
límites al crecimiento, no tiene por qué haberlos
al desarrollo" (Meadows, D.H. y D.L., 1991) y a incluir
el prólogo de un economista tan consagrado como es
Tinbergen, y galardonado además con el premio Nobel,
en el que se indica que el libro es útil porque "clarifica
las condiciones bajo las cuales el crecimiento sostenido,
un medio ambiente limpio e ingresos equitativos pueden ser
organizados".
Sin embargo,
a la vez que se extendió la utilización banalmente
retórica del término "desarrollo sostenible",
se consiguió también hacer que la idea misma
de ´sostenibilidad` cobrara vida propia y que la reflexión
sobre la viabilidad a largo plazo de los sistemas agrarios,
industriales o urbanos tuviera cabida en las reuniones y proyectos
de administraciones y universidades, dando lugar a textos
como el que estamos elaborando, que pretenden avanzar en la
clarificación y aplicación de esta idea.

Reflexiones sobre el uso acrítico y banal del término
"desarrollo sostenible"
Con todo,
frente a la tendencia todavía imperante entre políticos
y economistas a asumir acríticamente la meta del crecimiento
(o desarrollo) económico, se acusa también la
aparición reciente de algunos textos marcadamente críticos
y clarificadores del propósito de moda del desarrollo
sostenible. Entre éstos destacan el "Diccionario
del desarrollo", dirigido por Wolfgang Sachs y el libro
de Richard B. Norgaard titulado "El desarrollo traicionado".
En la introducción al primero de ellos, Sachs señala
que "la idea del desarrollo permanece todavía
en pie, como una especie de ruina, en el paisaje intelectual...
Ya es hora de desmantelar su estructura mental. Los autores
de este libro tratan conscientemente de trascender la difunta
idea del desarrollo con el ánimo de clarificar nuestras
mentes con nuevos análisis" (Sachs, W., 1992).
Por su parte, Norgaard subraya la inconsistencia de unir
las nociones de sostenibilidad y desarrollo, concluyendo
que "es imposible definir el desarrollo sostenible de
manera operativa con el nivel de detalle y de control que
presupone la lógica de la modernidad" (Norgaard,
R.B., 1994). Y en el Congreso Internacional sobre "Technology,
Sustainable Development and Imbalance", que tuvo lugar
en Tarrasa (diciembre de 1995) se levantaron voces críticas
señalando que el objetivo de la sostenibilidad se revelaba
incompatible con el desarrollo de un sistema económico
cuya globalización origina a la vez la homogeneización
cultural y la destrucción ambiental (Norgaard, R.B.,
1996). Llegándose incluso a calificar a la "cultura
del silencio" sobre estos temas que propició la
retórica del "desarrollo sostenible", de
verdadera "corrupción de nuestro pensamiento,
nuestras mentes y nuestro lenguaje" (M'Mwereria, G.K.,
1996). Es en el fondo esta "corrupción mental"
la que ha impedido la clarificación conceptual y la
revisión crítica del statu quo que reclamarían
los avances significativos en favor de la sostenibilidad global.
Para ello habría que bajar del pedestal que
hoy ocupa la propia idea del crecimiento económico
como algo globalmente deseable e irrenunciable y advertir
que la sostenibilidad no será fruto de la eficiencia
y del desarrollo económico, sino que implica sobre
todo decisiones sobre la equidad actual e intergeneracional.
Cuando
el término "desarrollo sostenible" está
sirviendo para mantener en los países industrializados
la fe en el crecimiento y haciendo las veces de burladero
para escapar a la problemática ecológica y a
las connotaciones éticas que tal crecimiento conlleva,
no está de más subrayar el retroceso operado
al respecto, citando a John Stuart Mill en sus Principios
de Economía Política (1848), que fueron durante
largo tiempo el manual más acreditado en la enseñanza
de los economistas. Cuando se aceptaba que la civilización
industrial estaba abocada a toparse con un horizonte de "estado
estacionario", este autor decía hace más
de un siglo: "no puedo mirar al estado estacionario
del capital y la riqueza con el disgusto que por el mismo
manifiestan los economistas de la vieja escuela. Me inclino
a creer que, en conjunto, sería un adelanto muy considerable
sobre nuestra situación actual. Confirmo que no me
gusta el ideal de vida que defienden aquellos que creen que
el estado normal de los seres humanos es una lucha incesante
por avanzar y que aplastar, dar codazos y pisar los talones
al que va delante, característicos del tipo de sociedad
actual, e incluso que constituyen el género de vida
más deseable para la especie humana... No veo que haya
motivo para congratularse de que personas que son ya más
ricas de lo que nadie necesita ser, hayan doblado sus medios
de consumir cosas que producen poco o ningún placer,
excepto como representativos de riqueza,... sólo en
los países atrasados del mundo es todavía el
aumento de producción un asunto importante; en los
más adelantados lo que se necesita desde el punto de
vista económico es una mejor distribución...
Sin duda es más deseable que las energías de
la humanidad se empleen en esta lucha por la riqueza que en
luchas guerreras,... hasta que inteligencias más elevadas
consigan educar a las demás para mejores cosas. Mientras
las inteligencias sean groseras necesitan estímulos
groseros. Entre tanto debe excusársenos a los que no
aceptamos esta etapa muy primitiva del perfeccionamiento
humano como el tipo definitivo del mismo, por ser escépticos
con respecto a la clase de progreso económico que excita
las congratulaciones de los políticos ordinarios: el
aumento puro y simple de la producción y de la acumulación".
Sin embargo, los afanes que concita el simple aumento generalizado
de éstos permanecen bien vivos, mientras que el
problema de exceso de residuos predomina hoy sobre el ocasionado
por la falta de recursos que, hace un siglo, se veía
como el principal freno que impondría al sistema un
horizonte de "estado estacionario". La situación
actual se revela más problemática porque, en
que en vez de toparse la expansión del sistema con
el límite objetivo que impone la falta de recursos,
esta expansión está provocando un deterioro
ecológico cada vez más acentuado, con lo que
la moderación y reconversión del sistema no
sólo habría que aceptarla, como hacía
J.S.Mill viendo su parte positiva, sino incluso promoverla
para evitar que prosiga el mencionado deterioro. Es decir,
hace falta que la sociedad reaccione a las señales
de deterioro en las condiciones de habitabilidad de la Tierra,
corrigiendo el funcionamiento del sistema económico
que lo origina.

Sobre el contenido del término "sostenible"
Poca
voluntad se aprecia de hacer planes de reconversión
de la sociedad actual hacia bases más sostenibles o
físicamente viables, por mucho que las referencias
a la sostenibilidad aparezcan en multitud de publicaciones
y declaraciones. Si hubiera verdadero afán de aplicar
ese propósito habría que empezar por romper
ese "cajón de sastre" de la producción
de valor, para enjuiciar el comportamiento físico de
las actividades que contribuyen a ella. Esto es lo que con
poca fortuna pretendieron los autores hoy llamado fisiócratas
cuando, hace más de dos siglos, proponían aumentar
la producción de riquezas "renacientes" (hoy
diríamos renovables) sin detrimento de los "bienes
fondo" o de los stocks de riquezas preexistentes, siendo
descalificados en este empeño por los economistas posteriores,
que erigieron el mencionado "cajón de sastre"
del valor como centro de la ciencia económica, separándolo
del contexto físico y social en el que se desenvolvía.
Vemos, pues, que no se trata tanto de "descubrir la pólvora"
de la sostenibilidad como de desandar críticamente
el camino andado, volviendo a conectar lo físico
con lo monetario y la economía con las ciencias de
la naturaleza.
La mayor
parte de la indefinición vigente procede del empeño
de conciliar el crecimiento (o desarrollo) económico
con la idea de sostenibilidad, cuando cada uno de estos dos
conceptos se refieren a niveles de abstracción y sistemas
de razonamientos diferentes: las nociones de crecimiento (y
de desarrollo) económico encuentran su definición
en los agregados monetarios homogéneos de "producción"
y sus derivados que segrega la idea usual de sistema económico,
mientras que la preocupación por la sostenibilidad
recae sobre procesos físicos singulares y heterogéneos.
En efecto, la idea de crecimiento (o desarrollo) económico
con la que hoy trabajan los economistas, se encuentra desvinculada
del mundo físico y no tiene ya otro significado
concreto y susceptible de medirse que el referido al aumento
de los agregados de Renta o Producto Nacional. Es decir, de
agregados monetarios que, por definición, hacen abstracción
de la naturaleza física heterogénea de los procesos
que los generan, careciendo por lo tanto de información
y de criterios para enjuiciar la sostenibilidad de estos últimos:
para ello habría, como se ha indicado, que romper la
homogeneidad de ese "cajón de sastre" de
la producción de valores pecuniarios para analizar
la realidad física subyacente.
En primer
lugar, hay que advertir que la ambigüedad conceptual
de fondo no puede resolverse mediante simples retoques terminológicos
o definiciones descriptivas o enumerativas más completas
de lo que ha de entenderse por sostenibilidad (al igual que
ocurre con las nociones de producción o de desarrollo,
que encuentran implícitamente su definición
en la propia idea de sistema económico): a la hora
de la verdad, el contenido de este concepto no es fruto de
definiciones explícitas, sino del sistema de razonamiento
que apliquemos para acercarnos a él. Evidentemente
si, como está ocurriendo, no aplicamos ningún
sistema en el que el término sostenibilidad concrete
su significado, éste se seguirá manteniendo
en los niveles de brumosa generalidad en los que hoy se mueve.
Sin que las brumas se disipen por mucho que intentemos matizarlo
con definiciones explícitas y discutamos si interesa
más traducir el término inglés originario
sustainability por sostenibilidad, durabilidad o sustentabilidad.
Por lo
tanto, clarificar la situación exige, en primer lugar,
identificar cual es la interpretación del objetivo
de la sostenibilidad que se puede hacer desde la noción
usual de sistema económico, cuáles son las recomendaciones
para atenderlo que se extraen dentro de este sistema de razonamiento
y cuáles son las limitaciones de este planteamiento.
Afortunadamente estas cuestiones han sido ya respondidas por
un economista tan altamente cualificado para ello como es
Robert M. Solow. Este autor, que había sido galardonado
con el premio Nobel en 1987 precisamente en razón de
sus trabajos sobre el crecimiento económico, se tomó
la molestia de definir la sostenibilidad "desde la perspectiva
de un economista" (Solow, R. , 1991) y en hacer las oportunas
recomendaciones al respecto (Solow, R., 1992). Tras advertir
que si queremos que la sostenibilidad signifique algo más
que un vago compromiso emocional, Solow señala que
debemos precisar lo que se quiere conservar, concretando
en algo el genérico enunciado del Informe de la Comisión
Brundtland arriba mencionado. Para Solow, lo que debe ser
conservado es el valor del stock de capital (incluyendo el
capital natural) con el que cuenta la sociedad, que es lo
que, según este autor, otorgaría a las generaciones
futuras la posibilidad de seguir produciendo bienestar económico
en igual situación que la actual. Para Solow, el problema
estriba, por una parte, en lograr una valoración
que se estime adecuadamente completa y acertada del stock
de capital y del deterioro ocasionado en el mismo, por
otra, en asegurar que el valor de la inversión que
engrosa anualmente ese stock cubra, al menos, la valoración
anual de su deterioro. "El compromiso de la sostenibilidad
se concreta así en el compromiso de mantener un determinado
montante de inversión productiva", pues, según
este autor, "el pecado capital no es la extracción
minera, sino el consumo de las rentas obtenidas de la minería"
(Solow, R. , 1992). El tratamiento del tema de la sostenibilidad
en términos de inversión, explica que se haya
extendido entre los economistas la idea de que el problema
ambiental encontrará solución más fácil
cuando la producción y la renta se sitúen por
encima de ciertos niveles que permitan aumentar sensiblemente
las inversiones en mejoras ambientales. Como explica también
la recomendación a los países pobres de anteponer
el crecimiento económico a las preocupaciones ambientales,
para lograr cuanto antes los niveles de renta que, se supone,
les permitirán resolver mejor su problemática
ambiental.
Como no
podía ser de otra manera, vemos que la lectura del
objetivo de la sostenibilidad que se puede hacer desde la
idea usual de sistema económico, es una lectura que
se circunscribe lógicamente al campo de lo monetario.
Pero, como el propio Solow precisa, ello no quiere decir que
el problema así planteado pueda encontrar solución
en el universo aislado de los valores pecuniarios o de cambio,
a base de que los economistas especializados descubran nuevas
técnicas de valoración de los recursos naturales
y ambientales y practiquen los oportunos retoques en las estimaciones
del stock de capital y de los agregados, obteniendo así
el "verdadero" Producto Neto que puede ser consumido
sin que se empobrezcan las generaciones futuras. Solow reconoce
que los precios ordinarios de transacción no aportan
una respuesta adecuada y advierte que "francamente,
en gran medida, mi razonamiento depende de la obtención
de unos precios-sombra aproximadamente correctos"
para lo cual, concluye, "estamos abocados a depender
de indicadores físicos para poder juzgar la
actuación de la economía con respecto al uso
de los recursos ambientales. Así, el marco conceptual
propuesto debería ayudar también a clarificar
el pensamiento en el propio campo del medio ambiente"
(Solow, R., 1992). Con independencia de la fe que se tenga
en las posibilidades que brinda el camino sugerido por Solow
de corregir los agregados económicos habituales, subrayemos,
como él mismo hace, que su propuesta no está
reñida con, sino que necesita apoyarse en el buen
conocimiento de la interacción de los procesos económicos
con el medio ambiente en el que se desenvuelven, restableciendo
la conexión entre el universo aislado del valor en
el que venían razonando los economistas y el medio
físico circundante o, con palabras diferentes, abriendo
el "cajón de sastre" de la producción
de valor para analizar los procesos físicos subyacentes.
Con todo,
hay que advertir que el tratamiento de las cuestiones ambientales
(y, por ende, de la propia idea de sostenibilidad) ha escindido
hoy las filas de los economistas. En efecto, por un parte,
se han magnificado las posibilidades del enfoque mencionado
sin subrayar su dependencia de la información física
sobre los recursos y los procesos. Por otra, toda una serie
de autores más o menos vinculados a la corriente agrupada
en torno a la revista y la asociación "Ecological
Economics", advierten que el tratamiento de las cuestiones
ambientales, y de la propia idea de sostenibilidad, requieren
no sólo retocar, sino ampliar y reformular la idea
usual de sistema económico. La principal limitación
que estos autores advierten en la interpretación que
se hace de la sostenibilidad desde la noción usual
de sistema económico, proviene de que los objetos que
componen esa versión ampliada del stock de capital
no son ni homogéneos ni necesariamente sustituibles.
Es más, se postula que los elementos y sistemas que
componen el "capital natural" se caracterizan más
bien por ser complementarios que sustitutivos con respecto
al capital producido por el hombre (Daly, H. , 1990). Esta
limitación se entrecruza con aquella otra que impone
la irreversibilidad propia de los principales procesos
de deterioro (destrucción de ecosistemas, suelo fértil,
extinción de especies, agotamiento de depósitos
minerales, cambios climáticos, etc.). Ehrlich apunta
que el flujo circular en el que la inversión corrige
el deterioro ocasionado por el propio sistema que la produce,
es inviable en el mundo físico: "es el simple
diagrama de una máquina de movimiento perpetuo, que
no puede existir más que en la mente de los economistas"
(Ehrlich, P.R., 1989). Por eso, sólo cabe representar
el funcionamiento de organismos, poblaciones o ecosistemas
en términos de sistemas abiertos, es decir,
que necesitan degradar energía y materiales para mantenerse
en vida. La clave de la sostenibilidad de la biosfera está
en que tal degradación se articula sobre la energía
que diariamente recibe del Sol y que en cualquier caso se
iba a degradar (y no en que la biosfera sea capaz de reparar
tal degradación).
La imposibilidad
física de un sistema que arregle internamente el deterioro
ocasionado por su propio funcionamiento, invalida también
la posibilidad de extender a escala planetaria la idea de
que la calidad del medio ambiente esté llamada a mejorar
a partir de ciertos niveles de producción y de renta
que permitan invertir más en mejoras ambientales. Estas
mejoras pueden lograrse ciertamente a escala local o regional,
pero el ejemplo que globalmente ofrece el mundo industrial
no resulta hasta ahora muy recomendable, ya que se
ha venido saldando con una creciente importación de
materias primas y energía de otros territorios y con
la exportación hacia éstos de residuos y procesos
contaminantes. Lo cual viene a ejemplificar la posibilidad
común en el mundo físico de mantener e incluso
mejorar la calidad interna de un sistema a base de utilizar
recursos de fuera y de enviar residuos fuera. La otra posibilidad
supondría rediseñar el sistema para conseguir
que utilice más eficientemente los recursos y, en consecuencia,
genere menos pérdidas, ya sea en forma de residuos
o de pérdida de calidad interna. El problema estriba
en que una diferencia cualitativa tan capital como la indicada
no tiene un reflejo claro en el universo homogéneo
del valor, como tampoco lo tiene en general la casuística
de los procesos físicos que se oculta bajo el velo
monetario de la producción agregada de valor.
Viendo
las limitaciones que ofrece la aproximación al tema
de la sostenibilidad que se practica desde el aparato conceptual
de la economía estándar, la mencionada corriente
de autores trata de analizar directamente las condiciones
de sostenibilidad de los procesos y sistemas del mundo físico
sobre los que se apoya la vida de los hombres. Se llega así,
según Norton (Norton, B.G., 1992), a dos tipos de nociones
de sostenibilidad diferentes que responden a dos paradigmas
diferentes: una sostenibilidad débil (formulada
desde la racionalidad propia de la economía estándar)
y otra fuerte (formulada desde la racionalidad de esa
economía de la física que es la termodinámica
y de esa economía de la naturaleza que es la ecología).
En lo que sigue nos ocuparemos de esta sostenibilidad fuerte,
que se preocupa directamente por la salud de los ecosistemas
en los que se inserta la vida y la economía de los
hombres, pero sin ignorar la incidencia que sobre los procesos
del mundo físico tiene el razonamiento monetario. Pues
es la sostenibilidad en el sentido fuerte indicado, la que
puede responder a la sostenibilidad de las ciudades
y de los asentamientos humanos, en general, sobre la que se
centra este documento.
El segundo
paso para superar el estadio de indefinición actual
se centra así en la sostenibilidad de procesos y sistemas
físicos, separadamente de las preocupaciones económicas
ordinarias sobre el crecimiento de los agregados monetarios.
Reflexionemos, pues, sobre la noción de sostenibilidad
fuerte para disipar sus propias ambigüedades, dejando
ya de lado el tema del "desarrollo". Para ello,
lo primero que tenemos que hacer es identificar los sistemas
cuya viabilidad o sostenibilidad pretendemos enjuiciar, así
como precisar el ámbito espacial (con la consiguiente
disponibilidad de recursos y de sumideros de residuos) atribuido
a los sistemas y el horizonte temporal para el que se cifra
su viabilidad. Si nos referimos a los sistemas físicos
sobre los que se organiza la vida de los hombres (sistemas
agrarios, industriales o urbanos) podemos afirmar que la
sostenibilidad de tales sistemas dependerá de la posibilidad
que tienen de abastecerse de recursos y de deshacerse de residuos,
así como de su capacidad para controlar las pérdidas
de calidad (tanto interna como "ambiental") que
afectan a su funcionamiento. Aspectos éstos que, como
es obvio, dependen de la configuración y el comportamiento
de los sistemas sociales que los organizan y mantienen.
Por lo tanto la clarificación del objetivo de la sostenibilidad
es condición necesaria pero no suficiente para su efectiva
puesta en práctica. La conservación de determinados
elementos o sistemas integrantes del patrimonio natural, no
sólo necesita ser asumida por la población,
sino que requiere de instituciones que velen por la conservación
y transmisión de ese patrimonio a las generaciones
futuras, tema éste sobre el que insiste Norgaard en
los textos citados.
Es justamente
la indicación del ámbito espacio-temporal de
referencia la que da mayor o menor amplitud a la noción
de sostenibilidad (fuerte) de un proyecto o sistema: cualquier
experimento de laboratorio o cualquier proyecto de ciudad
puede ser sostenible a plazos muy dilatados si se ponen
a su servicio todos los recursos de la Tierra, sin embargo
muy pocos lo serían si su aplicación se extendiera
a escala planetaria. Hablaremos, pues, de sostenibilidad global,
cuando razonamos sobre la extensión a escala planetaria
de los sistemas considerados, tomando la Tierra como escala
de referencia y de sostenibilidad local cuando nos referimos
a sistemas o procesos más parciales o limitados en
el espacio y en el tiempo. Así mismo, hablaremos de
sostenibilidad parcial cuando se refiere sólo a algún
aspecto, subsistema o elemento determinado (por ejemplo, al
manejo de agua, de algún tipo de energía o material,
del territorio) y no al conjunto del sistema o proceso estudiado
con todas sus implicaciones. Evidentemente, a muy largo plazo,
tanto la sostenibilidad local como la parcial, están
llamadas a converger con la global. Sin embargo, la diferencia
entre sostenibilidad local (o parcial) y la global cobra importancia
cuando, como es habitual, no se razona a largo plazo.
El enfoque
analítico-parcelario aplicado a la solución
de problemas y a la búsqueda de rentabilidades a corto
plazo, predominante en la civilización industrial,
ha sido una fuente inagotable de "externalidades"
no deseadas y de sistemas cuya generalización territorial
resultaba insostenible en el tiempo, siendo paradigmático
el caso de los sistemas urbanos. Ya que las mejoras obtenidas
en las condiciones de salubridad y habitabilidad de las ciudades
que posibilitaron su enorme crecimiento, se consiguieron generalmente
a costa de acentuar la explotación y el deterioro de
otros territorios. El problema estriba en que este crecimiento
no solo se revela globalmente insostenible, sino que pone
también en peligro los logros en salubridad y habitabilidad,
por lo que los tres aspectos deben de tratarse conjuntamente.
El Libro verde del medio ambiente urbano (1990) de la Unión
Europea (UE) superó los planteamientos parcelarios
habituales, al preocuparse no sólo de las condiciones
de vida en las ciudades, sino también de su incidencia
sobre el resto del territorio. Este planteamiento coincide
con la sostenibilidad global antes indicada y se mantiene
en documentos posteriores: en particular el Informe final
del Grupo de Expertos sobre Medio Ambiente Urbano de la UE,
titulado Ciudades Europeas Sostenibles (1995) señala
que "el desafío de la sostenibilidad urbana apunta
a resolver tanto los problemas experimentados en el seno de
las ciudades, como los problemas causados por las ciudades".
Sin embargo, años después de haber enunciado
la meta de la sostenibilidad global, todavía no se
han establecido ni el aparato conceptual ni los instrumentos
de medida necesarios para aplicarlo con pleno conocimiento
de causa y establecer su seguimiento: el nuevo documento mencionado
se lanza a discutir las políticas favorables a la sostenibilidad
sin apenas añadir precisión sobre el contenido
de ésta, ni sobre la compleja problemática que
entraña la amplitud del enfoque adoptado, dadas las
múltiples interconexiones que observan los sistemas
intervenidos o diseñados por el hombre sobre el telón
de fondo de la biosfera (en relación, claro está,
con la hidrosfera, la litosfera y la atmósfera). Si
queremos enjuiciar la sostenibilidad de las ciudades en el
sentido global antes mencionado, hemos de preocuparnos no
sólo de las actividades que en ellas tienen lugar,
sino también de aquellas otras de las que dependen
aunque se operen e incidan en territorios alejados. Desde
esta perspectiva enjuiciar la sostenibilidad de las ciudades
nos conduce por fuerza a enjuiciar la sostenibilidad (o
más bien la insostenibilidad) del núcleo principal
del comportamiento de la civilización industrial.
Es decir, incluyendo la propia agricultura y las actividades
extractivas e industriales que abastecen a las ciudades y
a los procesos que en ellas tienen lugar. Ya que el principal
problema reside en que la sostenibilidad local de las ciudades
se ha venido apoyando en una creciente insostenibilidad global
de los procesos de apropiación y vertido de los que
dependen.
JMN
El
autor es economista. Acaba de publicarse su libro Raíces
económicas del deterioro ecológico y social.
Más allá de los dogmas, 2006, Madrid, Ed.
Siglo XXI, 271 pp., pvp. 18 €.
Ver
su artículo Plusvalías
y burbuja inmobiliaria española, nuevamente...
en el café
corto de nuestro número 16.
Referencias bibliográficas
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University Press., Trad. en castellano, Nuestro futuro común,
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original en inglés apareció en Society and Natural
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en castellano de El País & Aguilar, Madrid, 1992).)
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referencia corresponde a la traducción del F.C.E.,
México, realizada sobre la 7. edición inglesa
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(Conferencia pronunciada con motivo del 40° aniversario de
Resources for the Future, 8-10-1991.)
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Caminos
de Guanajuato
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Un
corazón resguardado entre las lomitas
I
Por
Iván Peñoñori |
Nos
cuenta que una de las cosas que más lo impresiono
fue la llanura del campo. Me lo dice a medida que avanzamos
entre cerros. Le digo que en el sur, la planicie se
extiende más allá de la línea del
horizonte. Me ve sorprendido: de alguna manera el corazón
del mexicano está resguardado entre estas lomitas.
Luego de unas cuatro horas nuestro guía nos señala
a lo lejos el cristo del Cubilete. El carro sube la
cuesta mordiendo la silueta árida de un cerro
mientras a un lado nace una cañada. En México
no se llega a las ciudades; las ciudades se le aparecen
a uno como el signo proverbial e irrefutable de que,
alguna vez, vendrá aquella que nos susurre al
oído un definitivo "aquí te quedas".
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Cultura
de las ciudades |
Las
variaciones en el habitar
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Un
fragmento del arroyo Maldonado:del flujo natural al flujo
urbano I
Por
Alejandro Abaca, Mariela Alonso Salguero, Claudia Rozic
y Alejo Veiga |
Las
fachadas, como piel, sufren una metamorfosis que las
convierte en piezas que se liberan del contenido original
y ahora se articulan en la serie de un tema que genera
la imagen de una calle o una pequeña área
dentro de un barrio. Son claros ejemplos de esto "Lanín"
en Barracas, "Jean Jaures" en el Abasto y
"Caminito" en La Boca. Otras veces, las fachadas
se mimetizan por la función que encubren, aquí
impera el criterio de lo común, en el caso de
la avenida Juan B. Justo vemos fachadas conformadas
como muros cortina que tienen la misma altura y grandes
vidrieras, todos corralones de materiales de construcción.
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Campos
de golf en las ciudades: ¿amenaza ambiental o corredores
ecológicos?
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Otra
mirada, desde Caracas
I
Por
Sergio Laxalde |
Los
cinco ambientes constituyen cinco hábitats bien
diferenciados que generan microclimas específicos,
cada uno representado por comunidades bien asociadas.
Existe vida natural abundante, si bien los hábitats
tienen un nivel de riqueza desigual y algunos incluso
significan un uso pobre de la tierra, pero se complementan
bien, existiendo entre ellos sinergia. Comparativamente,
la diversidad biológica y el número de
organismos móviles de transferencia de recursos,
de genética, de procesos alimentarios y no alimentarios
es bastante mayor que en los campos de cultivo que existían
antes en el sitio, con lo cual hubo un avance.
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Micro
Espacios Supranacionales en conflicto
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El
caso Fray Bentos - Gualeguaychú
I
Por
Artemio Pedro Abba |
Esto
ha abierto un caso paradigmático, porque ha enfrentado
a dos países de larga tradición de buena
vecindad, en un conflicto que oscurece cualquier otra
situación de este tipo en el continente americano.
El mismo surgimiento del conflicto pone sobre la mesa
la novedosa cuestión de los sistemas urbanos
transfronterizos. Que la inclusión de una planta
industrial sobre la orilla este del río Uruguay
haya generado la conmoción que hoy se vive, muestra
a las claras el alto grado de integración entre
los centros urbanos involucrados. En la resolución
de este conflicto, encontrando una solución superadora
de los intereses u objetivos unilaterales, se pone en
juego la capacidad de crecimiento de la unión
de los países del sur de América.
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Génova
moderna, Buenos Aires tardo-borbónica
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Premios
cdlc
a las Buenas y Malas Prácticas Urbanas 2006
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Hay
prácticas de origen y prácticas aplicadas,
si se nos permite diferenciarlas. Las prácticas
de origen son en este caso las arquitecturas modernas
genovesas, pero lo que se premia es la organización
que un colectivo nucleado por la revista de Emanuele
Piccardo realiza para ponerlas en conocimiento y en
valor. Con el "premio" a la Peor práctica
comparten su reafirmación de la expresión
contemporánea en arquitectura, en un caso por
el rescate colectivo de una producción y en el
otro por rechazo a un revival reactivo. La misma obra,
propuesta como buena práctica por Martín
Di Peco ("creo que esta ciudad necesita mucho afrancesamiento,
y la torre es un excelente ejemplo de arquitectura acartonada,
con estilo, para gente que se lo merece"), no obtuvo
votos.
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Proyecto
Mitzuoda
I
Una
ficción metropolitana contemporánea (por
entregas). I
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
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Entremés
ensayístico - Crítica a la Galería
Grierson (III y última del entremés ensayístico)
/ La clave topológica
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Bellas
tarjetas, atentos saludos, y opiniones sobre la Reparación
Histórica a San Lorenzo y la remodelación
de la Plaza de Mayo.
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Cena
por los 50 números de cdlc - Reparación
histórica a San Lorenzo de Almagro -Maestría
en Planificación Urbana-Regional en la FADU - UBA
- Città – Porto, muestra en Palermo y WebTV - Heidegger
y Foucault en el ETHOS - Bienal de Santa Cruz de la Sierra
- Dott, innovación social y diseño - Otra
forma del Cartel de Buenos Aires - Convención de
Ordenamiento Territorial y Urbanismo, en La Habana - Proyecto
KRAX - Sao Paulo, ciudad sin fin - Los jardines de San
Lorenzo en Piacenza - Malvinas Argentinas: Plan Urbano
y Código innovador - 9º Seminario Montevideo, Proyectar
el espacio público en la Ciudad Central |
Master
en Gestión de la Ciudad en el siglo XXI:
café de las ciudades ha
establecido con la Universitat Oberta de Catalunya (UOC),
"la universidad virtual", un acuerdo destinado a la
difusión y promoción del Master
en Gestión de la Ciudad.en el siglo XXI.
El desafío implícito en esta colaboración
con la UOC es el que nos motiva desde el inicio de nuestro
café:
replicar en el espacio virtual la complejidad y la riqueza
del territorio y la ciudad contemporáneos, confrontar
miradas sobre la ciudad, contribuir a la generación
de buenas políticas urbanas y a la formación
de sus planificadores y gestores. Para mayor información
dirigirse a cartas@cafedelasciudades.com.ar
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ACERCA DE CAFÉ DE LAS CIUDADES
|
café de las ciudades
es un lugar en la red para
el encuentro de conocimientos, reflexiones y miradas sobre
la ciudad. No es propiedad de ningún grupo, disciplina
o profesión: cualquiera que tenga algo que decir
puede sentarse a sus mesas, y hablar con los parroquianos.
Amor por la ciudad (la propia, alguna en particular, o todas,
según el gusto de cada uno), y tolerancia con las
opiniones ajenas, son la única condición para
entrar. Hay quien desconfía de las charlas de café:
trataremos de demostrarle su error. Nuestro café
está en cualquier lugar donde alguien lo quiera disfrutar,
pero algunos datos ayudarán a encontrarlo. Estamos
en una esquina, porque nos gustan los encuentros, y porque
desde allí se mira mejor en todas las direcciones.
Tenemos ventanas muy amplias para ver la vida en las calles,
y no nos asustan sus conflictos. Es fácil llegar
caminando a nuestro café, y por eso viene gente del
centro y de todos los barrios (sí alguien prefiere
un ambiente exclusivo, que se busque otro lugar). No faltaran
datos sobre cafés amigos, porque nos gusta andar
de bar en bar: ¿cómo pedirle a los parroquianos que
se queden toda la noche en el nuestro? Esa es la única
cadena a la que pertenece el café
de las ciudades: la
de todos los cafés únicos e irrepetibles,
en cualquier esquina de cualquier ciudad.
Marca en trámite
Editor y Director: Marcelo Corti
Diseño: Laura
I. Corti
Corresponsal
en Buenos Aires: Mario L. Tercco
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