
Se
han cumplido 30 años desde que la Fanya Records editara el álbum Siembra, de Ruben
Blades y Willie
Colón. Ese disco es uno
de los acontecimientos más memorables de la historia cultural
latinoamericana. Sus siete temas revolucionaron la música
popular caribeña (a la que por comodidad pero no por exactitud
de lenguaje se conoce habitualmente por su nombre comercial
de “salsa”): canciones largas (para escándalo de los productores
radiales y los DJs), con contenido
social y elaborada poética, con arreglos musicales extraordinarios
y sonoridades complejas pero fieles al sentido rítmico de
sus fuentes. Que el disco haya sido editado en Nueva York
no reduce sus meritos simbólicos sino que evidencia la complejidad
de las interacciones que caracterizan lo “hispánico” en
la cultura aluvional norteamericana
y sus mutuas influencias con la cultura del sur del continente.
De
entre sus temas, solo la bella y melancólica Dime
responde a la cuota de “canción de amor”, necesaria para
no hacer del todo extraño un producto que surgió ante la
desconfianza de la industria. Buscando Guayaba
puede ser leído en diversas claves, desde las románticas
a las picarescas, pero sobresale su impúdica sensualidad;
Ojos y Siembra son canciones de esperanza y de homenaje a la gente latina
en todas sus expresiones, María
Lionza introduce el mito rural de la Venezuela más profunda,
llevada a los ranchitos y al santuario popular de la autopista
del este por la gran inmigración. Plástico
es una crítica demoledora a la superficialidad y
snobismo de las clases acomodadas y el “medio pelo”
latino, que culmina en una convocatoria a la unidad latinoamericana
(incluyendo a una entonces inminente “Nicaragua sin Somoza”)
y caracteriza en pocas palabras a la ciudad de la colonización
cultural:
“Era
una ciudad de plástico de esas que no quiero ver
De edificios cancerosos
y un corazón de oropel
Donde en vez de un sol amanece un dólar
Donde nadie ríe donde nadie llora
Con gente de rostros de poliester
Que escuchan sin oír y miran sin ver
Gente que vendió por comodidad
Su razón de ser y su libertad”.
Y
en ese conjunto de canciones extraordinarias, Pedro
Navaja fue el más exitoso de los temas de Siembra.
La canción tiene todo
lo que necesita una buena historia: personajes creíbles,
solidez argumental, drama y, por sobre todo, sabiduría narrativa
y precisión en el uso y el sucederse de las palabras. La
primera parte narra, en un crescendo
lírico y musical, el encuentro ocasional de un gangster
y una prostituta en una desierta avenida de Nueva York
(“El Barrio” latino del este de Harlem,
según todos los indicios, o el Bajo Manhattan, según el reporte radial en el final de la versión
en vivo de 1989). Unas manos ambiguas en el bolsillo del
gabán, unas zapatillas estratégicas y el diente de oro relumbrante
describen al matón; un viejo abrigo y una cartera con una
botella de aguardiente y un revolver para su defensa personal,
a la
callejera. Un encuentro inoportuno, unas
decisiones erróneas y el sino
trágico de la historia llevan al funesto desenlace y
desencadenan, en el alegre coro del borracho que tropezó
con los cuerpos, una segunda parte profusa en refranes, moralejas y consejos (“el mensaje de mi canción”), bajo
la consigna general de que “la vida te da sorpresas”.

(¡Avelino,
ven aquí!)
Por
la esquina del viejo barrio los vi
pasar,
con el tumbao que tienen los guapos
al caminar,
las manos siempre dentro ´el bolsillo
de su gabán
pa´ que no sepan en cuál de ellas
lleva el puñal.
Usa un sombrero de ala ancha de medio lao’
y zapatillas por si hay problemas salir volao’,
lentes oscuros pa´ que no sepan
qué está mirando
y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando.
Como a tres cuadras de aquella esquina una mujer
va recorriendo la acera entera por quinta vez
y en un zaguán entra y se da un trago para olvidar
que el día está flojo y no hay clientes pa´
trabajar.
Un carro pasa bien despacito por la avenida,
no tiene marcas, pero to’s saben
que es policía.
Pedro Navaja, las manos siempre dentro
´el gabán,
mira y sonríe y el diente de oro vuelve a brillar.
Mientras camina pasa la vista de esquina a esquina,
no se ve un alma, esta desierta toa’ la avenida,
cuando de pronto esa mujer sale del zaguán
y Pedro Navaja aprieta un puño dentro ‘el gabán.
Mira
pa´ un lao’, mira pal´ otro y no ve a nadie,
y a la carrera, pero sin ruido, cruza la calle.
Y, mientras tanto, en la otra acera va
esa mujer
refunfuñando pues no hizo pesos con qué comer.
Mientras camina del viejo abrigo saca un revólver (esa mujer)
y va a guardarlo en su cartera pa´
que no estorbe.
Un treinta y ocho “Smith &
Wesson” del especial
que carga encima pa´ que la libre
de todo mal.
Y Pedro Navaja, puñal en mano, le fue pa´
encima,
el diente de oro iba alumbrando toa´ la avenida,
(¡Se hizo fácil!)
mientras reía el puñal le hundía sin compasión,
cuando de pronto sonó un disparo como un cañón...
Y Pedro Navaja cayó en la acera mientras veía a la mujer
que, revólver en mano y de muerte herida, ¡ay!
le decía:
“Yo que pensaba: hoy no es mi día, estoy salá,
pero, Pedro Navaja, tú estás peor: no estás en na´”.
Y créanme gente que aunque hubo ruido nadie salió.
No hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró.
Sólo un borracho con los dos cuerpos se tropezó,
cogió el revolver, el puñal, los pesos y se marchó.
Y tropezando se fue cantando desafinao’,
el coro que aquí les traje y del mensaje de mi canción:
"La
vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida" ay Dios...
"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida"
ay Dios...
Pedro Navaja matón de esquina
quien a hierro mata, a hierro termina
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ay Dios...
Maleante pescador,
al anzuelo que tiraste,
en vez de una sardina, un tiburón enganchaste.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios
(I like to
live in America)
Ocho
millones de historias tiene la
ciudad de Nueva York.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios
Como decía mi abuelita, el que último ríe, se ríe mejor....
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.
Cuando lo manda el destino no lo cambia
ni el más bravo,
si naciste pa' martillo del cielo
te caen los clavos.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios.
En
barrio de guapos cuidao’ en la acera.
Cuidao’ camará'
que el que no corre vuela.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios.
Como en una novela de Kafka el
borracho dobló por el callejón.
La
historia pergeñada por Blades es sólida por donde se la mire: habla del contexto
socio-urbano más que de sus protagonistas, pero los lleva
(en especial a Pedro) a la categoría de mitos; condensa
y abre otras historias y referencias, desde el Mack
the Knife brechtiano
que supuestamente inspiró el nombre del protagonista (en
otra velada referencia urbana, el reporte radial que cierra
la canción aclara que su verdadero nombre es Pedro Barrios)
y los pandilleros de West Side
Story (también homenajeado en el final con una rápida cita
del “I like to
live in America”) al Juanito Alimaña con que Héctor Lavoe
inauguró los homenajes del género a su himno más celebrado;
elude prolijamente toda crítica moral o causalidad sociológica,
y deja la “didáctica”, las lamentaciones y las ironías para esa especie
de coro griego final. No es la menor de las eficacias
de la canción el modo en que se contraponen la aséptica
y cerrada descripción del episodio en la Avenida con la potencialmente
infinita variedad de los epigramas corales. El casi tautológico
leitmotiv “La vida te da sorpresas” se incorpora al habla
popular latinoamericana como una severa letanía, a veces
fatalista, a veces cínica, en una prueba de fuego del suceso
de la
canción. Y en una lectura política, el
estereotipo demonizante del maleante
latino y el tema de la
inner city norteamericana
violenta y desangelada es apropiada por la cultura latina
con las herramientas del arte y del mito.
La
canción pudo resistir incluso la “travesura” de Blades
de crearle una absurda segunda parte, contradictoria de
la primera, en venganza por la utilización del tema para
la producción de una película sin su consentimiento. Sorpresas, continuación que
hubiera demolido la capacidad simbólica de cualquier otra
“primera” canción, es solo una divertida anécdota o
un equivalente musical de las piruetas de aquellos vendedores
callejeros que simulan intentar destruir el producto que
venden solo para demostrar su extraordinaria resistencia.
No exageraba Gabriel García Marquez
al sostener que le hubiera gustado ser capaz de haber escrito
una canción semejante.

Cierro
con una referencia local: en mi país, la
Argentina, la dictadura y las corporaciones
discográficas y mediáticas nos ocultaron durante arios años
la existencia de Siembra. Recién en 1982, con la prohibición
de difundir temas en inglés durante la Guerra de Malvinas y la oportunista tolerancia a
los mensajes antimperialistas,
comenzaron a difundirse ese y otros posteriores trabajos
de Blades y Colón. La revelación
nos permitió a muchos de nosotros constatar dos intuiciones
que permanecían calladas: que la
sonoridad caribeña podía ser vehículo para la poesía más
elaborada; que la consistencia social y política del
“mensaje de la canción” no tenía que ser obligadamente acompañada
de opciones conservadoras o aburridas en la propuesta musical.
MC
Ver
y escuchar en Youtube la versión
en vivo de Pedro Navaja, por Rubén Blades
y Willie Colón.
La serie Nuestros antepasados es un homenaje a ciertas manifestaciones culturales precursoras de
café
de las ciudades. Los lectores/as están
invitados a sugerir sus propios "antepasados"
(solo se requiere justificarlos y demostrar por ellos una
debida y auténtica veneración). El nombre de la sección
repite el de la magnífica trilogía de Italo
Calvino, que incluye las novelas
El caballero inexistente, El vizconde demediado y El barón
rampante. Ellos también, por supuesto, son nuestros antepasados.
Ver
las notas anteriores de la serie:
Número 67 I Cultura de las ciudades – Nuestros antepasados (VIII)
Donde
el zahorí lector oirá hablar de cierta celebérrima moneda
I “Por la misma esquina de la plaza de Yanahuanca…”
I Por Manuel Scorza
Número
62 I Cultura de las Ciudades – Nuestros Antepasados (VII)
La
dolce vita
I Roma, eco y escenario de una dulce decadencia I Marcelo
Corti
Número
34 I Nuestros antepasados
Comala
I La novela, el pueblo y la ciudad. I Ricardo
Greene F.
Número
29 I Nuestros antepasados
Robocop I Detroit
ya no es lo que era. I Marcelo Corti
Número
22 I Nuestros antepasados (IV)
Taxi
Driver I ¿Me
estás hablando a mí? I Marcelo Corti
Número
17 I Cultura Nuestros antepasados (III)
¿Dónde
queda Springfield? I El hogar de los Simpsons I Marcelo Corti
Número
16 I Cultura Nuestros antepasados (II)
El
cuarteto de Alejandría I La
ciudad, y su Poeta. I Marcelo Corti
Número
15 I Cultura Nuestros antepasados (I)
Uno
contra todos I El Manantial, un melodrama
de la Arquitectura. I
Marcelo Corti