N.
de la R.: el texto de esta nota reproduce la Introducción
al capítulo Viajes del libro Interacciones. Experiencias
pendulares hacia adentro y hacia fuera. Mariela Marchisio
(Comp.). Editorial Universidad Nacional de Córdoba
- Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño. ISBN
978-987-1494-18-7. En prensa, 2012.
“Uno
escucha lo que ve” (de una película de Kevin Spacey)
“Contempla
el mundo” (Sir Roger Bacon, citado por Raúl González
Tuñón)

Primera
constatación: se puede escribir con la Mac en el auto
mientras maneja tu socia. Segunda constatación: si
no lo escribís ahora te vas a olvidar ó al menos se
puede perder la esencia en una redacción erudita.
Tercera: la Patagonia y sus derivas
son inspiradoras acerca del encargo de la Secretaria
Académica. El espacio-tiempo del viaje es insuperable
para pensar en los viajes.
Como sea, el punto
tiene que ver precisamente con el
sentido pedagógico del viaje, con el carácter
de las articulaciones
y conexiones que establecemos desde el contrato pedagógico
de enseñar-aprender arquitectura y sus diversas
externalidades. En estos viajes somos “testigos
implicados” como alguna vez escribía Mario Benedetti.
Saber
ver…, escribía el viejo maestro Bruno Zevi, “saber
ver la arquitectura”, para ser más precisos. De
una u otra forma, de ese clivaje se trata, aunque
de una manera
un tanto diversa de la mirada taxonómica de los estilemas
y sus periodizaciones, y por cierto de la arquitectura
consagrada como la única y exclusiva arquitectura,
la arquitectura de la historia de la arquitectura.
De hecho, lo que buscamos
ver la incluye, aunque no sea ese el centro de la
mirada. Por eso hablo de topografías culturales, por consiguiente,
de la arquitectura de las ciudades, de la arquitectura
del territorio, entendiendo como tales
ese “sistema” de conexiones, infraestructuras, ese
espacio-tiempo entre ciudades y obviamente, y
centralmente, las ciudades y sus partes constitutivas
y dinámicas.
Poder reconocer allí
las tipologías urbanas y las tipologías arquitectónicas,
las series tipológicas de las que escribía Marina
Waisman en “La
estructura histórica del entorno”. Y algo más
esencial, poder reconocer las ciudades como cultura material.
Ver cómo están hechas, de que están hechas, incluso
(un poco más complejo) porqué y para qué están hechas.
Lo que llamamos sus programas profundos. Las ciudades
como sucesión de proyectos urbanos inconclusos ó siempre
inacabados, lo que hemos dado en llamar el ajedrez urbano.
En esa perspectiva
adquieren sentido pedagógico los viajes y algunas
de sus consecuencias más deseadas: comprender la complejidad
y la diversidad, “se escucha lo que se ve” y, por cierto, poder articular las dos miradas
del referido contrato académico en la dimensión del
oficio: entender las ciudades cómo “objeto didáctico”
y simultáneamente como “objeto de intervención”.
O sea: los viajes no son “inocentes”, buscamos aprender para actuar y comprender.
Construimos a partir de allí estrategias operativas,
ya sea en Montevideo, Areguá, Iquitos, el Pantanal
Boliviano, San Pablo, Buenos Aires, ¡¡¡Córdoba!!!,
o donde sea que la localía nos lleve ó nos traiga,
individual ó colectivamente. La “lugarización”
(si vale el neologismo) nos da dimensión geográfica,
o mejor aún, geo-histórica. Y el “laboratorio
americano” del que nos hablaba Roberto Fernández, este entender
el mundo desde una región es nuestra manera de
ser “glo-cales”. O algo así. El significado de las
visitas a ciertas obras (a veces con sus autores),
a ciertos lugares, también apunta a fijarse
como parte de la experiencia vital, y por cierto
requiere selectividad y preparación minuciosa por
parte del colectivo docente. Es el sentido de contrastar,
de vivenciar, pero también el de compartir momentos
intensos.
Por cierto estas “derivas”
no se agotan allí, en el viaje en sí, sino en sus
consecuencias, previas y posteriores. Va de suyo todo
el sentido del “rito iniciático”, la construcción de colectivos de estudiantes, docentes
y jóvenes graduados que participan de estos emprendimientos.
Con sus sentidos organizativo-educativos y con la
construcción de valores solidarios y responsables
y todas esas cosas que tienen valor en sí mismas para
inducir y alentar conductas sociales cooperativas
y respetuosas de los otros. Allí también se construyen
las metodologías proyectuales de cada cual.
Pero es otra cosa
acerca de la cual vale la pena volver a reflexionar.
Tiene que ver con la arquitectura que realmente enseñamos
ó más precisamente con la que realmente se aprende.
Por eso es
importante que el viaje, los viajes, puedan estar
articulados a un cometido en el taller, a la construcción
de un conocimiento colectivo y, finalmente a un resultado
proyectual. Es que el viaje, los ejercicios “in
situ” y los insumos para un trabajo posterior, las
“network” que se generan, son parte constitutiva de
lo que denominamos “investigación proyectual”.
“Se
escucha lo que se ve”, decía el personaje de una
película de Kevin Spacey para caracterizar la irrupción decidida de las industrias culturales y la cultura de la
imagen y la apariencia
de las cosas por sobre la naturaleza
de las cosas. Por ello el ejercicio de la “extranjería”,
de la observación rápida y de entender proyectando
en entornos desconocidos, donde el “lugar común” del
estereotipo conocido no resulta operativo, implica
un proceso de confrontación estimulante y educativo.
Siempre está el riesgo
de la superficialidad, de la frivolidad o la banalización
de la mirada. Pero para mitigar esos “daños colaterales”
está el taller, el colectivo docente y las continuidades
de estas miradas por otros medios y en otros medios.
A nosotros, como taller de arquitectura, lo que más
nos interesa de estas experiencias es el ejercicio de la alteridad, la inclusión
de otras miradas, aportadas tanto por la experiencia
en estas otras latitudes, que activan la atención,
como por el aporte inestimable de los otros colectivos docentes y de los intercambios que en ese particular e intenso
contexto se producen. La participación
de iguales pero diferentes es la clave de todo
este relato.
Habrá que acostumbrarse
pues a otras tonadas, otras miradas, a veces otros
idiomas.para poder reconstruir una gramática, un vocabulario
común de la arquitectura de esta región, para conjugar
de otras maneras las arquitecturas más lejanas de
un mundo cada vez más pequeño y necesitado de preservar
estas “topografías de la diferencia”. O sea de
las diversas identidades y modos de ser y construir
cada localía y cada geografía del habitar como cultura
material. Observar todo. Todo. En esta “ciencia
del traductorado” que resulta ser la praxis de
la arquitectura, traducir demandas, imaginarios, adaptar
soluciones técnicas apropiadas a variables de viabilidad
y mantenimiento y dotar de significación cultural
a las acciones, demanda aguzar esa capacidad de observación.
Y precisamente allí se intersectan los preceptos del arte, los conceptos de la ciencia y los prospectos de la filosofía. En ese
cruce emergen las lógicas proyectuales. Siempre es
verbo: capacidad de acción (así termina el Fausto
de Goethe: …”al principio fue la acción”…)
En ese contexto adquieren
especial valor el reconocimiento de las diversas lógicas
de proyecto, la compleja relación entre azar y proyecto
en las ciudades visitadas-intervenidas, soñadas e
idealizadas ó sencillamente detestadas ó indiferentes
(nunca del todo, pues se asocian a estas vivencias
personales y del grupo que comparte la experiencia).
La geografía
de la región es cruda en fuertes contrastes de segregación
socio-espacial, de desastres ambientales, de tradiciones
arraigadas y de memorias persistentes. Todo un
paisaje complejo el de este “tardo-capitalismo”
sudamericano. En esos paisajes se fueron construyendo
muchas tesis de grado, algunas realizadas en San Pablo
y en Montevideo, y muchas más influidas por estas
búsquedas de nuestros jóvenes cazadores.
Como sea, allí podemos
reconocer las paradojas del paradigma moderno en relación
a la ciudad histórica y sus núcleos de memoria. A
las diversas maneras de entender-usar- apropiar y
significar el espacio público, los equipamientos sociales
y los monumentos. A las relaciones entre ciudad y
naturaleza, entre ciudad y territorios de soporte.
A las relaciones entre ciudad formal y ciudad informal.
A los nuevos enclaves de consumo y de segregación
residencial, como nuevas geografías para los más ricos
y los más pobres. A la manera de entender y usar las
diversas tecnologías, endógenas y exógenas, apropiadas
e impostadas. A los nuevos lenguajes (a Alberto Baulina le
gusta decir “ropajes”) con que se tapizan viejos programas
y viceversa.
Todas estas cuestiones
atraviesan la praxis del taller en lo que concierne
a los viajes y a la sucesión de pequeños acontecimientos
que ellos desencadenan. El taller siempre está allí
atravesando todo. Son afinidades selectivas y afectivas
que se van construyendo. Una “red
neuronal con el azar como visitante asiduo” decía
alguna vez Cristián Nanzer. Así, se
va construyendo la
agenda contemporánea y los nuevos mapas. Aunque
a veces eso suponga revisitar los viejos mapas y reinterpretarlos.
Las ciudades son siempre azar y proyectos y en esa relación radica su “complejidad y contradicción” (remember Robert Venturi).
Superar una visión
endogámica, autosuficiente y localista (por provinciana)
resulta un requisito indispensable para renovar permanentemente
el contrato académico que funda nuestra reflexión
y nuestra acción. Son las dosis necesarias pero no
suficientes de cosmopolitismo para
que nuestro ADN no se quede sin GPS. Para buscar
núcleos de sentido en la rica y variada y múltiple
acumulación de experiencias constructivas de las ciudades
y sus arquitecturas a lo largo de su larga historia,
como una historia de ambiente-técnica-cultura para
ser sustentables en cada época y lugar.
Allí
buscamos espacialidades y tipologías, pieles y tectónicas,
fuerzas gravitatorias y síntesis.
O sea, siempre estamos
hablando, observando, midiendo, tocando arquitectura,
tratando de entender su métrica, sus repeticiones
y singularidades, sus alineamientos y sus retranqueos,
tejidos, parcelamientos, tramas visibles e invisibles.
Sus pieles y las huellas de su tiempo. Su deber ser
y su no haber
sido, su éxito y su decadencia. Sus apilamientos y
sus dispersiones. Su impacto y su intrascendencia.
Y la gente, esa interacción entre “actividad albergada
y ámbito albergante” como escribía el maestro Marcos
Winograd. Observamos
gente en acción, que no está en las revistas.
Atmósferas. Tectónicas
del territorio. Agregaciones de ciudad. “Tipos” (lecciones
rossianas) y “Contratipos” (lecciones del constructivismo
ruso). Lecciones de arquitectura, seguro que más que
las 8 de Ludovico Quaroni. Muchas más. ¡Disfrutamos
de tantas lecciones “in situ”!
¿Pero se trata de
“huir” de la realidad propia, de “nuestra” realidad?
Todo lo contrario. Se trata de adquirir perspectiva, puntos de
referencia, capacidad de observación. Empatías.
Comprensión de las diversas “capas
de contexto” ó “vectores de sentido” con que actuamos
en el campo
disciplinar (construir una “posición disciplinar” e identificar-presentar
las prácticas profesionales diversas (y las diferencias
entre disciplina y profesión). La necesidad de
una mirada más global para un actuar más local (la mayoría de nuestros estudiantes
provienen de la ciudad de Córdoba y de ciudades más
pequeñas en esta y en otras provincias, pero “consumen”
la arquitectura y los proyectos urbanos de grandes
ciudades). Necesitamos profesionales con una agenda contemporánea y con una mayor carga
cultural en términos de arquitectura como cultura material. Y eso también tiene que ver con la escala, impacto
y complejidad de las actuaciones. Y con su realidad
tangible.
Estas y otras articulaciones
de la investigación proyectual: proyecto e investigación,
participación en actividades de transferencia y asistencia
técnica, algunos concursos para estudiantes, publicaciones
y exposiciones, prácticas experimentales y toda suerte
de intercambios académicos y profesionales, tienen
para nosotros un denominador común: ampliar
el horizonte y correr los límites del conocimiento
(y tomar parte de todas las maneras posibles, ó más
precisamente sentirse
parte de), para dar lugar a la mayor articulación
posible entre memoria e innovación, los dos componentes
irreductibles en la enseñanza del oficio en la fábrica de arquitectos. En esa pulsión de realidad opera la construcción de imaginarios del proyecto.
Y de su oficio como una forma específica del conocimiento
disciplinar. La cultura del proyecto finalmente es inescindible
del trabajo y del disfrute que implica llegar a sus resultados como construcción de ese conocimiento
proyectual.

El tramo de este viaje
se acaba. La road-movie
continuará.
(Llegando a Santa
Rosa de La Pampa, Argentina – de regreso a Córdoba,
22/12/2011)
Post-scriptum:
sigue el viaje. Las
ideas fluyen, pero momentáneamente se fijarán en el
papel.
AC
El
autor es arquitecto. Profesor Titular de Arquitectura
VI-A - Tesis de Grado. Director del Taller de investigación
en Proyectos Urbanos - TIPU de la FAUD -
UNC. Coordinador del Equipo de la FAUD -
UNC para el Plan Director de la ciudad de Córdoba
conjuntamente con los Profesores Arquitectos Carlos
Gómez y Juan Giunta.
De
su autoría, ver también en café
de las ciudades:
Número
78 | Arquitectura de las ciudades
Ajedrez
urbano | Tres
movimientos entre la Máquina de Dios y Wall Street | Alejandro
Cohen
Número
93 | Planes de las ciudades (II)
Córdoba:
lineamientos de un plan | Un
nuevo contrato social entre el estado, el mercado
y la sociedad civil | Alejandro Cohen
Sobre
el viaje como instrumento pedagógico, ver también
en café
de las ciudades:
Número
49 | Lugares
actitud
Montevideo | Fotos de una bicicleteada
rioplatense | Marcelo Corti
Número
23 | Arquitectura
La
geografía como herramienta de proyecto | Los
talleres de ámbito regional, "otra" manera
de entender las ciudades latinoamericanas. | Marcelo
Vila y Marcelo Lenz
Y
sobre la deriva:
Número
7 | Cultura Nuestros antepasados (I)
Situacionistas:
la deriva y el placer | El
urbanismo contra la sociedad del espectáculo. | Marcelo
Corti