Medio siglo
de arquitectura cubana (1953-2003)
Variaciones
sobre el tema del comunismo.
Por
Roberto Segre
Este
texto fue confeccionado por encargo de la Fundación Prince
Claus, de Holanda, siendo autorizada por el autor su reproducción
en idioma castellano en café
de las ciudades.
La
Habana, el Malecón (fuente:
fuggire.it)
Comunismos
tropicales
Sería
una visión maniquea concebir la presencia del "comunismo"
en América Latina como consecuencia directa del surgimiento
de la URSS. Desde el período colonial fueron recurrentes
los movimientos de liberación política y económica,
en busca de una sociedad igualitaria (Gómez Tovar, Gutiérrez,
Vázquez, Utopías Libertarias Americanas.),
ajena a la explotación esclavista o capitalista. En 1784
ocurrió en Haití la primera revolución del
Hemisferio, al rebelarse la población negra de la isla contra
los propietarios de las plantaciones de azúcar. En 1910,
la Revolución Mexicana intentó rescatar la dignidad
humana de los campesinos indígenas, por siglos sometidos
a la servidumbre de los latifundistas. Las ideas progresistas de
los ideólogos socialistas europeos, difundidas entre trabajadores,
políticos e intelectuales de la región, se consolidaron
bajo la influencia de la Revolución de Octubre e impulsaron
la formación de los partidos comunistas nacionales: el cubano
nació en 1925 (fue fundado por el líder estudiantil
Julio Antonio Mella, Carlos Baliño, Alfredo López
y Fabio Grobart; este último formó parte del alto
escalón del gobierno revolucionario hasta su fallecimiento,
América Díaz Acosta et Alt., Panorama Histórico-Literario
de Nuestra América 1900-1943).
Sin embargo,
las reivindicaciones populares implementadas por los políticos
del Continente no resultaban identificadas necesariamente con el
comunismo: es el caso de la repartición de tierras y la nacionalización
del petróleo en México por Lázaro Cárdenas;
de los ferrocarriles ingleses en la Argentina por el General J.
D. Perón; de las minas de estaño en Bolivia por Paz
Estenssoro; y del cobre en el Chile de Salvador Allende. Fueron
medidas de carácter nacionalista, tendientes a limitar
la expoliación de los propios recursos por las empresas de
los países metropolitanos.
Cuba, una isla
esencialmente productora de azúcar, fue esclavista hasta
el tercer cuarto del siglo XIX, transformándose, una vez
terminado el gobierno colonial español en 1898, en un país
independiente sometido a los intereses económicos y políticos
de los Estados Unidos. Ellos respaldaron sin tapujos a lo largo
del siglo XX, tanto a los políticos corruptos como a los
dictadores "tropicales": Gerardo Machado (1925-1933)
y Fulgencio Batista (1952-1958). Actitud que generó un fuerte
sentimiento antiimperialista entre obreros, estudiantes e intelectuales,
quienes soñaban con una sociedad democrática sin las
profundas contradicciones económicas imperantes. No fue casual
que el asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba (1953), punto
de partida de la lucha armada encabezada por Fidel Castro contra
Batista, se realizara en el año del centenario del nacimiento
del prócer e intelectual José Martí (1853-1895),
ideólogo de la independencia nacional y de la formación
de una cultura cubana enraizada en la herencia caribeña y
latinoamericana. A su vez, en el "Manifiesto del Moncada"
(1953), Fidel enunció los principios esenciales de las leyes
sociales y económicas que serían aplicadas una vez
derrocada la dictadura, favoreciendo básicamente a obreros
y campesinos. Era un programa "martiano", nacionalista,
humanista y democrático, cuyo contenido nadie asumía
como "comunista".

José
Martí, héroe de la independencia cubana.
Rusos
y yanquis en el Caribe
El estrecho
vínculo de Cuba con los Estados Unidos, presente en todos
los niveles de la vida social, hacía difícil la difusión
de la ideología marxista-leninista proveniente de la URSS.
Era un país distante, sin relaciones directas con la cultura
cubana; cuyos primeros vínculos los establecieron algunos
rusos "blancos" emigrados después de la Revolución
de Octubre (Alejo Carpentier, El amor a la ciudad). Sin embargo,
los efluvios del arte de vanguardia arribaron a La Habana
durante la década de los años veinte. Julio Antonio
Mella nadó fuera de la bahía para saludar a los marineros
del primer barco soviético que visitó el Caribe, al
que no le fue permitido atracar en el puerto. En los artículos
que semanalmente publicaba en las revistas Carteles y Social,
Alejo Carpentier difundió los contenidos renovadores de los
Ballets Rusos de Diaghileff; la música de Stranvisky y la
nueva cinematografía de Eisenstein y Dziga-Vertoff: el Acorazado
Potemkin y Tres piezas para cuarteto de Stravinsky fueron
proyectados y ejecutados en La Habana; así como también,
por una compañía de ópera rusa, el Príncipe
Igor y Boris Godunov (Alejo Carpentier, Crónicas).
En viaje hacia México, pasaron por La Habana Maiakovski y
Einsenstein.

Konstantin
Melnikov: proyecto de Faro de Colón en la República
Dominicana.
Si bien un grupo
de intelectuales prestigiosos se apasionaron con el proceso de transformaciones
radicales que se vivía en la URSS Mirta Aguirre, Juan Marinello,
Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Carlos Rafael Rodríguez,
Alfredo Guevara y otros (Concepción R. Pedrosa Morgado, Imago
Ilha: epifanía da "generación de los Ochenta"
cubana), aunque críticos ante el totalitarismo implantado
por Stalin, poca resonancia tuvieron estos acontecimientos entre
los arquitectos. En 1930, no se comentó en la revista del
Colegio de Arquitectos la presencia de 25 proyectos constructivistas
entre ellos, Melnikov y Leonidov al concurso al Faro de Colón
de la vecina República Dominicana, en el que participaron
varios diseñadores locales. Los profesionales cubanos, viajaban
constantemente a los Estados Unidos para realizar estudios y visitar
las obras principales de ese país, asumidas como ejemplos
válidos de la modernidad. Entre los años cuarenta
y cincuenta pasaron por La Habana, Harrison y Abramovitz, Richard
Neutra, Mies van der Rohe, Walter Gropius, Josef Albers, Welton
Beckett, José Luis Sert, Paul Lester Wiener y otros; quienes
impartieron conferencias en la Universidad y concretaron algunos
proyectos urbanos y arquitectónicos: la sede de la embajada
de Estados Unidos, de Harrison y Abramovitz (1952); las oficinas
Bacardí en Santiago de Cuba de Mies (1957); la casa Schulthess
de Neutra (1958) y el Plan Director de La Habana de Sert, Wiener
y Schulz (1955-1958) (R. Segre, Arquitectura antillana del siglo
XX). No sorprende entonces que un solo arquitecto, Arquímedes
Poveda, de escasa trayectoria profesional, fuese militante político
comunista desde 1937. En 1953, nadie acudió a su llamamiento
para viajar a Bucarest y participar en el IV Festival Mundial de
la Juventud y los Estudiantes.

Proyecto
para la sede de Bacardí en Santiago de Cuba, Mies van der
Rohe (fuente: FADU-UBA).

Casa
Schulthess, proyectada por Richard Neutra (fuente: arkitekturnet.dk).
Una
revolución victoriosa
Con la huída
de Batista, el 31 de diciembre de 1958, finalizó la desgarradora
lucha armada contra la tiranía y el inicio esperanzador de
una nueva etapa de la historia de Cuba, anhelada por una sociedad
sometida a más de medio siglo de corrupción y explotación
de obreros y campesinos. El ideal humanista y democrático
martiano estaba al alcance de la mano, sustituidos los políticos
tradicionales por los jóvenes de la "Generación
del Centenario", protagonistas de los cambios económicos
y sociales radicales que se deseaban llevar a cabo. La euforia inicial
en particular de los estratos adinerados de la población
, se apagó rápidamente al aplicarse las medidas enunciadas
por Fidel Castro en el "Manifiesto del Moncada": limitación
de las ganancias de las empresas extranjeras; rebaja de los alquileres
de las viviendas; erradicación de los asentamientos marginales;
distribución de tierras agrícolas y construcción
de cooperativas campesinas, viviendas urbanas, centros de
salud, conjuntos escolares, y centros turísticos para la
población de escasos recursos. No eran iniciativas "comunistas",
sino la búsqueda de una justicia y solidaridad social; respaldadas
por una autonomía económica que nunca habían
existido anteriormente en la isla.

Afiche
publicitario de la Reforma Urbana promovida por la Revolución
Cubana:
"cada cubano dueño de su casa"
Estas nuevas
leyes, al afectar los intereses tanto privados como de las empresas
norteamericanas, produjeron la inmediata reacción
de la burguesía. Comenzaron los sabotajes, ataques terroristas
y las medidas de fuerza del gobierno de Estados Unidos: primero
suspendió la compra de azúcar; en enero de 1961 rompió
las relaciones diplomáticas con Cuba, y en abril, apoyó
la fracasada invasión de los emigrados cubanos en Playa Girón.
En respuesta, Fidel declaró el carácter "socialista"
de la Revolución, iniciándose la organización
de la estructura partidaria (Carina Pino-Santos, Cronologia).
Posteriormente, en 1962 ocurrió la crisis de Octubre, al
verificarse la existencia de cohetes rusos en la isla. En 1963,
ya habían sido promulgadas las dos Reformas Agrarias, la
Reforma Urbana y la nacionalización de todas las empresas
extranjeras. La oposición de Estados Unidos al régimen
que perdurará a lo largo de las siguientes décadas
, promovió el embargo económico; y hasta los años
ochenta en coincidencia con la presencia de las dictaduras militares
en el Continente , obtuvo su aislamiento de los países de
América Latina con excepción de México.
Afinidades
selectivas: URSS-Cuba
Desde 1960 se
reanudaron las interrumpidas relaciones diplomáticas con
la URSS. A inicios de ese año, Anastas Mikoyan, Vicepresidente
de la URSS visitó Cuba; se presentó en La Habana una
exposición de los avances técnicos y científicos,
y a finales del año, Fidel asistió a la conferencia
de las Naciones Unidas en Nueva York, y recibió en el hotel
Teresa de Harlem, la visita de Nikita Jruschov (Hugh Thomas, Cuba
or the persuit of freedom). Desde entonces fueron incrementados
progresivamente los lazos económicos, políticos, militares
e ideológicos entre los dos países, y en el contexto
de la Guerra Fría, Cuba se alineó con el bloque
socialista europeo. En 1962, se otorgó a Fidel el premio
Lenin de la Paz y en 1963 realizó una visita oficial a la
URSS.

Fidel
Castro y Nikita Jruschov
Al producirse
en la década de los años setenta la "institucionalización"
política, el modelo ideológico, económico y
administrativo soviético fue implantado con rigor en coincidencia
con el gobierno de Leonid Brezhnev, quien invirtió cuantiosos
recursos para el desarrollo del país. En 1973, Cuba se integró
al CAME y al sistema internacional socialista de la división
de la producción entre los países miembros. A
la isla le correspondió básicamente el abastecimiento
de azúcar y níquel, a cambio del petróleo y
los productos industriales importados de la URSS y de los países
del Este. A partir de la celebración del Primer Congreso
del PCC (1975), comenzó a aplicarse el sistema de los Planes
Quinquenales de la Economía.
Arquitectos
y administradores
Este proceso
social y económico no se reflejó mecánica y
simétricamente en la arquitectura y el desarrollo cultural
cubano. O sea, si existía una ortodoxia ideológica
marxista-leninista, que en el arte coincidió con el "realismo
socialista"; a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, éste
tuvo escaso seguidores en la isla fue una excepción la
multiplicación de monumentos conmemorativos por el territorio
manteniendo Cuba una actitud independiente respecto a la
cultura artística predominante en la URSS (José Ferrater
Mora, Diccionario de Filosofía). Desde la visita de
Fidel al Colegio de Arquitectos en marzo de 1959 para plantear las
nuevas tareas que debían acometer los profesionales cooperativas
campesinas, viviendas obreras, centros de educación y salud
en la Sierra Maestra, etc. , los miembros del jet set arquitectónico,
opuestos a renunciar al ejercicio privado de la profesión
y a los proyectos de temas suntuarios, emigraron hacia los Estados
Unidos (Roberto Segre, "Encrucijadas de la arquitectura
en Cuba: realismo mágico, realismo socialista y realismo
crítico") ajenos al principio martiano de que "la
arquitectura es el espíritu solidario" (Fernando Salinas,
"Prólogo: años de nacimiento").
Ello creó
un vacío generacional, ya que los diseñadores que
dominaron el escenario de la década de los años cincuenta,
con obras de indiscutible calidad estética, formal y espacial,
y que ocupaban los cargos directivos en el Colegio de Arquitectos
y en la enseñanza universitaria, no habían formado
el relevo, en parte debido a la juventud de sus miembros, así
como también por el carácter elitista de la profesión.
Los pocos recién graduados que además de su condición
de talentosos profesionales, participaron en las acciones contra
la tiranía , decididos a permanecer en la isla y trabajar
para el nuevo régimen integrados al Ministerio de la Construcción
Fernando Salinas, Raúl González Romero, Juan Tosca,
Ricardo Porro, Andrés Garrudo, Antonio Quintana, Mario Girona,
Hugo Dacosta, Vicente Lanz y otros , no lograban asumir las
crecientes demandas de obras y proyectos, además de los
cargos docentes y administrativos indispensables para el funcionamiento
de la enseñanza y de la producción.
En consecuencia,
aconteció la formación acelerada de cuadros técnicos
de precario nivel académico; y a la vez, ingenieros,
constructores y arquitectos distantes de la práctica proyectual,
afrontaron las tareas organizativas y productivas, distanciándose
de los fundamentos estéticos de la arquitectura, al privilegiar
los aspectos técnicos y económicos, obsesionados por
la normalización y tipificación de los componentes
constructivos, supuestos símbolos del progreso social y científico.
Ellos fueron responsables de la arquitectura mediocre y masiva
que surgió a partir de la década de los años
setenta, caracterizada por el uso de elementos prefabricados de
escasa calidad de diseño.
Influencias
recíprocas: estética y construcción
El período
comprendido entre 1959 y 1970, correspondió a la etapa más
efervescente de la nueva arquitectura cubana. Aunque en términos
económicos y tecnológicos se asumieron las experiencias
constructivas y de la planificación territorial de la URSS
y de otros países del campo socialista en particular Alemania
Democrática, Polonia, Yugoslavia y Checoslovaquia , no
existió una significativa influencia en el diseño
o en las formulaciones teóricas. El primer contacto directo
entre los arquitectos cubanos y los homólogos del Este europeo
ocurrió en el VII Congreso de la UIA (Unión Internacional
de Arquitectos) celebrado en La Habana en 1963. En esta ocasión,
el arquitecto Reynaldo Estévez uno de los profesionales
más activos en los vínculos con la URSS , editó
las actas del V Congreso de la UIA celebrado en Moscú en
1958 (V Congreso de la UIA. Moscú, 1958), que resumían
las realizaciones urbanísticas y arquitectónicas soviéticas
de la segunda posguerra.

El
malecón de La Habana; al fondo, el edificio FOCSA
Sin embargo,
cabe suponer que fueron los arquitectos de la URSS quienes admiraron
la libertad creadora evidenciada en las obras cubanas, despertando
el entusiasmo de Natalia Filipovskaya, autora de un pequeño
libro muy ilustrado publicado en Moscú, con ejemplos de la
década del cincuenta y primeros años de los sesenta
(Natalia Filipovskaya, Arquitectura de la Revolución Cubana).
Verifiqué una estrecha relación formal entre el mayor
edificio de apartamentos de La Habana el FOCSA (1956) de Ernesto
Gómez Sampera y el conjunto de bloques de la Avenida Kalinin
en Moscú (1967) (Roberto Segre, Arquitectura y urbanismo
modernos), obra del equipo dirigido por M. Posojin. También
a raíz del Congreso se organizó el concurso para el
monumento a la invasión de Playa Girón, obteniendo
el primer premio un equipo polaco obra que nunca se materializó
, cuya expresión brutalista y abstracta poco tenía
que ver con las representaciones figurativas realistas erigidas
en el mundo socialista (Roberto Segre, Diez años de arquitectura
en Cuba revolucionaria), y que sin duda influyó en el
Parque de los Mártires Universitarios en La Habana (1967),
de Mario Coyula, Emilio Escobar, Sonia Domínguez y Armando
Hernández, primera obra conmemorativa de la Revolución.
El
rescate del Constructivismo
La primera ayuda
significativa de la URSS ocurrió en 1963 a raíz del
ciclón Flora que arrasó con campos y poblaciones de
las provincias orientales, destruyendo miles de viviendas. Fue obsequiada
a Cuba una planta de prefabricación pesada, capaz de producir
1.700 unidades por año, que se instaló en Santiago
de Cuba. Allí se construyó el Distrito "José
Martí" para 72 mil habitantes, siguiendo las normas
de relación servicios-población establecidas en la
Unión Soviética (Roberto Segre, La vivienda en
Cuba: República y Revolución). Sin embargo, no
se aceptó el diseño original de los paneles, poco
apropiados al clima tropical. Un equipo de arquitectos cubanos
Fernando Salinas, Enrique De Jongh Julio Dean, Edmundo Azze, Orlando
Cárdenas y otros proyectaron los nuevos modelos semitransparentes
que permitían la ventilación cruzada de las
habitaciones. O sea, en la década del sesenta resultaba evidente
el avance "estético" de la arquitectura cubana,
influenciada por el International Style de origen norteamericano,
respecto a la tradición monumental aún presente, o
al pragmatismo constructivo que prevalecían en la URSS bajo
la orientación de Jruschov.
De allí
que pocos arquitectos soviéticos participaron en los equipos
de apoyo técnico diseminados en la isla, más vinculados
a la planificación económica y a los procesos constructivas.
Entre las visitas excepcionales, relacionadas con la cultura arquitectónica
y el diseño, podemos citar a M. Soloviev, Director del Departamento
de Diseño Industrial y a A. Riabushin, Director del Departamento
de Teoría e Historia de la Arquitectura, ambos en Moscú.
Sólo una decena de profesionales cubanos se formó
en la URSS, sin alcanzar posiciones destacadas en su desarrollo
profesional en la isla. En las publicaciones locales el interés
estuvo dirigido hacia la experiencia constructivista de
los años veinte, y el esclarecimiento de las contradicciones
que llevaron a su paralización en los treinta con el fin
de evitar que el dogmatismo y el burocratismo arquitectónico
se repitiesen en Cuba. En 1968, Fernando Salinas promovió
la traducción al español del libro italiano de Vittorio
de Feo (Vittorio de Feo, La arquitectura en la URSS 1917-1936);
e intenté publicar la emotiva autocrítica de A. K.
Burov, miembro de la vanguardia de los "años de fuego",
justificando las concesiones realizadas al historicismo académico
en las obras realizadas a partir de 1933 (A.K. Burov, Sobre la
Arquitectura).
Regionalismos
y folklorismos
El proceso de
"institucionalización" del país ocurrido
después de la fracasada zafra de los diez millones de toneladas
de azúcar de 1970, tuvo su repercusión también
en la arquitectura. La autonomía proyectual de los arquitectos
quedó doblegada por las estrictas normas establecidas
por el Ministerio de la Construcción y la definición
de rígidas tipologías planimétricas y compositivas
para cada uno de los temas desarrollados, asociadas al empleo de
elementos constructivos prefabricados. Cada tema poseía su
propia configuración funcional y tecnológica: las
industrias, las escuelas, las viviendas, los hospitales, los hoteles,
etc.. Proliferaron los folletos técnicos y los libros referidos
a la prefabricación y la economía de la construcción
(Germán Bode Hernández, Hacia la industrialización
del sector de la construcción).
A partir de
1975 la revista Arquitectura Cuba integró en sus páginas
la arquitectura y el urbanismo soviéticos, en particular
sobre aquellas repúblicas de la URSS que habían desarrollado
un lenguaje "regionalista"; también influenciado
por las ediciones masivas de los libros de Vladimir Khait sobre
la obra de Oscar Niemeyer, demostrativos de la libertad creadora
de un diseñador "comunista" latinoamericano (Vladimir
Lvovitch Khait, Oskar Nimeeier). Un historicismo acontextuado
apareció en la sede de la embajada de la URSS en el barrio
residencial de Miramar, cuya alta, compleja y maciza torre era más
apropiada para Alma Ata o Krasnoiarsk que para La Habana. Lenguaje
formalista de escaso contenido conceptual que incidió localmente
en la renovación estética de los años ochenta,
al impulsarse nuevamente el turismo en Cuba y construirse algunos
conjuntos hoteleros en falso vernáculo indígena.

Embajada
de la Unión Soviética (actualmente Federación
Rusa)
en el barrio de Miramar, en La Habana.
Un
campo ascético y moral
Durante la lucha
revolucionaria contra Batista, los planteamientos sociales y económicos
contenidos en el "Manifiesto del Moncada", no estuvieron
acompañados de propuestas urbanísticas y arquitectónicas
concretas. De allí que las iniciativas ejecutadas desde 1959
se fueron adecuando a las definiciones políticas e ideológicas
del momento. Sin embargo, hasta la década de los años
ochenta perduró el objetivo de privilegiar el desarrollo
del campo y de los asentamientos de los trabajadores rurales
sobre las estructuras urbanas. Si por una parte Stalin rechazó
el utopismo "urbanista" de Sabsovich y "desurbanista"
de Miljutin y fortaleció el desarrollo de Moscú como
capital de la URSS; la dirección del nuevo gobierno no se
identificó con La Habana, ciudad considerada pecaminosa
y representativa de los vicios del capitalismo (Roberto Segre,
"Sombres et utopies tropicales de La Havane"),
asumiendo un criterio de planificación territorial antiurbano
(Felipe J. Prestamo, "City planning in revolution: Cuba,
1959-61"). A finales de los años sesenta, los habitantes
de la capital expiaron sus pecados trabajando en el hinterland
rural del llamado "Plan del Cordón de La Habana",
de escaso éxito productivo. Surgieron en todo el país
las cooperativas rurales, pequeños núcleos
de viviendas relacionados con la explotación agrícola
y ganadera, equipados con los servicios sociales básicos,
que sustituyeron los tradicionales bohíos aislados
de los campesinos pobres. Era la aplicación de las tesis
de Marx y Engels, quienes imaginaban el fin de la contradicción
entre los niveles de vida del campo y la ciudad, con el advenimiento
del socialismo. Resultó un modelo paradigmático la
Comunidad Forestal "Las Terrazas" en la Sierra del Rosario,
Provincia de Pinar del Río (1969).
El objetivo
principal de la planificación territorial consistió
en crear una estructura homogénea de asentamientos habitacionales
y productivos, superando los desequilibrios estructurales profundizados
a lo largo de cuatro siglos: por ejemplo en 1958, La Habana moderna
y desarrollada concentraba el 30 % de una población de alto
nivel de vida, en detrimento de las condiciones precarias existentes
en el resto del país. La tecnificación de la producción
agrícola y el asentamiento de nuevas industrias crearon "polos"
urbanos en las áreas rurales, intercomunicados entre
sí por un nuevo sistema vial (Sergio Baroni Bassoni, Hacia
una cultura del territorio). Se llevaron a cabo importantes
obras de infraestructuras, entre las que predominaron las represas
de agua, cuya escasez constituía uno de los principales problemas
que confrontaba la isla.
La reorganización
del territorio significó también la participación
comunitaria en las tareas productivas y en la gestión administrativa,
creando una conciencia social del desarrollo económico del
Estado, no como consecuencia de directivas del poder distante, sino
de las decisiones emanadas de los diferentes niveles políticos
del país. El rechazo a la ciudad heredada se manifestó
en la construcción de un sistema funcional escuelas, fábricas,
hospitales, centros de investigación, hoteles en un
anillo periférico bordeando las capitales provinciales
Santa Clara, Camagüey, Holguín, etcétera. ,
representando lo que se llamó "el mito de lo nuevo";
o sea, el modelo urbano que debía sustituir la ciudad tradicional
(Roberto Segre, "La Habana siglo XX: espacio dilatado y tiempo
contraído"). Propuesta que fracasó ante la
carencia de un tejido conectivo que integrase espacialmente
las diferentes funciones y permitiese una vitalidad social
similar a la existente en el centro histórico. Cabe señalar
también la escasa madurez conceptual de los fundamentos
ideológicos del modelo, formulado en otro contexto y otro
tiempo histórico, que no fueron adaptados a las condicionantes
particulares de la realidad cubana.
La
utopía del "hombre nuevo"
Sin lugar a
dudas, la organización de la educación en la década
del setenta logró la expresión urbanística
y arquitectónica más importante del sistema "comunista"
cubano. A partir de una tecnología constructiva local el
sistema "Girón" de elementos prefabricados, fueron
realizadas centenares de escuelas de diferentes dimensiones,
entre 500 y 5.000 alumnos. A partir del programa definido como "la
escuela al campo" para la enseñanza secundaria, se organizaron
verdaderas "ciudades" de la educación, sumergidas
en el territorio agrícola, con el fin de formar el "hombre
nuevo" del siglo XXI caracterizado por el Che Guevara (Ernesto
Che Guevara, "El socialismo y el hombre en Cuba"). A pesar
de las rígidas normas técnicas y tipológicas
imperantes, el equipo de arquitectos del Departamento de Construcciones
Escolares del Ministerio de la Construcción, dirigido por
Josefina Rebellón, logró combinaciones formales, volumétricas,
espaciales y cromáticas que identificaban la particularidad
de las composiciones libres y asimétricas, las amplias galerías
cubiertas y las plazas interiores de las escuelas.
Entre las más
significativas citemos la Escuela Vocacional Lenin (1974) de Andrés
Garrudo en La Habana; la Escuela Vocacional Máximo Gómez
(1976) en Camaguey y la Escuela Volodia del Parque Lenin (1976)
de Heriberto Duverger. Esta tipología constructiva fue aplicada
en múltiples obras, entre las que sobresalieron los Palacios
de los Pioneros; del Parque Lenin (1978) de Néstor Garmendía,
y de Tarará (1975) de Humberto Ramírez, ambos en La
Habana. A su vez, el modelo de la Secundaria Básica en el
Campo se convirtió en un icono arquitectónico representativo
de la nueva pedagogía revolucionaria, siendo exportado a
varios países de América Latina y el Caribe: Jamaica,
República Dominicana, Nicaragua y Perú.

Escuela
Vocacional Lenin, en La Habana, de Andrés Garrudo (fuente:
lalenin.ludicus.com).
Las
viviendas anónimas
Aunque durante
cuarenta años el Estado realizó un promedio de diez
mil viviendas anuales, este tema fue el menos exitoso en cuanto
al diseño arquitectónico y urbanístico. La
Habana del Este (1959-61), primera gran iniciativa de un conjunto
habitacional, fue realizado a partir del modelo de la Unidad Vecinal
norteamericana y de una tipología de edificios similares
a los apartamentos burgueses del barrio del Vedado. Ante el supuesto
costo excesivo de esta experiencia apreciación que se demostró
errónea, ya que los edificios se mantienen en perfecto estado
de conservación, cosa que no ocurrió con las viviendas
de la "Microbrigada" (Mario Coyula, "La ciudad
rampante. Cuando éramos jóvenes y hermosos")
, se comenzaron a construir bloques anónimos de cuatro
plantas con elementos prefabricados. Tuvieron mayor calidad constructiva
y formal los edificios realizados con las piezas de la fábrica
soviética de Santiago de Cuba, aunque la rígida distribución
urbanística, creó espacios anónimos y deshumanizados.
Otros sistemas importados de Yugoslavia el IMS y de Canadá
el LH también poseían una alto nivel de terminaciones
y de combinaciones formales, pero adolecían, en los conjuntos
construidos, de los defectos compositivos, rígidos y abstractos,
repetidos en todos los países socialistas de Europa del Este.

Conjunto
Habitacional La Habana del Este.

Sistema
constructivo Multiflex, de Fernando Salinas (fuente: periferia.org).
Las propuestas
experimentales de Fernando Salinas el sistema Multiflex ; del
venezolano Fruto Vivas; de las unidades ligeras de Hugo Dacosta;
y en los años ochenta, de los jóvenes Juan Luis Morales
y Rosendo Mesías para colaborar con la autoconstrucción
en la ciudad histórica, no fueron asimiladas por el Ministerio
de la Construcción. Cuando en 1970 se inició la construcción
de bloques artesanales por el sistema de la "Microbrigada"
, la participación popular hubiese permitido una variedad
de diseños que no fue implementada: la rígida normativa
institucional hizo repetir ad infinitum los bloques de
apartamentos. Cierta libertad formal quedó implementada en
los años ochenta, al llenarse los vacíos de la ciudad
tradicional con edificios atípicos, pero la baja calidad
constructiva invalidó cualquier propuesta estética.
Al promoverse en los años noventa la realización de
viviendas para residentes extranjeros en el aristocrático
barrio de Miramar, se utilizaron repertorios historicistas, similares
a los utilizados en las viviendas de lujo de los países capitalistas
(Joseph L. Scarpaci, Roberto Segre, Mario Coyula, Havana. Two
Faces of the Antillean Metrópolis).
La
creatividad de los años sesenta
La rigidez característica
del estado socialista, implícita en las decisiones emanadas
desde el poder central, no pudo doblegar la iniciativa individual
de los arquitectos de talento, deseosos de expresar creativamente
los contenidos humanistas de la ideología marxista-leninista.
Afortunadamente, el sistema cubano de dirección de la construcción
no poseía las mismas estructuras burocráticas imperantes
en la URSS y los países de Europa del Este. Tampoco fueron
promovidas por el gobierno construcciones monumentales de sedes
partidarias o de la administración pública, al utilizarse
los edificios de la década de los años cincuenta,
vaciados al desaparecer la empresa privada. Resultó una excepción
el edificio del PCC en Sancti Spíritus, integrando la tribuna
para los desfiles patrióticos.

Escuelas
Nacionales de Arte, de Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto
Gottardi, en La Habana
(fuente: dgunning.org).
A lo largo de
estos cuarenta años existieron algunos pocos grados de libertad
que permitieron crear obras arquitectónicas paradigmáticas
que caracterizaron la personalidad de las sucesivas décadas.
En los años sesenta, la carencia de una clara planificación
económica y de una estructura piramidal de decisiones, hizo
posible algunos ejemplos de innegable valor estético: en
La Habana, el conjunto de las Escuelas Nacionales de Arte, de los
arquitectos Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi (1961-1965),
surgió en el bucólico paisaje del Country Club, y
sus formas libres, expresivas e inéditas, resumieron
las metáforas culturales la fusión de los códigos
de la modernidad, la tradición colonial y el rescate de la
cultura negra , representativas de la etapa "surrealista"
de la Revolución (esta obra, difundida mundialmente, en proceso
de restauración, luego de décadas de abandono, todavía
atrae la atención de las editoras y revistas especializas
de Estados Unidos y Europa; ver John Loomis, Revolution of forms.
Cuba΄s forgotten Art Schools.). La Ciudad Universitaria "José
Antonio Echeverría" (1961-1969), también en las
afueras de la capital, realizada por un equipo dirigido por Humberto
Alonso y posteriormente por Fernando Salinas, demostró la
flexibilidad de un sistema de elementos prefabricados el lift-slab
de origen canadiense , adaptado a la topografía del
terreno y a la diversidad de funciones exigidas por el Instituto
Politécnico.

Ciudad
Universitaria José Antonio Echeverría,
La Habana, Humberto Alonso, Fernando Salinas.

Heladería
Coppelia en el barrio del Vedado, La Habana, de Mario Girona
(fuente: paseos
por la habana.com y canalcubano.com).
También
en el céntrico barrio del Vedado La Rampa , se quiso demostrar
el nuevo uso social de la tierra urbana, en un espacio que en la
etapa anterior era reservado para la presencia de costosos edificios
de oficinas o hoteles de lujo. La construcción del Pabellón
Cuba (1963) de Juan Campos y la heladería Coppelia (1966)
de Mario Girona, monumentalizaron dos espacios públicos
dedicados a la recreación cotidiana de los habitantes urbanos.
En la provincia oriental de Holguín, el arquitecto Walter
Betancourt proyectó la Casa de la Cultura de Velasco (1964-1984)
por iniciativa del gobierno local, realizada con la participación
comunitaria. En ella utilizó un lenguaje regionalista y sincrético,
que integró la formación wrightiana del arquitecto
con la herencia campesina y los elementos decorativos indígenas
de taínos y siboneyes.
Imaginación
vs. masividad
En los años
setenta, período caracterizado por el dogmatismo ideológico
y la rigidez de las normas constructivas aplicadas en las obras
sociales de carácter masivo, los símbolos estuvieron
relacionados con la naturaleza recuperada y la significación
del "diseño ambiental" como síntesis entre
las manifestaciones artísticas, el diseño, la arquitectura
y el urbanismo. Antonio Quintana (1919-1993) con un equipo de profesionales
realiza el centro recreativo del Parque Lenin (1970), identificado
por la espacialidad y transparencia del restaurante "La Ruina"
de Joaquín Galbán, quien magnifica y monumentaliza
los elementos constructivos prefabricados utilizados en las obras
anónimas, otorgándoles una particular significación
estética. Luego, Quintana proyecta el ligero y transparente
Palacio de las Convenciones (1979) de La Habana, cuyos salones quedan
circundados de la exuberante vegetación tropical del lujoso
y exclusivo barrio de Cubanacán.
Palacio
de las Convenciones de La Habana, de Antonio Quintana (fuente: loseventos.cu).
Finalmente,
Fernando Salinas (1930-1992) construye la Embajada de Cuba en Ciudad
México (1976), obra que sintetiza las búsquedas estéticas
y culturales de dos décadas de socialismo: una arquitectura
sobria y liviana, metáfora de las escuelas en el campo,
caracterizada plásticamente por la presencia de gráficos,
escultores y pintores, con obras expresivas de la vanguardia cubana.
La fuente "Aguas Territoriales" de Luis Martínez
Pedro que preside la entrada, identifica los múltiples tonos
turquesa del mar del Caribe que circundan la isla.
El
regreso a la ciudad
En los años
ochenta ocurrió el rescate de la ciudad tradicional,
que había sido abandonada durante casi dos décadas.
Al obtener La Habana el reconocimiento de la UNESCO de "Patrimonio
Cultural de la Humanidad" (1982), la atención de las
intervenciones estatales se orientó hacia la recuperación
de los monumentos en los centros históricos: las iniciativas
de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana, transformaron
la imagen decrépita del centro histórico en un espacio
de gran vitalidad social, comercial y turística. A su vez,
la descentralización de los proyectos, permitió la
ejecución de obras atípicas promovidas por
los poderes municipales en La Habana tuvo particular importancia
la gestión de Mario Coyula (Mario Coyula, Editor, La Habana
que va conmigo) , facilitando la participación de los
arquitectos jóvenes, quienes cuestionaron el anonimato de
la arquitectura prefabricada de la década anterior.

A
la izquierda, Convento de San Francisco de Asís; a la derecha,
Plaza de la Catedral, La Habana.
Se creó
el movimiento de la "Generación de los Ochenta",
constituida por Emilio Castro, Rafael Fornés, Juan Luis Morales,
José Antonio Choy, Emma Álvarez Tabío, Eduardo
Luis Rodríguez, Teresa Ayuso, Francisco Bedoya y otros. Ellos
intervinieron en los vacíos urbanos con obras que resentían
la influencia del historicismo contextualista del "posmodernismo",
proveniente del Primer Mundo. Resultó paradigmática
de esta etapa el consultorio del médico de la familia en
La Habana Vieja (1988) de Eduardo Luis Rodríguez y la gasolinera
"Acapulco" en el Vedado, de Heriberto Duverger (1990).
Sin embargo, como los procesos históricos sociales y culturales
no resultan lineales, en esta década, caracterizada por la
apertura ideológica y el apoyo a las manifestaciones artísticas
de vanguardia, coexistió un retorno a las expresiones
monumentales del "realismo socialista". En casi todas
las provincias fueron erigidos monumentos conmemorativos que asumieron
el modelo soviético, ya presente en La Habana en la escultura
de Lenin realizada por el artista ruso Kérbel. Citemos el
monumento al Che Guevara en Santa Clara y a Antonio Maceo en Santiago
de Cuba. Resultaron una excepción el conjunto conmemorativo
a la caída en combate de Antonio Maceo en las afueras de
La Habana de Fernando Salinas, y la Plaza de la Revolución
Mariana Grajales del equipo Rómulo,
Villa, Angulo, García Peña (1986) . En los años
noventa, el simbolismo de la estatua de Lenin fue sustituido por
la figura en bronce de John Lennon, sentando en un parque del Vedado.
Incógnitas
y ambigüedades
En los años
noventa, la crisis económica producida por la desintegración
del mundo socialista y la desaparición de la URSS, paralizó
casi totalmente las obras de contenido social. El turismo se convirtió
en el motor de la economía y se importaron proyectos extranjeros
de carácter comercial y de escasos contenidos culturales
y estéticos. Dentro de la precariedad económica del
"Período Especial en Tiempos de Paz", imperante
en la última década del siglo XX, sobresalieron los
proyectos de José Antonio Choy y su equipo: el hotel Santiago
de Cuba (1990) y el Banco Financiero Internacional (2001) en La
Habana, obras que intentaron reintegrar a Cuba en el concierto arquitectónico
mundial y en el manejo de los códigos de la contemporaneidad,
más allá de todo determinismo ideológico. La
presencia del dólar como moneda corriente hizo resurgir el
tema de los shoppings, abandonado desde la década
de los cincuenta, produciéndose edificios banales
de corte kitsch.


Hotel
Santiago de Cuba y Banco Financiero Internacional en La Habana,
obras de José Antonio COI
(fuente: periferia.org).
Ante las incógnitas
de un futuro incierto, algunos críticos y arquitectos locales
desataron una crítica contestataria de la arquitectura "comunista",
o sea, de las obras masivas construidas entre las décadas
de los años sesenta y ochenta, promoviendo el rescate
nostálgico y veladamente ideológico de las
realizaciones de la década de los años cincuenta (Eduardo
Luis Rodríguez, The Habana Guide. Modern Architecture
1925-1965). Postura injusta y tergiversadora de la realidad:
a lo largo de más de cuatro décadas de socialismo,
jamás se rompió el hilo conductor de la cultura arquitectónica
cubana originada en el Movimiento Moderno de la etapa anterior
en las obras paradigmáticas de cada período.
Por otra parte,
es lícito afirmar que un estilo "comunista", de
ascendencia soviética, monumental y apologético, nunca
existió en Cuba. Pese a las complejas dificultades que afrontó
el país desde 1959, no se doblegó la creatividad y
originalidad de los profesionales quienes, luchando a contracorriente
del pragmatismo hegemónico de los organismos centrales del
Estado, buscaron aplicar los principios del humanismo martiano
en antítesis con dogmas y estructuras burocráticas
, manteniendo viva la tradición y la identidad cultural
de la arquitectura estrechamente vinculados a la vanguardia artística
(la UNEAC, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, jugó
un papel fundamental en la defensa del carácter "artístico"
de la obra arquitectónica. En 1990, por iniciativa de su
presidente, Abel Prieto, el presidente de la Sección de Crítica,
Roberto Segre, creó la Sección de Diseño Ambiental,
que fue presidida por Fernando Salinas; a esta iniciativa se opuso
el Ministerio de la Construcción y la UNAICC, Unión
de Arquitectos, Ingenieros y Constructores de Cuba, aduciendo el
carácter "elitista" de aquella agrupación)
, representativas de una cubanidad identificada con el sincretismo
de su literatura, música y artes plásticas, surgido
del mestizaje social, incapaz de ser destruida por los altibajos
de los sistemas políticos.
RS
El
autor es arquitecto y crítico de arquitectura, graduado en
Buenos Aires, ejerció la docencia en La Habana y es actualmente
profesor de la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo de la Universidade Federal do Rio de
Janeiro.
Ver
Medio
siglo de arquitectura habanera I
y II,
su entrevista a Mario Coyula, en los números 32 y 33, respectivamente,
de café
de las ciudades.
Una
buena presentación de las Escuelas Nacionales de Arte, en
la página Web de Don
Gunning.
Ver
la página Web de la Oficina
del Historiador de la Ciudad de La Habana.
Ver
otras experiencias de ciudades socialistas (Luanda y Togliatti)
en la nota Nuevas
ciudades para nuevos habitantes, de Clovis Ultramari,
Sylvia Leitão y Zulma Schussel, en el número 30 de
café
de las ciudades.
Textos
citados:
Luis Gómez
Tovar, Ramón Gutiérrez, Silvia A. Vázquez,
I. Utopías Libertarias Americanas. La ciudad Anarquista
Americana de Pierre Quiroule. Madrid: Ediciones Tuero, 1991.
América
Díaz Acosta et Alt., Panorama Histórico-Literario
de Nuestra América 1900-1943 (Tomo I) . La Habana: Casa
de las Américas, 1982, pág. 318.
Fidel Castro,
La Historia me absolverá. La Habana: Editora Política,
1964.
Alejo Carpentier,
El amor a la ciudad. Madrid: Alfaguara, 1996, pág.
185. En 1923 se instaló en La Habana la compañía
de teatro ruso Iván Tolsov.
Alejo Carpentier,
Crónicas, Tomo I-II, La Habana: Editorial de Arte
y Literatura, 1976. "Stravinsky, las bodas y Papá Montero"
(1927); "La evolución estética de los ballets
rusos" (1929), pp. 117-122. "El cine en la nueva Rusia"
(1928), pp. 345-351; "La ópera rusa en La Habana"
(1930), pp. 419-422.
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Mario Coyula
(Edit.), La Habana que va conmigo. La Habana: Editorial de
Letras Cubanas, 2002.
Eduardo Luis
Rodríguez, The Habana Guide. Modern Architecture 1925-1965,
Nueva York: Princeton Architectural Press, 2000. También
ver el reciente número de L΄Architecture d΄Aujourd΄Hui No.
350 (2004), ya citado.
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