Una arquitectura de superficies, estandarizada en sus
condiciones simbólicas y sujeta al criterio del éxito es
la manifestación de un sistema de producción y validación
basado, no ya en el propio conocimiento disciplinario, sino
en el criterio de los expertos en medición de la opinión
pública. Esto obliga a un análisis de la producción de significado
en una esfera más amplia que la de producción de arquitectura,
en tanto esta se encuentra inmersa en fenómenos también
más amplios. Los cambios en los modos de validación, decisión
y producción plantean, subsecuentemente, una crisis de autenticidad
que se expresa en la desconfianza general sobre la autenticidad
de que, por causa de una incrementada capacidad de reproductibilidad,
no merecen la confianza del público más que por un corto
tiempo.
Fernando
Diez, Crisis de Autenticidad

Crisis
de autenticidad, el nuevo libro
de Fernando Diez, aborda la pérdida de sentido que afecta a la arquitectura
contemporánea a partir de las transformaciones globales
posteriores a las crisis del fordismo y del Welfare State,
pero también como consecuencia misma de la continuidad y
cuestionamiento de las pautas culturales de la
Modernidad (o quizás deberíamos decir de
su secuela, o resaca…). Si bien el texto describe y analiza
fenómenos difundidos mundialmente, está referenciado en
su mayor parte a la arquitectura argentina contemporánea,
bien conocida por Diez a raíz de su trabajo como director
editorial de la prestigiosa revista Summa+.
La
fuente de validación de la arquitectura es tema de preocupación
para cualquier arquitecto/a reflexivo. Para explicar los
condicionantes económicos del desarrollo urbano, por ejemplo,
Alfredo Garay suele utilizar una figura retórica: “cuando
un arquitecto tiene que explicar los fundamentos de su obra,
dice haberse inspirado en un cuadro de Magritte”. La coartada
esteticista encubriría así el descarnado cálculo de
rentabilidades y ganancias que preludia a cualquier operación
arquitectónica. Presentado por Techint Argentina en una
reciente conferencia, el italiano Pier Paolo Maggiora (encargado
del master plan del proyecto costero que dicha empresa promueve
en Avellaneda y Quilmes) fue un involuntario ejemplo de
dicha estrategia, cuando justificó en un cuadro de Leonardo
Da Vinci el proyecto en curso para la Feria de Milán (dicho sea de
paso, ganador del premio cdlc
a la mala
práctica urbana 2006).

Para
Diez, el signo de la crisis disciplinaria está dado por
el divorcio existente entre las dos instancias tradicionales
de ejercicio profesional:
la arquitectura de proposición y la arquitectura de producción.
Tradicionalmente, la arquitectura proyectada y construida
por las elites profesionales y académicas servía de modelo
a una producción anónima, periférica y masiva, realizada
por arquitectos externos a la elite, por constructores y
autoconstructores. El aluvión postmoderno/híper-moderno
ocasiona un desgarramiento de esta mecánica de articulación
entre la producción culta y la producción masiva. Por un
lado, la cuestión ambiental pone en crisis la pertinencia
del modelo expansivo - colonizador propio del proyecto moderno;
por otro, los ideales de igualdad, solidaridad y libertad
que sustentan la modernidad quedan arrasados por la sociedad
que ésta realmente genera.
En
este panorama, la arquitectura pierde capacidad de liderazgo cultural sobre la sociedad
(un atributo que, según Diez, ejerció durante buena parte
del siglo XX) e incluso de control
sobre sus propias competencias. Es un sistema productivo
y comunicacional donde la apariencia externa del edificio es resorte
del branding y
la publicidad, y los sistemas constructivos y de acondicionamiento
y los programas funcionales están a cargo de especialistas
que reportan directamente al “negocio” (vale decir, al comitente,
propietario o desarrollador). La tarea del arquitecto se
ubica entonces cada vez más en el campo del mero ensamblaje entre distintos layers
programáticos, en el que Diez ve una suerte de “poché”
contemporáneo entre aspectos disociados de la composición
(“exigencias que han
sido determinadas por separado, (…) un virtual desmembramiento
del edificio en el que su superficie, la piel, la estructura y el interior se disocian hasta volverse virtualmente
independientes en las decisiones de proyecto”), por
cierto, contrario como tal al proyecto moderno de transparencia
e integridad entre función y forma.
La
arquitectura de producción queda así en manos de un complejo
dispositivo de especialistas, del cual el arquitecto es uno más y, por cierto,
no el que define las cuestiones básicas de la triada vitruviana:
la solidez, la utilidad, la belleza de las construcciones.
En tanto, la arquitectura de proposición es desvinculada
de la arquitectura de producción y pierde su capacidad de
influir en el desarrollo masivo (ahora la validación no
está dada en la cultura sino en el éxito). O, bien mirada,
puede interpretarse como un caso especial de la arquitectura
de producción, en la que la proposición estetizante divorciada
de un vínculo profundo con el contexto espacial, histórico
y social resulta el “producto” a desarrollar en determinadas
situaciones que requieren de un
plus especial de prestigio.
En
este proceso, la arquitectura se transforma en un apéndice
construido de la publicidad, en un recurso para la tematización y el franquiciado de los
desarrollos económicos y de si misma (un paradójico resultante
de la noción de forma tipo, de la aspiración a soluciones
regularizadas y repetibles). En la era de la obsolescencia
programada, de la cultura de masas y la banalización, de
la estética de saturación y el arte como entertainment
en la sociedad
del espectáculo que lucidamente adelantó Debord,
la arquitectura se hace objeto de consumo y descarte, uno más en el tráfico de “experiencias”
y estilos de vida. Es una arquitectura de enclaves territoriales conectados por autopistas, del shopping a la torre
country, de Temaiken y Mundo Marino a las urbanizaciones
privadas de Pilar y Escobar, más impulsados por la conveniencia
de los desarrollos inmobiliarios y la burocracia estatal
que por la también influyente ideología modernista de la
separación de funciones. Los ideales de la arquitectura
moderna son remplazados por verdaderas “coartadas” de sentido:
la tradición y el patrimonio (“con entusiasmo o resignación”), la pobreza
(“la ficción de unas
soluciones que parecen baratas aunque no lo sean”),
la violencia, el azar, lo natural reducido a “lawn”o carpeta
verde donde se apoyan los objetos de consumo, el intento
de una estética ecológica, la inocencia o su simulación…

En
apoyo a sus hipótesis, Diez realiza un descarnado análisis
de la producción arquitectónica argentina a partir de los
´90 (década emblemática de la globalización y la transmutación
de valores en la Argentina). Así discurren
por su agudo análisis las torres “coronadas” de Solsona,
los perfiles decorativos sobre las fachadas de vidrio de
la Torre Panamericana
Plaza en Saavedra, las losas corridas de control ambiental,
mantenimiento y seguridad contra incendios arrancadas (literalmente)
de las fachadas de Mario Roberto Alvarez, las idas y vueltas
del proyecto del MALBA,
el nuevo profesionalismo
de Luís Bruno, los manuales de marca o aplicación o los
objetos de memoria personal de Clorindo Testa. Diez no realiza
cuestionamientos personales ni profesionales en su análisis
de los fenómenos que describe, sino que justamente se ocupa
de desentrañar “la
mecánica de los procesos que determinan los hechos”.

En
el final de su libro, Diez propone la restitución del rol cultural de la arquitectura
a partir de un nuevo pacto entre las dimensiones técnicas,
funcionales y comunicativas de la disciplina, ahora articuladas
en el paradigma de la sustentabilidad ambiental y social:
en sus palabras, la estrategia de la cueva vinculada al
suelo y optimizadora de superficies en la interfase tierra
- aire, por sobre la estrategia de la nave autosuficiente
discurriendo sobre un entorno que le resulta indiferente:
“una racionalidad
necesaria para restablecer la sustentabilidad del proceso
a mediano y largo plazo y para volver a soñar con un mundo sin pobreza, igualitario, pero con diversidad cultural (…)
un sustituto al aumento de la velocidad del consumo y de
la producción como única medida del progreso, y que esto
debe hacerse en la mente no solo de unos pocos estudiosos,
sino en el estilo de vida y las aspiraciones de las grandes
mayorías”. A menos, aclara, que se esté dispuesto a
renunciar al sueño moral de la democracia moderna y se acepte
como legítima la construcción de enclaves privilegiados
y el abandono de territorios enteros y de sus pobladores.
La
respuesta que propone Diez (y que el mismo califica de “optimista”)
puede ser aceptada, cuestionada o ampliada, pero en todo
caso está precedida de una muy sólida visión del problema
analizado. En esa operación, Diez
alterna entre el mundo de la cultura de elite y las turbulentas
aguas de la mass media: Warhol y la escuela de Frankfurt le resultan tan idóneos
para explicar sus hipótesis como Tinelli y Los Nocheros,
cuando no los detritos del Gran Hermano.
En
su anterior libro, Buenos Aires y algunas constantes en las transformaciones urbanas,
Diez analizaba la resultante morfológica de la superposición
de normativas urbanas a lo largo de la historia moderna
de Buenos Aires. El análisis de sentido que realiza en Crisis
de Autenticidad compone junto con aquel un cuerpo esencial
para entender la arquitectura de la ciudad (y no solo la
argentina) en su actual encrucijada. Para sus lectores,
Magritte podrá seguir siendo una referencia cultural, pero
ya no una coartada.
MC
Crisis de autenticidad - Cambios
en los modos de producción de la arquitectura argentina, de Fernando Diez, editado por Summa+Libros, Buenos Aires, 2008, 288
páginas (con más de 350 ilustraciones a todo color), ISBN
978-987-97410-7-8
Puede adquirirse en Summa+ (Cortejarena 1862, Buenos Aires, tel. 54-11-4303
3141), librerías Concentra (SCA) y CP67 y en todos los puestos
de distribución de Summa+.
Sobre la sociedad del espectáculo y Guy Debord, ver también en café
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Situacionistas:
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