“Cada concepción de la historia va siempre acompañada por una determinada
experiencia del tiempo que está implícita en ella, que
la condiciona y que precisamente se trata de esclarecer.
Del mismo modo, cada cultura es ante todo una determinada
experiencia del tiempo y no es posible una nueva
cultura sin una modificación de esa experiencia”
(Agamben, 2001: 131). El modo de percibir el tiempo,
a pesar de los calendarios que parecen ser universales,
dista según la geografía o el rito pagano recordado
por el uso del tiempo, signado por los factores climáticos,
los lazos étnicos o de vecindad.

Segundos, minutos, horas; bienvenido el reloj a las
ciudades
“Si el
intervalo de tiempo (signo positivo) y el intervalo
del espacio (signo negativo) han ordenado la geografía
y la historia del mundo, a través de la geometrización
de los ámbitos agrarios (la parcelación) y urbano (el
catastro), la organización del calendario y la mediación
del tiempo (los relojes) han presidido asimismo una
vasta regulación crono política de las sociedades humanas”
(Virilo, 1995: 25). Las ciudades, regidas por un registro indiferenciado del tiempo, lo visualizan tal
como los relojes anuncian, pero existen demasiadas historias
entre el paso de un
minuto y otro. Los mobiliarios urbanos permiten a los
sujetos ganar tiempo con una mejor señalización entre
autopistas o transportes públicos, desplazamientos contemporáneos.
No obstante, esto no siempre fue de este modo.

Reloj
urbano en la torre del campanario de una iglesia.
Cuando
se organiza la economía-mundo europea y se estructuran
las ciudades, el poder de fechar los acontecimientos
ya no pertenece a los sacerdotes, aunque conservan
fechas que tienen nombres religiosos. El tiempo
no es patrimonio de los industriales aún. “Un
espacio y un tiempo especifico, los de las ciudades,
se instalan para perdurar cuatro siglos; el poder de
la policía fija en ellos las fechas que dan el ritmo
a los ciclos y al tiempo de la vida y de la muerte”
(Attali, 2001: 108). Controlar el tiempo es poder anunciarlo; campana y reloj son por ello
los útiles con que dominan el tiempo urbano los regidores.
“Para indicar su propio tiempo cada ciudad acopla
un reloj mecánico a la campana de la atalaya o a la
de la catedral si son buenas las relaciones con el obispo.
Primero es manual el acoplamiento” (Attali, 2001:
118). También es frecuente que un gobernador del reloj
lo supervisé y suenen las horas y las medias horas.
Hasta que finalmente se adapta mecánicamente la campana
en el reloj y marca
el ritmo de la vida de todos. Luego hay diferencias
según la geografía. En
Ginebra, a las cuatro de la mañana se instala el repiqueteo
de trompetas y cuernos. En Japón se anuncia al público
la hora durante la noche por medio de los sonidos que
producen los vigilantes, golpeando doce rodillos de
madera uno contra otro. En el medioevo, las campanas
de la policía constituían la forma dominante de dar
órdenes desde tal clase. “Cuando
se instalan las campanas, la ciudad toma el poder; cuando
aquellas enmudezcan, lo habrá reemplazado la
fábrica. El tiempo no se oirá más,
sino que se leerá. El trabajo es más complejo en la
ciudad que en el campo y no puede medirse solamente
en la
tarea. La duración del trabajo condiciona
también y se convierte en meta esencial del orden social;
meta de los primeros conflictos en las ciudades y uno
de los primeros poderes que tomarán los regidores. El
oficio de quien toca la campana del atalaya llego a
ser una función esencial de la policía. El alcalde
y los regidores y jurados de la ciudad lo venden en
forma vitalicia o lo donan, según el caso ´en tanto
que les agrade y hasta que lo revoquen´ El primer capitán
de la ciudad hace nombrar en ocasiones a un hombre suyo
en este oficio” (Attali, 2001: 120, 121). De todos
modos, la ciudad no administra la duración diaria del
trabajo por sus relojes sino que ubica metas en el año
y la iglesia los marca con un santo patrono. De este
modo el control del tiempo urbano no hace más que encerrar el trabajo y también
lo libera con interrupciones de violencia que son
sus carnavales.
Carnavales;
renacer de un cuerpo colectivo como tiempo de ruptura
El
carnaval dista de larga data; nace en Europa y persiste
hasta la
Edad Media como fenómeno de los pueblos
latinos, germánicos y nórdicos. La expresión, que viene
de Carnus Novalis,
evoca ciertas fiestas que tenían lugar entre los romanos
el 5 de marzo de cada año y que seguían junto a un ritual
cantado. La segunda etimología marca el adiós a la carne
y se refería al permiso de comer carne en cuaresma.
Asimismo, en Europa se relaciona con el paso del invierno a la primavera, tal como supervive en los mitos
célticos. Es un momento en el que la iglesia, con intenciones
de abolir todo rito profano, incorpora de este modo
estas prácticas paganas. El nombre definitivo refiere
a una imagen más esclarecida referida a una fiesta urbana
en la plaza pública, una
fiesta que el pueblo se da a si mismo, mezclando todas
las edades y las clases sociales. Se trata de una
conexión real entre los citadinos, como dar muerte al
cuerpo individual para que renazca un cuerpo colectivo.
Se vive como fiesta de ruptura en la cual se reafirma,
fuera de lo cotidiano, la cohesión social de la ciudad;
se trata de una comunidad en oposición al poder que
alcanza cierto regocijo. Es participativa, ya que no
distingue en edades o clases sociales y en su colorido
a veces disputan los grupos sociales, los barrios o
las diversas tendencias existentes en la
ciudad. Es la oportunidad de arreglar las cuentas,
sobre todo en aquellos relegados que apartados de una
vida cotidiana normal no siguen los cánones legales;
en este periodo exaltan esa diferencia. También es una
especie de rebelión de las clases excluidas o quienes
se encuentran en contra del Estado, aun cuando lo conforman.
Se trata de una institución que arregla los conflictos
sociales, en tanto permite determinadas exteriorizaciones
que no son para nada religiosas y donde se escapan los fantasmas citadinos. La risa y la comedia acompañaba
a tales carnavales, donde había desde bufones hasta
tontos (Bajtín: 1987) e incluso se elegían reyes de
la risa. Estas formas de rituales y espectáculos organizados
de un modo cómico se expandían por toda Europa. Según
el autor citado, mientras las ceremonias oficiales eran
en cierto sentido solemnes, estas otras ofrecían una
visión del mundo diverso, no-oficial, exterior a la
Iglesia y al Estado. Asimismo, por el elemento lúdico
existente se relaciona con formas artísticas, tales
como aquellas provenientes del teatro. No obstante,
se sitúan más bien en las fronteras del arte y la vida;
de hecho el carnaval ignora entre actores y espectadores,
todos son participantes. Se dice que cuando la fiesta
esta en curso se vive dentro de ella y la vive toda
una comunidad, ya que no presenta fronteras porque se
vive de acuerdo a leyes de libertad. Su carácter peculiar
es el de renacimiento y renovación en cada sujeto que
participa. La fiesta es su rango fundamental como objetivo
práctico del trabajo colectivo y descanso periódico
y tiene una relación profunda con el tiempo. Según el
autor, se oponía a toda perpetuación, a todo perfeccionamiento,
y reglamentación, apuntaba a un porvenir aún incompleto en el
que se abolían las relaciones jerárquicas, lo cual
le permitía establecer nuevas relaciones verdaderas
con sus semejantes en un tipo de comunicación no cotidiana,
inconcebible de otro modo. La literatura del Renacimiento
y el barroco estuvieron influenciados por tal carácter
de la risa como un patrimonio del pueblo. Su carácter
es familiar y sin restricciones, porque se trata de
la burla al ritual de la divinidad donde subsisten los
rasgos humanos, los universales y los utópicos. El lenguaje
de la plaza pública se caracterizaba por el uso frecuente
de groserías, palabras injuriosas que mortificaban pero
a la vez renovaban y regeneraban.

Publicidad
de la edición de la Fiesta
Nacional
del Sol en San Juan
Celebraciones
en torno a la Vendimia en la Región Cuyana
de Argentina
La
Fiesta del Sol se realiza en la Ciudad de San Juan desde
el año 2007. La provincia está situada a una altitud
de 650 m.snm. y cuenta con 421.640 habitantes aproximadamente.
Sin embargo, la modalidad que las políticas públicas
postulan desde tal año para la atracción del turismo
tiene la relevancia de conformarse como fiesta rural
al igual que en la provincia de Mendoza. Ambas provincias
en la región cuyana son óptimas para el cultivo de la
vid, tanto por las propiedades de la tierra como del
clima, y la celebración del carnaval se realiza en
torno a la vendimia con el sentido que tenía en tiempos
pretéritos. Se trata de un modo de sociabilidad
tanto productiva como simbólica en torno al cuidado
de la tierra y los cultivos. Un modo de entender el
tiempo en una región que vive y trabaja de la siembra,
la poda, la cosecha, y está atenta a los fenómenos climáticos,
incluidos las tempestades y las inclemencias del medio
ambiente. El trabajo es un año completo. Y también es
un esfuerzo colectivo para
los cosecheros que realizan el esfuerzo físico de la
recolección en el mes de febrero o marzo, cuando la
uva se encuentra a punto para su extracción. Se trata
de cuadrillas (grupos) de cosecheros, cubiertos sus
cuerpos para evitar el sol y sus rostros para evitar
el calor y las moscas que rondan por el azúcar que se
desprende de la uva denominado mosto. Depositan las
uvas en gamelas (recipientes donde se ubica lo recolectado)
antes de llevarla a un camión que cargará todo hacia
una bodega. Allí pesarán el camión y descontarán el
peso relativo del mismo para contabilizar la
uva. Es un proceso delicado, luego
el almacenamiento en las bodegas, la selección de varietales,
visto, gusto, oído, olfato, tacto, el mundo de los sentidos
y los placeres es lo que se anhela. Así como para finqueros
que abonan y cuidan la tierra durante todo un año esperando
que en los meses del verano el sol le de la coloración
y graduación justa a sus uvas tintas o cerezas. También
es un esfuerzo colectivo
para los bodegueros que buscan la calidad del varietal
para su posterior comercialización; se trata de todo
un circuito de trabajo que resulta beneficioso; el pueblo
entero se libera y disfruta en una festividad pagana
también en estas latitudes.
Los
camioneros que cargan la uva en sus vehículos en caminos
sinuosos hasta las bodegas le piden a la Difunta Correa que los proteja.

Imagen
de la Difunta Correa y botellas
Cuenta
la leyenda que se trataba de una mujer que murió en
la zona árida del desierto cuyano y los lugareños afirman
que encontraron vivo a su bebé, que sobrevivió amamantándose
durante días. Motivo por el cual le agradecen con agua
sus favores. Principalmente, los camioneros que atraviesan
zonas solitarias.
El símbolo del agua no es sólo relevante para los viajantes
sino para los propios finqueros,
que esperan a través de canales el agua que puede enviar
el gobierno para regar sus tierras. Hay años que el
agua no circula con fluidez y la ausencia de riego atenta
contra las cosechas, pero cuando todas las coordenadas
climáticas y laborales están dadas en los pueblos, se
disfruta el verano con la chaya. Se trata de la alegría de tener agua en las
acequias para despilfarrarla, lanzarle a alguien
un baldazo, acariciar un cuerpo sudoroso por el trabajo,
apaciguarlo con agua. No hay distinción de clases. Una
manguera de una vecina inofensiva regando su jardín
en su casa puede usarla como arma letal sobre el cuerpo
distraído de un transeúnte. Los jóvenes enamorados aprovechan
a marcar territorios con agua.
El
carnaval ya es el mayor despilfarro de alegría, la construcción
de carruajes, el despliegue de color, las madres pegando
lentejuelas durante todo el año, las niñas practicando
coreografías. La construcción de la carrozas. La elección de la reina de cada distrito
para desfilar en la
Avenida Ignacio de la Rosa. Los disfraces. Las máscaras. La calle pública
transitada y reapropiada por otro tiempo, por otro ritmo.
En la ciudad de San Juan es la Fiesta del Sol. En esta
región siempre fue fiesta, vino, rito, embriaguez de
los sentidos tanto en sus pueblos como en su ciudad;
malbec, bonarda, pedro ximenez, syrah y tantos otros
varietales que se combinan en las noches. Un modo de
honrar a Baco, incluso, antes de las ediciones de las
fiestas generadas y auspiciadas por el gobierno. La fiesta se verifica en el espacio, es acción, recrea la tradición pero
la enriquece y dignifica. “En el arte, la apelación a lo ritual,
especialmente en lo que hace a su circulación y consumo,
no es nunca ajena al propósito de marcar un hito trascendente.
La fiesta puede asimilarse en algunos casos al rito,
al que siempre contiene, pero en vigor de verdad se
trata de algo más complejo que las ceremonias que la vertebran. Es que antes
que una acción o una serie de acciones, la fiesta es
un tiempo especial, que se diferencia claramente de
lo cotidiano, que es aquel en el que tienen plena vigencia
las pautas de la cultura, todo lo que constituye el
ethos social” (Colombres: 2005, 65).

Fila
de trabajadores en la parada del colectivo 180 y publicidad
de la
Fiesta Nacional del Sol, en Caballito,
Buenos Aires
Las
Murgas en los barrios de la Ciudad de Buenos Aires
En
el año 2011 se recupera la alegría según un determinado
ritmo cronopolítico. Se renueva el carnaval en Argentina,
ya que es un tema de la agenda pública. Se instala en
el calendario a partir de la derogación de una ley dictatorial
que prohibía los carnavales. Durante los años de dictadura
se desarmaron las tramas sociales, ya que cualquier modo de agrupamiento estaba prohibido.
Los espacios públicos se encontraban vacíos, ya que
las plazas y las calles eran ámbitos inhóspitos en los
que se esparcía el terrorismo de Estado como un modo
de promover el miedo ante cualquier modo de encuentro.
La dictadura militar iniciada en 1976 en Argentina bajo la denominación Proceso
de Reorganización Nacional intentó hasta 1983 hacer
desaparecer también los espacios colectivos. Se puede
distinguir el uso atenuante de la palabra “intento” ya que a pesar del plan organizado de secuestros
masivos, tortura y desaparición de personas en un régimen
de exterminio de los espacios de reuniones, los encuentros
entre sujetos se siguieron dando. En la vida pública,
la politicidad de los grupos de la sociedad civil siempre
ha configurado el terreno fértil para que se gesten
ideas, aunque se las calificará de subversivas. Se pretendió
arrasar con cualquier tipo de grupo que construyera
imaginarios sociales distintos a los propuestos por
el terrorismo de Estado. Asimismo, se busco eliminar
a aquellos grupos con capacidad de influir en las mentalidades
de la comunidad, en tanto actores hábiles de afectar
con sus ideas a los procesos de toma de decisiones en
el sistema político. Se hace referencia a aquellos grupos
cuyas “concepciones de mundo” diferían respecto de las
ideologías dominantes en tal periodo histórico. La represión
sobre los grupos no sólo tuvo como propósito acallar
a los opositores; también buscó disciplinar
a la sociedad civil para que se despolitice, desarticulando
así los lazos sociales. El modo de ejecución de
las políticas de hostigamiento (sin necesidad de usar
siempre el encierro material) fragmentó el tejido social,
ya que el aislamiento producto de la despolitización
que sufre la sociedad se configura como un gesto que
prescinde del encierro cartográfico.
Los
grupos de murga se apropian del espacio público al retorno
de la democracia y precisamente se caracterizan por
ser no oficiales y sus letras de canciones, incluso,
narran en tono jocoso ciertos cuestionamientos a la
política de Estado porque sus orígenes fueron esos.
Las murgas en los corsos de Buenos Aires eran comparsas
que narraban sus problemas a modo de canciones. Y esa
era su alegría; su
cuerpo colectivo en tiempo de ruptura.
“A
partir de la expansión de la ciudad hacia sus arrabales,
en los años '20, comienza a cobrar cada vez mayor importancia
un nuevo componente en las relaciones de identidad en
torno al carnaval: los barrios. Hasta esos años los
distintos grupos étnicos, tanto africanos como europeos
o criollos, centraban su locación y sus actividades
en barrios distintos: los negros en San Telmo y Monserrat;
los italianos en La Boca; los judíos al sur de Palermo;
los árabes en el Once, etcétera. Pero, como dice Alicia
Martín, estos grupos fueron evolucionando hacia nuevas
formas de hibridación cultural. Las agrupaciones de
carnaval, antes fundadas sobre fuertes lazos étnicos,
pasaron a organizarse según los nuevos lazos de vecindad
en los barrios” (de la Web
del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires).
El
color y el brillo emergen aún hoy con más fuerza a partir
de esta ley reciente que deroga una ley dictatorial
y valoriza así a la comunidad de murgueros con sus pintorescos
trajes y estandartes. Desde la recuperación de la democracia,
ningún gobierno derogo esa ley. La iniciativa se relaciona
con la lucha de muchos años de la comunidad del carnaval,
que siguió festejando a su modo en diversas regiones
de la Argentina según los tiempos de las cosechas que
coinciden con el verano, así como al ritmo de los platillos
de los distintos barrios. La
ley no sólo recupera un festejo, sino una memoria histórica
vigente.
KB

La autora es Licenciada en Psicología (UBA) y Profesora
de Enseñanza Media y Superior en Psicología. Es autora
de diferentes ponencias y artículos publicados
y premiados sobre asociatividad, estudios culturales,
comunidad y lazos sociales en revistas y libros de divulgación
científica con referato, indexadas, nacionales e internacionales.
Actualmente seleccionada para ingresar a la carrera
del CONICET.
Sobre la fiesta urbana y el carnaval, ver también en café
de las ciudades:
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Arte y protesta
política en la recuperación del espacio público.
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(III)
El
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El
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Número 83 | La mirada del
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La
Fiesta en Casabindo |
“El cielo está más cerca que en ninguna otra
parte” | Marcelo
Corti
Bibliografía
Agamben.G.
(2001).Tiempo e Historia. En Infancia e Historia. Buenos Aires. Adriana
Hidalgo Editora.
Attali.J.
(2001). Historias del Tiempo. México. Fondo de Cultura Económica.
Bajtín.
M. (1987). La cultura popular
en la
Edad Media y el Renacimiento. El contexto
de François Rabelais. Madrid.
Alianza.
Colombres.
A. (2005). Teorías Transcultural del Arte. Hacia un pensamiento visual del arte.
Buenos Aires. Ediciones del Sol.
Koselleck.R.
(1993). Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Barcelona.
Paidos.
Tonon.G.
(2009). Comunidad, participación, y socialización política. Buenos Aires.
Espacio Editorial.
Virilo.P.
(1997). La velocidad de la liberación. Buenos Aires. Ediciones Manantial.