Citizen
semiotic (II)
Aproximaciones
a una poética del espacio.
Por
Fernando Vásquez Rodríguez
N.
de la R.: Debido a su extensión, publicamos Citizen Semiotic,
del colombiano Fernando Vásquez Rodríguez, en dos
ediciones consecutivas de café
de las ciudades. Con esta segunda parte culmina la
nota, que comenzó
en el número anterior.
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Las ciudades,
en su esencia, son secretas. Al menos para el turista. Al extranjero
la ciudad se le presenta de una manera diferente que al nativo.
Quizás mejor: la ciudad es proteica. Tiene varios
rostros. Varias metamorfosis. Cada ciudad presenta a sus visitantes
una diferente faceta. Para el extranjero la ciudad es como un enigma.
Al menos en principio. No olvidemos que una ciudad no se da con
facilidad. Hay que convivir con ella: habitarla. Hay que descifrar
sus oráculos. Valdría la pena aclarar que si uno no
se mantiene atento a su ciudad –si no la recorre o la camina, si
no la "reconoce día a día"– termina por
convertirse en extranjero de su propio territorio. Y es muy probable
que sea así en las megalópolis, en las grandes urbes.
Lo proteico de la ciudad reside en su movilidad. A cada hora, a
cada día las ciudades se moldean de manera diferente. Crece,
hacia arriba y hacia los lados. Y hacia dentro de sí misma.
Hasta puede crecer hacia abajo. Tal crecimiento hace de la ciudad
un cuerpo mutante, un espacio propicio para todo tipo de avatares.
Por eso, las ciudades son hijas de Isis; por eso las ciudades están
resguardadas por una Esfinge.

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"Muchos
son los detalles que lo proclaman: el callejón de Midaq fue
una de las joyas de otros tiempos y actualmente es una de las rutilantes
estrellas de la historia de El Cairo. ¿A qué El Cairo me
refiero? ¿Al de los fatimíes, al de los mamelucos o al de
los sultanes? La respuesta sólo la saben Dios y los arqueólogos.
A nosotros nos basta con constatar que el callejón es una
preciosa reliquia del pasado. ¿Cómo podría ser de
otra manera con el hermoso empedrado que lleva directamente a la
histórica calle Sanadiqiya? Además tiene el café
que todos conocen como el Café de Kirsha, con muros adornados
de coloridos arabescos. De los del callejón, actualmente
desconchados, todavía se desprenden los olores de las antiguas
drogas, populares especias y remedios de hoy y de mañana...
Aunque el callejón
está totalmente aislado del bullicio exterior, tiene una
vida propia y personal. Sus raíces conectan, básica
y fundamentalmente, con un mundo profundo del que guarda secretos
muy antiguos".
Naguib Mahfouz
El Callejón
de los Milagros
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Toda ciudad,
por pequeña que sea, tiene sitios recomendables y sitios
no muy seguros. Hay como una "moral" de la ciudad.
Algunos de esos sitios son producto de la leyenda, otros corresponden
a una sectorización de las castas o de las élites
que habitan las ciudades. El peligro o la confianza dentro de la
ciudad merece pensarse desde la óptica de los territorios.
O desde una distinción social capaz de irrigarse en la dimensión
del espacio. Fijémonos que una zona considerada por cierta
casta como peligrosa, es asumida por otro "clan" como
segura o como "habitable". Basta residir en cualquier
espacio de la ciudad para descubrir estas marcadas diferencias.
Es la perspectiva de clase del habitante la que va creando distintas
valoraciones, distintos planos de la ciudad. Por supuesto, también
hay sitios "neutrales", donde todos los miembros de una
ciudad pueden estar juntos (un estadio, una plaza de toros, un cine
o un teatro, un parque). Congregados, sí; iguales, no. Las
ciudades mantienen intactas las diferencias sociales. Es más,
las estimulan o refuerzan.

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"En esencia,
¿qué es esa ciudad, la nuestra? ¿Qué resume la palabra
Alejandría? Evoco enseguida innumerables calles donde se
arremolina el polvo. Hoy es de las moscas y los mendigos, y entre
ambas especies de todos aquellos que llevan una existencia vicaria.
Cinco razas,
cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas
en el agua grasienta, más allá de la escollera. Pero
hay más de cinco sexos y sólo el griego del pueblo
parece capaz de distinguirlos. La mercadería sexual al alcance
de la mano es desconcertante por su variedad y profusión.
Es imposible confundir a Alejandría con un lugar placentero.
Los amantes simbólicos del mundo helénico son sustituidos
por algo distinto, algo sutilmente andrógino, vuelto sobre
sí mismo. Oriente no puede disfrutar de la dulce anarquía
del cuerpo, porque ha ido más allá del cuerpo. Nessim
dijo una vez, recuerdo -y creo que lo había leído
en alguna parte- que Alejandría es el más grande lagar
del amor; escapan de él los enfermos, los solitarios, los
profetas, es decir, todos los que han sido profundamente heridos
en su sexo".
Lawrence
Durrell
El Cuarteto de Alejandría:
Justine
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De las personas
que conocen la ciudad, ningún otro grupo tan particular como
los taxistas. De tanto trajinarla, de tanto ir y venir por sus calles
y avenidas, los taxistas empiezan a desarrollar una "competencia
detectivesca" de la ciudad. Y basta con dar una dirección
para que ellos empiecen a reconstruir en su mente, el recorrido
más indicado, la "ruta más rápida y corta"
para llegar a ese destino. Los taxistas son como los Carontes de
nuestro tiempo; pueden trasegar sin perderse en la red o el laberinto
de la ciudad. Un taxista experimentado hace visible –legible– la
dirección, la orientación de la ciudad. Los taxistas
son los astrónomos del suelo. Ellos pueden, al igual que
los antiguos augures, interpretar los signos más enrevesados
de la ciudad. De allí que, cuando uno es turista en alguna
ciudad, no hay como tener de aliado a un taxista (de los servidores
atentos, no de los avivatos malintencionados), porque sólo
él puede indicarnos dónde se compra más barato,
dónde se come mejor, cuáles son los sitios indeseables,
cuáles los mejores lugares de recreo. Los taxistas, además,
son los guardianes permanentes de la ciudad; son los testigos de
la vida cotidiana que circula en su interior; y, finalmente, son
una memoria de los cambios que la ciudad padece.

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"El tacto
de la ciudad es percibido por los pies. La mano es inútil
para palpar la ciudad. No podemos entrar con ella en contacto si
no es por los pies; se la palpa caminando y es durísima.
En verdad, refractaria. Esa es su piel de pavimento. De acuerdo
con las teorías de la evolución, que explican el casco
del solípedo por la acción mecánica de la percusión
en la marcha, el pavimento debe explicarse por los mismos factores
que el carapacho del armadillo y la dermis del paquidermo. Pero
lo cierto es que la piel del pavimento cuya dureza mineral perciben
nuestros pies y la comunican en el cansancio y el mal humor a toda
la psique, es aisladora y hostil. Es una planchada, especie de magma
que separa al hombre del mundo. Cuando la Municipalidad deja, con
exquisito gusto, algunas cuadras de vereda sin empedrar, el pie
toma contacto directo con la naturaleza de todo el país y
no es sólo el alivio para los pies fatigados, sino la sensación
de bienestar que suministra siempre la tierra. La planta del pie
siente la elasticidad de la tierra que sobre el pavimento se produce
a expensas de los tejidos vivos. Cede ella en vez de hacernos ceder
a nosotros.
También
desde el punto de vista darwiniano es el pavimento una defensa económica
de la ciudad para mantener su tránsito. Nos obliga a tomar
un vehículo aun por pocas cuadras. Toda marcha a pie es agotadora;
en verano se une a la dureza de la piedra el calor, y en invierno
el frío. Una ciudad no ha sido adoquinada para caminar por
ella, sino para recorrerla en coche. El coche es el peatón
natural de la ciudad; el neumático, no el pie; la llanta
de hierro, no la pata. Para la pata se ha ideado la herradura, que
preserva el casco como el pavimento a la tierra; para el pavimento
se ha fabricado el automóvil".
Ezequiel
Martínez Estrada
La Cabeza
de Goliat: Microscopia de Buenos Aires
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Cada uno habla
de su ciudad como la siente; cada uno, de acuerdo a su especial
historia, "inventa" la ciudad. La fabula. Desde luego
esto es así porque el recordar, el evocar, siempre es selectivo.
Por eso rememorar es reorganizar el pasado. Por eso, también,
ha escrito José Carlos Llop, "es imposible evocar
París sin evocar a Balzac o a Marcel Proust. Londres, por
ejemplo, será siempre Samuel Pepys, Dickens y el Club Pickwick.
Venecia: Casanova y Goldoni; Thomas Mann y Paul Morand. Trieste:
Joyce, Svevo y Saba. Alejandría: Kavafis y Durrell. Praga,
Kafka. Pessoa es Lisboa y Viena –ese pastel de inteligencia deslumbrante–
Joseph Roth o Canetti, entre decenas de nombres impagables".
La ciudad que contamos no es aquella en la cual vivimos; siempre
será un más o un menos, pero nunca un igual. La ciudad
narrada es una composición. Y habrá tantas "historias"
de una ciudad como individuos; cada quien pondrá su "estilo"
para contar sus "hazañas" o sus peripecias. Es
probable que algunos individuos se adueñen de ciertos relatos
de una ciudad, pero lo harán a manera de interpolaciones,
incorporándole notas, aventuras ficticias, glosas de diversa
índole. Los acontecimientos de una ciudad pasan siempre por
el filtro de la fantasía de sus habitantes. Hay más:
es tan importante esta relación discursiva del hombre con
la ciudad que, llevada hasta el límite, culmina en la creación
de una ciudad imaginaria: La República, La ciudad de Dios,
Arcadia, La ciudad del Sol, La ciudad Ideal, Nueva Atlántida...
Utopía.

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"Cuando
conocí Dublín, a mediados de los sesenta, me sentí
traicionado: esa ciudad alegre y simpática, de gentes exuberantes
que me atajaban en medio de la calle para preguntarme de dónde
venía y me invitaban a tomar cerveza, no se parecía
mucho a la de los libros de Joyce. Un amigo se resignó a
servirme de guía tras los pasos de Leopold Bloom, en esas
veinticuatro horas prolijas del Ulises; se conservaban los nombres
de las calles, muchos locales y direcciones, y, sin embargo, aquello
no tenía la densidad, la sordidez ni la metafísica
grisura del Dublín de la novela. ¿Habían sido alguna
vez, ambas, la misma ciudad?
En verdad, no
lo fueron nunca. Porque Joyce, aunque tuvo la manía flaubertiana
de la documentación y (él, que era la falta de escrúpulos
personificada en todo lo que no fuera escribir) llevó el
escrúpulo descriptor de su ciudad a extremos tan puntillosos
como averiguar por cartas, desde Trieste y Zurich, qué flores
y qué árboles eran aquellos que, en aquella precisa
esquina..., no describió la ciudad de sus ficciones: la inventó.
Y lo hizo con tanto arte y fuerza persuasiva que esa ciudad de fantasía,
nostalgia, rencor y (sobre todo) de palabras que es la suya acaba
por tener, en la memoria de sus lectores, una vigencia que supera
en dramatismo y color a la antiquísima urbe de carne y hueso
–de piedra y arcilla, más bien– que le sirvió de modelo".
Mario Vargas
Llosa
El Dublín
de Joyce
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Por ser proteicas,
por ser su padre Jano, las ciudades varían según
el día o la noche. No hablo de haz y envés de
la ciudad. Tampoco hablo de un momento pleno de luz, transparente;
y otro escaso de claridad, opaco. Lo que quiero anotar más
bien es la diferente tonalidad de la ciudad, según sea de
día o de noche. En un caso, la gama es de colores; en otro,
la gama es de grises. Igualmente ricas y múltiples. La infinita
variación afecta tanto a uno como a otro tiempo. De acuerdo
a lo anterior, hay que cambiar de ojos según se esté
en el reino diurno o nocturno de la ciudad. Si no se hace tal cambio
de óptica, muchos de los aspectos de la metrópoli
serán invisibles o imperceptibles; muchas de las aristas,
de las salientes citadinas nos parecerán chatas o rectas
manifestaciones del espacio. La noche de la ciudad es tan variada
como el día; tanto o más mistérica; tanto o
más agitada. Claro, puede hacerse una taxonomía de
los diferentes habitantes del día y de la noche; puede incluso
crearse una categoría especial para los oficios –unos nocturnos,
tan velados; otros, diurnos, tan evidentes–, o construirse un mapa
de legalidad, según rija el sol o la luna; sin embargo, lo
relevante es que la ciudad no se detiene, no para, no rompe su continuidad
en el tiempo. La noche, en las ciudades, es la reanudación
del día.

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"En esta
la ciudad que conocen mejor los vagabundos, la ciudad nocturna que
ha entrado en un largo, letárgico estado de coma, desconocido
mapa, desconocida ciudad dentro de ella. Tiene otro nombre acaso
la ciudad en su jerga hecha de gestos y silencios.
La voz del hampa,
sus secretos bien guardados en la zurda caleta de sus pechos trasiega
en un paisaje de cortinas de metal, de dilatados antros que cantan
la canción del extramuro.
No todos viven
en la misma ciudad: hay calles donde cualquiera es extranjero, terraplenes
al pie de herrumbrosas carrileras donde el santo y seña de
rudos alcoholes reúne los restos de menguadas pandillas,
las historias de gesta olvidadas en las hojas empolvadas de un prontuario.
Es entonces
cuando la carcoma de los días ya hace mella, cuando una nata
de tiempo cubre paisajes detenidos, respiraciones contenidas en
cuyos pechos sudorosos se agita un talismán, un tatuado trébol
de cuatro hojas o la blanca pata de un conejo.
Y surgen los
ocultos nombres, el alias de un olvido, el homenaje a sus muertos
en el riesgoso batallar de los silencios: la espesa cofradía
que desconoce a Villón pero ama la flor de los peligros.
No todos viven
en la misma ciudad: hay calles donde cualquiera es extranjero y
próximo a entrar en mapas de olvido: basta con encontrar
un hombre adherido a su colt o a su cuchillo".
Juan Manuel
Roca
Ciudad
oculta
25
Nada más
triste que no tener una ciudad, una patria; ningún otro
castigo tan cruel como el destierro, el ostracismo (la extradición,
para ser más contemporáneos). Si a uno lo alejan o
le quitan la posibilidad de vivir o habitar en su ciudad de origen,
lo que le están quitando es su infancia. "Allí
jugaba con los Martínez, allá me enamoré por
primera vez; en esa esquina vendían unos roscones llenos
de guayaba; en esa iglesia hice mi primera comunión".
El parque, las droguerías, las panaderías. Una cafetería,
un mercado. Sitios más secretos, algunos; más evidentes,
otros. Hay cierta lógica, cierta complicidad con la ciudad
que nos vio nacer. Sólo los que nacieron allí, sólo
los que la habitaron por muchos años, saben del mejor lugar
donde siempre había verduras frescas y, de ese otro espacio,
donde una señora vieja preparaba unas obleas abundantes de
arequipe. Luego, entonces, si a uno lo separan de su ciudad, si
lo extirpan de ella, lo que se pone en cuestión es la razón
misma de la persona, su identidad. Ostracismo quiere decir apartamiento,
brusca separación. Muerte en vida.

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"Eran las
claves del pasado. Ahí estaba el memorable edificio del antiguo
Canal de Televisión y el Departamento de Audiovisuales, donde
había empezado mi carrera de cine. Allí estaba la
escuela de Teatro, a donde llegué desde mi pueblo de la provincia,
a los diecisiete años, para presentar un examen de admisión
que fue definitivo en mi vida. Allí hacíamos también
las concentraciones políticas de la Universidad Popular,
y había vivido mis años más difíciles
y decisivos. Pasé por el cine City, donde había visto
por primera vez las obras maestras que todavía me exaltan
la vocación, y entre ellas la menos olvidable de todas: Hiroshima,
mon amour. De pronto, alguien pasó cantando la célebre
canción de Pablo Milanés: Yo pisaré las calles
nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada. Era una casualidad
demasiado grande para soportarla sin sentir un nudo en la garganta.
Estremecido hasta los huesos me olvidé de la hora, me olvidé
de mi identidad, de mi condición clandestina, y por un instante
volví a ser yo mismo y nadie más en mi ciudad recuperada,
y tuve que resistir el impulso irracional de identificarme gritando
mi nombre con todas las fuerzas de mi voz, y enfrentarme a quien
fuera por el derecho de estar en mi casa".
Gabriel García
Márquez
La
aventura de Miguel Littín clandestino en Chile
27
La ciudad es
redundante. En muchos aspectos. Basta mirar los postes de alumbrado
público, las vallas, los pasacalles, los avisos, los letreros
de distinto tamaño y color, las paredes..., para comprobar
ese autonombrarse de las ciudades. Es como si la ciudad necesitara
exteriorizarse permanentemente –debe haber una secreta relación
entre ciudad y espectáculo, entre ciudad y deseo de "exhibición"–.
La ciudad se resemantiza a cada minuto. Los paraderos, los distintivos
de las diversas "rutas" de transporte, las imágenes
corporativas, las señales de tránsito: todo ello es
el soliloquio de la ciudad. Decir señalética, en las
ciudades, es decir monólogo interior. Y están, a
la par de los signos gráficos, los relojes. Abundantes.
De todos los diseños. Los relojes que dicen de la ciudad
una obsesión por el tiempo, por la cita, por el control,
por la jornada, por la exactitud. Si las ciudades necesitan de esa
exterioridad de las horas es porque no confían en los "tiempos
naturales", porque desean –una y otra vez– recordarles a sus
habitantes que "el tiempo es oro". Redundantes son también
las calles, los semáforos, los pitos de los vehículos,
el humo de las fábricas, los vendedores ambulantes, los pordioseros,
los perros flacos, las basuras... La ciudad se repite, escribió
Calvino, "para que algo llegue a fijarse en la mente".
Y sólo cuando los habitantes de una ciudad conservan esos
signos en la memoria es cuando "la ciudad empieza a existir".
28
"Las calles
de Buenos Aires
ya son
mi entraña.
No las
ávidas calles
incómodas
de turba y de ajetreo,
sino las
calles desganadas del barrio,
casi invisibles
de habituales,
enternecidas
de penumbra y de ocaso
y aquellas
más afuera
ajenas
de árboles piadosos
donde
austeras casitas apenas se aventuran,
abrumadas
por inmortales distancias,
a perderse
en la honda visión
de cielo
y de llanura.
Son para
el solitario una promesa
porque
millones de almas singulares las pueblan,
únicas
ante Dios y en el tiempo
y sin
duda preciosas.
Hacia
el Oeste, el Norte y el Sur
se han
desplegado -y son también la patria- las calles:
ojalá
que en los versos que trazo
estén
esas banderas".
Jorge Luis
Borges
Las Calles
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La ciudad aparece
antes de que uno nazca; es como el patrimonio de nuestros mayores.
La ciudad, a pesar nuestro, es algo que uno deja a sus descendientes.
Julián Marías ha escrito: "normalmente el
individuo vive en una ciudad que no han hecho sus coetáneos,
sino sus antepasados; es cierto que la transforma y modifica, sobre
todo la usa a su manera, descubriendo en ello su vocación
peculiar; pero por lo pronto es una realidad, recibida, heredada,
histórica". Como quien dice, las ciudades siempre
son antiguas. O como afirma Fernando Chueca Goitia, "una
ciudad permanece cuando la sustancia social que le dio vida ha desaparecido".
Las ciudades son reliquias. Es probable que la denominada Ecología
Urbana esté ayudando a entender la enorme responsabilidad
con la ciudad que tenemos todos sus moradores. Cada reconstrucción,
cada proyecto arquitectónico nuevo, cada edificio demolido,
cada avenida, cada zona verde, parecieran realizarse para hacer
más gratificante y cómoda la ciudad de hoy; sin embargo,
tales acciones van moldeando y determinando la ciudad del futuro.
Las ciudades son legados. Herencias.

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"Dijiste:
‘Iré a otra tierra, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de haber mejor que esta.
Cada esfuerzo mío es una condena dictada;
y mi corazón está -como un muerto- enterrado.
¿Hasta cuándo estará mi alma en este marasmo?
Adonde vuelva mis ojos, adonde quiera que mire
veo aquí las negras ruinas de mi vida,
donde pasé tantos años que arruiné y perdí’.
No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas
calles. Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otras tierras -no lo
esperes-
no
tienes barco, no hay camino.
Como
arruinaste aquí tu vida,
en este pequeño
rincón, así
en toda la tierra
la echaste a perder".
Constantino
Kavafis
La Ciudad
FVR
El
autor es colombiano, Licenciado en Estudios Literarios y Magister
en Educación de la Universidad Javeriana, Bogotá.
Esta
nota fue publicada originalmente en la revista Signos y pensamiento
y en el libro La cultura como texto - Lectura, semiótica
y educación, de Vásquez Rodríguez.
Ver la primera
parte de la nota en
el número 29 de café
de las ciudades.
Sobre
Dublín y James Joyce, ver las notas Mejor,
olvidemos el café irlandés,
de Josep Alías, y 100
años del Bloom´s Day en Dublín,
en los números 7 y 20, respectivamente, de café
de las ciudades.
Sobre
Alejandría, Kavafis y Durrell, ver la nota El
cuarteto de Alejandría
en el número 16 de café
de las ciudades.
Sobre
Buenos Aires, infinidad de notas fueron publicadas en nuestra revista.
Cada lector puede buscar la que resulte de su agrado o interés
en el
índice
de café
de las ciudades. No se nos escapa que aun no hemos publicado
notas sobre Borges, error que no tardará en ser solucionado.
Citas:
Borges, Jorge
Luis, "Las calles", de "Fervor de Buenos Aires",
en Obras completas, Buenos Aires, Emecé Editores,
1974, pág. 17.
Durrell, Lawrence,
El cuarteto de Alejandría: Justine, Barcelona, Editorial
Edhasa, 1982, pág. 12.
García
Márquez, Gabriel, La aventura de Miguel Littín
clandestino en Chile, Bogotá, Editorial Norma, 1998,
pág. 32-33.
Kavafis, Constantino,
"La ciudad", de "Poesía I, 1896-1918",
en Poesía completa, Madrid, Alianza Editorial, 1982,
pág. 45.
Mahfouz, Naguib,
El callejón de los milagros, Barcelona, Ediciones
Martínez Roca, 1988, pág. 7.
Martínez
Estrada, Ezequiel, "Tacto", en La cabeza de Goliat:
microscopia de Buenos Aires, Madrid, Editorial Revista de Occidente,
1970, pág. 77.
Roca, Juan Manuel,
"Ciudad oculta", de "Fabulario real", en Antología
poética, Bogotá, Felix Burgos Editor, 1983, pág.
142.
Vargas Llosa,
Mario, "El Dublín de Joyce", en La verdad de
las mentiras, Bogotá, editorial Seix Barral, 1990, pág.
31-32.
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