Isla
Una historia
del Delta.
Por
Maria Berns

Seguramente
salió a las cinco de la mañana, cuando empezaba a
clarear sobre la Barquita, ese arroyo malhumorado (quizás
por los barcos que abandonaron en sus orillas). Se tomó su
tiempo
antes de saltar a la canoa, tratando de no perder el equilibrio.
Remó, con tiento, como quien aun sopesa la dirección
a tomar. Ahora estaba frente a mi sentado en una banca del Registro
Civil, con el certificado de defunción de Juana en la mano.
No me miró a los ojos, quizás le molestó que
notara su renguera, y solo reparó en una bolsa de plástico
que yo llevaba en la mano.
Vi sus manos,
grandes, limpias, la camisa algo grande, con no más de dos
o tres puestas. Caminaba a la puerta de entrada, y regresaba, como
si hubiera quedado atrapado entre su boda y la defunción
de la mujer. Veinte años atrás, el hombre se casó
allí mismo con Juana en una ceremonia sencilla. Mi madre
la conoció porque salió de testigo. Dice que ella
era de Córdoba pero hacia un tiempo que había llegado
a San Fernando y trabajaba en una fabrica de textiles cerca del
cementerio.

El había
vivido en las islas toda su vida. Desde niño acompañaba
a su padre al monte a cazar nutrias que luego vendían en
el pueblo. Fue una de esas veces cuando vio a Juana por primera
vez. Su padre le había dejado encargado el pontón
con cincuenta pieles de nutria, varios canastos de fruta y un poco
de madera. "Tené cuidado, aquí hay mas de un
vivo que te puede afanar". El consideró exagerada
la recomendación. Esa misma tarde, el padre, ya afectado
del corazón y en contra de las advertencias del médico,
descargó una hélice, y cayo muerto en el fondo del
pontón. Dicen que el hombre quedo marcado por esta tragedia
y algunos explican así el encierro al que sometió
a la mujer durante décadas.
En el muelle,
le conocían su rutina como un guión de fierro. Una
vez que vendía toda la carga, siempre a los mismos puestos,
enfilaba al comedero de la esquina frente a la estación de
ferrocarril. Comía una tirita de asado con un vaso de rosado,
mientras veía pasar los trenes que venían de la capital.
Siempre solo, siempre regresando el mismo día y a la misma
hora.
El viejo López
y el gringo Gutiérrez se burlaban de su parquedad, de su
andar solitario.
- ¿Como está
la jefa que no se la deja ver?
- ¿No se aburre
allá solita en la isla?
El hermetismo
de Suárez era inviolable, nada decía ni siquiera cuando
los hombres se echaban unos tragos de más y se extasiaban
en sus propias ocurrencias: es que la quiere para él solito,
si será egoísta, y con lo guapa que está, con
tan solo verle la hilacha me conformaría.
Al año
que se marchó a la isla, la mujer quedó embarazada.
Clemente, el almacenero, llegó al puerto con la noticia,
la había visto tendiendo ropa y las sabanas se le enredaban
en la panza sujetándola a la isla. Con su acostumbrada parquedad,
el hombre respondió con un "ajá" las preguntas
de los hombres apostados en el muelle, "¿y para cuando, está
bien,
donde se va a aliviar?".
Y a la isla
llegó una tormenta, anunciada desde hacia días; bajaba
del Alto Paraná, ya había pasado por Santa Fe, y estaba
en la sección tercera de islas. Los isleños subían
los animales a las zonas altas de la isla para evitar que se los
llevara el agua. Lo vieron a Suárez cerca del Guazú
cuando la tormenta empezó.
Cristóbal,
del arroyo La Espera, vio a la mujer, con el agua en la cintura,
empujando a los animales fuera del corral. Le grito que los dejara
ahí, pero la corriente no dejo que su bote se acercara al
muelle y solo vio a la mujer arrastrada por el agua, levantando
sus manos, abriendo
su boca, gritando silencios. La comadrona que la asistió
cuando era ya sabido que el
niño estaba muerto dijo que nunca había escuchado
tanto dolor.
- Se ve que
no es de la isla, la mujer acá no aúlla como las de
la ciudad.
- Pero, la Juana
no es de ciudad, es del interior.
- Da igual,
fuera de acá, la mujer es solo mujer.
Las barcazas
pasaban por el muelle, pero nunca se veía a Juana. Acaso
al hombre cortando leña en una esquina, no levantaba los
ojos, ni aun con los gritos de Don Seba, quien bien se dejaba escuchar
cuando llegaba al muelle:
- Que, ¡¿no
me vas a invitar a un trago?!
- Ese viejo,
siempre con las bolsas vacías y el garguero seco.
Claro, Don Seba,
que un durante un tiempo trabajó para mi padre, nunca le
hablaría al hombre así; quiera que no, el hombre se
había ganado un respeto, más no sea por su silencio
que nadie sabia lo que escondía. Mi padre dice que nadie
le escucho más de cinco palabras juntas.
Extrañaría
ahora las caricias de la mujer que tan bien conocían su cuerpo,
lo hacían cantar cosas que el no tenia idea que sabia. El
se quitaba los calzones sin pudor, como quien lo hace para tomarse
un baño y subía despacito sobre el cuerpo de la mujer,
como la marea sobre la costa, y, de a poquito, la comía despacito,
despacito, y ella se dejaba. Recordaría quizás
una vez cuando fueron al pueblo y Juana se bajó del bote
antes que él: esta vez si vas a buscar a alguien que te ayude.
Juana tomó su bolsa y regresó a las cinco, se subió
al bote y el remó en silencio a la casa. El no le dijo que
la buscó en el pueblo, que comió solo en la fonda
de la esquina con los ojos clavados en la calle. Nunca le preguntó
por que sonreía al volver, ni que era lo que llevaba en la
bolsa de plástico.
Nunca pensó
que Juana podía estar enferma, era fuerte, cargaba casi tanto
como un hombre, salvo aquella vez que no quiso, cuando se perdió
en el pueblo toda una tarde.
El día
de su muerte, el le cebó unos mates. Ella le dijo que mejor
fuera río arriba a revisar los anzuelos. El le dijo de esperar,
pero ella le insistió, ya era tarde y el calor iba a empezar
a apretar. La mujer le sonrió, andá. Y él pensó
que ella regresaba al mundo, cuando en realidad se estaba despidiendo,
como lo había hecho con él. Y él caminó
al río, subió al bote y remó.

- ¡Suárez!
La puerta finalmente se abrió. La empleada del registro se
asomó por la abertura, aquí lo tiene, sellado. Suárez
vio las líneas que se caían por los bordes de la hoja,
las ultimas marcas de una Juana arrojada al vacío, esa zona
en el río donde los isleños evitan echar sus líneas.
Esta vez, la salida se abrió en el fondo del pasillo por
el rabillo de su ojo, y, como un anzuelo clavado en la boca del
pez, lo tiró hacia la costa.
Afuera, se perdería
en la ciudad hasta que la tristeza lo llevara de regreso al
muelle, se subiría a la canoa, y remaría de regreso.
A lo mejor buscaría la bolsa o en un momento dejaría
de remar dejando que el bote se moviera con el puro viento. A lo
mejor. Lo cierto es que ella ahora le tiene que decir lo que sabe.
MB
La
autora es argenmex y cineasta. Sus películas Historia
Mínima de una Seducción, La Novia, Diary
of the Private Life y Black Ice han sido exhibidas en
festivales en América y Europa. Cineasta Visitante en la
School of Film de RIT del 2000 al 2002, vive ahora en El Paso, Texas.
Ver sus notas Arquitectura
para un paisaje en movimiento,
I’ve
been living inside
y Aeropuerto
en los
números 2. 8 y 16, respectivamente, de café
de las ciudades.

El
Delta del Paraná tiene una superficie de 14.000 km2 y se
desarrolla a lo largo de 320 kilómetros, con un ancho variable
que va desde 18 km. frente a Baradero hasta más de 60 entre
los Ríos Luján (Buenos Aires) y Gutiérrez (Entre
Ríos). Es originado por la deposición de sedimentos
provenientes de toda la Cuenca del Plata: la carga de sedimentos
en suspensión sorprende por su magnitud: 200 millones de
toneladas por año, que son en su mayor parte aportadas por
el Río Bermejo. Este rasgo determina el permanente avance
territorial del Delta, que se estima entre 70 a 90 metros por año:
a fines del próximo siglo, ya habrá ocupado el actual
frente costero de Buenos Aires. Los sedimentos son depositados sobre
el Río de la Plata, lo que le da al Delta del Paraná
su singularidad a nivel mundial, siendo el único delta que
no está en contacto el mar, sino con otro río. Las
aguas se vuelcan al Plata a través de catorce bocas, entre
las que se destacan, de norte a sur: Río Paranacito, Arroyo
Martínez, Arroyo de La Tinta, Arroyo Brazo Largo, Río
Gutiérrez, Río Paraná Bravo, Río Sauce,
Río Paraná Guazú, Río Barca Grande,
Río Paraná Miní, Río Paraná de
las Palmas y Río Luján. La compleja red hídrica
definida por el Delta está sometida a periódicas inundaciones,
de mayor o menor magnitud, que tienen a veces graves consecuencias
para la población, pero que funcionan como reguladores naturales
de la vida silvestre (transportando nutrientes, semillas, plantas
y animales) y como agente modelador del paisaje. El Delta del Paraná,
desde Diamante hasta su desembocadura se divide en tres grandes
regiones: Delta Superior (desde Diamante, Entre Ríos, hasta
Villa Constitución, Santa Fe), Delta Medio (desde Villa Constitución
hasta Ibicuy, Entre Ríos), Delta Inferior o en formación
(desde Ibicuy hasta la desembocadura). Cada una de estas regiones
presenta diferencias basadas en su historia y evolución geológica,
que van a verse reflejadas también en el tipo de vegetación
que cada una sustenta. De esta manera, las islas del Delta Inferior
son las más altas y poseen la forma de una "palangana"
o "plato hondo", con los márgenes elevados (los
albardones) cubiertos de bosques, sólo alcanzado por las
grandes y breves crecidas, y con un interior bajo, pantanoso, con
aguas estancadas, ocupado mayormente por el pajonal. En el Delta
Medio y Superior, las islas son distintas, más planas y surcadas
por madrejones, lagunas, albardones y médanos fijos, que
tienen un sentido paralelo a los grandes cursos de agua. La mayor
elevación de las islas del Delta Inferior, que las deja a
salvo de las inundaciones, ha permitido una significativa ocupación
humana. Debido a ello, su paisaje original sufrió grandes
modificaciones. El efecto moderador de las temperaturas invernales,
producido por las grandes masas de agua que conforman el Delta,
permite el establecimiento, en latitudes templadas, de especies
animales y vegetales de origen subtropical (información
tomada del sitio lahueya.com).
La
segunda y tercera sección de Islas de San Fernando (un territorio
de más de 90.000 hectáreas en el Delta, con un crecimiento
adicional permanente de tierras aluvionales) fue declarada Reserva
de Biosfera por la UNESCO en el año 2000. Sobre el tema,
ver el sitio
de la Municipalidad de San Fernando.
La
vida y el paisaje del Delta del Paraná están presentes
en la obra del gran Haroldo Conti, en particular en su novela Sudeste.
Una breve
biografía
de este escritor desaparecido por la última dictadura militar
argentina, en el sitio babab.com.
Sobre
el Paraná, aunque algunos cientos de kilómetros al
norte, ver también la nota El
territorio como instrumento de la filosofía,
sobre la novela La Grande, de José Luis Saer (con
una referencia final al poeta entrerriano Juan L. Ortiz), en el
número anterior de café
de las ciudades.
Sobre
el Delta del Paraná y el Tigre, ver también las Instrucciones
para entrar a Buenos Aires,
de Mario L Tercco, en el número 29 de café
de las ciudades.
|