El espacio del
Custodio
La mirada
del que está solo y protege.
¿Alcanza
una excepcional composición actoral, como la que realiza
Julio Chávez, un final de corte existencialista y una precisa
realización para conformar una buena película? La
pregunta trasciende el alcance de esta nota (café
de las ciudades
no es una revista de cine). Lo cierto es que El Custodio,
primera película del argentino Rodrigo Moreno, tiene entre
sus méritos una presentación lúcida e iluminadora
de algunas cuestiones del espacio contemporáneo.
Rubén
es el guardaespaldas del Ministro de Planeamiento. Como tal, vive
en un territorio ambiguo entre el espacio del poder y el espacio
de la exclusión. El espacio del Custodio es un espacio de
visiones laterales, de visiones reflejadas en espejos retrovisores,
cortadas por las jambas de puertas que se cierran, focalizadas por
largavistas alemanes. El Custodio accede a esos espacios como depositario,
a la vez, de la máxima confianza y la máxima indiferencia.
Rubén sabe todo sobre su Ministro, aunque su lugar sea el
de los pasillos ominosos del edificio del Banco Hipotecario, aunque
solo le lleguen fragmentos del discurso tecnocrático, políticamente
insulso, que el Ministro sostiene con sus colaboradores y con los
periodistas. El Custodio se desplaza en un espacio fragmentado,
no necesariamente en lo social sino en su
funcionalidad.

Podría
entenderse que la habilidad de Rubén para dibujar es un intento
de humanizar un personaje al borde de la soledad absoluta. Sin embargo,
otra interpretación posible es la de un maestro de la
mirada ("un profesional", contemporiza el Ministro
cuando invita a Rubén a retratar a su invitado), atributo
del buen dibujante. La mirada de Rubén se ha curtido en guardias
y espionajes, ha entrevisto a través de ventanas semicerradas
y reflejos en ascensores y pantallas televisivas. Pero, lejos de
descubrir amenazas contra su custodiado, el tema de sus inquisiciones
termina siendo banal: unas rencillas matrimoniales, una amante disgustada,
los juegos de una adolescente malcriada, la metódica limpieza
de unos autos oficiales.
Todo el tiempo
se cierran puertas en El Custodio: en el estudio de televisión,
en el despacho del ministro, en las salas de conferencias, en la
habitación de la prostituta. Un tipo de plano repetido en
numerosas escenas de la película es el de un rectángulo
vertical, iluminado, en donde aparece el mundo exterior, cortando
el espacio neutro donde habita Rubén. A diferencia del excluido
típico de la sociedad contemporánea, Rubén
tiene lugar en este mundo: su lugar es el vestíbulo, el corredor,
el auto que espera en la calle, el patio de entrada. Rubén
no tiene entrada al paraíso del espacio donde suceden
las cosas, así como no ha entrado nunca en el mar. Pero su
lugar no es exactamente el infierno sino el limbo de una rara
espera sin esperanzas. Con habilidad, la película informa
poco sobre su familia: una hermana con problemas psiquiátricos
(que habita entonces el lugar de la locura), la cena en el restaurant
chino donde, nuevamente, el espacio es un problema...
En El Custodio,
Buenos Aires (Puerto Madero, la Barranca, ATC, el edificio de Fermín
Bereterbide en la calle Güemes) aparece fuera de foco tras
los vidrios de un auto que sigue al Ministro. Ni escenografía
fascinante ni heterotopía underground, la ciudad repite
la paradoja de un espacio personal que queda fuera del espacio.
MC

Sobre
el espacio contemporáneo, ver la nota Crisis
de las matrices espaciales,
de Fabio Duarte, y los diez apuntes de La
ciudad vencerá,
de Carmelo Ricot, en los números 28 y 29, respectivamente,
de
café de las ciudades.
Sobre
la mirada del cine a Buenos Aires, ver la nota Cantinas
y fondas en el nuevo cine argentino
en el número 1 de café
de las ciudades.
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