Este
relato reflexiona sobre la inadecuación e incompatibilidad
de usos del suelo vistos desde la vialidad camino a la
ceremonia de la
Pachamama (Madre Tierra o Madre del Mundo,
en idioma quechua) realizada por la comunidad andina en
Buenos Aires en agosto de 2007. Ese encuentro es poco
difundido y puede parecer solo pintoresco: sin embargo
desde los valores de dicha comunidad es una
experiencia identitaria revitalizadora,
que enriquece la diversidad cultural de la población metropolitana.

El
Viaje
El
encuentro se realizó en la estancia “Los 25 Ombúes”, actual
Museo Municipal Guillermo Enrique Hudson
(en homenaje al autor de Allá
lejos y hace tiempo) en la localidad de
Bosques, partido de Florencio Varela, el primer
domingo de agosto de 2007.
La Autopista 25 de Mayo y
su continuación en el Gran Buenos Aires, la Autopista Buenos
Aires - La
Plata nos llevaron hasta la rotonda de
Gutiérrez, seguimos un tramo por la vieja ruta 2 y la
provincial 36, una avenida y calles locales. Este recorrido
nos llevó a un corto tramo de tierra que conducía a la
entrada al Museo Municipal Guillermo Enrique Hudson.
En
Caballito, Balvanera, Constitución,
San Telmo y La
Boca la proximidad de la edificación
frentista a las Autopista 25 de Mayo y Buenos Aires - La Plata impacta al entorno inmediato.
Los intensos flujos vehiculares disminuyen la calidad
del aire, contaminan visual y auditivamente, disminuyen
el valor de inmuebles, así como también, la disposición
aérea de la vialidad
es una barrera elevada que cercena la visión del espacio
público. En casos puntuales, casi rozan las construcciones,
como en la bajada a la calle Senillosa
en Caballito y frente ex Usina de CIADE, Museo de la Música, en La Boca, pieza de valor patrimonial.
La
falta de gálibo entre la Autopista y la edificación
aumenta el riesgo
de accidentes y disminuye las condiciones de iluminación,
ventilación y privacidad. La magnitud de esta cuestión
no se percibe al circular a nivel del zócalo; solo es
vista sobre la vialidad.
En
La Boca, en torno a la autopista, muchas viviendas
típicas de chapa y madera fueron ampliadas precariamente,
lo que indicaría aumento del hacinamiento de sus habitantes.
Este enclave de pobreza urbana señala el contraste,
polaridad y segregación de la ciudad, pues está
apenas “a tiro de piedra” de Puerto Madero, barrio
de alto nivel socio económico. La autopista cruza el Riachuelo
dando conectividad a la ciudad y la provincia, cerca de
los puentes: el Trasbordador (actualmente sin funcionamiento)
y el Avellaneda, relacionando localidades vecinas de ambas
jurisdicciones.
A
pocos kilómetros, hacia el Río de la Plata, el movimiento de suelos
del Relleno Sanitario de Villa Dominico forma lomas elevadas;
es una nueva barrera visual, modificadora del ambiente
costero. En la vecina localidad de Wilde,
además de la urbanización tradicional, hay conjuntos de
vivienda en altura, centros comerciales, equipamientos;
así como la Planta Potabilizadora
de agua de Bernal, aguas abajo del Relleno…
Finalmente, en dicha localidad hay una sucesión
de villas de emergencia sin solución de continuidad, servicios urbanos,
equipamientos comunitarios ni las mínimas infraestructuras
de saneamiento.
Entre
Berazategui y Gutiérrez se reproduce
un escenario polar similar al expuesto: la opulencia y
la precariedad, ya que esta desaparece bruscamente y emergen
barrios cerrados privados de altísimo nivel, algunos con
amarras y marinas propias frente al Río de La
Plata.
Esta
convivencia de contrastes y situaciones de inadecuación
e incompatibilidad exige respuestas sustentables que no
pueden demorarse, tarea no fácil ni inmediata.
También
es peligroso conceptualizarlas y aceptarlas como si fueran
simples “datos inmodificables de la realidad” y no urgentes problemáticas metropolitanas irresueltas
en el siglo XXI.

Festejo
anual de la Pachamama
La
invitación al encuentro (tantanakuy) del
domingo 5 de agosto de 2007 se realizó de boca en boca
y por radio, esa mañana era particularmente desapacible,
fría, gris, lluviosa y azotada por ráfagas de vientos
de la sudestada rioplatense. Tales condiciones meteorológicas
nos desanimaron y casi nos hacen desistir de hacer el
viaje de treinta y pico kilómetros de Buenos Aires, pero finalmente
la curiosidad pudo más que el desánimo.
Participando
de la ceremonia, se nos hizo claro que
la cultura contemporánea hace centro en el protagonismo,
el éxito y la invisibilidad de los otros, que distancia,
extraña y pone a hombre y naturaleza en distintos planos
jerárquicos. Una consecuencia de esta manera de ver, entre
otras, es considerar a todo lo natural como un mero objeto
de apropiación.
La
ancestral creencia en la Pachamama, culto practicado
por los pueblos originarios de la región andina, entre
Argentina y Colombia, considera en cambio que el hombre
es solo una de las tantas especies vivientes en la madre
tierra.
La Pachamama no es una construcción
cultural antropocéntrica sino que ve a la naturaleza como
un sistema que brinda todo lo necesario para el sustento
y la reproducción, pero no es identificada como un objeto apropiable
sino como el sujeto activo contenedor de toda la vida.
Oculta
por la cultura contemporánea, que tiende a globalizarse
y requiere la uniformidad de usos y costumbres para facilitar
la integración convivencial
de este grupo con la población metropolitana, en estas
fiestas parece emerger la identidad de esas colectividades.
La
ceremonia comenzó cuando los participantes se reunieron
alrededor de un pequeño pozo, enterraron alimentos, bebidas,
tabaco y ofrendas, expresando promesas, ruegos y deseos
dichos en baja voz. Algunos parecían orar en silencio,
mucho silencio
y profundo respeto.
Una
mujer pronunció palabras de reconocimiento, agradecimiento
a la madre tierra, soporte universal de la vida, después
lo hizo un hombre de avanzada edad, aspecto aindiado,
emponchado, expresándose toscamente en español y en quechua
con fluidez.
Huelga
decir que no conozco esa lengua, pero los participantes
comprendimos el sentido del mensaje, percibido tal vez
intuitivamente a través de para mi ignotos mecanismos
cognitivos.
Las
conversaciones y risas se hicieron más fuertes, comenzó
la fiesta, con grupos musicales y solistas andinos peruanos,
bolivianos y del norte argentino. Una feria típica similar
a las ferias informales de Latinoamérica ofrecía artesanía,
alimentos, comidas y bebidas típicas y música regional,
takiraris, chotis, yaravíes,
cuecas, zambas y chacareras.
La
reunión fue al aire libre; aplaudimos, vimos bailar mucha,
mucha gente de todas las edades; en fin, nos sentimos criollos entre criollos,
calmamos el llamado del estómago y el antojo con unas
sabrosas empanadas y locro, regado como es debido por
un muy rico vino patero.
Compré
en la feria guantes de lana de llama muy abrigados que
todavía conservo, chucherías
y quínoa, cereal muy nutritivo y energizante autóctono
de los Andes.
A
media tarde, las ofrendas colocadas en el pozo fueron
quemadas y tapadas con tierra.
Paseamos
por la casa museo, para conocer un poco de Guillermo Enrique
Hudson, naturalista y viajero, y nos enteramos de relación
con Japón a través de fotos y documentos que se exhibían,
su vida, sus viajes y aportes a la cultura.
Ya
hacía demasiado frío, se sentía satisfacción y cansancio, decidimos volver
con el saldo de un domingo distinto, redescubriendo lo
cotidiano, popular y culturalmente diverso de la metrópolis Buenos Aires,
un océano inmenso, inacabable e inabarcable.

VV
El
autor es arquitecto y planificador urbano.
Sobre
la tierra de la
Pachamama, ver también la
nota La
Fiesta en Casabindo
en este número de café
de las ciudades, y en números anteriores:
Número
40 I La mirada del
flâneur
La
Juventud Alegre I Inicio de un viaje.
I Carmelo Ricot
Número
40 I Lugares
Quebrada
de Humahuaca, del patrimonio a la innovación I
Los desafíos culturales, sociales y ambientales en el
norte andino argentino. I Marcelo Corti