
conocimiento, reflexiones
y miradas sobre la ciudad
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el primer lunes de cada mes
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AÑO
6 - NUMERO 54 - Abril 2007
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Historia
de las ciudades |
Lima:
de la urbe fundacional a la ciudad de los Borbones
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Historiografía
y periodificación del urbanismo virreinal limeño
(1535-1824)
I
Por
Isaac D. Sáenz |

Plano
de Lima. Joan Belveder, 1611
La crítica
historiográfica ha clasificado el proceso urbano colonial
hispanoamericano, de manera general, en tres etapas o períodos:
el fundacional o indiano, el barroco y el ilustrado
(ver al respecto los trabajos de De Solano, 1992; Dávalos,
1997; Ramón, 1999; Lucena
Giraldo, 2006).
Aunque esta periodificación ha sido ampliamente aplicada
al estudio de la ciudad colonial hispanoamericana, la historiografía
en torno al proceso limeño ha entendido éste
como un desarrollo cuasi unitario, priorizando sus continuidades
antes que sus rupturas (ver por ejemplo: Cole, 1957; Bernales,
1992; Panfichi, 2005). Por su parte, el trabajo de Leonardo
Mattos-Cárdenas (Mattos, 2004), aunque aborda este
esquema, no se centra exclusivamente en Lima, además
de que sus parámetros y límites de periodificación
no se encuentran suficientemente definidos, enfatizando aspectos
ideológicos, que se difuminan cuando se abordan tópicos
como el proceso urbano.
El objetivo
de este ensayo es realizar una lectura crítica del
proceso urbano de la Ciudad de Los Reyes, a partir del estudio
de su periodificación, discutiendo las características,
la cronología, así como los puntos de inflexión
que definen cada una de ellas. Distinguimos tres aspectos
o ejes en el análisis de cada período: i) la
influencia de las instituciones laicas y religiosas
en la estructura urbana, ii) los programas de obras públicas
e intervenciones urbanísticas, y iii) el crecimiento
físico de la ciudad. La periodificación
propuesta tiene un objetivo metodológico, cuya justificación
-o no- será materia de discusión de las siguientes
líneas.

Plaza
Mayor de Lima según Guamán Poma de Ayala. Principios
del siglo XVII
1.- Lima Fundada: La ciudad fundacional
(1535-1571)
Una primera
etapa tiene que ver con el modelo fundacional, que
partía de la cuadrícula de 9 por 13 cuadras
trazada por Pizarro en 1535, con un total de 117 manzanas
y 464 solares, comparable en extensión sólo
con México (1530) y Buenos Aires (1536). En esta etapa
los parámetros jurídicos guiaron fuertemente
el trazado y crecimiento de la nueva ciudad, al aplicarse
cuidadosamente las disposiciones urbanísticas por parte
de sus primeras autoridades . El tejido y organización
espacial habían sido previstos ya en las ordenanzas
que regularon la fundación de ciudades en el Caribe
desde principios del siglo XVI y que en conjunto se consolidaron
en las Nuevas Ordenanzas de Población de 1573, en tiempos
de Felipe II (Bielza
de Ory, 2002).
El gran
reto de la ciudad fundacional fue cómo establecer
un trazado y organizar el territorio en una trama preconstruida
bajo parámetros nativos. Se trataba de una intervención,
en primer lugar, sobre el espacio, donde lo urbanístico
se supedita a las nuevas relaciones que se establecen con
el medio, entendiéndose éste como una tabula
rasa y no como producto de un extenso proceso, no obstante
la presencia de infraestructuras y arquitectura indígena.
La organización
espacial de la Ciudad de Los Reyes partía de la Plaza
Mayor, que constituía un espacio aglutinador y simbólico
del poder colonial, además de núcleo de
articulación de la urbe. Los nuevos vecinos ocuparon
el Damero de Pizarro, mientras la plebe, los esclavos e indios
mitayos se establecían en las propiedades de los vecinos
u ocupaban ranchos y chacras en el entono rural. Junto al
componente laico, la institución religiosa tuvo un
papel central en la estructuración de Lima. El crecimiento
poblacional y urbanístico se produjo alrededor de las
iglesias, parroquias, hospitales y capillas. Los nuevos
barrios se desarrollan alrededor de las parroquias, cuyo
origen, a excepción de San Lázaro (1739), se
encontraban en el siglo XVI: El Sagrario (1541); San Sebastián
(1564); Santa Ana (1568); San Marcelo (1585). Así,
tan importante como las instituciones laicas fue el papel
que cumplieron las instituciones eclesiásticas en la
organización espacial y administrativa de la ciudad.
Durante
las primeras décadas de la fundación limense
se producen dos tendencias en el crecimiento urbano:
por un lado, un crecimiento intenso en torno a la Plaza
Mayor y sobre el trazado primigenio, tras la distribución
continua de solares y estancias por parte de las autoridades
que buscaban consolidar el damero fundacional. Por otro lado,
tiene lugar un proceso de urbanización del entorno
ribereño. El desarrollo de la ciudad siguiendo
el eje ribereño se produce desde tiempos tempranos,
debido a la función económica del Rímac,
en cuyas inmediaciones se establecieron molinos, huertas y
conventos principales. El trazado y emplazamiento mismo de
Lima se encontraba asociado directamente a la presencia del
Rímac, presentando una tipología de ciudad excéntrica,
cuya plaza principal se localizaba a escasos metros del "río
hablador". En conjunto, el crecimiento de la ciudad en
esta etapa estuvo limitado solamente por los ejidos y montes
reservados al aprovisionamiento de leña y a tierras
y chacras.
El urbanismo
propuesto en 1535 se fracciona muy pronto al adaptarse a las
estructuras prehispánicas, además de la tendencia
de sus habitantes a transgredir el trazado, por lo cual diversas
ordenanzas y provisiones fueron emitidas por el Cabildo con
el fin de regular el crecimiento de la nueva urbe. Una ruptura
más clara del tejido primigenio tiene que ver con el
establecimiento de las reducciones en las inmediaciones
de Lima. Las fundaciones del pueblo de Santiago del Cercado
(1571) y, antes, del Hospital de San Lázaro (1563)
constituyeron núcleos que aglutinaron una creciente
población, propiciando nuevos ejes de crecimiento de
la urbe hacia el este y el norte de Lima.

Plano
del proyecto de fortificación de Lima. Francisco Domingo
de Belbalet, 1682
II.
Lima Monástica: La ciudad conventual (1571-1746)
La importancia
de la edilicia religiosa en la organización física
y administrativa de Lima alcanzó en este período
una posición culminante. Los diferentes artefactos
de la infraestructura eclesiástica, como iglesias,
capillas y conventos, adquirieron una importancia capital
en Lima, debido al crecimiento y consolidación de la
institución religiosa en la sociedad virreinal peruana.
La edilicia religiosa constituyó el centro del ordenamiento
espacial y definió en buena medida el paisaje urbano
limeño (un trabajo que se ocupa de las estrechas relaciones
entre proceso urbano e institución eclesiástica
en Lima virreinal lo encontramos en Sáenz Mori, Isaac,
2005).
El desarrollo
de este urbanismo, que Ramón Serrera ha denominado
conventual (Serrera, 1996), estuvo acompañado de dos
aspectos que caracterizaron asimismo la Lima monástica:
1) Una
estructura compacta y centrípeta, en torno a
sus plazas y murallas, dirigiéndose el foco de atención
al interior de la urbe, siendo poco inclusiva con el entorno.
Así, el "Damero de Pizarro", el núcleo
fundacional de la ciudad, se organizaba en torno a la Plaza
Mayor. El conjunto de plazas menores de la ciudad miraban
a este núcleo central, así como las iglesias
y plazuelas conventuales, tratándose los siguientes
sectores como los bordes y confines de la urbe. El barrio
de San Lázaro, por ejemplo, constituía el arrabal
de Lima, espacio de la plebe, los indios, los leprosos y los
negros manumisos.
2) Como
en las ciudades pre-modernas, los límites de los
ámbitos rural y urbano no se encontraban claramente
definidos ni sus usos consolidados. Las funciones residenciales,
comerciales, recreativas, de servicios, religiosas, funerarias,
etc., se encontraban superpuestas, sin una diferenciación
espacial específica. De hecho, este aspecto fue ampliamente
criticado durante el siglo XVIII, produciéndose un
conjunto de planteamientos dirigidos al ordenamiento de las
actividades urbanas.
Con el
desarrollo intensivo de los edificios religiosos (alrededor
de si mismos) y extensivo (diseminados en la urbe), la ciudad
limeña experimentó un crecimiento acelerado,
cuyos límites podemos situarlos entre fines del siglo
XVI y la primera mitad del siglo XVII. Los planos de fines
del siglo XVII (1674, 1682, 1685 y 1687) nos muestran el perfil
más difundido de la ciudad a través del periodo
colonial, en el momento culminante de la ciudad conventual
(procesos similares referentes a reformas introducidas en
la ciudad en aspectos constructivos, administrativos y de
estructura y ordenamiento espacial tras la ocurrencia de desastres
naturales, pueden encontrase durante el siglo XVIII en España
y otras ciudades europeas, además del paradigmático
caso de Lisboa; Petrana Miltenov ha destacado por ejemplo,
la estrecha relación entre el sismo de 1783 y la reconstrucción
reformista de la urbe Italiana borbónica, en el caso
de la ciudad de Catanzaro). Sólo a fines del siglo
XVIII vuelve a retomarse este ritmo de desarrollo urbanístico,
aunque bajo un carácter dirigido.
El desarrollo
de la urbe conventual estuvo muchas veces en pugna con
el Cabildo limeño, que velaba por la estricta adecuación
al trazado de Pizarro, y detrás de esto, la sujeción
a las Ordenanzas de Población de 1573, prohibiendo
cerrar calles, invadir plazas y respetando, en general, el
interés público.
A diferencia
de la primera etapa de Lima, durante el desarrollo de la ciudad
conventual, el crecimiento es más espontáneo,
con el desarrollo de una arquitectura religiosa que tiende
a aglutinar viviendas en su entorno. Aún procurando
conservar el trazado original, Lima se desarrolla en dirección
al Cercado y al otro lado del Puente Viejo, en el barrio de
Malambo o San Lázaro.
Junto
al desarrollo de una edilicia religiosa, tuvo lugar en este
periodo de la urbe limeña un crecimiento constante
de la infraestructura militar. Las amenazas e incursiones
continuas de filibusteros en las costas del virreinato y en
el espacio colonial hispanoamericano en general, produjeron
un interés por la defensa de las ciudades costeras,
entre ellas Lima (Nicolini,
Alberto).
Luego de la construcción de las murallas del Callao
(1641), y de diferentes proyectos de defensa de Lima como
el de Cristóbal de Espinosa de 1626, se edificó
el sistema de fortificación en 1687, marcando el inicio
de un conjunto de equipamientos castrenses tanto en Lima como
en sus inmediaciones, con el fin de conferir seguridad
a la primera ciudad de América Meridional.

Vista
de Lima desde Acho. Fernando Brambila. Ca. 1793
III.
Lima Borbónica: El sismo de Lima y la construcción
de la ciudad de los Borbones (1746-1824)
Una coyuntura
que propició los cambios en la ciudad de Lima durante
el siglo XVIII tiene que ver con el sismo y maremoto de 1746.
La principal característica del proceso de reconstrucción
de Lima y el Puerto del Callao fue su relación con
la implementación de un programa de reformas urbanas
en los ámbitos de la administración y el ordenamiento
espacial y territorial. Un conjunto de obras e intervenciones
empezaron a bosquejarse, en consonancia con las teorías
y prácticas urbanísticas contemporáneas,
en un proceso reconstructivo que marcaría pauta de
las obras en las décadas siguientes y que expresaban
las nuevas orientaciones del Virrey en temas urbanísticos
y de gestión.
Los factores
centrales en la reconstrucción de la ciudad fueron
la seguridad y la defensa, desde la perspectiva virreinal,
abocándose primeramente en la rehabilitación
de los edificios administrativos: Real Palacio, Tribunales,
Casa de la Moneda y demás dependencias, junto a las
murallas de la ciudad y las obras del Callao.
El proceso
reconstructivo introdujo un conjunto de disposiciones que
regulaban las prácticas urbanas y que los reformistas
establecerán más adelante, durante los gobiernos
del Virrey Amat y luego, con el Intendente Jorge Escobedo,
como la división de la ciudad en cuarteles y barrios
y el marcado interés por la salubridad urbana,
disponiendo en este sentido los entierros fuera de las iglesias.
A diferencia
de lo que sucedía en el periodo fundacional y monástico,
donde la iglesia fue gravitante en la estructuración
de la ciudad, en la segunda mitad del siglo XVIII se intensifican
las obras laicas en desmedro de la edilicia religiosa, que
responden a un proceso de secularización de la urbe,
dirigido desde la autoridad virreinal. La reconstrucción
de la ciudad y su puerto fue una ocasión propicia para
reordenar el entorno limeño desde aspectos constructivos
como funcionales, trazándose un conjunto de equipamientos
urbanos y una nueva organización que privilegió
los aspectos mercantiles y defensivos, en base a un programa
fuertemente laico, en clara oposición a la organización
anterior, basada en la esfera religiosa.
Otro aspecto
resaltante en el proceso urbano del siglo XVIII, fue la intensificación
en la construcción de obras públicas. La propuesta
de infraestructuras novedosas se inscribió en un intenso
debate, generalizado en las ciudades dieciochescas europeas
y americanas, en torno a los cambios y reformas que debían
realizarse en la ciudad, en aspectos como los entierros, la
salubridad y la seguridad urbana, centrándose alrededor
de la construcción de equipamientos destinados a
albergar las nuevas funciones del estado moderno como
la sanidad, los entierros, el confinamiento y la administración
pública. La ciudad asimila las tendencias contemporáneas,
a través de las obras de los ilustrados, que impregnaron
buena parte de las ordenanzas, provisiones y proyectos que
guiaron el desarrollo de la ciudad bajo la administración
borbónica.
Las obras
desplegadas durante el régimen borbónico presentaron
en conjunto un carácter heterogéneo. Las tipologías
edilicias construidas fueron similares en la Metrópoli
como en las demás ciudades coloniales hispanoamericanas:
paseos públicos o alamedas, coliseos de gallos, plazas
de toros, cementerios, fábricas de tabacos, cuarteles,
almacenes militares, hospicios, edificios administrativos
diversos.
Entre
los diferentes tipologías de obras, la alameda tuvo
un papel esencial en el proceso de cambios que experimentó
la ciudad, como elemento de ruptura del tejido reticular,
tanto como de articulación urbana, vinculando
la ciudad regular y el entorno natural, de trazado orgánico
(ver Lucena Giraldo, 2006: 154). Ramón Gutiérrez
entiende la alameda como el elemento urbano paradigmático
de las reformas introducidas por los Borbones en el escenario
urbano porteño. En el caso limeño, las alamedas
permitieron articular los barrios periféricos (San
Lázaro, Malambo y Acho) con la ciudad amurallada, así
como con el entorno rural, el valle y el puerto del Callao,
como fue el caso de la Alameda del Callao, obra paradigmática
del urbanismo tardo colonial limeño.
La obra
que sintetizó en buena medida el proyecto urbanístico
y de ordenamiento del territorio del período colonial
tardío tiene que ver con la construcción del
Nuevo Camino del Callao. Trazado por el Virrey Ambrosio O-Higgins
en 1799, partía de la portada del mismo nombre y se
extendía por más de dos leguas hasta el Real
Felipe, articulando tres núcleos urbanos: Lima, Bellavista
y El Callao, además de La Legua, describiendo una línea
recta que iba desde la murallas de Lima, hasta el Puerto,
extendiéndose visualmente hacia el océano, siguiendo
un proceso que Leonardo Benévolo ha denominado la "búsqueda
del infinito" (Benévolo, 1994: 81-104). Su trazado
evidenciaba la búsqueda de una absoluta racionalidad
proyectual, sometiéndose a principios geométricos,
subordinando el entorno rural a la nueva infraestructura vial,
extendiendo además la escala urbana, articulando la
ciudad, el valle y el espacio litoral. Una obra singular en
el contexto regional, que evidenciaba la absoluta asimilación
y desarrollo de las ideas iluministas por parte de sus gestores.

Paseo
de Aguas. Fernando Brambila, ca. 1793
La Ciudad
de Los Reyes incorporó, a través de tres siglos
de proceso urbano, un conjunto de prácticas y políticas
urbanísticas que se movieron entre la adecuación
a una férrea legislación y un crecimiento espontáneo,
que buscó imponer sus propias reglas. La infraestructura
laica, representada por edificios administrativos y militares,
adquiere un creciente protagonismo frente a la edilicia religiosa
conforme nos acercamos al ocaso del sistema virreinal. Los
puntos de inflexión del proceso limeño tienen
que ver, por un lado, con la apertura de nuevos núcleos
urbanos en los alrededores de la ciudad a fines del siglo
XVI y el crecimiento de la misma sobre estos nuevos ejes y,
por otro, con calamidades tales como el sismo de 1746 y las
guerras de independencia a principios del siglo XIX.
IDS
El
autor es arquitecto, Maestría en Historia por la UNMSM,
Doctor en Arquitectura por la Escuela Técnica Superior
de Arquitectura de la Universidad de Sevilla, Doctorando en
Historia por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Presidente
de Andamer, Asociación para el patrimonio iberoamericano.
Editor de la Revista Lima CAP, del Colegio de Arquitectos
del Perú-Regional Lima. Autor del libro Urbe y
Fortificación. Las murallas ribereñas de Lima,
Lima, Municipalidad Metropolitana de Lima, 2004.
Contacto:
isaenz@cap-regionallima.org
Ver
el artículo El
paraíso estropeado. Imágenes ambiguas de las
ciudades americanas a finales del siglo XVIII,
de Manuel Lucena Giraldo (Instituto de Historia-CSIC, España)
en la Revista Electrónica de Geografía y Ciencias
Sociales de la Universidad de Barcelona.
Ver
el artículo De
la ciudad ortogonal aragonesa a la ciudad cuadricular hispanoamericana
como proceso de innovación-difusión, condicionado
por la utopía, de Vicente Bielza de Ory
(catedrático de Geografía Humana del Departamento
de Geografía y Ordenación del Territorio, Universidad
de Zaragoza) en la Revista Electrónica de Geografía
y Ciencias Sociales de la Universidad de Barcelona.
Ver
el artículo La
Ciudad Hispanoamericana en los siglos XVII y XVIII,
de Alberto Nicolini (Universidad Nacional de Tucumán.
Argentina), en el sitio upo.es.
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De la ciudad ortogonal aragonesa a la ciudad cuadricular hispanoamericana
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El paraíso estropeado. Imágenes ambiguas de
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Francisco de. (Director). Historia urbana de Iberoamérica,
Madrid: Junta de Andalucía, Consejería
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los Colegios de Arquitectos de España, 1992, Tomo I
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Normativa
urbana, casuística y visión procedimental
|
Sobre
el debate "¿Evaluar impactos o planificar la ciudad?"
I
Por
Artemio Pedro Abba |
Que
en 90 días se haya efectuado un diagnóstico
de la situación por parte del Gobierno de la
Ciudad, monitoreado por los actores involucrados (las
organizaciones barriales, las empresas constructoras
e inmobiliarias), y se hayan fijado algunos "procedimientos"
especiales en estos "barrios en transición"
(que se verá en el futuro hasta que punto son
operativos) pareció un resultado impensado al
inicio del conflicto. Se podría arriesgar la
hipótesis de que el desarrollo institucional
al interior de la ciudad de Buenos Aires es mayor de
lo que suponía y avala la postura de incremento
de lo procedimental en la gestión urbana.
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La
mirada del flâneur (I) |
El
deseo de conocer Barranquilla
|
Curramba,
La Arenosa, Puerta de Oro I
Por
Carmelo Ricot |
Como
Nueva Orleans, dice Vives con cierta imprecisión
geográfica, la ciudad de Barranquilla tiene río
y tiene mar: el Magdalena, que imagino caudaloso, y
el infinito Caribe ("una gran sociedad", resalta
Arroyo). Un cañón dice Henríquez
que saluda al Magdalena, al que además besa una
luna maravillosa (Piña dixit), y en un
puente llamado Pumarejo, que imagino en su desembocadura,
se unen el mar y el cielo. Esa interfase entre el río
y el mar está poblado de manglares, o al menos
lo estaba cuando llegaron los fundadores en 1629, y
de playas y médanos, si hemos de explicar el
apelativo de La Arenosa con que se conoce a la ciudad.
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Cordialidad
y peligro en San Francisco
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De
los forty niners a Eric Cartman
I
Por
Marcelo Corti |
La
buena arquitectura victoriana, la animada vida de las
calles y el benigno clima de litoral marítimo
coadyuvan a un carácter general de ciudad amable,
seguramente la más amigable y liberal del
pequeño grupo de ciudades estadounidense de impronta
europea. Influyen de seguro en esta cordialidad urbana
las herencias potenciadas de la beat generation
de Kerouac, Burroughs y Ginsberg (de la que queda como
testimonio la buena librería
del poeta Lawrence Ferlinghetti
en North Beach), el verano del amor de los hippies
aun presente en Haight Ashbury, las revueltas estudiantiles
de Berkeley y el poderoso movimiento gay.
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Las
políticas urbanísticas en su laberinto
(II)
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El
Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires o
la quimera de la Planificación: la densificación
vertical de la Avenida Pedro Goyena, en Caballito y Flores
I
Por
Daniela Szajnberg y Christian Cordara |
Las
modificaciones del CPU, desde 1989 en adelante, implicaron
una flexibilización de las regulaciones postulativas
del original, por ejemplo al duplicar el FOT de manera
generalizada en varios distritos, al diversificar distritos
residenciales y centrales, al ampliar los usos mixtos
compatibles con vivienda o al generar condiciones, en
el año 2000, para enrasar alturas o pedir cambio
de uso industrial a residencial por convenio urbanístico.
El
CPU tiene la capacidad de incidir en la estructura de
precios del suelo urbano, y en consecuencia, de dar
sentido a la transferencia de renta.
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La
metáfora babilónica
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"Buenos
Aires en llamas". I
Por
Mario L. Tercco |
El
más sofisticado de los intelectuales que execraron
a Buenos Aires fue Ezequiel Martínez Estrada.
Su libro La Cabeza de Goliat (1940), que complementa
a Radiografía de la Pampa como ensayo de sociología
territorial, es el más ilustrado y vehemente
compendio de argumentos por los cuales Buenos Aires
merecería casi ser reducida a cenizas, como en
la metáfora del incendio que hoy propone Attaque.
Ya en el comienzo, una cita de Rilke advierte que "una
gran ciudad es cosa contra natura". Entre otras
cosas, Martínez Estrada sostiene que:
-
...una ciudad, sea Roma, Cartago, Nueva York o Buenos
Aires, es un tumor maligno que pocos gobiernos se deciden
a extirpar.
-
...el pueblo que no necesita de la ciudad más
que para albergarse mientras construye una civilización,
ese es grande en verdad.
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Proyecto
Mitzuoda
I
Una
ficción metropolitana contemporánea (por
entregas). I
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
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Entrega
30: Doble de cuerpo
Itinerario
de un artista - Exposición multimedios - La fuga
del hastiado - Indicios de una alteración - Opera
prima y consagración - La música de los
espacios secuenciales
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Vázquez
Zuleta y el turismo en la Quebrada de Humahuaca, Nidia
Acero y las políticas de genero en Medellín.
Laxalde: más sobre el zoning.
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Calidad,
contaminación y preservación del recurso
agua, en Buenos Aires - Ciudades que Enamoran, en Paraná
- Viaje de arte a New York - Congreso de Arquitectura
del Paisaje, en México DF - Financiamiento a
documentales sobre ciudades latinoamericanas - Dott,
innovación social y diseño - Convención
de Ordenamiento Territorial y Urbanismo, en La Habana
- Seminario Internacional de Ordenamiento Territorial,
en Mendoza - Una nueva forma de hacer ciudad
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ACERCA DE CAFÉ DE LAS CIUDADES
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café de las ciudades
es un lugar en la red para
el encuentro de conocimientos, reflexiones y miradas sobre
la ciudad. No es propiedad de ningún grupo, disciplina
o profesión: cualquiera que tenga algo que decir
puede sentarse a sus mesas, y hablar con los parroquianos.
Amor por la ciudad (la propia, alguna en particular, o todas,
según el gusto de cada uno), y tolerancia con las
opiniones ajenas, son la única condición para
entrar. Hay quien desconfía de las charlas de café:
trataremos de demostrarle su error. Nuestro café
está en cualquier lugar donde alguien lo quiera disfrutar,
pero algunos datos ayudarán a encontrarlo. Estamos
en una esquina, porque nos gustan los encuentros, y porque
desde allí se mira mejor en todas las direcciones.
Tenemos ventanas muy amplias para ver la vida en las calles,
y no nos asustan sus conflictos. Es fácil llegar
caminando a nuestro café, y por eso viene gente del
centro y de todos los barrios (sí alguien prefiere
un ambiente exclusivo, que se busque otro lugar). No faltaran
datos sobre cafés amigos, porque nos gusta andar
de bar en bar: ¿cómo pedirle a los parroquianos que
se queden toda la noche en el nuestro? Esa es la única
cadena a la que pertenece el café
de las ciudades: la
de todos los cafés únicos e irrepetibles,
en cualquier esquina de cualquier ciudad.
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I. Corti
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en Buenos Aires: Mario L. Tercco
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