26.07.2005 | Clarín.com | El Mundo


TERRORISMO: EN FOCO
Cuando los disparos policiales socavan los valores de Occidente


Oscar Raúl Cardoso. 


Cada vez que, en la presente "guerra contra el terrorismo", alguien como el fatalmente inocente brasileño Juan Carlos de Menezes sucumbe a las balas policiales, los grupos responsables de atentados como los de las pasadas semanas en Londres (Inglaterra) y Sharm el Sheik (Egipto) obtienen un triunfo mayor que el que les proporcionan las decenas de muertos y toneladas de escombros que acostumbran dejar detrás de sí. Es cuando la idea misma que encarna el vocablo Occidente —libertad con seguridad y en prosperidad— se encoge de modo peligroso.

Lo mismo sucede cada vez que se comprueba que otro prisionero fue torturado en alguna prisión de las potencias occidentales —Abu Ghraib en Irak o en Guantánamo en Cuba, tanto da— y cuando Estados Unidos enfunda en grilletes a algún sospechoso y lo despacha, en lo que llama de modo eufemístico "rendición extraordinaria" y sin defensa legal, para que sea mortificado en algún país en el que la tortura es práctica co rriente. La condición humana se reduce en valor y lo que queda es como lo definió Maher Arar —un ingeniero canadiense "rendido" a Siria en el 2002 y liberado sin cargo finalmente— tan aberrante que la víctima olvida "hasta la leche que recibió del pecho materno".

Hay también modos más abstractos de degradación, como lo ejemplifican los juristas —el famoso penalista de Harvard, Alan Dershowitz es un ejemplo— que ahora buscan construir justificaciones racionales para el empleo de la tortura como tributo inevitable a un supuesto bien mayor: evitar un atentado terrorista que cueste decenas, quizás miles, de vidas. Es interesante notar aquí que en Israel, que tiene amplia experiencia como blanco de estos ataques, la Corte Suprema ilegalizó la "presión física moderada" —léase tortura— no sólo por ser moralmente aborrecible, sino porque se comprobó que la información que el recurso produce rara vez es confiable.

En tiempos violentos, como el presente, es difícil mirar este monstruo a los ojos y, sin embargo, hay indicios que comienza a suceder. Los editoriales de varios diarios ingleses señalan esta realidad al gobierno del primer ministro laborista Tony Blair, aun cuando mantienen su natural apoyo a la represión de la ola de violencia que sacude al país, al comentar el asesinato del electricista brasileño de Menezes.

Las explicaciones oficiales del incidente son casi estrambóticas. Sobre la base del asesoramiento de fuerzas de seguridad de Sri Lanka e Israel —dicen— los policías antiterroristas británicos han aprendido que, cuando se trata de un potencial bombardero suicida, lo vital es inhabilitarlo neurológicamente con disparos a la cabeza, evitando así que pueda accionar cualquier mecanismo gatillo de una explosión. Por lo demás, no conviene disparar al cuerpo, porque la bala podría tener el efecto de un detonador.

Pero nada en estas reglas de empeño dice que se debe matar de modo salvaje a un sospechoso desarmado, que es lo que los policías ingleses hicieron con de Menezes, arrojándolo al suelo y luego disparando a quemarropa nueve proyectiles, ocho en su cabeza y uno en el hombro. Como sostiene el conservador The Times, no es bueno que "el mito de la brutalidad policial sirva para reclutar más jóvenes para los ataques suicidas". The Guardian dice que el Gobierno debe alegrarse de que la víctima no haya sido asiática ni musulmana, por las mismas razones.

Es aun más difícil plantear estas cuestiones en voz alta, dado que también hay una nueva imputación dando vueltas. Quien se detiene en lo oscuro de la "guerra contra el terrorismo", dicen algunos, imita el "apaciguamiento" que en los años 30 promovieron Neville Chamberlain y Edouard Daladier frente a la amenaza de Adolfo Hitler. ¿Pero a quién se "apacigua" cuando se silencian las advertencias? A Tony Blair y al presidente George W. Bush y a la guerra estéril que promueven, es la respuesta.

http://www.clarin.com/diario/2005/07/26/elmundo/i-02110.htm
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