Por Mariela Iglesias

"Siempre me acuerdo
del día en que me fui,
pero mucho más me acuerdo
del día en que volví", cuenta Tomás Eloy
Martínez en un artículo reciente.
Fue caminando por la Plaza de Mayo, tratando de reencontrarme con
los olores de la ciudad, cuando me empecé a dar cuenta que
las cosas habían cambiado bastante, aún en poco tiempo.
No es casual que Virilio
esté de moda...
Era la segunda vez que volvía, la primera fue días
antes del "corralito".
Recuerdo mis impresiones de sentir la calma antes de la tormenta
por aquellos días. La crisis no era sólo de diarios
y estadísticas, se veía dependiendo de adonde se mirara.
Se seguía viviendo, refugios mediante. Eran los barrios cerrados
para los que podían pagar por la seguridad de la jaula de
oro, el snobismo para los que no se resignaban a perder el subdesarrollado
glamour, la indiferencia luego de la queja, el pleno auge de los
reality shows, que a contramano de su nombre eran burbujas
donde la realidad no llegaba. Una realidad, devastadoramente cierta
y asfixiante para tomársela todo el tiempo en serio, parecía
ser el trasfondo de esa aparente apatía de la queja cotidiana
que nunca se plasma en crítica. Sin embargo había
otros a los que sólo les quedaba la desesperación.
La indolencia
(27 de noviembre de 2001, días antes del corralito)
Dicen que la acción
es propia de la política: si es así, nos habíamos
convertido en apolíticos. Me acordaba de Hamlet, el príncipe
vengador que no puede actuar, que analiza y piensa y esta sobre
los demás personajes conociendo la verdad, pero es incapaz
de llevar adelante la acción. Primero por duda, luego por
melancolía (dicen los teóricos), pero me acuerdo que
a mí me parecía que era por indolencia, eso que se
puede traducir como falta de sentido de la acción. El legendario
personaje ya había perdido todo, hasta las ganas de la venganza,
ya no la sentía propia, era un deber ser que le era ajeno.
La indolencia como refugio, ya no la locura de los personajes antiguos
sino el desinterés, el descreimiento, que lo va llevando
trágica e inexorablemente de la inacción a la tragedia.
Ese era el clima de esos primeros
días de recién llegada. No malhumor o enojo sino indolencia.
Casi resignación.
En las clases de sociología
dirían que en este contexto es difícil construir sociedad:
en realidad, se desarma. Uno de los clásicos, Durkheim, sostenía
que la falta de norma era la causante del caos político y
social de la Francia del siglo XIX. Argentina hace muchos años
que es anómica, que la norma perdió legitimidad, que
los valores están cambiados, que la impunidad es moneda corriente.
La norma es el valor compartido, es la seguridad de que si la violamos
salimos perdiendo, pero no por mano dura (como en estos momentos
siempre salen a decir), sino por legitimidad, convencimiento, sanciones
regulares, confianza, por creencia en esos códigos compartidos.
Y para construir valores hace falta voluntad social y política.
Cacerolazos y quilombo (fines
de diciembre)
Argentina era un Quilombo,
termino nada delicado y no académico de uso cotidiano por
estas tierras, que significa burdel y, por extensión, lío,
desorden. Sin embargo tiene su origen en las rebeliones de los esclavos
negros en las haciendas brasileñas. Y me parece que este
dato es especialmente representativo para el momento.
La inacción y la indolencia eran la paz antes de la tormenta;
el corralito, la falta de soluciones, los saqueos y las muertes
de aquellos 19 y 20 de diciembre, fueron las gotas que rebalsaron
el vaso y ese día la clase media dijo basta con las cacerolas
en la mano. Horas antes habían sido los saqueos, con una
violencia diferente a la del '89 (otro año de saqueos por
la hiperinflación), la desesperación era mayor y de
más larga data. Algunos dicen que eran digitados, pero lo
cierto es que la llama prendía, con la desesperación
y la violencia que da la impotencia, el no tener ya nada que perder.
Era una lucha entre pobres, los estructurales y los que están
entrando desde la clase media. Hay imágenes imborrables,
horribles. Los dueños de los comercios llorando a gritos,
adentro la destrucción de todo, la gente abalanzándose
sobre la comida que dejaban en el suelo. Fue un estallido, el de
los más pobres, fuera de toda norma, bestial y real, fueron
los primeros en decir basta.
Y a la noche, tarde, el primer cacerolazo, la gran bolsa que es
la clase media argentina. Fue otro basta, mas "políticamente
correcto" visto desde hoy, el que esperaba una solución
desde el presidente en un discurso que finalmente no dijo nada,
el que se levantó cuando los ahorros, mucho o poco, se esfumaban.
En ese momento le decía basta a Cavallo y a Menem y al modelo.
Muchos de esos, un año y medio después parecieron
olvidar varias cosas. Sin embargo en el momento, creo que fue tan
fuerte para la gente el volver a juntarse en la calle que después
había cacerolazos todos los días, que poco a poco,
sin un proyecto concreto que les diera otra proyección, fueron
perdiendo el efecto. Sin embargo renunciaron presidentes por el
ruido de las cacerolas y eso no es poco.
Admito que verlo era emocionante, increíble, toda la ciudad
sonaba y nunca se supo por donde empezó el ruido, y después
todos a la plaza de Mayo (emblemática en la ajetreada vida
política argentina). Fue al rato del discurso de De la Rua,
como a las 11 de la noche de un miércoles, impensable. Una
imagen en la tele: todo el mundo en la calle y un joven de
anteojos con la Constitución en la mano, levantándola
como un estandarte en pleno estado de sitio. Ese día yo iba
a jurar como socióloga finalmente (después de años
de haber terminado) por la Constitución, los derechos de
los hombres... y se suspendió. Justo ese día, pensaba
yo, los "esclavos" se asumen como ciudadanos. Decían
basta y aprendí que a veces los derechos no se piden, los
derechos se toman.
Esa madrugada, la policía reprimió, la clase media
se fue a casa y la violencia estalló con toda la furia. Las
palmeras de la Plaza en llamas, los 30 muertos. Imágenes
de una ciudad irreconocible. La
Ciudad de la Furia, dice
una canción conocida. Y De la Rúa renunció.
Desde ese día la velocidad de las cosas se aceleró
vertiginosamente, y eso en Buenos Aires ya es casi insoportable.
Pasó un mes, aunque la sensación fue de años.
Cambios de escenarios permanentes, hora a hora, la incertidumbre
arrasaba con todo y la angustia se profundizaba. Por esos días
me prestaron el libro "El país de las últimas cosas",
de Paul Auster y decidí que no era mi momento para leerlo.
5 presidentes y
ningún poder (seguimos en este verano negro)
Después de la
renuncia aprendimos los tecnicismos de leyes de acefalía,
de asambleas constitucionales, de nuevos sistemas electorales. Todos
hablaban como licenciados en ciencias políticas, mientras
nadie quería ser presidente y todos en la línea sucesoria
renunciaban. Llegó el optimista Rodríguez Saá,
pero estaba tan sonriente que nadie le creyó que venía
por tres meses. Eso, y los nombramientos a tipos más que
corruptos, provocó ruidos de cacerolas nuevamente. Anteriormente
el peronismo, sangriento en sus internas aún en ese momento,
ya le había quitado el apoyo. Nueva renuncia y otra vez los
políticos demostraban que no estaban a la altura de las circunstancias.
Un dato: todos los que esa noche
de domingo (cerca de fin de año) se enteraron de la renuncia
estaban reunidos en grupo, yo misma y todos los que conozco estaban
en la casa de algún otro con varios más, jugando a
algo, comiendo una "picada", charlando. Y así,
"contenidos" o refugiados, la angustia se aliviaba.
La simpleza economicista
de los economistas (y aledaños) (ya es enero y
pasó mi cumpleaños)
Aprender términos
económicos no es nada nuevo en Argentina, todos parecemos
haber cursado Economía I, por lo menos, aunque eso no sirvió
nunca de nada. Indexación, hiperinflación, devaluación,
dolarización, recesión, paridad cambiaria, libertad
de mercado... Eso sí, siempre son términos que no
son esperanzadores. Del gabinete de ex presidente De la Rúa
por lo menos 6 eran economistas y así nos fue. Aparentes
neutrales y capaces economistas, que de neutrales no tienen nada:
los mejores alumnos del FMI. Ellos, obviamente con el respaldo del
poder económico y el político, vendían las
recetas neoliberales como libres de intereses y absolutamente naturales,
por lo tanto tenían que funcionar. Es el primer axioma de
toda legitimación de poder: teñir una situación
o decisión de una naturalidad indiscutible que las hace ahistóricas,
apolíticas, incuestionables entonces.
La verdad es que el país
hace 10 años que se está desangrando, perdiendo empleos,
nivel de vida, gente preparada...y cada vez la herida es mayor y
hoy la solución política y la capacidad de acción
es difícil y débil.
Sin embargo, ojalá el
problema de Argentina fuera sólo económico... Es un
problema de confianza, que no se consigue aflojando el corralito.
La impunidad, la falta de reglas claras, el descreimiento, necesita
otras medidas, se necesitan símbolos con contenido, palabras
con acciones, valores que no se pisoteen y que nos construyan nuevamente
como nación y nos contengan con proyectos concretos a todos.
In Between
Dicen que las crisis
son oportunidades para el cambio, pero los involucrados y las condiciones
no parecían ser las mejores. Una clase política impresentable,
se la mire por el centro, la izquierda o la derecha, sindicatos
más impresentables aún. Un poder económico
interno y externo mal acostumbrado al vale todo que no se resigna
a dejar de ganar extraordinariamente. Una sociedad desilusionada
y descreída, entrenada en las salidas individuales.
Sin embargo todo parecía un aprendizaje. Que dolía
obviamente. Me parecía que en la memoria social iba a quedar
la fuerza del haberse levantado. Así como la represión
quebró a toda la generación de nuestros padres (que
era la generación intermedia que hoy tanto nos falta), así
como los levantamientos militares de aquella Semana
Santa provocaron que esta
sociedad acostumbrada a los golpes y a los militares se mostrara
dispuesta a todo con tal que no nos vuelvan a "desaparecer"
y dijo nunca mas. Así como también después
de la hiperinflación nos volvimos cobardes, temerosos, y
cualquier cosa se soportaba si la estabilidad seguía, y se
soportaron hipócritamente todos los ajustes, todas las corrupciones.
Esta vez, este nuevo "tocar fondo", este hartazgo de la
propia resignación, tal vez nos hiciera redescubrir que todavía
podíamos reconstruirnos como sociedad.
Desde lejos otra vez escuché
sobre el auge y la caída de muchas cosas: los clubes de trueque,
las asociaciones vecinales, los piqueteros, los ministros de economía,
los candidatos, las ilusiones.
Segundas vueltas
(abril de 2003)
Esta segunda vez me
traía a esa misma Plaza de las palmeras quemadas, convertida
hoy en espacio cotidiano de protesta. Se respiraba tensión
en el vacío de las 4 de la tarde. La encontré partida
al medio por ese otro corralito de vallas fijas que juega con las
palabras encerrar / proteger / dividir, dejando a la Casa
Rosada de un lado y a la
gente del otro. Lejos, demasiado lejos. Demasiado contundente y
real para que sólo sea una metáfora.
Llena de banderas, llena del
celeste y blanco de las banderas, símbolos patrios para la
venta. Productos de primera necesidad si de manifestaciones cotidianas
se trata.
"El monopolio de la fuerza
de policía" hacía valer su visibilidad (tal vez
demasiado si de verdad se siente seguro de su monopolio) y deja
a la plaza regada de azul, en muchos grupos tupidos de policías,
que "pasean" por el lugar.
Los que trabajaban del lado vallado
comenzaron a salir. Eran las cinco de la tarde, el verano se apagaba
y la tensión crecía. Pero el espacio permaneció
vacío, sólo camiones de la televisión esperando
captar la noticia. Rumores de que llegaban Estás manis
distan bastante de las que yo misma me acordaba, de las muy
"universitarias" y enormes marchas de los primeros '90.
Seguí caminando
y por Diagonal venían. Composición extraña
de ver por estas calles, muchas mujeres, muchos chicos, bebés,
viejos, todos pobres, muy pobres. Caras de venir de lejos, y no
me refiero a un lejos de metros sino de un lejos social de esa ciudad
con fronteras sociales hacia sus periferias. No eran tantos, pero
la imagen impactaba. ¿Para ellos eran esas vallas? El miedo
al otro se palpaba. El grupo parece abandonar esa calidad de "invisibles"
que les da la indiferencia cuando van de a menos por la ciudad apagada
. Es la certeza de que hay otro, un otro nuevo en ese territorio.
Estos otros son parte de los pobres, de estos pobres que ya son
mas de la mitad de los argentinos que se están apropiando
de un espacio que hacía mucho mucho tiempo no pisaban. La
ciudad parece dejar de ser miope a la fuerza. Su realidad metropolitana
se le impone. Las fronteras sociales se traspasan y se ocupa el
centro.
"Las patas en la fuente",
se horrorizaban varios acomodados porteños cuando aquel mítico
17 de octubre en el 45, las calles se llenaron de obreros que venían
de lejos y refrescaban sus pies en las fuentes de la ciudad sin
pobres.
Hoy, son desocupados, gente que
vive de economías de subsistencia, ciudadanos que no gozan
ni de los mínimos derechos que debería garantizar
un Estado, los que ocupan aquella misma Plaza donde se declaró
el primer gobierno patrio hacia 1810, un 25 de mayo.
25 de mayo, un mes
después, elecciones mediante, la velocidad de las cosas arrasa
con la capacidad de asumir el tiempo y en otro espacio ya veo en
los diarios que hablan de este nuevo presidente, la misma plaza
llena de gente que espera. Era en ese mismo escenario donde otra
frase de Tomás Eloy Martínez parecía ajustarse
perfectamente, en esta suerte de tragedia hamletiana argentina:
"estamos viviendo entre el pasado - por el recuerdo del fantasma
que se marchó - y el futuro, esperando lo que vendrá".
MI
Mariela Iglesias es socióloga
y vive en Barcelona.
Sobre
el arquitecto, urbanista y "dromólogo" Paul Virilio, y sus
teorías sobre la velocidad, ver artículo
en Le
Monde Diplomatique de agosto
de 1995 y la
página
danesa dedicada
a su pensamiento, con excelentes
links.
Sobre algunos
nombres y palabras utilizadas en la nota (para los lectores/as no
familiarizados con la realidad argentina):
Corralito: nombre popular de
la restricción impuesta al público para disponer de
sus depósitos en el sistema bancario argentino, sancionada
por el entonces presidente De La Rúa y su ministro de Economía,
Domingo Cavallo, en diciembre de 2001. La medida profundizó
el descontento general por la recesión económica y
el desempleo, dando origen a protestas masivas que ocasionaron la
caída del gobierno unos días más tarde.
La
ciudad de la furia: un
tema muy conocido de Soda Stereo, grupo argentino de música
pop .
Semana Santa: en abril de 1987,
se produjo durante la Semana Santa una rebelión de militares
que exigían el cese de los juicios iniciados a partir del
retorno a la democracia, por la violación de los derechos
humanos durante la dictadura entre 1976 y 1983.
Casa Rosada: sede del Gobierno
Argentino.
presentación
comienzo
de la nota
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