N.
de la R.: El texto de esta nota fue publicada originalmente
en la revista Notas CPAU, n°23 año VI, noviembre
2013 (Consejo
Profesional de Arquitectura y Urbanismo, Buenos
Aires).

Estación
Umeda, en el centro de Osaka
Las calles en Japón no tienen nombre. Con excepción
de los caminos principales, la
calle es el vacío que rodea el lleno, la manzana.
Las referencias son los hitos construidos antes que
el espacio que los conecta. La ubicación se piensa en
relación a los macizos en vez de ser en función del
espacio de circulación. Las
direcciones se basan en un pensamiento catastral;
nombre del municipio, nombre del barrio, número de sección,
de manzana y de parcela.
Las secciones y manzanas están ordenadas más o menos
regularmente, y se pueden consultar en los planos callejeros.
Las parcelas tienen una lógica menos cartesiana; el
número de parcela o edificio dentro de la manzana responde
a su antigüedad, por lo que puede ser necesario dar
la vuelta manzana para encontrar lo que se busca. Una
vez localizado, los pisos no tienen la numeración
esperable; se pasa del B1 (primer subsuelo) al 1 (planta baja) y de ahí al 2 (primer
piso).
En las áreas densas
de las ciudades la falta de espacio se reemplaza con
layers. Hay
calles que corren sobre otras calles,
varios niveles públicos en los edificios que se conectan a
los layers de circulación. Las pasarelas peatonales
imaginadas por el urbanismo moderno para separar hombres
y máquinas son una realidad en muchas áreas.

Superposición
de layers urbanos en Tokio
No
existe el comercio de planta baja; en su lugar hay edificios
comerciales de entre 5 y 8 plantas que multiplican la
disponibilidad de espacio. Desde edificios-tienda
para una disquería, marca de ropa o electrónica, hasta
edificios que le alquilan cada piso a un restaurante
distinto, a los que se accede desde un ascensor público
que abre sobre la calle.
Hay fichines
de 7 pisos de altura. Edificios rojos sin ventanas marca
Sega con todo tipo de videogames, piso sobre piso. A
la noche se pueblan de oficinistas junior aún trajeados,
jugando a lo que sea. Los edificios sin fachada –en
realidad con fachadas ciegas que desafían la idea de fachada–
son moneda corriente; desde los más especializados,
que pueden apilar plantas y plantas de esas máquinas
en las que se intenta rescatar ositos de peluche de
su interior (reemplazados en general por un abanico
mayor de premios), hasta programas más eclécticos que
combinan casino con centro de estética, práctica de
golf y discoteca en distintos niveles.

Calle
comercial en Shinjuku, Tokio
Las calles de la ciudad podrán no tener nombre, pero
tienen un estándar
de limpieza japonés. La ausencia de envoltorios
de mochi, colillas de cigarrillo o boletos de tren resulta sorprendente
ante otra ausencia; en Tokio no hay tachos de basura,
a excepción de unos contenedores para tirar latas y
botellas, maridados con las máquinas expendedoras de
bebidas –omnipresentes en las calles de Japón–, pero
que no invitan a empujar una cáscara de banana por los
escasos centímetros de sus bocas circulares. Esta aparente
fobia por los tachos se inició luego de los atentados
en la red de subte en 1995, cuando entre las medidas
adoptadas por el gobierno se retiraron los cestos de
lugares públicos, a pesar de que no habían sido usados
en el atentado.
Frente a la ausencia
total de tachos públicos, en los comercios, hoteles
y viviendas el sistema de residuos roza lo agobiante.
Leyes sobre reciclaje y manuales de uso interminables
configuran un sistema que –aunque varía entre municipios–
se basa en cinco tachos separados para papel, envases de PET, vidrio y aluminio
(a veces metal), incinerables y no incinerables (otros
plásticos); los locales no vacilan a la hora de separar
sus desechos en los tachos correspondientes. Cosas simples,
como los contenedores de sopa instantánea, vienen con
la etiqueta plástica troquelada para ayudar a separarla
del vaso de cartón y evitar cavilaciones frente a la
batería de tachos del kombini (minimercados abiertos las 24 horas,
también presentes por todos lados).

Bahía
de Tokio
Lo reciclable se recicla. El resto se incinera; incluso
los municipios urbanos que conforman el área metropolitana
de Tokio tienen plantas de incineración en medio de
la ciudad con chimeneas que parecen decorativas ante
la eficiencia del proceso que realizan. Las cenizas
se hunden. Tokio –al igual que Osaka, la segunda ciudad
de Japón– se expande sobre la bahía a fuerza de rellenos,
ampliando y modernizando constantemente la capacidad
de su puerto. Los polígonos más viejos y cercanos
a la costa van evolucionando hacia usos más urbanos;
parques de diversiones, grandes comercios, canales de
televisión (la sede de Fuji TV, digno escenario de una
película tecnofuturista proyectado por Kenzo Tange en
1996, está en una de estas islas artificiales), barrios
de oficinas.

Sede
de Fuji TV, por Kenzo Tange. Tokio.
Las ciudades japonesas fueron arrasadas cíclicamente
por terremotos, incendios, guerras y el paso del tiempo.
Los edificios patrimoniales son en muy pocos casos originales.
Los materiales de construcción tradicional (madera,
paja, paneles de papel) aun hoy exigen reconstrucciones
periódicas. Pocos edificios se levantan desde el primer
día inmunes a los desastres naturales. Menos salieron
invictos también a la destrucción de las guerras que
ocuparon por siglos a Japón. En este contexto, el valor histórico patrimonial no está puesto
en el objeto construido en sí, sino en la idea que representa
y el sitio en que se emplaza, por lo que la copia
o reconstrucción del original conserva el mismo valor.

Pagoda,
Kioto

Pabellón
Dorado, Kioto
Muchos templos se emplazan en sitios sagrados para el
sintoísmo (religión original de Japón que convive con
el budismo zen desde su introducción en las islas en
el siglo VI), que venera tanto deidades celestiales
como otras locales y naturales. El sitio entonces es
más importante que el edificio; mientras exista, el
templo puede ser reimplantado. La mayoría de los palacios
y castillos también sufrieron sucesivas reconstrucciones,
solo identificables al leer su historia.
Esta naturalidad con
que los edificios se renuevan periódicamente por cuestiones
de fuerza mayor hace que la renovación motivada por
las fuerzas económicas no levante gran polvareda. Se demuelen edificios de 5 pisos para dar
paso a otros de 8. Se demuelen edificios “obsoletos”
de 40 años de edad para dar paso a otros diseñados
para las necesidades contemporáneas.La Torre de Cápsulas
Nakagin, obra insigne del Metabolismo diseñada por Kisho
Kurokawa (1972), tiene un estado de mantenimiento deplorable,
lo que aceleró el trámite impulsado por sus propietarios
para reemplazarla por un edificio más rentable en una
localización céntrica. Más que la presión de los defensores
del patrimonio, fue la crisis financiera de fines de
los 2000 lo que salvó a la torre. Metabolismo
estático, linda paradoja.

Torre
de Cápsulas Nakagin, por Kisho Kurokawa. Tokio.
Se puede pensar cuánto va a durar el brillo de la arquitectura
que la constelación de starchitects está dejando en zonas como Omotesando, el barrio de moda
para consumir las marcas de indumentaria más finas de
Europa. Las firmas de MVRDV, Rem Koolhaas, Herzog &
de Meuron y los locales Toyo Ito, Tadao Ando, SANAA,
Jun Aoki, se elevan sobre las de otras estrellas menores
en apenas ocho cuadras.

Local
de Dior en Omotesando, Tokio, por SANAA
Los terremotos imponen
una arquitectura elegante y ligera, atectónica. Acero
y vidrio, tradicionalmente madera y papel, en lugar
de mampostería. Las tecnologías de montaje en seco que
ahorran mano de obra también resultan adecuadas en el
contexto de un mercado de trabajo caracterizado por
la alta calificación y los buenos salarios. El cuidado
por los detalles, constante transversal en la cultura
japonesa, hace el resto.
La Mediateca de Sendai
(Toyo Ito, 1995) es una caja de vidrio que refleja el
bosque del boulevard sobre el que se emplaza. La estructura
conformada por trece tubos reticulados y los entrepisos
son de acero pintado, dejado a la vista los cordones
de soldadura de exquisita factura. El Gran Terremoto
de Japón Oriental sacudió la Mediateca a principios
de 2011 con un resultado leve; el mayor daño que le
produjo fue la caída de los cielorrasos de placa de
roca de yeso, los que fueron reemplazados por unos flejes
metálicos que dejan ver los maravillosos entrepisos
de planchas de acero.

Mediateca
de Sendai, por Toyo Ito.
Proyectada por FOA y construida en el 2000, la Terminal
de Cruceros de Yokohama lleva el uso de las planchas
de acero –en este caso en un contexto naval– a extremos
virtuosos. El edificio de 430 metros de largo por 70
de ancho conforma enormes pórticos de placas soldadas
que se apoyan en los bordes esquivando el estacionamiento.
El interior alberga los espacios de llegada y partida
de pasajeros, servicios de apoyo, comercio, restaurantes,
una sala de convenciones y se conecta a través de mangas
con los cruceros. La cubierta irregular de deck de madera
es un parque urbano que se mete en el mar y permite
contemplar la ciudad desde afuera. El acero al servicio de la fluidez espacial.

Terminal
de Cruceros de Yokohama, por FOA
Todos los edificios son de perímetro libre; incluso
el tejido entre medianeras está obligado a un retiro
de pocos centímetros para independizar las estructuras
en caso de terremoto. Esta práctica deja unos pasajes laterales
mínimos, espacios perdidos para ventilaciones, unidades
exteriores de equipos de aire acondicionado, ventanas
oscuras que se esfuerzan por respirar.
Las fachadas de los
edificios bajos, incluso los que tienen curtain
wall, presentan salidas de emergencia, ventanas
identificadas para ese fin a intervalos regulares para
facilitar el escape en caso de terremoto o incendio.
En el interior hay escaleras de soga ancladas a la pared,
listas para ser usadas.
Sutiles ranuras rodean
los espacios en triple altura de los shoppings,
se repiten a intervalos regulares en los corredores
de las estaciones de tren y subte o en los halles de
grandes edificios. Esconden cortinas cortafuego, diseñadas
para segmentar el espacio en caso de incendio y evitar
que se propaguen.
El transporte estructura
el sistema de centros. Las grandes estaciones multimodales
no escapan a la lógica de los layers y combinan las redes de colectivo,
subte, tren y shinkansen
(tren bala japonés que circula por una red propia) con
el shopping center, la torre
de oficina y el hotel, todo en el mismo mega-edificio.
Eficiencia pura. Bajar del subte, comprar un bento (bandeja de comida para llevar) en alguno de los puestitos que
a la manera de una feria pueden ocupar un piso entero
de la estación, subir a la plataforma de alguna de las
líneas de tren que se cruzan por encima, viajar 300
km en una hora cenando y adelantando sueño; la rutina
de muchos japoneses. Muchos eligen no tener auto, a
pesar de que el tránsito fluye sin mayores problemas;
es más rápido,
práctico y económico viajar en tren o subte. La
puntualidad es perfecta.
El
transporte genera centralidad, valoriza el suelo y la
empresa de trenes lo aprovecha. El operador ferroviario
de Japón –empresa pública hasta 1987, cuando se privatizó
en un grupo de 7 compañías que se repartieron en zonas
el mapa ferroviario– es también un desarrollador urbano
que construye y opera shoppings, oficinas y hasta una cadena hotelera.
Se pueden planificar
los viajes con herramientas como Google Maps o la local
Hyperdia, que usan información del sistema de transporte
para calcular la mejor forma de viajar entre dos puntos
y desplegarlo en un mapa; todo eso en una aplicación
para teléfono inteligente. De paso, se puede consultar
por un bar o zapatero que quede de paso en la ruta recomendada.

Autopista
urbana en Osaka
Las autopistas urbanas abren huellas por doquier en
las grandes ciudades, incluso a través de los edificios.
No son los únicos viaductos; las vías férreas –tanto
la que comparten los servicios locales y de larga distancia
como la red de alta velocidad– también son elevadas.
Dentro de los ejidos urbanos, los
viaductos evitan la interrupción del trazado. Por
otro lado tienen un mejor comportamiento sísmico en
comparación con las vías sobre el terreno natural; incluso
en el campo las vías son elevadas, elevando igualmente
los costos de las obras. Sin embargo los
bajo-viaductos no son un problema mayor: locales
comerciales cerca de las estaciones, talleres más lejos,
calles o avenidas donde el ancho de la autopista-techo
lo permite –hay incluso ríos techados– y paneles insonorizantes
laterales hacen que a nivel peatonal estas cubiertas
esporádicas no sean una mayor molestia.
En Japón no hay bicisendas;
ocupan mucho espacio. Toda una paradoja en una sociedad
donde la bicicleta es un transporte mucho más popular
de lo que estamos acostumbrados. Los ciclistas se mueven
a toda velocidad por las veredas, van lo más rápido
que los obstáculos lo permitan, por lo que dar un paso
en falso en esas veredas pude ser peligroso. Los autos
dan prioridad a los ciclistas siempre; no usan la bocina,
esperan.
Las
calles –el espacio público en general– son una experiencia
sonora muy distinta de la que tenemos en nuestras
ciudades. No hay ruido, se puede tener una conversación
a volumen normal en plena avenida. El silencio en el
espacio público está bien visto, no se habla por celular
en el subte o el tren, cortan rápido con un pie adentro
del vagón, o van a hablar a la antecámara de los coches.
En general los japoneses hablan bajo, lo que contrasta
con las risotadas y el griterío que se permiten cuando
salen de noche o las voces histéricas de los que se
paran en la vereda a volantear a la pesca de clientes.
Los silencios
en Japón tienen nombre.
DR
El
autor es Arquitecto de la Universidad de Buenos Aires
y maestrando en Historia y Cultura de la Arquitectura
y la Ciudad en la Universidad Torcuato Di Tella.
Es urbanista, viajero, colaborador editorial de café
de las ciudades y
uno de los editores y autores de 100
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