Bogotá
y sus dos modernidades
Un Foro Internacional
del Espacio Público estimulante y civilizado, en una ciudad
donde la cordialidad y la cultura ciudadana compiten con la lógica
de los bunkers.

Rara vanidad
la bogotana, que presume de incomprobables defectos. La cordial
deferencia de mis anfitriones me previene del frío (pero
aun sin sol, la temperatura no bajó de los 15°C), de la altura
(los 2640 metros sobre el nivel del mar son una buena excusa para
futbolistas mal entrenados, pero no afectan al caminante de buen
humor), de caminar por la ciudad; ¡hasta me ofrecen un operativo
de seguridad en el aeropuerto! Los buenos oficios de Gloria Henao
y Andrés Gaviria, funcionarios de la Cámara
de Comercio,
me salvan de la vergüenza y entro a Bogotá como cualquier
hijo de vecino. En pocas horas, la ciudad entra en confianza y se
hace amiga del visitante, que la recorre confiado y curioso.
Los conquistadores
fundaron Santa Fe de Bogotá sobre el lado oriental de una
cadena de cerros andinos, dominando una fértil sabana y cercana
a muy buenas reservas de agua y a las minas de esmeralda y sal.
El lugar está en el centro de un vasto territorio que incluye
las costas caribeñas (donde entre otras se posan Cartagena,
Barranquilla y Santa Marta, mítico escenario de las hazañas
de Escalona que canta Carlos Vives), el valle cafetero del Cauca
(Manizales, Pereira, Armenia, donde nace la imagen "Juan Valdez"),
y la costa del Pacífico al occidente y la particular zona
de los llanos orientales y la selva amazónica que limitan
el sur del país. A esa estratégica geometría,
y posiblemente al alivio de los españoles por las temperaturas
templadas del altiplano, debe Bogotá la condición
de capital del estado. Hace poco más de 50 años, la
ciudad albergaba a 350.000 personas; hoy su demografía se
ventuplicó a 7 millones, y todavía siguen llegando
inmigrantes, muchos de ellos refugiados de los territorios en guerra,
en busca de paz o de su propia reinserción: las tasas
de crecimiento bogotanas son de casi 2,5% anual y superan ampliamente
a las nacionales. La urbanización se extiende sobre una mancha
alargada, configurando una "media naranja" paralela a los cerros.
Pronto aprendemos que las calles que terminan en los cerros son,
simplemente, calles o avenidas, y que las que corren paralelas sobre
el eje norte – sur son las carreras.

Sobre
estratos y tratos...
El aeropuerto
de El Dorado está enfrentado al centro de la ciudad sobre
el lado más angosto de la media naranja, al oeste: una ventaja
competitiva, porque está cerca pero a la vez fuera de la
ciudad. También compruebo, tras unos días, que pocas
cuadras al sur de esa conexión (la calle 26 y la avenida
El Dorado) comienza la zona pobre de Bogotá, un sector que
nadie necesita atravesar... si no es pobre, por supuesto. La contundencia
de esa segregación impresiona; los barrios más acomodados
se desarrollan al norte. Solo unos pocos barrios de ranchitos sobre
un cerro, al noroeste, interrumpen la uniformidad de estratos sociales
del norte. Muy lejos hacia el sur, los rancheríos de Ciudad
Bolivar traen cierta memoria de Caracas o de Río, con su
promiscuidad sociológica.

Al vasco Jon
Aldeiturriaga, que representa a la Asociación de Comerciantes
del Casco Viejo de Bilbao, le causa gracia la precisión con
que los bogotanos describen sus estratos sociales. La gradación
va de 1 a 6, según un progresivo aumento del nivel de ingresos
que se mide a partir de las condiciones de residencia. Un patrón
que se corresponde con la distribución geográfica
de los estratos, y con la llamativa homogeneidad de la construcción
de los condominios residenciales. Bogotá es una ciudad con
relativamente pocos edificios de gran altura, apenas algunas torres
de oficina u hoteles en el Centro Internacional (unas cuadras al
norte del Centro Histórico) y pocos complejos de torres de
vivienda en ciertos barrios de "estratos altos". La vivienda
se agrupa en general en condominios que tienen a la manzana como
módulo de superficie, con alturas de entre 2 o 3 a 8 o 9
pisos de acuerdo a la densidad del barrio donde se ubican, y con
distintos tipos de servicios comunes de acuerdo al estrato, en gran
parte construidos en los últimos 20 años. Son conjuntos
cerrados a la calle, enrejados y con custodia permanente. Las medidas
de seguridad son a veces arbitrarias: saliendo de un condominio,
la persona que me lleva se entera de que ahora se le exige a los
propietarios que abran el baúl del auto para que la guardia
lo revise...

El Foro del Espacio Público y la gestión reciente
de Bogotá
La Constitución
de 1991 dio a los colombianos la posibilidad de elegir a sus alcaldes,
que hasta entonces eran funcionarios de tercer orden designados
por el Gobernador del Estado (a su vez nombrado por el Presidente
de la República). La capital ha tenido hasta hoy 4 Alcaldes
Mayores electos por el pueblo (en el caso de Antanas Mockus, electo
en dos oportunidades), y todos parecen haber aportado algo interesante
para la evolución de la ciudad, que de hecho ha sido muy
estimulante en estos años. Según el aparente consenso
general, Jaime Castro (el primero se los electos) equilibró
las financias del municipio y dejó buenos recursos a sus
sucesores. Antanas Mockus generó una corriente de cultura
y autoestima ciudadana, con carisma personal, espíritu académico
y un sutil manejo de la comunicación. Enrique Peñalosa,
un hábil gestor, continuó y concretó los proyectos
de sus antecesores y desarrolló una política de obras
y generación de espacio público, tanto en el norte
rico como en los barrios marginales del sur: recuperación
paisajística de cañadones y zanjas de desagüe,
paseos de ocio citadino y popular, ciclorutas (la ciudad se precia
de tener la red más extensa del continente, con 340 kilómetros)
y la materialización de andenes (el término local
que designa a las veredas, las aceras) en las calles de toda la
ciudad, apartando al carro del espacio peatonal: la imagen del bolardo
que impide el acceso del auto a la acera es la marca de su gestión.
El origen de
estos tres alcaldes fue el Partido Liberal y sus desprendimientos;
hoy en cambio gobierna la ciudad Lucho Garzón, un político
de izquierda carismático y astuto, que privilegia la inversión
social y la idea de integración y consenso entre los diversos
"estratos" ("un gobernante no puede polarizar
a la sociedad" dice, quizás diferenciándose
del vecino Chávez, en su impactante presentación en
la Cámara de Comercio). Entre los cuatro hay alianzas y enfrentamientos
cruzados, y en el Foro del Espacio Público se tratan con
cierto simulado desdén. Me identifico rápidamente
con el estilo irónico de estos políticos, tan lejano
al denuncialismo y a la profecía que caracterizan a los de
mi tierra. Los alcaldes y ex alcaldes bogotanos se ignoran hasta
el momento de cruzar un rápido estilete verbal, luego continúan
su discurso mientras sus contrincantes piden a los moderadores el
"derecho a réplica". Peñalosa
se extraña, por ejemplo, de que a Castro no lo hayan contratado
como "genio de las finanzas", luego de escuchar su postura
sobre la financiación del Transmilenio;
Garzón alude a Peñalosa como un "pre-pre-pre
candidato presidencial" y compara a Antanas con Hobbes, por
su discurso sobre el obrar bien por convencimiento o por temor...
La cultura
del debate y respeto por el antagonista parecen ser un sello ciudadano
en las reuniones del Foro del Espacio Público: los vendedores
ambulantes que concurren a la sede del comercio formal solo lanzan
algún que otro grito de aprobación o reprobación
ante los alcaldes amigos o adversarios, nadie interrumpe a gente
que opina distinto, se advierte la voluntad de negociar antes que
de romper lanzas. La cultura urbana es una sana obsesión
compartida por todos; al terminar mi charla, dos periodistas del
diario El
Espectador
se acercan y me entregan un ejemplar del suplemento de cultura ciudadana
que edita el periódico (la intención me recuerda las
clases de "Moral y Urbanidad" de mi escuela primaria,
luego me dicen que aquí la materia se llamaba "Civismo
y Urbanidad"). Es mucho lo avanzado en la cuestión,
aunque todavía haya bastante que enseñar a los automovilistas
y, ¿por qué no?, a los peatones que aun a riesgo de su vida
cruzan las calles con aire desafiante y cierta prepotencia.

La Cámara
de Comercio organiza este Foro preocupada por la reaparición
de vendedores ambulantes en áreas comerciales; mucho se discute
acerca de si el problema estaba resuelto antes de Garzón
o solo estaba oculto: en los hechos, se admite que esta venta ambulante
moviliza alrededor de 40 millones de dólares al año.
Honorio Galvis, Alcalde de Bucaramanga, sostiene que el problema
es de índole nacional, porque involucra a las políticas
sociales, económicas y de empleo. El propio Peñalosa,
a quien algunos exaltados tildan de "verdugo" de los vendedores,
cree que la mayor amenaza al espacio público es el automóvil
y no los ambulantes.
A lo largo del
debate, muchos sostenemos que la cuestión del aprovechamiento
económico del espacio público pasa por la recuperación
de lo que el estado invierte en su creación y la consiguiente
valorización del suelo privado circundante. En la sala se
encuentra presente el filósofo y economista Humberto Molina,
quien sostiene que el espacio público es la externalidad
económica más importante que genera la ciudad, y que
sus supuestos sucedáneos, los shopping malls, solo
transforman al ciudadano en mero consumidor. Molina es uno de los
ideólogos de la Ley 388/97 (Ley de Ordenamiento y Desarrollo
Territorial), que pone a Colombia a la vanguardia de las políticas
de recuperación de plusvalías en Latinoamérica
(sin embargo, en los pasillos muchos se quejan porque la ley no
parece ser muy aplicada en la práctica, aunque generó
una conciencia respecto al impacto económico de las intervenciones
públicas).
Alejandro Encinas,
Secretario de Gobierno de México DF, sostiene al respecto
que solo el estado debe especular sobre el valor del suelo urbano,
aunque los desarrollos inmobiliarios deben ser privados. Jordi Borja
coincide: "el suelo en la ciudad no debe ser privado, pero
sí la intervención sobre el suelo". Más
radicalizado, alguien de quien no conozco su nombre sostiene en
el lobby de la Cámara de Comercio que el manejo del
suelo urbano debe ser socialista, y los desarrollos urbanos deben
ser capitalistas...
Aunque se advierte
contra la degradación del espacio público y las prácticas
de contrabando y otros delitos que puede implicar la venta ambulante,
en general se relativiza la magnitud del problema. Aldeiturriaga
presenta la política de espacios comerciales a cielo abierto
en Bilbao, pero aclara que ni por asomo la magnitud de la venta
ambulante en su ciudad se acerca a la de las ciudades sudamericanas.
Encinas calcula en 300.000 la cantidad de ambulantes del DF. Carmenza
Saldías, Directora de Planeación Distrital, presenta
con llamativa vehemencia el interesante Plan
Maestro del Espacio Público
y aprovecha para cuestionar a ciertos críticos de la venta
ambulante: sin nombrarlo directamente, muestra una foto de un puesto
de distribución del diario El Tiempo, cuya venta se realiza
casi exclusivamente en la calle y por vendedores informales; también
sostiene que gran parte de la producción de la industria
local se canaliza a través de esta forma de venta. En el
debate posterior, Borja propone a los comerciantes que den un puesto
de trabajo formal a cada ambulante para comprometerlos a salir de
la calle. Finalmente el alcalde Garzón advierte a los comerciantes
formales que no echará a los ambulantes "con garrote",
pero también conmina a los vendedores a que concierten con
la Alcaldía Mayor un "pacto de cumplimiento" para
la erradicación de la restitución del espacio público
ocupado, tal como ya se hizo en el caso del barrio de Restrepo:
dos de las zonas y ejes viales de mayor actividad comercial del
centro de la ciudad, que se supone habían sido recuperadas
por los gobiernos anteriores y vueltas a ocupar durante el último
año.

¿Entonces,
qué pasa con el Centro?
La plaza Simón
Bolívar luce en sus bordes un poder como pocas plazas mayores
en América: el Congreso, la Alcaldía Mayor, el Palacio
de Justicia (reconstruido tras un ataque terrorista) y la Catedral.
Subiendo las laderas serranas desde la plaza, el barrio La Candelaria
conserva el pasado colonial bogotano, en una de las áreas
patrimoniales más valiosas del continente. Son manzanas enteras
de construcciones de época, sin mayores deterioros, con un
gran potencial de revalorización. Las clases acomodadas lo
visitan con cierta aprensión, pero estudiantes, artistas,
flanneurs y callejeros la llenan de vitalidad en sus bares,
fondas y plazoletas. Una de las casas es la que alojaba al Libertador
Bolívar en su estadía en Bogotá, de ella se
escapó por una ventana cuando su amada, la brava Policarpa
Salavarrieta, le advirtió de la conspiración que se
tramaba en su contra.


La Candelaria
y el centro son evitadas por los pudientes, por los estratos altos,
durante ciertos días y horarios, para evitar su muchedumbre
de gentes de pueblo. Samuel
Jaramillo
considera inexacta la creencia generalizada sobre el abandono del
centro en las ciudades latinoamericanas; considera, en cambio, que
lo que se ha producido es una extensión del centro popular
que caracteriza a todas estas ciudades (cita a Uruguaiana en Río,
a San Victorino en la propia Bogotá) sobre el centro oficial.
La vitalidad del entorno céntrico parece darle la razón:
se confunde un cambio de actores con un vaciamiento, desde una perspectiva
focalizada en los prejuicios y cosmovisiones de las clases dominantes,
de los "estratos 4 a 6"... En una oficina del centro,
el canto de los vendedores ambulantes que ofrecen "formularios"
forma una rítmica y sutil polifonía que llena de sensualidad
el lugar; pienso entonces que algo de la cultura popular y ciudadana
se perdería con su erradicación (hay un párrafo
de Proust acerca de esta música de la venta callejera, en
el quartier de Saint Germain de principios del `900).

Pero fuera de
esta maravillosa vitalidad del centro, lo cierto es que en el resto
de la ciudad son los centros comerciales privados, de y para todos
los estratos, los que organizan la vida comercial, la recreación
y el encuentro en Bogotá. Suelen ser feos o banales y le
quitan vitalidad a la calle, aunque a decir verdad parecen mejor
integrados a su entorno (al menos morfológicamente y como
tejido urbano) que los de Buenos Aires. Pero ejemplifican una de
las tendencias más evidentes de Bogotá: la de la ciudad
por partes monofuncionales.

Una
ciudad corbusierana
Como en tantas
ciudades del continente, Le Corbusier dejó su "plan"
o, mejor dicho, su croquis dibujado en un apuro entre un viaje y
otro... Pero la influencia del maestro en Bogotá parece mayor
que en otras ciudades, quizás por lo rápido del crecimiento
urbano bogotano y lo contemporáneo que resultó a su
visita y su influencia. Pienso en la uniformidad de la edificación,
en la visibilidad paisajística del centro, en la estricta
separación de funciones: los Paseos de la 82 y la 93 son
zonas lúdicas de uso exclusivo, sin mezcla con vivienda (no
hay aquí los conflictos de Palermo Viejo en Buenos Aires
o el Born en Barcelona). Pero es en Ciudad Salitre, la urbanización
de clase media y media alta al oeste de la ciudad, muy cerca del
aeropuerto, donde (salvo por ciertos tics postmodernistas en algunos
edificios) más se vive ese raro clima corbusierano. Producto
de nuevas formas de producir urbanismo y arquitectura bogotana en
los 90, los bloques de vivienda se cierran a calles muy amplias,
con espacio para autos, para peatones y para bicicletas, con parques
lineales y equipamientos magníficos, con gente que camina
por estas calles negadas como salida de un croquis. En una de las
manzanas, el edificio de la Cámara de Comercio es un cubo
aparentemente perfecto con una resolución magnífica,
evidentemente inspirada en el Arco de la Defense parisina, solo
arruinada por la pedantería de la escalinata de "acceso",
sobre la fachada a la avenida El Dorado. En el conjunto que compone
con el Parque de la Ciencia y el Conocimiento Maloka, es donde mejor
se percibe esta ambigua modernidad. Se tiene la sensación
de que con menos miedo a la calle, y más locales comerciales
en planta baja, estaríamos ante un barrio ejemplar. Pero
primaron la industria de la paranoia y el marketing urbano (uno
de los condominios homenajea a la Buenos Aires noventista con el
nombre de Puerto Madero...).


"¡¿Bogotá
es toda así!?", me pregunta apenas llegado Secretario
de Producción de Buenos Aires, Eduardo Epszteyn, cuando caminamos
del hotel a la Cámara. Es la impresión de una ciudad
a la vez segura y paranoica, una ciudad de la que pensamos que podría
realmente ser así en toda su extensión (pero eso,
por cierto, lo pensamos con aprensión...). El sábado
a la noche, en una muy agradable fiesta en el apartamento de los
amigos Jaime y Margarita en La Floresta, vuelve la impresión
corbusierana: las ventanas alargadas que capturan toda la difusa
luz del altiplano, los cuadros
de la dueña de casa en las paredes, la sensación
de eficacia y modernidad en la distribución de la planta.

Orgullo del Transmilenio, colores verdaderos, y
un maestro
Con problemas
económicos y físicos para plantear una infraestructura
de transporte público subterráneo, Bogotá recurrió
al transporte público potenciado en superficie (ese que Jaime
Lerner considera el futuro del transporte en la ciudad). El Transmilenio
(Sistema Integrado de Transporte Masivo de Buses) es una materialización
exitosa de una red de carriles diferenciados para buses articulados,
controlados por satélite, al estilo del "ligerinho"
de Curitiba, con recorridos troncales y alimentaciones capilares.
Su costo
es 5 veces menor que una red equivalente subterránea: Peñalosa
sostiene que incluso se podría haber reducido a la mitad,
pero a costa de tener un "Transmilenio para pobres", como
dice que se implantó en algunas ciudades mejicanas. La extensión
actual de la red es de 55 kilómetros (el Metro de México
alcanza los 200 kilómetros, el Subterráneo de Buenos
Aires llega actualmente a 42) y ya está en marcha una ampliación
de 25 kilómetros. Otra dimensión de su éxito
está en el orgullo e identidad que transmite a los bogotanos:
es un raro caso de una obra pública que no registra mayores
oposiciones, ni entre sus usuarios ni entre los que siguen usando
el carro. Pero el éxito innegable de la red no impide que
aun circulen los buses contaminantes y muchas veces clandestinos,
con escasa eficiencia funcional y disciplina urbana (a pesar de
que el programa del Transmilenio incluye su "chatarrización").
El tránsito es complicado y mañoso; luego de finalizada
la restricción de "pico y placa", que es la veda
para ciertos autos durante las rush hours, todos los carros de Bogotá
parecen complotarse para salir a la calle y generar los temidos
trancones.

Dos colores se destacan
en la ciudad: el verde del pasto salvaje en las parquizaciones o
en los terrenos vacíos (es un pasto elegante, fino, que crece
lacio y parejo aun sin cuidado, con un color nítido y brillante)
y el terracota rojizo del ladrillo de las fachadas, un material
que los bogotanos manejan con habilidad y buen técnica. Ignoro
si todo comenzó con Rogelio Salmona, cuyas Torres del Parque
gozan de buena salud en la esquina de la carrera 5 con la calle
26, abrazando en un gesto integrador la Plaza de Toros, allí
donde terminan las estribaciones de los cerros y comienza el llano.
El espacio colectivo de estas viviendas está abierto a la
calle, y funciona bien; lo mismo pasa con el acceso a la Biblioteca
Virgilio Barco (cabecera de una magnífica red de bibliotecas
comunales) desde el Parque Simón Bolívar. Una urbanidad
cordial que contradice la paranoia de la ciudad cerrada y de los
guardias armadas. En la Galería Cano, a la vuelta del fascinante
Museo
del Oro,
y en el histórico barrio de La Calendaria nos acompañan
amables guías turísticos que llevan uniforme y armamento
policial: la Policía de Turismo... Cómo sea, en apenas
una década Bogotá bajo sus índices de criminalidad
de 80 homicidios anuales por cada 100.000 habitantes en 1993 a 23
en la actualidad, llegando así al promedio latinoamericano.

Hay otros números
que hablan bien de Bogotá. La ciudad está servida
en un 98% de su extensión con agua corriente y en un 90%
por desagües cloacales. Debe considerarse que no hablamos solo
de un área limitada de la urbanización, sino de todo
el territorio bogotano, con sus casi 7 millones de habitantes. Todos
ellos pertenecen a una sola administración comunal, que abarca
un extenso territorio de 1.732 km2: así, una población
que en otras megaciudades latinas se distribuye entre varias jurisdicciones
inconexas entre sí, en Bogotá se encuentra unificada
en una misma administración. Este ejido está dividido
administrativamente en 19 barrios localidades que incluyen a su
vez un total aproximado de 1650 barrios; a cada localidad de corresponde
un Alcalde Local designado por el Alcalde Mayor del Distrito Capital
de Bogotá.

Alejándonos
de la ciudad, ese verde pictórico se adueña del paisaje
a medida que nos alejamos de la ciudad y entramos en la provincia
de Cundinamarca. Ese territorio del que Bogotá es capital
constituye de hecho su región metropolitana institucionalizada.
Lo pueblan otros 2 millones de personas y lo distinguen sus tierras
fértiles, sus cultivos florales y un paisaje natural y cultural
de enorme valor.
Andando hacia
el Norte, en la vecina Chía se ha desarrollado una urbanización
de escape para los estratos altos; abundan los barrios cerrados
y los contries clubs, algunos focalizados en antiguas haciendas.
Las pequeñas ciudades de la región conservan en muchos
casos sus núcleos coloniales y presentan una notable riqueza
patrimonial: el centro de Guatavita, la magnífica plaza de
Zipaquirá. Todo el entorno de Bogotá es un tesoro
latente de paisaje e historia, una oportunidad que ojalá
se maneje con el cuidado que merece y no termine como un parque
temático.

Dos
caras
Son dos modernidades
las de Bogotá: la de la segregación y la separación,
la del espacio público de calidad y la cultura cívica.
Resulta aventurado suponer cual vencerá, si la ciudad será
una fiesta o un bunker, como la embajada norteamericana o la Fiscalía.
Mucho, por supuesto, depende del contexto nacional y de la necesaria
búsqueda de la paz en una sociedad que disfraza conflictos
centenarios con ropajes de actualidad. Mientras tanto, el amante
de las ciudades hará bien en acercarse a conocerla, superando
los miedos y prejuicios, abriéndose a una experiencia singular,
apostando a la cordialidad natural por sobre la paranoia adquirida.
MC
La
Cámara
de Comercio de Bogotá
realiza investigaciones y programas de interés que pueden
consultarse en su página Web.
Ver
las página de la Secretaría
de Gobierno de la Alcaldía Mayor
de Bogotá.y del
Departamento
Administrativo de Planeación Distrital.
Ver
el Plan
Maestro del Espacio Público
de Bogotá.
Ver
la página de la Alcaldía
Mayor de Bogotá.
Del
economista urbano Samuel Jaramillo, ver la entrevista "Ahora
existen mecanismos para corregir las distorsiones del mercado"
en el número 20 de café
de las ciudades.
Sobre
seguridad ciudadana, ver la nota La
inseguridad ciudadana en la comunidad andina,
de Fernando Carrión, en el número 26 de café
de las ciudades.
café
de las ciudades
agradece la exquisita amabilidad y atención de amigos como
Gloria Henao, Andres Gaviria, María Eugenia Avendaño,
Marta,
María Fernanda Campo, Juan Manuel Ospina, Pilar Delgado,
Freda Dueña, Fernando Fajardo, Nidia Acero y demás
anfitriones de Bogotá, y muy especialmente a los asistentes
a la charla de café
de las ciudades realizada en el marco del Programa Cátedra
Bogotá.
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