
Edificio
emblemático de la renovación urbana del barrio del Raval, el Museo
de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA)
devino, por carácter transitivo, en símbolo de todos los
atributos negativos que algunos otorgan a dicha operación
y, en general, al “Modelo Barcelona”. La obra, diseñada
por el arquitecto neoyorquino Richard Meier en su abstracta
y normalizada versión de la arquitectura corbusierana, fue
pensada como una intervención “de prestigio”, destinada
a visibilizar y agregar diversidad de usos y de usuarios
al sector más conflictivo de la Ciutat Vella,
nucleo histórico de la capital catalana. La Plaça
dels Angels, una plaza seca sobre la cual se abre la fachada
principal del Museo, es además un ejemplo de las políticas
de “esponjamiento” del tejido medieval (apertura de espacios públicos
destinados a mejorar las condiciones de higiene y habitabilidad
de la edificación remanente).
Para
el antropólogo Manuel Delgado y para los colectivos de oposición
más radicalizados, el MACBA y su plaza son, en cambio, la
bestia negra (o más bien, habría que decir blanca…). Estos
críticos cuestionan la destrucción del tejido construido
existente, la expulsión de habitantes de bajos ingresos
y su reemplazo por profesionales de elite, la utilización
de la cultura como coartada de un típico
proceso de gentrificación, e incluso lo que interpretan
como pedantería y gigantismo del edificio, una suerte de
provocación estética a la gris y anónima morfología edilicia
circundante.
En
su cruzada, Delgado rescata manifiestos irónicos anti-MACBA,
de origen pop como el tecno-flamenco de Guillermo Trujillano
Llévame
al museo, papi, o político, como la manifestación
por el Forat de la Vergonya, hace ya un par
de años, en que un grupo de okupas vandalizó la fachada
del museo en represalia por la destrucción de un huerto
colectivo en un “hueco” del barrio de la Ribera (en la presentación del
número 59 de esta
revista, el editor, “el que atiende”, dice considerar inquietante
que “el ataque a la Cultura expresada en el MACBA
no provenga del poder, sino de quienes lo estarían confrontando”,
lo cual en su quizás “chicanera” opinión invierte
la conocida fórmula de Goebbels).
Ahora
bien: ¿cómo funciona la plaza en términos de su fruición
urbana? (o en palabras más callejeras: ¿qué onda la plaza del MACBA?). Voy a hablar
de mi propia experiencia, del encuentro entre un lugar en
un determinado momento de su historia y una persona; en
este caso, yo, el “colorado” Ricot, el “tano”, como me dicen
en San Cristóbal pese (o debido) a haber nacido en el cantón
ticinés; una persona, decía, con determinado bagaje cultural,
expectativas y preparación personal. Vale decir, una experiencia
por completo subjetiva, como por otra parte sería la de
cualquier otra persona en la misma situación. Quiero decir
que a la simple fruición
del lugar no se ha sumado una investigación sobre datos
más objetivos (demográficos, económicos, arqueológicos,
los que se quieran; en la práctica, ni los defensores ni
los detractores de estas operaciones suelen tampoco avalar
sus conceptos con información objetiva). Relato entonces
a continuación lo que viví en el Raval.
Se
llega a la plaza del MACBA desde las Ramblas, la
Boquería o el Mercat de San Antoni por
cualquiera de las calles que en ella desembocan, callecitas
relativamente amplias para lo usual en Ciutat Vella, callejuelas
estrechas para mi costumbre sudamericana. Por lo tanto,
al arribar, se amplía la sensación relativa de espacialidad
y, durante las horas del día, de luminosidad. No solo por
su color blanco, sino también por la evidencia estética
de su orden geométrico, la fachada del Museo resulta la
más llamativa, en especial si se entra por la calle Elisabets.
Esa entrada ofrece además la visión en diagonal hacia la
entrada del Museo, y más allá un espacio como entre bambalinas,
de donde llega alguna gente y en donde se pierde otra. La
blancura lisa y la transparencia acristalada de la fachada
del museo contrasta con la rudeza tectónica del Foment de
les Arts Decoratives y sus arcos de ladrillo, y con las
fachadas y contra-fachadas anónimas del entorno (que aún
sigue siendo barrial) y la
promiscuidad de sus ropas tendidas en las ventanas.

En
ciertos momentos la plaza se puebla de jóvenes skaters que
ensayan sus movimientos entre los transeúntes. No parece
que hubiera horarios especiales: chicos y chicas aparecen
y desaparecen, o más bien se repliegan a una suerte de cónclave
entre camaradas, con cierto aire conspirativo. Sin
conflicto aparente (a pesar de que la vergonzosa Ordenanza
de Civismo barcelonesa los ubica entre los grupos objeto
de represión), regulan su andar para no molestar a los turistas
que buscan el museo, a los estudiantes que se encuentran
de paso a sus academias y a los vecinos y vecinas que pasan
en su salida de compras, entre otros incontables
grupos sociales de pertenencia que alternan en el sitio.
Un desnivel en la plaza diferencia el espacio en el que
se camina de aquel, más estrecho y lindero al museo, en
el que se puede uno sentar y esperar la cita convenida,
fumar o admirar a los skaters. Dando la vuelta como para
ir al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB),
la ventana del museo ofrece un hueco ideal para ser apropiado
por los homeless del barrio.
>
La
simple vagancia del paseante en movimiento o sentado puede
complementarse con otras actividades que complementan el callejeo: mirar libros en la
tiendita del MACBA, donde también se encuentran las usuales
memorabilias-y-objetos-de-diseño, o (caminando
unos metros por Ferlandina) en la librería de la CNT, donde puede hallarse incluso
algún material crítico del urbanismo oficial. Por ejemplo,
y por un módico precio de 50 céntimos de euro, el periódico
El Rapto, “observatorio del sonambulismo contemporáneo”,
del Grupo
surrealista de Madrid.
En
su edición de diciembre de 2007, una nota de Eugenio Castro
titulada Principio
de insolación (las plazas duras) pareciera estar
hablando de “nuestra” plaza, aun cuando nunca menciona a
Barcelona ni a su Museo: “Son
plazas sin comunidad real, sin alojamiento,
inhóspitas para la afectividad más elemental. ¿Por qué?
Porque se conciben como plazas para la cultura tal y como
esta se entiende hoy: como espacio sin sombra, sin tierra,
desarbolado, construido para deslizarse por él. Esta es
una de las posibles explicaciones de que proliferen en ellas,
de modo mayoritario, un grupo humano que, como los “skaters”,
se tornan representantes simbólicos de la cultura sin tradición
a la que pertenecen estas plazas”. También las define
(y continua a la vez con su predica anti-skater…) como “espacios-corte para la potenciación de una
especialización abusiva y generalizada (los mismos “skaters”
son expertos, como lo son hoy los artistas, esto es, ejecutivos
-conservadores o progresistas, por igual- puestos al servicio
del liberalismo espectacular), en suma, urbanización parceladora
orientada a fomentar una acumulación de gente que es, por
definición, una negación
de la reunión y, en consecuencia, de la relación”. Sin embargo, no parece que la reunión sea imposible en la plaza del
MACBA, a juzgar por la gente que se cita y se encuentra.
Y además, hay que decirlo, la reunión no es el único objetivo
del espacio público: también es este el
espacio que la ciudad ofrece para escapar de la compañía,
para estar solo en la multitud.
Siguiendo
con los usos posibles de la plaza, en los bares sobre la
placita complementaria se puede comer o tomar un trago en
las terrazas, no siempre bien atendido (este cronista prefiere
un buen chocolate con churros en la confitería de Elisabets
y Montalegre, pero debe recordarse que su paso fue en invierno;
allí además es posible espiar a los vecinos y vecinas que
vienen a comprar pan y pasteles,). Atravesando el umbral
del museo o dando la vuelta por las terrazas, se pasa a
una suerte de patio al que dan el bar del CCCB y el austero
edificio de la Universidad Ramon
Llull. Mucho menos poblado y transitado, y con un piso más
blando, de piedritas, este patio es menos atractivo y no
es demasiado apto para el skate, pero en cambio parece más
apropiado para el fútbol callejero improvisado por los
chicos del barrio. Por este patio o por la calle Montalegre
se accede al hermoso patio del CCCB, con la anécdota de
la fachada acristalada de Piñón y Viaplana que, no tan nítidamente
como argumentan algunos admiradores, refleja el paisaje
distante del Puerto y el Mediterráneo. Siempre hay alguna
buena exposición para ver (algunos critican la postura estetizante
de las curadurías); otra opción es ir al mismo MACBA o al
Pati Manning, otro patio más pequeño que el del CCCB y también
muy agradable.

Mentiría
si dijera haberme sentido incómodo en mi aventura MACBAína.
La plaza ofrece en abundancia esa variedad y esa indeterminación
que hacen insuperable a la
ciudad como espacio de fricción; en la experiencia del
espacio entran a la vez la posibilidad del anonimato como
la autorización a exhibirse, la exposición y el resguardo,
el pasar apresurado
y la vagancia demorada, la regularidad geométrica y
el caos del tejido desventrado, el espacio contenido y los
indicios de continuidad, la asepsia y la promiscuidad, lo
áspero y lo pulido, lo pretencioso y lo vulgar, el andar
sin propósito y el cortar camino con un fin determinado,
cruzando apresurado en menos de un minuto el lugar en donde
otros se quedarán dos horas.

La
crítica contracultural al urbanismo permite desvelar
las capas de sentido común político y profesional que
envuelven las buenas intenciones de la renovación urbana.
Pero a veces puede caer en cierto “pobrismo”, neologismo
que escuché de un amigo y del que me apropio con esta definición
de mi autoría: tendencia a idealizar, sacralizar o mitificar
las condiciones de vida (en este caso, urbanísticas) de
los pobres, suponiendo que son aquellas a las que los pobres aspiran y no las que están obligados a sufrir,
precisamente (como decía aquel personaje de la Viridiana buñuelesca)…
por ser pobres.
Es
cierto (como sugiere Delgado) que la convivencia de marginalidad
y elitismo en las fronteras sociales del Raval (aquellos
sitios en los que la transición gentrificadora ha comenzado
pero aun no culminó) tienen cierto atractivo
cultural impostado, algo así como los jeans de 300 dólares
con roturas preconfeccionadas, más cercano al cinismo que
a la auténtica diversidad. Pero por otro lado: ¿por qué,
más que señalar las contradicciones de la “superestructura
cultural”, la crítica radicalizada se ensaña con la misma
producción de la cultura? ¿Quizás se
ve un potencial revolucionario en la mera degradación urbana,
o se cree posible cambiar el sistema político a través de
la sumatoria de acciones focalizadas “antisistema” (con
las okupaciones
de inmuebles, a cargo de niños pijos en su etapa de rebeldía,
a la cabeza)?

Ni siquiera puede
decirse que los procedimientos empleados en las políticas
de renovación urbana de los Ayuntamientos socialistas del
post-franquismo sean históricamente novedosos. El esponjamiento
como forma de intervención urbanística en el centro histórico
barcelonés se remite a antecedentes tan lejanos como las
operaciones de creación de espacio público y equipamientos
que sucedió a la expropiación de conventos y otras propiedades
eclesiásticas (la desamortización de Mendizábal) de 1835
o las intervenciones propuestas para el área por Cerdá dentro
de su plan del Ensanche, o la apertura de la Via
Laietana a principios del siglo XX. De
la apropiación de la ciudad por las clases hegemónicas,
…bueno, su historia debe coincidir, en la práctica,
con la historia de la ciudad. En la práctica,
las clases sociales postergadas en la apropiación de la
ciudad resolverán este problema con
la revolución o con la movilidad social, según se pueda
o se guste, y resignificarán esos lugares que otros construyeron
para la sociedad en que realmente vivían (y estemos seguros
que la
Plaça dels Angels no
escapará a ese destino). Para no hablar de esa especie de
resiliencia socio-urbana que desarrollan los pobres y postergados
para volver a generar su ciudad, más que para quedarse en
la nostalgia de los “buenos viejos tiempos” del ghetto.
De estas conversiones y de estas contradicciones también
se hace la ciudad.

Al
anochecer, aquella tarde de invierno en el Raval, me levanté
de mi sitio de observación, bajo esa especie de riñón que
sale de la fachada del Museo, y seguí mi camino por Elisabets,
pensando en aquel cuento de Borges donde el hereje y el
inquisidor eran una misma persona. Y salvando las distancias,
en el párrafo final de aquella presentación
del “que atiende”: “El relato de Delgado puede contraponerse a
otros relatos que también dan cuenta del sitio: el (o los)
relato/s de los arquitectos en la renovación urbana de los
’80 en Barcelona, el relato políticamente correcto del Fórum 2004,
el relato inmobiliario y turístico del mercado, y así...
Sobre la ciudad contemporánea se superponen distintos relatos
con variados y variables grados de verosimilitud. ¿Hay
espacio para la recomposición de estos relatos en un conocimiento
y una práctica superadores? ¿O más bien deberemos esperar
que el relato contra-Cultural sea también en el futuro absorbido
por los mercados?”.
CR
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la
prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe
(más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones
y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Sobre
el urbanismo barcelonés de las últimas tres décadas, ver
también en café
de las ciudades:
Número
65 I Arquitectura y Planes de las ciudades
Método
y modelo de Barcelona I Entrevista
a Oriol Bohigas: la arquitectura debe asegurar la continuidad
legible de la
ciudad I Marcelo Corti
Número
21 I Política
Barcelona
y su urbanismo I Exitos pasados, desafíos
presentes, oportunidades futuras. I Jordi Borja
Otra visión: el ensayo Al
hilo de la ciudad,
“sobre Barcelona y el terrorismo inmobiliario”,
publicado en Solidaridad Obrera por Mateo Rello (de quien
publicamos en nuestro número 64 sus Rudimentos
de urbanismo universal).
De
Carmelo Ricot, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores
de café
de las ciudades, como por ejemplo:
Número
70 I (anti)-Historias de las ciudades
Urbanofobias
(I) I Colony Park, Pol-Pot y una publicidad de automóviles I Por Carmelo
Ricot
Número
68 I La mirada del
flâneur
La
temperatura del infierno I Escritos
fronterizos I Por Carmelo Ricot
Número
64 I La mirada del flâneur (II)
Beyond
Beyoglu I Tajos, cuestas y contrafrentes
I Carmelo Ricot