
Delfina
tiene una seductora hipótesis sobre el atractivo de Córdoba, que
alguna vez pergeñó para ayudar a un
amigo sociólogo en su investigación sobre “motivaciones turísticas”.
Según me explica en ese mall laberíntico y perverso que es el
Patio Olmos (un shopping armado en el
sitio que ocupara una tradicional escuela cordobesa), “cualquiera con quien hables te dirá que en algún momento de su infancia
visitó con sus padres las sierras, sus pueblitos, los arroyitos
de montaña. Córdoba está en el imaginario de la niñez
de muchísima gente”. Sin embargo, para los urbanistas y funcionarios
cordobeses la ciudad de la Reforma
Universitaria y el Cordobazo,
la Docta donde Sarmiento vio al ergo
andar “por las cocinas y en boca de los mendigos y
locos de la ciudad”, mira hoy (o imagina) con recelo como
la plebeya
Rosario
la sobrepasa en esa autoimpuesta competencia por ser la segunda
ciudad argentina.
Aunque,
a diferencia de Rosario, Córdoba puede alardear de prosapia fundacional,
su origen lleva la impronta de esas contradicciones que la acompañaron en la
historia. Su fundador, que había recibido del Virreinato del Perú
el encargo de establecer una ciudad en el Noroeste argentino,
siguió de largo y decidió emplazarla apenas traspuestas las últimas
serranías preandinas, en donde comienza la inmensa y fértil llanura
que andando un poco ya se llamará “pampeana”. Don Jerónimo de
Cabrera pagó cara su intuición territorial y, tras
discutir con Juan de Garay en Santa Fe sobre las atribuciones
para la colonización de la cuenca paranaense (recordemos que Garay
bajaba desde Asunción), fue ajusticiado un par de años más tarde
por aquella desobediencia. Las malas lenguas atribuyen a su verdugo
una pérfida ambición sobre las ricas tierras que había elegido
Cabrera, y algunos datos bien fundamentados atribuyen a la vez
a la colonización española y al trabajo de los aborígenes comechingones
en las siniestras encomiendas
la virtual extinción de la etnia (el censo más confiable fijaba
su población en 30.000 personas a la llegada de los conquistadores).
Nunca
sabremos si en su último alegato Cabrera dijo algo parecido al
“eppur si muove” galileano, que tan al caso hubiera venido. La ciudad, como
seguramente intuyó su fundador, fue y sigue siendo el centro de
servicios más importante del centro del país, referencia para
sus provincias linderas y para la región andina argentina, que
la alimentan de lo que quizás sea su
mayor capital: decenas de miles de estudiantes de
su prestigiosa Universidad. Las cifras son llamativas: 180.000
estudiantes sobre una población total de menos de un millón y
medio de habitantes.
Enclavada
en el punto más bajo de una hoya surcada por el Río Suquía
(según Sarmiento, “el viajero que se acerca a Córdoba busca y no encuentra en el horizonte
la ciudad santa, la ciudad mística, la ciudad con capelo
y borlas de doctor. Al fin, el arriero le dice: “Vea
ahí..., abajo, entre los pastos...”), Córdoba no siempre comprendió del todo
bien las “obligaciones” territoriales a las que la llevaba su
emplazamiento. Lejos de constituir un eje estructurador
urbano y paisajístico,
el río experimentó numerosas agresiones a lo largo del desarrollo
de la ciudad: Miguel Angel Roca, el
arquitecto “emblemático” cordobés, acostumbraba decir hace unos
años que el río había perdido hasta su nombre (durante décadas
fue conocido como Río Primero, parte de una sucesión numérica
que lleva al escándalo la pobreza toponímica en la región, aunque
al menos la haraganería no llevó a designar a la ciudad con ese
mismo nombre, como sí les pasó a Río Segundo, Río Tercero, Río
Cuarto…) y luego se había transformado en el primer río pavimentado
del mundo (una exageración propia del humor cordobés).
En
la actualidad, el río es objeto de un ambicioso programa ambiental urbanístico
con el objeto de proceder a su saneamiento y su integración con
la ciudad.
Un buen antecedente es la canalización de La Cañada, un arroyo afluente
del Suquía que bien pudo haber terminado
entubado como el Maldonado de Buenos Aires, pero que en cambio
forma parte del más agradable paisaje urbano cordobés.

Las
dificultades que las crecidas del río ocasionaban para atravesarlo
y, por consiguiente, para la expansión de la ciudad, motivaron
que esta se produjera a partir de barrios-pueblo, unidades
de relativa autosuficiencia ubicadas en forma periférica al centro
histórico: Alberdi, San Vicente, General Paz, etc. Puede considerarse
este dato a la vez como antecedente y como condición contextual
favorable para las políticas de descentralización
que se implementaron desde los ´80 y que encuentran su expresión
física y simbólica en los Centros de Participación Comunal, diseñados por Roca en una lectura
postmodernista de su maestro Louis Khan. También el Plan Regulador
y de Extensión de Benito Carrasco proponía en 1927 una atractiva
idea de crecimiento urbano, tributaria de esas pautas.
La
ciudad creció en cambio en las formas habituales para la
Argentina de descontrol urbano, atenuado por
la gran barrera de los
terrenos militares ubicados al oeste (sobre cuya utilización
y desarrollo urbano también se discute en la actualidad). De no
haber existido este obstáculo al crecimiento, es probable que
hoy la Córdoba Capital
estuviera conurbada con su ciudad de
recreación y descanso, Villa
Carlos Paz.
En
cambio, la matriz de desarrollo cordobés está expresada en un
simpático croquis de los años ´70: sobre el fondo de las sierras,
el centro vital y densificado en el corazón del “pozo”, la extensión
suburbana de casas individuales, y la periferia industrial de
las fábricas automovilísticas y aeronáuticas que entre los ’50
y los ’70 produjo la pujanza social, económica y política de la
ciudad (una réplica argentina de los “30 años felices” del
Welfare State).

Al
examinar ese período y sus convulsiones, se hace evidente que
la Córdoba reaccionaria descripta por Sarmiento
en el Facundo persiste en otros episodios de su historia, pero
también colisiona con la esencia combativa de sus grandes gestas
populares. La síntesis hay que buscarla, precisamente, en
la contradicción y el conflicto. La Reforma Universitaria
de 1918, que consagró el principio de la autonomía y el cogobierno
universitario, no expresa tanto la rebeldía estudiantil que la
engendró como el agobio frente a la universidad cerrada, aristocrática
y anticientífica que vino a cuestionar. Y si fue epicentro del
golpe de estado “gorila” de 1955, Córdoba fue también el hito
más glorioso en la lucha contra la dictadura de Onganía, con la gran gesta del Cordobazo
(29 de mayo de 1969) como pico de organización popular
y resistencia a la opresión. Algunos
años más tarde, el vergonzoso episodio del Navarrazo (destitución
del gobernador y vicegobernador, legítimamente electos, por un
jefe de policía avalado por el gobierno nacional), la intervención
fascista de Lacabanne y el señoreo del siniestro Luciano Benjamín Menéndez
durante la dictadura ´76-´83 marcan a fuego la agresión contra la clase obrera mejor remunerada y más incluida del
país en aquel entonces (también, la más combativa, en legendarias
organizaciones como la
Luz y Fuerza de Agustín Tosco y el clasista SITRAC
- SITRAM). La debacle industrial postmoderna explica la desorientación
de la ciudad tan bien como lo hacen la desastrosa intendencia
neoliberal de Germán Kamerath o la ingenua
alquimia política del pintoresco Luís Juez.
El
desaguisado político que expresan estos personajes puede explicar
bastante de ese “malestar
urbano” cordobés que manifiestan sus funcionarios y profesionales.
No es ajena a ello la hecatombe nacional de la Unión Cívica
Radical, partido hegemónico en la provincia desde
los tiempos del legendario Amadeo Sabattini,
que se vio salpicado además por los episodios de corrupción (varios
de ellos, dicho sea de paso, de matriz urbanística) atribuidos
a la gobernación del alguna vez presidenciable Eduardo Angeloz.
La
riqueza de la cultura (la oficial que discurre entre el teatro
Rivera Indarte y el Paseo Buen Pastor,
la popular que generó el maravilloso humor de la revista Hortensia
y el contagioso ritmo cuartetero de
“la Mona Jiménez”)
explican en cambio la persistencia
de la vitalidad urbana cordobesa, como se aprecia al caminar
por su centro en cualquier momento del día. Las operaciones de
centralidad conectiva de las decenas de galerías comerciales de
los ’60, la peatonalización y las intervenciones
“celebratorias” de Miguel Angel Roca y la actual reflexión normativa y tipológica (como también, la expectativa por la posible construcción
del subterráneo cordobés) explican la vigencia de este centro
de enorme gravitación y pregnancia,
algo que también puede ser comprendido en base al peso institucional
y simbólico de la Universidad. De
hecho, buena parte del boom constructivo
inmobiliario de la Nueva Córdoba
(el ensanche inmediatamente aledaño al casco fundacional) se explica
en la demanda de departamentos para uso de los estudiantes que
arriban del interior cordobés o de varias provincias argentinas.
Haber desechado el elitista proyecto para trasladar la Casa de Gobierno al Cerro de las Rosas ayuda también
al mantenimiento de esa centralidad, a pesar de las “amenazas”
shoppineras y de la suburbanización
acelerada hacia el norte, hacia Unquillo,
Villa Allende y Salsipuedes, un eje
donde incluso se insinúa un
incipiente cluster tecnológico. Una curiosidad de la ciudad
de Córdoba y su entorno rural es la inscripción de ambas en la
abstracta geometría cuadrangular de un ejido municipal. Los signos
de expansión periférica, sin embargo, parecen evidentes: mientras
que la población del municipio cordobés solo aumentó un 2% en
el último periodo intercensal, la periferia
metropolitana creció un 19%.

Esta
Córdoba contradictoria, divertida y recelosa, combativa y conservadora,
culta y popular, encuentra una síntesis urbana de esa bipolaridad
en dos fenómenos contrastantes: por un lado, la proliferación
de torres residenciales de alto standard
en grandes terrenos cercanos al río; la
Docta quizás pueda (y seguramente debería) condicionar
su realización a compensaciones urbanísticas, como no lo hizo
Rosario con las torres del boom sojero
y de la recuperación costera. Por otro lado, los barrios
- ciudad con los que la gobernación de De la Sota intentó arrojar la totalidad de la miseria urbana
hacia la
periferia. De la “Ciudad de mis Sueños”, paradigma de estas operaciones, hoy se escapan
(literalmente) decenas de familias que fueron desalojados de pequeñas
villas de emergencia intraurbanas para
caer en la pesadilla del desarraigo, la insolidaridad y
la negación de la ciudad.
Córdoba
debate hoy sobre su futuro, en el que la conformación de una
“ciudad - región” multipolar con Rosario y otras ciudades
(Villa María, San Francisco, Mendoza, Santa Fe, Paraná), sobre
el eje de uno de los corredores bioceánicos más ricos del MERCOSUR, constituye una alternativa
superadora a la anodina puja provinciana por ser “la segunda”.
Una idea tan estimulante que hasta redime la de otro modo indefendible
propuesta del “tren bala”, que debería ser discutido en esa clave
y no en la insostenible del elefante pseudo-keynesiano.
Como parece haber intuido Sarmiento, es la mayéutica y el silogismo
lo que sostiene la reflexión cordobesa, y en una época de discursos
únicos y convicciones rápidas, esa forma de pensar la ciudad resulta
particularmente apreciable. Quizás café
de las ciudades pueda ser otro ámbito donde
seguir esa discusión: cordobesas y cordobeses tienen la palabra.
MC
café
de las ciudades agradece las atenciones, gentilezas y afecto recibido en Córdoba de
parte de lectores y amigos como Enrique Acosta, Tonio
Blanco, Delfina Bonino, Alejandro Cohen
(a quien agradecemos también por proveer algunas de las imágenes
que ilustran esta nota), Arquímedes Federico, Gustavo Rebord
y tantos otros, así como de funcionarios y profesionales entrevistados.
También agradece, por supuesto, la oportunidad brindada por la Cátedra
Garay de la FADU-UBA de acompañar su visita a La Docta, y en especial los ímprobos
esfuerzos organizativos de Don Omar Varela.
Sobre
Córdoba, ver también la
nota de Celina Caporossi y
el fragmento
del Facundo sarmientino en
esta edición de café
de las ciudades.
Sobre
el Cordobazo, ver el documental del periodista argentino Roberto Di Chiara.
Sobre
la “Ciudad de mis Sueños”, ver
la nota
del sitio sosperiodista.com.ar
Sobre
Córdoba y otras ciudades argentinas, ver también en café
de las ciudades:
Número
58 I Economía de las ciudades
El
“desorden” urbano, según FIEL I Los problemas
locales de la calidad de vida y el crecimiento en las ciudades
argentinas I Marcelo Corti I
Sobre
Rosario, ver entre otras notas en café
de las ciudades:
Número
33 I Lugares
La
construcción de Rosario (I) I Una ciudad "inevitable"
en tiempos de renovación. I Marcelo
Corti