
El
mayor choque cultural se da en el corazón del mundo indio. La
religión se expresa en todo su esplendor y la ciudad queda supeditada
a las formas que establece el carácter espiritual, destacando
las características de lugar sagrado y de culto.
La
ciudad religiosa lleva la impronta del movimiento, los flujos
de miles de personas que trascurren día a día, las personas
que entregan su vida emocional en estas tierras. Y al cabo de
unas jornadas todo se desvanece para dar lugar a otras.
La
vida en Varanasi, como en toda la
India, es dura, pero vivir aquí introduce una
cuota de orgullo de pertenencia, de identidad, que hasta el
momento no había experimentado en tal magnitud. Es que vivir
aquí es vivir en el centro
del universo, entre el cielo y la tierra, y no todos tienen
esa oportunidad. Si la ciudad es la huella y acumulación de
sucesos históricos de una sociedad, Varanasi parece ser el registro más completo.

Las
siete treinta de la mañana. Amanece,
un hombre y dos mujeres se sumergen en las aguas del Ganges,
probablemente uno de los ríos
más contaminados del mundo y a su vez el más sagrado de la India. La finalidad es
redimir sus pecados y así ser liberados del ciclo de la vida
y la muerte.
La
urbe se extiende linealmente sobre la costa del río, sin establecerlo
como su fuente productiva sino como fuente mitológica que le da origen. Los
baños rituales son una atracción religiosa que reúne todos los
días a más de 60.000 personas hacía sus orillas. La ciudad parece
nacer desde el río, brotando desde la construcción de la
barranca, alguna vez natural y hoy convertida en una sucesión
de escaleras por donde se desciende desde los templos hacia
el agua. La vida pública de Varanasi se concentra sobre esta costa construida, ese es
el escenario de todos los rituales de la principal ciudad espiritual
del hinduismo, religión que congrega al 82% de la población
nacional (unas 902 millones de personas). Los empinados escalones
se intercalan con descansos donde los peregrinos pasan horas
y hasta días enteros, mientras los turistas sacan fotos. Es
allí mismo, desde la parte más alta de las escalinatas, donde
se abren infinidad de calles y pasajes que llevan a los bordes de la ciudad, porque el corazón y
centro de la misma es el Ganga.
El río Ganges cura
el alma y enferma el cuerpo. La contaminación proviene de
los desechos industriales, los materiales orgánicos de una población
que carece de un sistema cloacal adecuado,
de los residuos de las cremaciones que se dan sobre las costas,
y de las toneladas de ofrendas que se dejan día a día en lo
que ya no podemos llamar agua. El río y su carácter sagrado;
con sus costas transformadas en escalinatas, conforman la típica
postal de Varanasi, postales llenas
de las ya tan nombradas y repetidas contradicciones indias.

Son
las diez de la mañana. Mientras
los adultos lavan la ropa y la disponen sobre los escalones
costeros, sus hijos juegan partidos
de críquet en las alturas, partidos donde la cancha está en
desnivel y en vez de correr se sube y se baja.
La
ciudad se dice datar de 3000 años de antigüedad, reconociéndola
como uno de los centros espirituales religiosos más antiguos
del mundo. La tradición indica que todo devoto del hinduismo
debe pasar por Varanasi al menos una
vez en la vida y, aún mejor, morir allí. Es por ello que
la ciudad se encuentra superpoblada de ancianos que eligen vivir
sus últimos años a la espera de la
redención. Imagino que una posible pirámide
etaria de esta población urbana sería la inversa de alguna
del conurbano bonaerense. Una población que envejece.
La
gran presencia de personas mayores de edad se evidencia en lo que pasé
a llamar “los hoteles
de la muerte”, edificios donde se albergan los ancianos simplemente
esperando morir, agonizando. Fue por un error, esperando encontrar
una vista panorámica o alguna postal para llevarme a casa, que
ingresé a una construcción antigua y encontré allí montón de viejitos sentados
solos, rezando… unas horas después me enteré que estaban esperando
su turno. Se podría decir que la
ciudad es de los ancianos, los enfermos y de (quien más, si
no…) los animales. Aquí, como en ningún otro lugar, las
vacas y las cabras se apoderan de cada metro cuadrado de la
vía pública. No es difícil presenciar algo así como un festival
de San Sebastián espontáneo, bien al estilo indio, cuando las
“bestias” se enojan y empiezan a las corridas por todas partes.

Mediodía.
Simultáneamente con todas las actividades, mezclados en el mismo
contexto de tiempo y espacio, se ejecutan cantidad de cremaciones.
Algo usual en Varanasi es estar caminando
tranquilamente por sus recovecos y escuchar que un canto grupal
se acerca; es la advertencia de que en segundo una especie de
cortejo fúnebre pasará por el lugar, todos hombres (por supuesto,
sólo hombres) llevando una camilla armada con bambú, un cuerpo
atada a la misma y algunos arreglos florales encima. Aquí se
carnaliza el choque cultural. Nada es tan significativo
y característico como la manera en que despedimos a nuestros
muertos, y la manera hinduista es bien diferente. Las cremaciones
a cielo abierto se producen las veinticuatro horas del día,
constantemente se arman nuevas “fogatas” mientras
que otras son derivadas en el agua. Alrededor, familiares
de luto, turistas con los ojos abiertos de par en par y la vida
cotidiana, un niño comiendo, una madre secando su sari…
Por
más impresionante que pueda parecer presenciar la cremación
de una persona a pocos metros, o más bien una continuidad de
decenas de cremaciones, todo individuo se entrega a lo que el
ámbito sagrado ofrece: un lugar de silencio,
respeto y devoción.
En
Varanasi hay dos ghats principales donde
se llevan a cabo estos rituales, the burning ghats, como ellos las llaman. Lo que diferencia entre
si se es despedido en una u otra es la casta: la cremación es
un ritual muy costoso, la gente ahorra durante todo el final
de su vida para gozar de este privilegio. Al que puede pagar,
se le construye una camilla con flores de diferentes colores
y la madera con la que se enciende el fuego es nueva. Al que
no puede pagar se le brindan los desechos ya usados por otros
muertos, es por ello que estos cuerpos son lo que más tardan
en convertirse en cenizas, la vía directa al cielo es la
riqueza. El olor de las cremaciones, que sabe a lo que ya todos nos imaginamos, invade la ciudad. Entre el humo
humano y la alta polución se hace imposible la visibilidad;
aquí parece siempre haber una bruma que no deja ver largas distancias
y caracteriza aún más el carácter sacro de la
urbe. Todo parece dispersarse entre las tinieblas.
Las
cremaciones mueven también un sinfín de actividades
que generan sus propios espacios programáticos: galpones
llenos de madera que se distribuye entre las familias, paradores
para visualizar a modo de palco los rituales, lugares donde
se prepara a los muertos con vestimentas y arreglos especiales,
los albergues de ancianos, todo un gran cementerio mezclado
con las restantes actividades de la vida cotidiana.
Las
calles por donde circulan los cortejos parecieran ser las intricadas
vías del medioevo europeo, típicos ejemplos de crecimiento espontáneo
donde la geometría euclidiana desaparece entre ángulos y curvas
pronunciadas. Cuanto más nos alejamos de la costa, más regular
se vuelva la
traza. Es por ello que las guías advierten
a los turistas manejarse con extremo cuidado por la ciudad,
ya que sin darse cuenta cualquiera
puede perderse…y eso nos pasa a todos.

Son
las cuatro de la tarde. Un grupo de budistas
toma un paseo por las aguas sagradas mientras que por diez rupias
alimenta a las gordas gaviotas autóctonas. Para llegar al principal
templo hinduista de la ciudad, el Templo de Oro o
Vishwanath Temple, hay que ingresar en una zona donde
las calles aún se vuelven más estrechas, siendo invadidas por
las extensiones de los pequeños locales que conforman un gran
mercado-laberinto típicamente oriental. Si hay dos actividades
que caracterizan a esta ciudad son la religiosa y la
comercial. La configuración de la ciudad antigua remite a las islámicas, donde
la calle no es la que define donde termina lo privado y comienza
lo público, sino que lo privado permite que lo público se escabulla
para funcionalmente poder conformar un tejido compacto accesible.
No existen las plazas ni los lugares de encuentro social, no hay centros
cívicos, ni espacios de protesta política, tampoco lugares de
espectáculos. Las casas dan lugar a pequeños corredores altos,
que se mezclan, bifurcan, unen, confunden. La ciudad sobre la
vera del río tiene una topografía de altos y bajos, pero a esto
se le suma la lucha por alcanzar la altura para gozar del privilegio
de la postal panorámica hacia el agua.
Las
terrazas de las casas son el lugar a cielo abierto para la permanencia
de mujeres y los hijos más pequeños; allí se terminan los quehaceres
domésticos, son los puntos de encuentro social femeninos. Si
logramos acceder a algún edificio en altura es fascinante ver
como las terrazas albergan un nivel de flujo adicional seis metros por encima al de los hombres y las vacas. Son estas mismas
terrazas las que están preparadas para recibir a las extensiones
familiares o nuevos inquilinos, que primero se
asientan en carpas provisorias mientras la casa crece en altura.
Todos los baños domésticos suelen encontrarse también en las
terrazas, ya que la unidad sanitaria
no se admite dentro del programa social o privado de una familia:
el baño afuera.

Las
seis de la tarde. Todos, peregrinos, turistas, lugareños, santos, se
concentran en las orillas del Ganges.
El ritual hindú hacia la
Madre
Ganga comienza
en cada ghat.
Hay algunos que están más preparados para el turismo que otros,
que parecen ser más auténticos. El lugar poli-funcional “escaleras”
ahora da paso a una platea con un altar donde se producen ritos
con incienso, flores, campanas y velas. Anochece, y sólo desde
las ghats donde se producen estos espectáculos proviene la luz
eléctrica. Algunos puestos de mercado recién abren sus puertas
para quedarse hasta medianoche. Los turistas se toman las barcazas
para recorrer el río sagrado en un paseo nocturno que ya han
experimentado durante el día.
Los
innumerables templos de la ciudad se iluminan y de a momentos
la urbe cobra cierto
parecido con alguna postal de Praga, con el cielo lleno
de puntas que intentan romper el azul que va oscureciéndose
hacia negro. Como principal ciudad religiosa de la
India abundan los templos de todo tipo de religiones
o diferentes corrientes del hinduismo; cada cual tiene una característica
especial y reúne a sus devotos en diferentes horas de la
jornada. El tercer
ojo, entre otras cosas, indica que uno ya pasó por estos
lugares sagrados o por el Ganges y así se marca otra vez la vida religiosa de los ciudadanos.
Es muy común encontrar pequeños altares o templos domésticos dedicados a diferentes dioses, por lo que las casas
más antiguas o de los más potentados suelen incluir dentro de
sus programas esta necesidad. Si unimos los puntos donde se
encuentran todas las casas de culto en Varanasi,
notaremos que toda la ciudad está llena de manchas, formando
una traza al estilo telaraña que se multiplica indefinidamente.
La variedad de templos abarca todos los tipos de
antigüedad, tamaños, tipologías; hay algunos más importantes, otros
domésticos, algunos en buen estado, otros en ruinas… todos se
insertan en el tejido espontáneo como cientos de puntos dispuestos
aleatoriamente, evidenciando el carácter
de la ciudad creyente.
Este carácter sagrado es lo que da origen a la gran cantidad
de templos y no al revés, ya que los mismos son consecuencia de una característica
previa, fundadora y aún más sagrada como la Madre
Ganga.

Son
las nueve de la noche. Las actividades
en su mayoría ya están cerrando, salvo la industria del turismo
que se extiende hacia algunas horas más. Este rubro ha dejado
mucho dinero en los últimos años, ya que la ciudad se volvió
un punto obligado para cualquier itinerario.
Algunas
zonas empiezan a evidenciar algún tipo de proceso gentrificador,
donde edificios vetustos pasan a convertirse en propiedades
de gran valor inmobiliario debido a su atracción turística.
Entonces, el comercio local se superpone con la industria de lo santificado.
Los
jainistas, que han renunciado a toda vida material para convertirse
en personas sagradas, siguen en el mismo lugar en que se los
ha encontrado durante todo el día; son los verdaderos habitantes
de las escaleras, viviendo de la caridad
y entregando su vida al la espiritualidad. Algunos
arman carpas precarias mientras que otros se entregan al sueño
en la misma posición de meditación para terminar de cerrar el
espectáculo de la Holly City.
Esta
gentrificación contrasta con la antiguas
tradiciones de la sociedad de Varanasi:
hoteles boutique al
lado de tradicionales puestos de comida india, laundrys con planchas a carbón, fábricas de telas con atrayentes
nombres en inglés, casas abandonas recuperadas y trasformadas
para los requisitos internacionales.

Medianoche.
La ciudad se apaga, el río duerme, los jainistas
duermen en el río, los marineros en sus barcazas, y la noche
se apacigua para, al día siguiente, volver a comenzar en este
ciclo urbano-religioso que se impregna en la retina para nunca
más ser olvidado. Varanasi es de esas
ciudades que permanecen, no sólo a través de las generaciones
y los años, sino en la experiencia personal de cada individuo
que por allí ha pasado.
Mientras
tanto, en las ghats las fogatas nunca se apagan.
LW
La autora es arquitecta y ayudante docente en la cátedra de urbanismo de Alfredo
Garay en la FADU-UBA.
Esta
nota es la cuarta de la serie Incredible
India, comenzada con la nota homónima en el
número 78 y proseguida en el número 79 con La
Mega-ciudad
dual - Experiencias en Mumbai y Delhi
y en el número 80 con Una
cara y muchas cecas.
En
las próximas ediciones de café
de las ciudades:
The City Beautiful: Chandigarh
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a Latinoamérica
Los
datos estadísticos fueron obtenidos de la página
oficial de censos de la
India.
Ganga,
Madre Ganga: Sinónimo de Ganges,
el río sagrado.
Ghats: denominación
simbólica de las escaleras, aludiendo al conjunto montañoso
ubicado en la India.
Benares
(Jorge
Luís Borges, Fervor de Buenos
Aires, 1923)
Falsa
y tupida
como un jardín calcado en un espejo,
la imaginada urbe
que no han visto nunca mis ojos
entreteje distancias
y repite sus casas inalcanzables.
El
brusco sol
desgarra la completa oscuridad
de templos, muladares, cárceles, patios
y escalará los muros
y resplandecerá en un río sagrado.
Jadeante
la ciudad que oprimió un follaje de
estrellas
desborda el horizonte
y en la mañana llena
de pasos y de sueño
la luz va abriendo como ramas las calles.
Juntamente
amanece
en todas las persianas que miran al
oriente
y la voz de un almuédano
apesadumbra desde su alta torre
el aire de este día
y anuncia a la ciudad de los muchos
dioses
la soledad de Dios.
(Y
pensar
que mientras juego con dudosas imágenes,
la ciudad que canto persiste
en un lugar predestinado del mundo,
con su topografía precisa,
poblada como un sueño,
con hospitales y cuarteles
y lentas alamedas
y hombres de labios podridos
que sienten frío en los dientes).
JLB