Los lectores/as
enviaron estos mensajes a cartas@cafedelasciudades.com.ar
Queridos amigos:
como ya sabéis, el ciclo de encuentros ciudad y literatura
(sostenibles) se inició el lunes 9 de octubre, en el
Espacio Cultural CajaCanarias, de Santa Cruz de Tenerife y el siguiente
lunes, día 16, tuvo lugar la segunda sesión de los
encuentros. Pueden acceder al programa de actos y a otros aspectos
del ciclo de encuentros en nuestra
página Web.
Pretendemos
que sea una página dinámica, en construcción
permanente, como las ciudades. Sus contenidos se irán
completando y evolucionarán a medida que transcurran los
encuentros programados hasta el 30 de noviembre. Después
seguirá operativa, complementándose con otras aportaciones
y con más información sobre el objeto global del ciclo.
En esa página Web pueden acceder a la publicación
Planas de ciudad y literatura (sostenibles), editada
al inicio del ciclo como medio de difusión de los actos programados
y de expresión del contenido de los encuentros. Se ha realizado
una amplia tirada gratuita en soporte de papel, con formato de periódico
y 24 páginas, que se distribuyó en diversos espacios
y centros culturales de la isla de Tenerife y en establecimientos
relacionados con la actividad cultural. En la página 23 hay
una referencia expresa al acto de homenaje a café
de las ciudades que celebraremos el 28 de noviembre.
Fernando Senante,
Santa Cruz de Tenerife
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Acabo de recibir
el número 48 de café
de las ciudades con
el muy buen comentario que han escrito sobre el libro
de Caveri,
que editamos junto con Marcelo De Simone. No resulta fácil
hoy en día ver e interpretar con justeza la real dimensión
de la obra de Claudio. Más allá de alguna crítica
fácil, que no pocos han hecho, de utópica, escapista,
antiurbana, y otros etc., el artículo denota una sensibilidad
particular para entender verdaderamente de que se trata. Tal vez
el momento actual de Occidente como cultura, y su arquitectura en
particular, permitan vislumbrar con mayor claridad la decadencia
de ciertos envases "modernos", de ciertos procesos "lógicos"
ya carentes de sentido y real significación, y en este contexto
la obra de Claudio y su lucidez como arquitecto y pensador lo muestran
como lo que realmente es: un lucido creador (tal vez adelantado
a su tiempo) de nuestra arquitectura americana...
Alejandro
Vaca Bononato, Buenos Aires
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Por amor al
café me encontré con ustedes, che... Soy de Guatemala,
ciudad centroamericana donde los cafés ya son un estilo de
vida. Me encantó el artículo sobre el café
Sálvame
María
y tengo la inquietud de conocer más al detalle sobre cafés
de Buenos Aires, pues estoy en el proyecto de apertura de mi propio
café. Les agradeceré cualquier información
que me puedan dar. Hasta pronto.
Silvia Rojas,
Café Sacramento, Guatemala
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Soy licenciada
en psicología y hace varios años que coordino reuniones
en las cuales, a partir de un tema que es planteado como disparador,
se realizan debates multidisciplinarios y constructivos en relación
al saber. Estos encuentros los realizo en cafés de Buenos
Aires, tomando el espacio público como lugar de intercambio
de ideas y pensamientos. Accedí a vuestra pagina buscando
material en relación a los "espacios cotidianos",
que será el tema del próximo encuentro. En mi
trabajo convoco
a recuperar el café como un espacio de encuentro social.
Lilian Suaya,
Buenos Aires
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Vuestra revista digital me ha parecido muy interesante y la he colocado
en los enlaces de interés de mi blog Actualidad
Local.
José
Luis Furlan, Córdoba, Argentina
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Como el diario
La Nación ha sido citado como fuente de algunas informaciones
comentadas en la presentación
del número 48,
les envío el texto de mi artículo
en ese mismo diario sobre
el muro norteamericano en la frontera con México.
Fernando Diez,
Buenos Aires
Emigración y destierro, por Fernando Diez para La Nación
¿Se puede salir
sin entrar? Esa fue, precisamente, la condición del destierro.
Algo quizá todavía posible hace sesenta o setenta
años, cuando las fronteras eran imprecisas y existían
lejanías llamadas confines. Cuando el mundo era geográficamente
más elástico, con áreas poco vinculadas y exploradas.
Hoy, el mundo ha empequeñecido por las comunicaciones y por
una tecnología que escruta desde el cielo hasta el último
rincón de la Tierra. Un espacio con finitud que ha empezado
a percibirse pequeño. Y, cada vez más, las naciones
que lo componen contabilizan sus recursos en años que les
resta para agotarlos. Con el territorio vuelto escaso, ya no fue
más posible salir a esa antigua inmensidad sin entrar en
la celosa propiedad de otros. Ya no es posible el destierro en el
sentido de los antiguos: la condena a vagar por ninguna parte. Ahora
todo es alguna parte. Pero ¿de quién, del que llegó
primero? ¿Del que fue más fuerte? ¿Del que lo es ahora?¿Existe
un derecho a salir, a emigrar? ¿Un derecho como lo ejercieron nuestros
abuelos europeos que huyeron del hambre y la persecución?
Quizás exista, aunque a los que se les reconoce el derecho
de salir, no necesariamente se les reconoce el derecho de entrar.
Pero ¿se puede ejercer el derecho de salir sin tener adónde
entrar? Los propios europeos, que otorgaron a sus ciudadanos el
derecho de salir un siglo atrás, niegan ahora a otros el
derecho de entrar. Melilla, el enclave español en Africa,
es sólo la más amarga de las puertas cerradas. Algunos
recorren todo el inmenso continente africano, para salir de él
entrando en la pequeña Melilla; haciendo del encierro de
la pequeña ciudad el afuera al cual se sale, y del inmenso
continente el adentro del que se intenta escapar. Las migraciones
que caracterizaron el fin del siglo XIX y la formación de
nuestro país ya no son bien vistas. Cuando Monroe proclamó
"América para los americanos", rechazaba el dominio
de los europeos. Pero no rechazaba la inmigración europea.
Las naciones americanas inauguraron una nueva visión del
mundo, donde la adhesión fue posible y la inmigración
no era un crimen. Por primera vez, no era el pasado lo que unía
a los hombres, sino el futuro. Ya no serían una nación
porque descendían de la misma sangre, sino porque se reconocían
como iguales. En esa visión, hacerse argentino significaba
aceptar compartir una declaración de valores y principios
de convivencia: la carta fundadora de la Constitución Nacional.
Las nociones de igualdad y libertad estaban allí como incondicional
promesa para inmigrantes que huían del hambre y las desigualdades.
Estados Unidos planea levantar un muro de miles de kilómetros
para evitar la entrada de miles de mexicanos. La característica
casi insular de Europa le venía ahorrando ese trabajo, pero
en cada vez mayor número de naciones, está clara la
disposición a cerrarse. Precisamente las más ricas
y avanzadas tecnológicamente. Apenas dieciséis años
después de la caída del Muro de Berlín y la
de la Cortina de Hierro, que impedían salir del paraíso
forzoso del comunismo, ya se están construyendo los muros
para impedir la entrada en los paraísos del consumo. Cuando
todavía no se puede salir libremente de Cuba, ya no se puede
entrar libremente en Estados Unidos. ¿Pero es esto justo? ¿Se puede
tener el derecho de salir, sin tener, al mismo tiempo, el derecho
de entrar? En el reconocimiento de esta limitación se funda
el viejo concepto del refugiado. En su negación, la práctica
que manda que los inmigrantes indeseados serán deportados.
Pero ¿hacia dónde? ¿Por qué contra su voluntad? ¿No
pueden renunciar a la nacionalidad; es ésta obligatoria?
En otras palabras, ¿tienen los Estados nacionales, en su conjunto,
derecho absoluto sobre el globo y sobre los hombres? Frente al conjunto
de las naciones, ¿no sería suficiente razón ser humano
para tener derecho a habitar la Tierra? La nueva finitud del mundo,
estrechado por una población que se triplicó en menos
de cien años, abre un nuevo dilema moral. Un mundo que ha
sido completamente reclamado por las soberanías nacionales
no deja lugar a hombres completamente libres. Los hombres que no
acepten la fuerza con la que las naciones se apropiaron del territorio
en detrimento de otros ¿deberían acaso vivir en alta mar?
Si el monopolio del territorio que ejercen las soberanías
nacionales no fuese absoluto, si tal soberanía tuviese un
límite, entonces el derecho a habitar el globo debería
primar sobre las obligaciones y los derechos de la nacionalidad.
En otras palabras: ¿es más importante la condición
nacional que la condición humana? Si la respuesta fuese negativa,
otorgar asilo al refugiado o al expatriado no sería una libre
concesión de las naciones, sino una obligación, como
contrapartida de la soberanía de que son depositarias. Por
audaz que esto parezca, ya estaba en espíritu y en letra
en la Constitución argentina de 1853, que acepta a "todos
los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino".
¿Sería posible que esto fuese verdad, no sólo para
algunas, sino para todas las naciones? ¿No basta con ser humano
para tener derecho a habitar el mundo? Estas son las preguntas que
el siglo XXI nos está formulando y las primeras respuestas
no son alentadoras.
FD
El
autor es arquitecto, especialista en desarrollo urbano y medio ambiente.
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Agradecemos
los mensajes y el aliento de Alejandro Abaca, Fernando Aliata, Margarita
Ariza, Silvia Chaves, Marcelo Cohen, Christian Cordara, Liane Makowski
Almeida, José Ariel Núñez, Ricardo Porto, Juan
Radonjic, John Thackara, María Luz Vásquez y a todos
los suscriptos en el mes de octubre.
Con especial
agradecimiento a Carlos Gómez Correa
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