por Rolo Chiodini
Roma es una ciudad que nunca se olvida.
Una vez que la hemos caminado y hemos saboreado sus platos, nunca
nos deja, volviendo en sueños una y otra vez. La cocina de
la ciudad, y de la región del Lazio, es simple, contundente
y con fundamento. Quizás sus platos no sean esos "capolavori"
de arte culinario de otras regiones de Italia. No obstante, en Roma
se come increíblemente bien y, lo más maravilloso,
en casi todos los sitios. Los días de verano son propicios
para compartir este relato romano soñado una noche calurosa
de Buenos Aires
Por
la noche
Me gustan los veranos de Buenos Aires
y la ilusión del año que se inicia, también
sus árboles frondosos y, especialmente, las mañanas
frescas que prefiguran tardes calurosas y noches estrelladas con
brisas del río. ¡Pero aquel día, no
! El
clima fue un verdadero bochorno, esos días que dan ganas
de arrancarse hasta la piel: el calor, la humedad sofocante, la
lluvia perezosa que se escapa, el país y la ciudad sumergidos
en un no sé qué va a pasar, la pobreza en las
calles, la gente recogiendo las migajas, como quien recoge las migas
de un pan dulce un poco seco desparramadas sobre un mantel blanco,
ya manchado con restos de una fiesta reciente. Por la noche, cansado
de dar vueltas por la casa y tomar cerveza, me di una ducha como
para sacarme el día y me recosté. En medio de la vigilia
y el sueño, recordé aquél viaje que hicimos
juntos a Roma
¿te acordás? Ya sé, no me
digas nada
El
Sueño
fue una mañana
de mayo cuando llegamos. El día se prefiguraba caluroso y
claro, el cielo era de un azul intenso exagerado, como temeroso
de nubes. En el viaje al centro tu carita cansada se coloreó
con los rayos del sol, rojizos y amarillos, que entraban por las
ventanas del tren, y que te hacían entrecerrar los ojos.
Recuerdo que no podías creer el color rosa amarronado o rojo
anaranjado de la ciudad, según daba el sol, salpicado acá
y allá por un verde musgoso y viejo. Mirabas la ciudad que
aparecía, se te cayeron unas lágrimas pero no dejaste
que te vea y no quise molestarte, pero me moría de ganas
por secarte las mejillas.
La primera noche, después de descansar en un pequeño
hotel de Piazza di Spagna, salimos a caminar por Via Del Corso hacia
Piazza Venezia, pero antes de llegar doblamos a la izquierda y nos
sumergimos en calles retorcidas y enmarañadas de historia.
Andando, llegamos a Piazza Navona por azar, como sucede en este
tipo de ciudades con tramas caprichosas tan lejanas a la cuadricula
porteña. Nos maravillamos por la luz mortecina y ocre que
dibujaba en la plaza sombras sobre otras sombras, como pliegues
y repliegues de luz, acentuada con la sombra de aquel cura con sotana
negrísima que cruzaba solo la plaza, llevando sobre sus hombros
centurias de pecados, perdones y catedrales. También, el
rumor suave de la noche al escucharse los pasos de la gente al andar,
el agua de las fuentes y un italiano lejano con ecos de una escena
de Fellini.

Ciertos olores fácilmente
reconocibles hicieron que entráramos
en un viejo restaurante, la "Osteria
del Gallo" en vicolo di Montevecchio 27. Nos sentamos en
una mesa pequeña contra una ventana que daba a una calle
oscura y musgosa. No hablamos mucho, pero sentí como si hubiera
sido la mejor conversación que jamás hemos tenido.
Ordenamos un vino
tinto de la Toscana, rubí intenso y aterciopelado, con vetas
de color lila como el recuerdo de los ojos de la Taylor en un viejo
cine de barrio. Con el vino nos trajeron un antipasto, "Crostini
alla ponticiana". Se cortan unas tajadas de pan casero de
corteza gruesa y corazón blando pero compacto, se los dora
ligeramente en manteca y luego se los manda a un horno bien fuerte
cubiertos con mozzarella fresca, un surtido de hongos salteados
con provenzal (funhgi trifolati) y unas lonjas de prosciutto
crudo. Se sirve caliente y acompañado de hojas verdes
con una vinagreta muy sutil. Trazos de sol meridional en la noche
romana.
Mientras esperamos el primer plato,
seguimos bebiendo, creo que me emborraché un poco. Cerca
nuestro había una pareja de una belleza de sueños
como éste, hablaban despacio tomados de la mano y reían
con complicidad. La escena me hizo recordar un párrafo de
"Fuegos" de Marguerite Yourcenar, "existe
entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad".
Llegó el primer plato, unos "Maccheroni con la ricotta".
Se diluye la ricotta en un poco de leche tibia y una cuchara de
azúcar con una pizca de canela en polvo. Bien al dente, la
pasta se coloca en una fuente y se mezcla con la ricotta hasta lograr
un "mantecato", se condimenta con sal y pimienta
recién molida y a la mesa. Plato untuoso y particular.
El segundo fue un clásico, "saltimbocca a la
romana". Bifecitos muy sutiles de carne a los que, con la ayuda
de un palillo, se les colocan hojas de salvia y jamón crudo.
Se cocinan muy rápidamente en una sartén con manteca
vuelta y vuelta. Antes de retirarlos se agrega un poco de vino blanco
seco, sal y pimienta. Se sirven con el jugo de la cocción,
acompañados con puré de papas. Plato de una simplicidad
redonda.
Tomamos las últimas restos del tinto que ya golpeaba con
recuerdos de nuestra ciudad distante. Sin lugar para el postre,
aceptamos dos copas de un vino blanco "dei Castelli"
de un pueblo cercano a Roma. Al beberlo, se siente en el cuerpo
una frescura de oasis, y cantamos en romanaccio "
é
meior er vino de li castelli, che questa zozza societá
".
Tu mano derecha tomó la copa. Brindamos. Con tu otra mano
te tomaste tus cabellos finos, te despeinaste un poco, me guiñaste
un ojo y me quedé dormido
Por
la mañana
desperté al día
siguiente con hambre. Había llovido durante la noche y la
ciudad amaneció más fresca. Me fui al Florida Garden
a tomar un café corto y fuerte, acompañado con medialunas
de grasa. Fumé el primer cigarrillo del día y me fui
a trabajar
Me gustan los veranos de Buenos Aires, especialmente
cuando las mañanas son frescas y prefiguran tardes calurosas,
con noches estrelladas y brisas del río.
RC
Sobre Roma, ver el relato
de Carmelo Ricot basado en
un poema de Quevedo, en el número 3 de café
de las ciudades.
Ver en los números
6 y 7 de café
de las ciudades las recetas de la
sopa
verde portuguesa y el pan
con tomate catalán,
también por Rolo Chiodini.

Roma ha sido retratada
de manera soberbia por algunas películas de Federico Fellini.
En La Dolce Vita, Marcello Mastroianni compone quizás
su mejor personaje, el de un periodista mujeriego con angustias
existenciales a la usanza de los '50. Satiricón presenta
una mirada insolente sobre el esplendor y la decadencia imperial,
Fellini - Roma brilla en la exhibición de la Roma
más anodina, la de las autopistas colmadas y los trabajos
eternos para la Metropolitana (con la estremecedora secuencia de
la destrucción de los frescos). Fellini hace de la ciudad
una protagonista viva y sensual de sus historias, sin solemnidades
ni sentimentalismos. No hemos encontrado buenos links a Fellini
en la Web: lo mejor es buscar sus películas en un buen videoclub,
o esperar alguna retrospectiva en las salas de cine arte.
Otras Romas memorables del cine: la absurda y metafísica
de Luis Buñuel en La Edad de oro (incluida por Carmelo
Ricot en su lista de 10 mejores películas de la historia),
la pedante y esteticista de Peter Greenaway en El vientre del
arquitecto.
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