Experimento
en Retiro (2002)
Estuve en Retiro a la
hora solicitada, y aproveché para ensayar el funcionamiento
de mi sistema de digitalización automática de radiaciones
físico-socio-psicológicas, del cual creo haberte hablado
en otro mensaje. ¡No te podés imaginar el cagazo que
me pegué cuando encendí mi laptop y la pantalla apareció
en blanco! Claro, el problema es que la opción default
del programa es "captar todas las radiaciones",
y ahí la superposición de colores da, como cualquier
estudiante de óptica sabe, justamente blanco. Afinando
y seleccionando un poco más los parámetros, pasé inmediatamente
a "abuelos que vuelven de un paseo por el Tigre",
y no te imaginas mi emoción cuando aparecieron unos
30 o 40 puntitos (parece que hoy hubo varios contingentes,
fue un día espectacular), movilizándose por los andenes
y el hall. De puro curioso, crucé la info con el parámetro
"gente que va a morir en los próximos dos meses",
y ahí aparecieron dos puntitos negros en distintos contingentes,
cotejando con información de cámara resultaron ser dos
viejitos con alguna dificultad para caminar, se ve que
ya andan medio jodidos, pobres. La confrontación con
la orden de teclado "personas que vivieron al menos
un año con el amor de su vida" arrojó 12 casos,
el promedio que más o menos yo esperaba.
Pasé inmediatamente
a "corrientes de lascivia", que arrojó una
serie de muchas líneas muy cortas, pero de poca intensidad
(uno de los viejitos, por ejemplo, mirando a la vendedora
de panchos del puesto a la salida de los andenes), cortadas
por algunas muy largas y de mucha intensidad (gente
que andará muy caliente con compañeros de oficina o
vecinas). Cruzando esa información con "de profesión
maestra" salieron tres casos, una de ellas era
la que vos andabas buscando, la estaba mirando un oficinista
de los que salía del subte. Buscando los motivos, encontré
respuestas positivas a los parámetros "preocupada
por problemas económicos" y "preocupada por
la salud de sus padres".
El parámetro "gente
que perdió su trabajo en el día de hoy" dio 50
casos, aproximadamente, 21 de ellos oficinistas. No
logré individualizar el tuyo, deberías darme más parámetros
(te sugiero "de ojos tristes", "que les
gusta la tarta de manzana", o algo por el estilo).
Poca gente (y eso me sorprendió) cantaba, creo que la
que vos me mencionaste era una profesora de gimnasia
que iba al CEF de San Fernando y estaba muy contenta
(parecerá machista, pero se me ocurrió cruzarla con
"que hicieron el amor hoy a la mañana" y me
dio positivo, lástima que también salió como "que
no será feliz con su actual amor").
¡Vieras que linda era
el cruce de líneas de tus sudorosos y divinos pasajeros
del subte, sobre todo cuando les diferencié los colores
para "que sueñan con cambiar su vida", "que
no han pasado aún lo peor" y "que odian a
su cuñado"!
Crowne
Plaza (2002)
Han pasado cinco años,
y mucho agua bajo el puente, pero estoy seguro que la
muchacha que me crucé al entrar en el Crowne Plaza era
ella. El pelo corto y con un color extraño (pero ella
siempre se lo tiñó) no me impidieron reconocer el gesto,
la forma de caminar, la altura, la forma de vestir,
su delgadez. Adivino los ojos azules detrás de los RayBan,
la actitud soberbia, la gestión para sacarle algo de
plata a un viejo calentón, obnubilado por el misterio
que la flaca parece ocultar (les aseguro, amigos, que
no oculta nada).
Iba para un reportaje
en el bar principal, revisaba el cassette de mi grabador
y en cuanto levanté los ojos para encarar la puerta
giratoria, la vi en el compartimento que salía en ese
instante, el tapado malva y la cartera al tono, el paso
decidido pero la expresión del rostro amortiguada por
el exceso de marihuana, la elegancia discreta. Me di
vuelta en mi cárcel de vidrio para mirarla, pero desapareció
entre la multitud, y me lleva más tiempo contar la decisión
de no seguirla, que el brevísimo instante de intuición
que me impulsó a seguir de largo, y llegar temprano
a mi cita.
Desde que pasó lo que
pasó, no volví a llamarla ni hablé de ella con ningún
amigo en común (ellos respetaron mi silencio y tampoco
la nombraron). Borré con liquid paper su nombre de mi
agenda, tiré su foto. Fueron 4 o 5 meses los más duros,
mi cuerpo recordaba cada hueco, cada textura del suyo,
lloraba en el cine cuando imaginaba los diálogos que
nos hubiera motivado una escena, apagaba la radio para
no escuchar ciertas canciones. En el término de un año,
ya no me preocupaba su recuerdo, pero la prudencia me
llevó mantener el silencio. Al tiempo me enredé con
Valeria, fueron otros los comentarios, las canciones,
las caricias.
Terminé el reportaje
y me tenté de preguntar por ella en el front desk: no
resistí la tentación, aun percibiendo el ridículo. No
la tenían registrada, eso era obvio, ni había dejado
ningún mensaje. Un tipo con aspecto alemán salió del
ascensor (45, 50 años) y lo imaginé firmándole un cheque
a la flaca bajo la fantasía de un buen polvo en la King
Bed de la suite comercial. Me reí de mis celos y salí
a la calle (casi tropiezo con el alemán en la puerta
giratoria). Mientras caminaba hacia la Alameda, miraba
en los bares buscando el tapado malva, esperando no
verlo.
Su piel era pálida y
suave al tacto, sus movimientos elásticos, los ojos
celestes no lucían tan bien en el rostro anguloso, sus
besos eran indolentes. Sonó el celular y Valeria me
propuso ir al cine, quedamos en encontrarnos a las 8
en Las Condes.
Nunca
(2002)
Nunca, pero nunca me
vuelvas a mirar de esa forma, porque no sé qué es lo
que buscan tus ojos, ni siquiera si lo buscan en mi
o algo que hay dentro de mí, o más allá, si es tristeza
o deseo lo que me quieres comunicar, si te recuerdo
a alguien que te hizo daño, si piensas en otro que realmente
te importa, si piensas en algo o si tu cabeza está en
blanco (del mismo modo que cuando me trepo a tu cuerpo
que se me ofrece indolente, y me siento arrancado de
mi consciencia por tus movimientos, cuando olvidas tu
cuaderno en casa y me muero de tristeza y de cariño
al leer tus apuntes, tus comentarios, tus anotaciones,
cuando dejas tu ropa y lloro al pasarla por mis mejillas,
la ternura que me agobia en la tarde de domingo).
Pinche
gente (2002)
Yo los vi subir la barranca,
ella lo eludía y lo buscaba al mismo tiempo. Pinche
gente (me dije y apure mi trago), simulan que se desean
y así se excitan.
El
mal que aqueja a la Argentina (2002)
El
mal que aqueja a la Argentina es su derecha.
Solitaria
ocupante del espectro ideológico, en sus múltiples versiones
la fuerza que pregona la reivindicación de los privilegios
y la profundización
de las relaciones de poder existentes tiene dominado
el debate sobre cuanto tema o circunstancia se establezca
en nuestra sociedad. Si por cortas etapas del devenir
histórico ha quedado acorralada en sus propias mentiras
y en los recurrentes fracasos a los que ha arrastrado
al país, su capacidad de regeneración le permite, como
al poeta niño de Baudelaire, nutrirse de las mismas
escupidas que recibe en repudio a sus calamidades, de
las mismas heces con que ahoga a un pueblo humillado
por sus desatinos ("en todo lo que come, y en todo
lo que bebe, vuelve a encontrar el néctar bermejo y
la ambrosía").
Sin
otro prejuicio que el de su propia perpetuación, la
derecha argentina no escatimará contradicciones, mentiras
ni felonías en su afán de reacomodar los ires y venires
de la política a los intereses parasitarios de los sectores
que acumulan la riqueza de la sociedad (una riqueza,
quede esto claro, que no generan ni estimulan). Carente
de antagonismos a su voluntad hegemónica, solo debe
enfrentar el contrapeso de sus propias atrocidades,
que oculta y minimiza cuando no puede atribuirlas (en
el colmo de la hipocresía) a las conjuras de una izquierda
fantasmal, enredada en su propia glorificación del fracaso.
En
su mentira infinita, teñirá de liberalismo las autocracias
más retrógradas, disfrazará de nacional la disolución
de un país (vertiente nacionalista esta que le permitirá
usufructuar tanto las vejaciones del nacional - socialismo
como la mentira del socialismo - nacional), echará la
culpa de los males del país a que sus gentes no gustan
del trabajo, o, si el auge de las jornadas laborales
de 12 horas por día las inhiben de proferir semejante
dislate, hablarán del elevado costo del trabajo como
si ignoraran que el ingreso del trabajador argentino
está lastimosamente por debajo del de sus afortunados
colegas europeos o norteamericanos.
Diciembre
de 2001: el pueblo argentino reacciona contra la barbarie
neoliberal y expulsa a los mentecatos gobernantes de
sus sitiales. ¡Revolución, el pueblo asume su destino,
ganó la gente!, gritan los ingenuos con fervor real
o fingido. Mirad en tanto a la bestia, agazapada en
las sombras y presta a lanzar su zarpazo. La derecha
mueve su juego a la manera de aquellos equipos de fútbol
que tocan y tocan la pelota hasta semblantear al rival,
adivinar la cara de miedo del lateral derecho contrario
que será fácilmente sobrepasado por un pelotazo a sus
espaldas, o detectar al escurridizo delantero que picará
al vacío en cuanto salga el estilete preciso de los
pies del enganche. Ya el mismo 19 de diciembre, la televisión
nos muestra a un cacerolero explicando que él y sus
vecinos salen a la calle para demostrar que "no
somos negros". La bestia ríe tranquila en su escondite,
segura de que el dispositivo ideológico incorporado
funciona hasta en los momentos en que el esclavo cree
rebelarse contra su yugo. ¿La deuda inmoral es imposible
de ser pagada? ¡Nos dirán que el populismo llevó al
país al default, y se espantarán como viejas beatas
con las risas de los imbéciles que hoy aplauden el no
pago con la misma gana que ayer aplaudieron el megacanje!
¿La farsa del dólar que cuesta un peso es imposible
de mantener? ¡Será que no nos han chupado la sangre
lo suficiente, porque este país nunca renunció al socialismo
... de Perón, Onganía y Videla!
El
mismo pelele sonriente que decreta el default les sirve
para ser reciclado en candidato populista, preparado
para acordar otra etapa de entrega y humillación, si
no de muerte y represión salvaje. Los ignorantes funcionarios
de los organismos internacionales (confinados allí porque
no tienen el coeficiente intelectual necesario como
para ser subgerentes de una multinacional) tratan a
todo un país con la misma ciclotimia con que una quinceañera
presuntuosa desprecia a sus pretendientes: ¡la bestia
los aplaude y nos hace depender de sus humores con la
misma resignación con que los cristianos miraban el
dedo del emperador de turno en el circo romano!
La
derecha puede convencernos de echar a todos nuestros
políticos, pero sin tocar un pelo del staff de economistas
incompetentes, comunicadores venales, falsos empresarios
y en general todo el elenco estable de la opresión y
el saqueo organizados. Ellos no son políticos: ellos
son la Argentina.
La
mentira, la falacia y la repetición obsesiva de un puñado
de mitos les alcanzan para controlar un país confundido
por su dominio (la bolsa de plástico sobre la cabeza,
el gas y las balas, les sirvieron para sofocar la rebelión).
Con el mismo descaro con que convierten a jóvenes católicos
nacionalistas en la supuesta vanguardia de un ejército
popular, transforman a un plateista de Racing o a una
mística religiosa en líderes del "progresismo"
(o sea, la versión inofensiva de las fuerzas de izquierda
que en otros países de Latinoamérica nuclean como mínimo
al 30 o 40% de la población).
Miradla,
arrojándose con saña tenaz contra todo lo que hay de
bueno y de noble en nuestra sociedad, miradla, travistiendo
el agua en vino y el aceite en vinagre, miradla, vendiendo
al mismo tiempo fósforos y seguros contra incendio,
facturando en todas las ventanillas y pagando en ninguna,
miradla, engordando el pollo que comerá mañana con los
restos del pollo que comió ayer, miradla, temedle, cuidaos:
¡es la reputísima derecha argentina!
Experiencia
proustiana – La Isla (2003)
Hoy por la mañana tuve
una experiencia proustiana. Llegué a la oficina del
Estudio X, donde estoy trabajando por unas semanas en
un proyecto editorial. Me lavé las manos, me serví café
y me senté en el escritorio que me han asignado, y en
un momento sentí aquel olor que caracterizaba los lobbies
de hotel y las playas de la isla donde trabajé 12 años
atrás. Solo fue un momento, no le di mucho de mi atención
consciente, me puse a trabajar y un rato después, antes
de almorzar, volví a lavarme las manos y entonces sentí
nuevamente el olor, esta vez muy claramente, y era el
jabón en pasta del lavabo. ¿El perfume de la isla venía
del aire acondicionado, aromatizado por esta sustancia
para abstraer y dar asepsia al ambiente de los hoteles,
o era resultado de la mezcla de olores a bronceador?
Nunca lo supe.
Fui feliz en la isla
y me hubiera resultado insoportable, en los años posteriores
a mi regreso a Buenos Aires, saber que no regresaría,
que no volvería a trabajar en la isla, que no instalaría
mi bar para residentes, donde cantaría tangos y boleros
una vez por semana y tocaría una campana en las noches
más animadas, para anunciar un inverosímil happy hour.
En la realidad fui feliz también, y fui desgraciado,
como lo hubiera sido en la isla, de prosperar mis planes.
Hubiera tenido un romance con A., quizás la hubiera
hecho mi mujer o me hubiera aburrido a las pocas semanas,
quien sabe, o hubiera seducido a alguna de mis buenas
amigas latinas, o quien sabe a aquella alemana del bar
que me sonreía en las últimas semanas.
Mis amigos se hubieran
ido yendo de a la isla. Pero no cambio las alegrías
y los dolores que viví en la realidad, porque fueron
míos y son mi historia y porque me dijeron, también,
que en esa búsqueda desesperada de la felicidad se va
la felicidad, pero me gusta (sabemos ahora que cuando
la felicidad se escapa deja un aroma que algunos confundimos
con la felicidad).

Como
ebrios (2004)
Al
cruce de las calles, como ebrios,
regresan bajo el sol de domingo y se pierden
cuando ya es lunes. Cansados de la marcha,
el viento borra las marcas que las caricias dejaron,
rojas, amarillas, silenciosas.
En
el andar, revelan una ciudad ausente,
sin límites, sin encuadres posibles.
Un
caos de interpretaciones
cómplices de todas las tristezas
que no son más que ilusiones.
Quisieran
huir, los amantes, pero
el rumor del río los seduce una vez más
y tapan sus oídos, cual Ulises urbanos
al inútil, certero canto clandestino de una voz
única.
Beberé
de su cuerpo, poseída
de oscuros sueños se dormirá en mis brazos
mientras sus pezones muerda, su vientre bañe.
Borrachos,
ambos, tarde de domingo (no es tan triste como dicen
los suicidas, los tristes)
que las caricias convierten en lunes (medianoche)
y aún lejos de sus casas, cansados, de andar
por bares, playas, burdeles
pero el viento los limpia
y el deseo.
Y
crean, en su deriva, los amantes,
otra metrópolis, mental, su propia city
inabordable, infinita, ningún plano secuencia
puede mostrarla, ningún paneo sirve
y la hermenéutica falla, amiga mía, solo hay ilusionismos
magos cansados, torpes (descubrimos sus trucos,
y eso nos pone tristes, y recuerda, estábamos bebidos).
No
hay escape, me dices, solo el rumor del río, la barranca
que baja, la enorme
luna roja en el muelle.
Beberé
de tu cuerpo, abrázame.
CR
El
autor es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en
la prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante y estudioso de la ciudad, interrumpe
(más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones
y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su
autoría, ver Proyecto
Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus
notas en números anteriores de café
de las ciudades,
como por ejemplo Urbanofobias (I) en
el número 70, El
Muro de La Horqueta (c/ Lucila
Martínez A.) en el número 79, Turín
y la Mole en el número 105 y Sídney,
lo mejor de ambos mundos, en el número 126.
Es uno de los autores de Cien
Cafés.
Ver
también en café
de las ciudades:
Número
68 | La mirada del flâneur
La
temperatura del infierno | Escritos
fronterizos | Carmelo Ricot