
conocimiento, reflexiones
y miradas sobre la ciudad
r e v i s t a d i g i t a l
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el primer lunes de cada mes
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AÑO
7 - NUMERO 64 - Febrero 2008
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> SUMARIO |
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La
mirada del flâneur (II) |
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Tajos,
cuestas y contrafrentes
I
Por
Carmelo Ricot
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A poco
de subir las cuestas caí en el mismo error de todos
nuestros encuentros, el de interpretar sus silencios como
si yo la aburriera o estuviera enojada conmigo. No era eso,
por cierto. Donde yo, o cualquiera, veríamos solo un
ominoso corte del diálogo, ella mantenía abierto
un canal escondido que la comunicaba con el sujeto de su confianza,
aunque ésta no fuera recíproca (ni ella necesitaba
que lo fuera). Por otro lado: es cierto que habla poco, pero
es muy contundente en sus juicios.
- Esto
no me gusta, había dicho, por ejemplo, en la sala de
espera del embarcadero, estos silencios en que se empeñan
a veces (y era cierto, durante un largo minuto decenas de
personas no atinaban a decir palabra). Pero lo compensan los
llamados a rezar, es algo... (no encontró el cierre
de la frase; su gesto pretendía indicar que no omitía
el final por la imposibilidad de encontrar las palabras, sino
más bien porque estas no alcanzarían a describir
la cosa a la que hacían referencia). Vayamos a Beyoglu
antes de que anochezca, tienes que verlo con luz. Y allí
fuimos, cruzando el Puente de Galata por el lado exterior
del estuario, por arriba los dos primeros tramos, luego por
la lonja de los restaurantes, a mi insistencia. Imaginaba
una suerte de fondamenta veneciana con mesitas y olor
a pescado frito, en cambio encontramos un triste patio de
comidas. Lo bueno estaba arriba, los pescadores dándonos
la espalda, las mezquitas sobresaliendo de la fábrica
urbana en las orillas y los barcos histéricos, girando
en la entrada al Cuerno de Oro y exponiéndose al reflejo
del atardecer.

Así
que estábamos subiendo a cuarenta y cinco grados por
una calle que daba vueltas hasta desorientarnos. Yo inventé
una historia acerca de la ciudad, que nos guiaría en
caso de aceptarnos o acabaría extraviándonos
en caso contrario. Ella me mostraba los contrafrentes (le
gustaba la palabra; "contrafrente" repetía
con placer, ella que elude los placeres); yo aceptaba su atractivo,
pero pensaba para mí que esa aparición veloz
de las fachadas traseras solo era posible por la interrupción
del continuo construido, y eso me parecía demasiado
azaroso para constituir un principio de estética urbana.
En ocasiones, al desviarse la calle, un tajo vertical hendía
las paredes y enmarcaba el paisaje distante y marino.
Continuó
sus comentarios sobre la ciudad: Esa vaina de la melancolía...,
es cierto que a veces la amargura es como un viento que enfila
por las calles, pero me molesta el regodeo que sienten con
su melancolía, si es que en verdad existe. Y continuó:
Hay dos tipos diferenciados, los que a toda costa quieren
irse y los que te aseguran que jamás se irían,
cualquiera sea el problema que los afecte. Están, esos,
los que no podrían irse, ligados sin remedio a Estambul,
y yo les creo.

En algunas
calles, en algunas bajadas, aparecía una ciudad oscura
que desmentía la cordialidad indiferente de Beyoglu.
Un cartel en un callejón anunciaba un control policial
y un agente custodiaba la entrada con un detector de metales.
Un patio detrás de una puerta a la calle estaba rodeado
de mingitorios; el cobrador esperaba sentado detrás
de una mesa en la vereda. Cruzando la avenida que lleva a
Taksim ("es como el Zócalo", me dijo, "allí
pasa todo", ignorando u omitiendo las obvias diferencias
de calidad del espacio) entramos a un barrio de kurdos y gitanos.
Las ropas se tendían de fachada a fachada y las peluquerías
estaban llenas, en una de ellas vimos un niño de 11
o 12 años que atendía a un cliente. La diferencia
evidente con el barrio comercial me dio algo de vértigo,
pensando en la gran extensión de ciudad que no conocíamos
ni conoceríamos, más allá de las tres
plateas montañosas mirándose a si mismas por
donde habíamos pasado esos días. Volvimos a
la calle del tranvía, para buscar un café.
La foto
de Atatürk, con las leyendas que no comprendíamos,
colgaba de la pared tras la barra. El sitio se llenó
en unos minutos; al rato sonó Ibrahim Ferrer en el
equipo de música, y escuchar el castellano me mareó
por unos segundos: "parecen argentinos", dije por
las caras y los gestos de los clientes del bar y ella asintió
divertida. Ya habíamos terminado el café cuando
me preguntó por los anuncios del gobierno.
- Yo soy
socialdemócrata, le dije, esas cosas no me seducen.
Yo quiero economía mixta, impuestos altos y que el
Estado sea redistribuidor de riqueza y dotador de servicios.
Todo lo demás es mierda: políticas de oferta,
socialismo real, reaganomics, desarrollismos, autogestión...,
no fue con esas pajerías que el Estado de Bienestar
duplicó la expectativa de vida de la humanidad en menos
de cuarenta años. Sonrió y aceptó mi
boutade, entendiendo que no me interesaba hablar de
política, así como a ella no le interesaba hablar
de nuestros errores.

Antes
de la bajada al estuario, en la placita bajo la Torre Galata,
hay algunos chiringuitos y restaurantes. Entramos a uno que
ofrecía comida italiana; no estaba muy lleno y nos
sentamos junto a la vidriera. Pese a que servían vino
y cervezas, pedimos agua (me gustaba la forma que tenían
de explicar porqué no servían alcohol; las pocas
veces que habíamos preguntado, al comienzo: sin decir
una palabra, ensayaban un gesto que expresaba a un tiempo
firmeza y comprensión, y complicidad con el parroquiano;
el mismo gesto le había visto a un libanés en
un puesto de shawarma de Gracia, ante la insistencia de una
muchacha que quería cerveza). La selección de
música fue la mejor que había escuchado en años,
y no solo en un restaurant. No había en ella ninguna
concesión tribal ni generacional: Pixies, Pink Floyd
(Money), Ray Barreto, una versión de reminiscencia
árabe del Bolero de Ravel, la Fanya All Stars homenajeando
a Tito Rodríguez, Coltrane, un fado, una ranchera,
Cachaíto López, Petrucciani, el tema de una
película de Bollywood, Mendes, Depeche Mode, un beguine,
el tango Nada, Periódico de ayer por
Héctor Lavoe, The Kinks y alguna otra cosa a la que
no presté mucha atención por escucharla.

- ¿Qué
harías en mi lugar?, me peguntó. "Su lugar"
era el de irse o quedarse en la ciudad. No podía ser
obvio ni condescendiente. Le dije que, por supuesto, hiciera
lo que mejor le conviniera y lo que más profundamente
quisiera, que la pregunta que yo podía contestar no
era la de donde ir sino en el mejor de los casos la de cómo
estar en el lugar que ella eligiera para vivir, que si su
deseo era iniciar una vida estambulí lo primero que
debía procurar era no estar tan sola, y en caso contrario
que debía volver lo antes posible, pero que al margen
de lo que hubiera pasado en alguna época entre nosotros
me parecía evidente que su matrimonio no funcionaba,
y que debía mantener la decisión de separarse,
a menos que realmente su amor fuera tan fuerte que pudiera
disimular la evidencia del fracaso. Lloró, por supuesto,
pero al menos pareció que el llanto la aliviaba y no
era el solaz autocompasivo que tan harto me había tenido
en los años recientes. Pensé también
que esas cosas me las estaba diciendo a mi mismo, pero eso
es inevitable.

Con la
noche la plaza se vació de turistas y entró
en el ritmo de las rutinas barriales. Fue agradable demorarnos
en varios cafés mientras se iban los otros clientes.
Callamos juntos un largo rato, bien concentrados en el eterno
y aleatorio teatro de las calles, en los viejos que volvían
de sus bares, el vendedor de castañas, la tienda de
alimentación al llegar a la esquina, unos alemanes
perdidos que consultaban su mapa y discutían. El dueño
de la tienda salió a la calle y se apoyó en
la jamba de la puerta; fumó tres o cuatro cigarrillos,
mirando hacia un punto impreciso de la plaza. Dio alguna indicación
a su dependiente, un muchacho despierto que parecía
estar tratando de arreglar algún error cometido durante
el día. Detrás de la vidriera se lo veía
ordenando el mostrador con las naranjas, formando una pirámide
bien fundamentada que alcanzaba una altura considerable. "Portakal
suju", dije y ella sonrió conmigo; "jugo
de naranja" era lo único que había aprendido
a decir en turco en esos días, pero con bastante eficiencia,
como comprobé cuando me servían el jugo que
había pedido sin que señalara con el dedo para
confirmar mis palabras. También había aprendido
en los negocios que "giris" es "entrada"
y "cikis", salida. Por la tarde había compuesto,
a partir de la afinidad fonética, una tonta equivalencia
con pretensiones irónicas: "la salida está
en la psiquis"; ella sonrió con benevolencia cuando
se lo dije, como sonreía ahora mirando hacia un punto
tan impreciso como el que un rato antes buscaba la mirada
del dueño de la tienda, que ahora apagaba la colilla
de su último cigarro y entraba displicente al local.

CR
El
autor es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja
en la prestación de servicios administrativos a la
producción del hábitat. Dilettante, y
estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña)
su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética,
erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto
Mitzuoda
(c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números
anteriores
de café
de las ciudades.
Sobre
Estambul (y probablemente sobre cualquier ciudad), nadie puede
escribir mejor que Orhan Pamuk, del que café
de las ciudades ha comentado su libro autobiográfico:
Número
56 I Cultura de las ciudades
Estambul,
ciudad y recuerdos I Orhan Pamuk, al encuentro
de las "capas de confusión" urbana. I Marcelo
Corti
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Política
de las ciudades (I) |
La
izquierda errante en busca de la ciudad futura
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Un
lugar de encuentros múltiples entre gentes diferentes
I
Por
Jordi Borja |
La
ciudad como metáfora de la izquierda nos interesa
especialmente pues permite enfatizar algo que es común
o necesario a ambas: la dimensión sentimental
y sensual, cordial y amorosa, individualizadora y cooperativa,
plural y homogeneizadora, protectora y securizante,
incierta y sorprendente, transgresora y misteriosa.
Y también porque vivimos una época en
que no es casual que ciudad e izquierda se nos pierdan
a la vez, parece como si se disolvieran en el espacio
público, en sentido físico y político.
Si la ciudad es el ámbito generador de la innovación
y del cambio, es en consecuencia el humus en el que
la izquierda vive y se desarrolla, en tanto que fuerza
con vocación de crear futuros posibles y de promover
acciones presentes.
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Buscando
"la brújula dorada" en el AMBA
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Apuntes
apresurados sobre el paisaje metropolitano post-electoral
en Buenos Aires I
Por
Artemio Pedro Abba |
Pareciera
que aquí en el AMBA, esa "materia oscura"
de la política nacional, los tiempos están
cambiados y la discusión de las políticas
metropolitanas, que no se profundizó en la previa
lucha electoral, entorpece ahora, llegada la etapa de
la gestión, cuando se deben buscar puntos en
común (que los hay, y muchos) la tarea de gobernar
un territorio complejo y en crisis como el del área
metropolitana de Buenos Aires. En un clima de desconfianzas
recíprocas entre los actores institucionales
involucrados, ya una vez asumidas las nuevas autoridades,
la mención de las prioridades metropolitanas
parece ser una sucesión de "aprietes"
mutuos entre los funcionarios porteños y bonaerenses.
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Mar
del Plata, entre la ciudad real y la ciudad ideal
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Acerca
del Plan Estratégico I
Por
Mirta S. González y Alberto R. Villavicencio |
No
podemos seguir razonando a partir de un simple rechazo
a las posibilidades de la iniciativa local, pero tampoco
partir de una aceptación ingenua de sus virtudes.
Lo local no es un concepto que se encuentra definido
de antemano, debe ser construido. Se trata de un proyecto
colectivo, donde según qué mecanismos
de concertación, negociación y/o cooperación
se den, se podrá aseverar si dicho proyecto es
incluyente o excluyente. Elaborar un "Plan Estratégico"
no es ni más ni menos que definir qué
ciudad queremos. ¿Se quiere hacer de la ciudad un espacio
de relación y convivencia, o un espacio competitivo
donde el ideal es la ciudad-empresa, donde el tiempo
de la vida cede paso al tiempo vacío del capital.
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Rudimentos
de urbanismo universal
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Cuando
Pericles habla a Atenas
I
Por
Mateo Rello |
Aquí
en la habitación, de noche, a oscuras,
La ciudad toda es un zumbido lejano,
Gigantesca dinamo maternal que nos guarda,
Que nos mece con la calma de un mecanismo nocturno.
Cruzan por el silencio escasos coches; su rumor nos
llega
Sorprendentemente parecido al de olas aisladas al romper
en la playa.
La ciudad es un zumbido lejano,
Todo lo que se oye acompasa con su plácida monotonía.
Tal vez así, tal cual ahora es y de una pieza,
Emergió, chorreante y rotunda, de los abismos
perturbados sólo por el ondear de las algas y
la navegación lenta y mayestática de las
grandes bestias.
Al aire quedó expuesta, tal como la ves, para
que fuéramos llegando.
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La
Alhambra, Granada: mala trampa al pasar a las Alcazabas
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Y
otros apuntes andaluces y pan-europeos, incluyendo algunas
consideraciones sobre el fascismo aeroportuario y locutorio
I
Por
Carmelo Ricot |
Dejé
asentada mi queja en la (por cierto, lejana y escondida)
oficina de reclamos (aun no tengo respuesta) y me fui,
procurando que la indignación por la arbitrariedad
y la ineficiencia del Patronato no alteraran mi satisfacción
por lo mucho de bueno, de bello y de sensual conocido
durante el día. En charlas posteriores con amigos
y conocidos, comprobé que no fui el único
visitante timado por el Patronato y que la mayoría
de los que van a la Alhambra salen de ella con alguna
afrenta similar (un uruguayo me contó incluso
que en los ’80 la entrada al conjunto era gratuita y
que, durante un curso realizado en Granada, era el lugar
que elegía con sus paisanos para ir a tomar unos
mates...).
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Buenas
y Malas Prácticas Urbanas 2004-2007
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Bernasconi
- Torres del Parque - Kavanagh - Torre Galicia - Splits
- Génova Moderna - MTL - Torre Grand Bourg -
Showcenter - Condón del Obelisco - Rambla de
Mar del Plata - Fundación El Ceibo - Cartel de
Ford.
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Marketing
urbano, viviendas tapiadas, satisfacción parisina,
cremortártaro y digresiones sobre la Torre Galicia.
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Ciclo
de Cine y Ciudad - Soleritown - Visiones de una utopía
concreta - Especialización en Desarrollo Local
en Regiones Urbanas, en la UNGS - Gestión Local
del Hábitat, en Rosario - ¿Un mundo suburbano?
- Imaginarios urbanos y participación social,
en Costa Rica - 30-60 FOR EXPORT, latinoamericanos en
el mundo - Derecho a la red en Iberoamérica -
Dudas sobre el Tren Bala.
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ACERCA DE CAFÉ DE LAS CIUDADES
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café de las ciudades
es un lugar en la red para
el encuentro de conocimientos, reflexiones y miradas sobre
la ciudad. No es propiedad de ningún grupo, disciplina
o profesión: cualquiera que tenga algo que decir
puede sentarse a sus mesas, y hablar con los parroquianos.
Amor por la ciudad (la propia, alguna en particular, o todas,
según el gusto de cada uno), y tolerancia con las
opiniones ajenas, son la única condición para
entrar. Hay quien desconfía de las charlas de café:
trataremos de demostrarle su error. Nuestro café
está en cualquier lugar donde alguien lo quiera disfrutar,
pero algunos datos ayudarán a encontrarlo. Estamos
en una esquina, porque nos gustan los encuentros, y porque
desde allí se mira mejor en todas las direcciones.
Tenemos ventanas muy amplias para ver la vida en las calles,
y no nos asustan sus conflictos. Es fácil llegar
caminando a nuestro café, y por eso viene gente del
centro y de todos los barrios (sí alguien prefiere
un ambiente exclusivo, que se busque otro lugar). No faltaran
datos sobre cafés amigos, porque nos gusta andar
de bar en bar: ¿cómo pedirle a los parroquianos que
se queden toda la noche en el nuestro? Esa es la única
cadena a la que pertenece el café
de las ciudades: la
de todos los cafés únicos e irrepetibles,
en cualquier esquina de cualquier ciudad.
Marca en trámite
Editor y Director: Marcelo Corti
Diseño: Laura
I. Corti
Corresponsal
en Buenos Aires: Mario L. Tercco
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