Proyecto Mitzuoda
Una ficción
metropolitana contemporánea (por entregas).
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
En entregas anteriores:
1:
SOJAZO!
Un
gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la
Plaza de Mayo; Buenos Aires arde.
Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos
y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde
Siena, un extraño documento propone caminos y utopías
para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
Entrega 3: Miranda
y tres tipos de hombres.
Lectura dispersa
en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito
en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
Nunca,
pero nunca me vuelvas a mirar de esa forma, porque no se que es
lo que buscan tus ojos, ni siquiera si lo buscan en mi o algo que
hay dentro de mí, o más allá, si es tristeza
o deseo lo que me quieres comunicar, si te recuerdo a alguien que
te hizo daño, si piensas en otro que realmente te importa,
si piensas en algo o si tu cabeza está en blanco (del mismo
modo que cuando me trepo a tu cuerpo que se me ofrece indolente,
y me siento arrancado de mi conciencia por tus movimientos, cuando
olvidas tu cuaderno en casa y me muero de tristeza y de cariño
al leer tus apuntes, tus comentarios, tus anotaciones, cuando dejas
tu ropa y lloro al pasarla por mis mejillas, la ternura que me agobia
en la tarde de domingo), nunca me recibas con esos gemidos ausentes,
tu sexo manejando mis movimientos torpes, el giro
obsceno de los amantes y tu mueca misteriosa.

Eran tres tipos
de hombres, en esencia: los que volvían del centro a San
Fernando en auto, los que volvían en el 60, los que volvían
en tren (y acá se colaban distinciones socioeconómicas;
por eso odiaba las categorías, típica nominalista,
buena heredera de los idealistas británicos). Ella volvía
siempre en tren, aunque implicara caminar un poco más en
el barrio; Gustavo, en cambio, amaba el 60 por algún motivo,
y desde el asiento de cinco, ahí atrás, la miraba
mientras doblaba por Juramento. Miranda odiaba la carita de perrito
faldero de Gustavo, seguirla con la mirada, ¡shit!, masculló
con pedantería de niña educada en colegio privado,
porque los hombres siempre fallan en algo, lo mejor será
tomar un café, subiendo la barranca, frente al edificio Bauhaus
que mira a la plaza. Miranda ama esas dos cuadras, Gustavo la acompaña
a veces; es curioso, es una de las calles donde deja que la abrace,
ella en general rechaza sus abrazos, aunque le gustan sus besos
en los rincones de las fiestas, cierto exhibicionismo glamoroso
(partes de él que le gustaban: nariz, más de perfil
que de frente; detrás de la oreja, pasar sus dedos y excitarlo;
las rodillas, los antebrazos, y fuera de lo físico, cuando
le servía vino a la medianoche, cuando le hacía el
amor al despertar, su manera de hablar por teléfono con terceros
sin compromiso, su comportamiento en los cines, la mirada enojada
a curiosos en la calle, la misma fidelidad al 60).

Habíamos
dejado a Miranda cuando subía la barranca, hacía el
bar, en donde ahora pide su café y una medialuna en la primera
mesa individual, junto a la ventana. La camarera le sirve el pedido
con la deferencia de siempre, Miranda cree detectar algún
otro interés en el trato afectuoso, comprensivo. ¿Son tal
vez fantasías propias? Aparta la mirada de la muchacha con
la misma actitud que usa en la calle o con pretendientes no deseados
(en fin, al menos una mujer debe ser hábil en el sexo oral,
los hombres suelen fallar con esa metáfora de la lengua como
pene, o en el pegoteo de besos imprecisos, Gustavo al menos trata
de hallar una correspondencia entre los labios y eso la excita,
aunque más que nada intelectualmente), saca el apunte de
su cartera y comienza la lectura. "Al haber alcanzado el nivel
global, el desarrollo capitalista se encontró directamente
enfrentado cara a cara con la multitud, sin ninguna mediación.
De ahí que se evaporara la dialéctica, la ciencia
del límite y su organización" (Antonio Negri, Imperio,
p. 222). Antonio Negri, o Toni Negri, es el nuevo intelectual de
moda que nos llega de Europa con sus nuevas categorías o
jergas y que en estas tierras, ávidas siempre de recibir
en forma acrítica lo que nos viene desde esas riberas, causa
furor. No es la primera vez que eso sucede ni será la última.
Antes lo precedió Althusser. Miranda busca el apunte
de Althuser en su cartera, se dice a si misma que para seguir esta
lección es mejor repasar y asegurarse de tener bien fijados
los conceptos sobre Althuser, pero ella sabe que esto es dispersión
pura y dura (¿por qué a los hombres les excita el lesbianismo?)
Miranda se entretiene ahora en el tipo que dibuja sobre una servilleta,
en la mesa que da a Juramento, la segunda. Miranda salió
hace algunos años con un tipo que dibujaba en los bares,
pero este es distinto, mejor vestido, algo indolente (su amante
era más prometeico, creía en el sentido de sus actos),
recuerda la chabacanería de Gustavo acerca de la forma de
reconocer a una mujer que le gustaba, "imagino que me la chupa,
si no me da asco, es que la chica me gusta", pero el tipo que dibujaba
no podría siquiera invitarla a salir, se río y dio
vuelta la cara para evitar malos entendidos. ¿Quién podía
hablar de la situación nacional, de la revolución,
de la ideología, si no había leído a Althusser
y no usaba categorías como las de Aparato Ideológico
del Estado y lo escribía así, AIE, y no sabía
qué era el "corte epistemológico?". Althusser pasó,
no sin dejar hondas secuelas en la militancia, que es el aspecto
que me interesa en estas reflexiones. Después de Althusser
llegaron otros como Foucault, Nietzsche y una caterva de pensadores,
todos con algo que aportar, pero que transformados muchas veces
en fetiches, más que ayudarnos a conocernos a nosotros mismos,
a nuestra sociedad y sus problemas, sólo servían como
pantallas para no vernos. Todas sus fantasías eran pantallas
para dispersarse de los hechos: le había mentido a Gustavo,
hoy no se quedaría estudiando y en cambio se encontraría
con Javier, tercer novio hacia atrás en la línea sucesoria,
séptimo amante en el mismo orden (y séptimo en el
orden convencional; el justo centro, pensó, divertida), nada
de cenas en restaurantes, al grano, visita en el departamento.
Para nuestra desgracia ahora toma la posta Antonio Negri con categorías
como "imperio", "multitud", "contrapoder" (palabra sagrada si la
hay). No me interesa mayormente el pensamiento de Toni Negri, pero
me preocupa el efecto que causa en la práctica política
militante, como en otro tiempo me preocupó por la misma causa
el pensamiento de Althusser. Por primera vez en su vida va a
acostarse con dos hombres distintos el mismo día. Piensa
en retrasar las cenas, el vino en la medianoche, cronológicamente
serían dos días distintos (la culpa ingenua...) Le
exigirá usar condones, de hecho ya los trae, es una lástima
no poder comparar sabores (el sabor de Gustavo en la mañana,
los movimientos certeros), ¿querrá Javier tomarla
por detrás?
La tesis central de Negri es que la etapa del imperialismo, ésa
que Lenin caracterizó como "etapa superior del capitalismo",
ha terminado, y, en su lugar, tomó el relevo "el imperio".
En la etapa del imperialismo había estados nacionales fuertes
que constituían verdaderos centros de poder. Había
un interior y un exterior. El capitalismo no había logrado
todavía incorporar a toda la humanidad en su interior. Éste
es el paso que da el imperio. No se entregará por detrás
a Javier, ya no se entrega a Gustavo, le duele y le da vergüenza
tener que ir al baño al poco rato, Javier deberá conformarse
con un ensayo de posiciones. Desde ahora ya no hay más
centros, menos aún, centro. "Estados Unidos no constituye
-y en realidad, ningún Estado-nación puede hoy constituir-
el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha terminado.
Ninguna nación será líder mundial como lo fueron
las naciones europeas modernas" (Imp p. 15). Ésta es una
media verdad y, como tal, un error. Es cierto que ya el liderazgo
que ejercían determinadas naciones como lo hizo primero Holanda
y luego Inglaterra en la modernidad reciente ya no podrá
ser ejercido de la misma manera, porque el poder de los grupos económicos,
los gigantescos monopolios y oligopolios, ha crecido desmesuradamente.
Pero de ahí a concluir que Estados Unidos no constituye el
centro del poder imperial, es falso. El tipo de la ventana se
levanta y la mira al abrir la puerta, Miranda se muere de vergüenza
y el tipo se va con una sonrisa en los labios, ha dejado el dibujo
(semirroto) sobre la mesa, la camarera limpia y mira de soslayo
a Miranda. Es cierto que los poderes económicos manifiestan
una cierta independencia del poder político, pero da la casualidad
que los inmensos poderes económicos actuales se concentran
en las naciones más poderosas, es decir, en USA, Unión
Europea (especialmente Alemania) y Japón.

Por cierto,
Miranda cumplió su plan sin sorpresas ni alteraciones. Visitó
a Javier, habló con él como una vieja amiga, comieron
pasta, abundante y sensual, bebieron buen vino a la medianoche,
simularon seducirse como espontáneos amantes, ella lo recibió
con curiosidad y lujuria, el falo terrible y torpe venció
su entrepierna, el giro de los cuerpos entrelazados, el peso del
macho sobre el torso transpirado, los gritos inútiles, los
choques de la carne, el hastío (Miranda se entregó
a la lengua de Javier y a la lascivia de sus dedos, hurgando para
distraerla de los empujes de la verga; espió sus orgasmos
recordando el suyo en la mañana de la traición). Miranda
rehusó (vengativa, sensata) la invitación de Javier
a dormir juntos y se fue sin bañarse, en el taxi disfrutó
del olor de Javier, y en su cama también, se acarició
sucia y lasciva, los pezones duros, la carne
cansada, el sueño que no tardó en venir.

Había
llegado en hora, la ropa y los saludos querían ser signos,
la charla a la vez sincera y tramposa: en estos encuentros ayuda
el conocimiento mutuo y los códigos conocidos, y esto es
algo que nunca se remarca lo suficiente: dos viejos amantes que
se reencuentran establecen una complicidad que está en la
base del placer al que pueden aspirar. No es el descubrimiento excitado
y engañoso de los seres que aun se desconocen, no es el cariño
resignado de los esposos, la desesperada cháchara de los
novios. Las mentiras y las verdades se dosifican con otro saber,
la charla y los silencios son fluidos sin ser artificiales, sin
que falte tampoco el misterio, pero sin esa carga mística,
sin ese hálito wagneriano.
Por ejemplo,
las referencias a conocidos, las preguntas por los parientes y amigos,
que surgen sin compromisos. En otro momento Miranda hubiera buscado
una excusa para traer a Negri a la conversación, durante
la cena sus preguntas para el examen surgían cristalinas
y sinceras, entre el relato de una anécdota de trabajo y
el reciente aborto de una prima. Miranda y Javier descuidaban su
charla con la misma naturalidad con la que se desprendían
de los modales afectados, hasta de las propias groserías
estudiadas de la primera cita. Gustavo mismo era un tema sin conflictos,
y Javier no necesitaba sobreactuar su rechazo o sus celos hacía
el compañero de Miranda.

Próximo
episodio (4):
La de las largas crenchas.
Miranda
hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta
la ira de una diosa. El narrador es un voyeur. Bienvenida
al tren.
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en
la prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad,
interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano
con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles.
Nació en México, estudió geografía en
Amsterdam y psicología en Copenaghe.
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