Proyecto
Mitzuoda
Una ficción metropolitana
contemporánea (por entregas).
De Carmelo Ricot,
con Verónicka Ruiz
En entregas anteriores:
1:
SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con
soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde.
Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos
y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde Siena, un extraño documento propone caminos
y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
3:
Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de
una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser,
Gustavo y Javier.
4:
La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un
llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5:
El Depredador
Conferencia
a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
Entrega
6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas
que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara
(y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7:
Nada más artificial
Extraño
diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero
sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8:
Empresaria cultura
Carmen:
paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante
un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
Bullshit,
así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir
a los consultores. La ilusión de una experiencia arquitectónica.
Ventajas de la diferencia horaria.
Entrega 10:
Simulacro en Milán
La extraña
corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación. Las afinidades
selectivas. Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos
de seducción.

Mitzuoda está
sentado sobre un tatami desplegado en el piso de la habitación,
semivestido con un kimono rojo entreabierto por el que asoma su
miembro al moverse. El traductor es un joven italiano, mucho más
joven que Mitzuoda y amanerado, que recibe a Carmen con fingida
obsecuencia y la presenta en japonés al artista, que responde
con una interjección gutural.
- Mr. Mitzuoda-san
has only 15 minutes to dedicate you, so please madame be very specific
in your application.
- This awful
freak is not Mitzuoda, you spaghetti boy! Yazujiro, damned piece
of shit, fuck off your hide-and-seek wherever it was.
Mr. Mitzuoda
salió de entre los cortinados con una daga en la mano, muerto
de una risa que contagió a su doble y al pederasta. Luego
de unos largos segundos de risa que Carmen respondió con
una mueca ambigua entre la comprensión, el hastío
y el desdén, el artista dejó la daga sobre la mesa
y corrió a abrazar a su visitante. La mantuvo entre sus brazos
por un largo rato, durante el cual la colmó de halagos, y
remató su saludo con varios besos, el último dirigido
lascivamente a la boca de Carmen, que la apartó con más
hastío que pudor. Mitzuoda volvió a exhibir su risa
obscena y sus colaboradores volvieron a imitarlos: esta vez Carmen
no pudo evitar soltar una sonrisa benevolente.
Resultó
ser que el doble de Mitzuoda realmente no hablaba otro idioma que
el japonés, o por lo menos eso hacían creer los 3
anfitriones, pero Carmen sospechaba que esa era una típica
estrategia oriental para hablar de negocios en tiempo real con el
posible cliente in situ y sin posibilidad de entenderlos.
Tomo nota mentalmente de la posibilidad y planeó una contra-estrategia
a aplicar en Buenos Aires, con algún ladero de rasgos occidentales
y conocimientos del idioma oriental (pensó inmediatamente
en Jean Luc, aunque sería el último personaje que
mezclaría en este asunto, por cierto).
El joven italiano
prendió un joint de tamaño inusitado, que ofreció
cortésmente a Carmen. Ella lo rechazó con no menos
gentileza, y Mitzuoda la imitó, por lo que el innecesario
traductor y el semidesnudo doble se retiraron a un rincón
de la habitación provisto de una rara chaisez longue,
y se sentaron a compartir la vela. Carmen, rápida
y oportuna, se sentó en el tatami, generando en Mitzuoda
un enojo que apenas pudo disimular. El artista permaneció
un rato de espaldas a Carmen y finalmente se recostó en la
amplia cama de la habitación, con un ademán de sensualidad
que conmovió a Carmen.

Sus respectivas
estrategias de manipulación eran tan compatibles entre si
que generaban un espacio muy propicio de comunicación, curiosamente
sincero, entre personajes cuyo único punto en común
parecía ser la vocación emigratoria y el sentimiento
del mundo como patria universal. Mitzuoda acosaba a Carmen con comentarios
procaces e invitaciones sexuales atrevidas, la galerista respondía
con gestos desdeñosos y contraatacaba menospreciando los
aspectos supuestamente heroicos del arte mitzuodiano, desvelando
sus aspectos más frívolos y comerciales en una actitud
que el artista nipón no hubiera perdonado ni a los más
encumbrados galeristas de Londres o Nueva York. De una manera indirecta,
estas escaramuzas dejaban a salvo las pretensiones de fidelidad
matrimonial y ascetismo profesional de la Carmen Grierson, y de
rebelión política del arte de Mitzuoda, bien que a
través de un paradójico mecanismo de afirmación
por la negación. Solo estas complicadas circunstancias de
la intimidad entre Grierson y Mitzuoda explicaban que un artista
de la importancia cultural, mediática y económica
de Yazujiro Mitzuoda tuviera una relación tan estrecha con
una próspera, pero no por eso menos oscura galerista de un
país marginal para el mercado internacional del arte.
Con el olor
de la yerba indonesia inundando la habitación desde la chaisez
longue, la Grierson explicó rápidamente a Mitzuoda
sus necesidades y deseos con respecto a la sede definitiva de la
galería porteña. Sin preocuparse por las arrugas que
la posición y el tatami producían en su vestimenta
(clásica, elegante, asexuada), desplegó en el piso
y en la cama de la habitación planos del terreno, fotografías
del barrio, fotografías de obras y galerías a lo largo
del mundo, dibujos propios, tablas, planillas y toda la extensa
pero precisa serie de elementos que había preparado para
poner a Mitzuoda en conocimiento de su plan.
- I leave
tomorrow afternoon, need to know if you wish to design my building
before to leave. And fees, of course, dijo Carmen al finalizar
su presentación. Mitzuoda habló entonces por primera
vez con alguna seriedad desde el comienzo de la entrevista. En realidad
Mitzuoda era siempre serio, pero se necesitaba decodificarlo en
una forma que solo muy pocos manejaban, siendo por supuesto Carmen
una de las poseedoras de la clave, pero el hecho de que abandonara
ese código de iniciados remarcaba la importancia que Mitzuoda
estaba otorgando a la propuesta de Carmen, a la vez que lograba
descolocarla de su lugar de confrontación sicológica
con el japonés. Mitzuoda consideraba estar atravesando un
momento particular de su carrera en la cual no podía demorar
por más tiempo su incursión en la arquitectura, y
por eso consideraba muy oportuna la propuesta de Carmen, pero necesitaba
madurar la idea de Buenos Aires, y de una galería de arte,
como tema y lugar adecuado para esa inevitable incursión.
Trataría, "anyway", de responderle antes de su partida,
y ahora sentiría un enorme placer de invitarla a cenar. Carmen
aceptó poniendo especial cuidado a la vez en no desairar
al artista como en no parecer demasiado aduladora de sus chiquilinadas,
pero ya sabemos que estas artesanías del trato personal son
una de sus mayores habilidades: la respuesta y los ademanes fueron
exactamente los adecuados para la situación. Giacomo, el
traductor innecesario, la acompañó al lobby del hotel
mientras Mitzuoda y su doble se cambiaban para la cena. La invitó
con un Martini seco en el bar, y mientras le explicaba los planes
de Mitzuoda para el resto de su temporada italiana (con especial
énfasis en la redacción de cierto manifiesto que el
artista estaba confeccionando en esos días), Carmen vio bajar
al japonés impecablemente vestido con un traje severo y perfectamente
adaptado a su cuerpo, pero más aun a las propias vestimentas
de Carmen en la ocasión. Trato de evitar cualquier gesto
de aprobación, pero por los comentarios de Mitzuoda se dio
cuenta de la seguridad de éste en el impacto que había
causado a su visitante, tras lo cual decidió asumir esa pequeña
derrota y subió al asiento trasero de la Alpheta, donde la
acompañó el artista mientras que Giacomo y el doble
charlaban animados adelante.

La trattoría estaba en el camino a Pavía y
se llegaba por un corto desvío. Carmen y Mitzuoda bajaron,
pero los asistentes del japonés siguieron viaje, lo cual
la alivió porque ya estaba un poco cansado de sus risotadas
y adulaciones. Tomaron una botella entera de Brunello de Montalcino
antes de que llegara el antipasto, y entre plato y plato Mitzuoda
la conmovió con una sincera descripción de sus comienzos
artísticos en el Japón de los '70, de la incomprensión
de su familia y de las dificultades para abrirse camino en un ambiente
provinciano y desconfiado. Carmen no ignoraba que Mitzuoda estaba
desplegando otra estrategia de manipulación, y que probablemente
la mayor parte de lo que estaba diciendo fuera mentira, pero no
por eso se sentía menos conmovida por la naturalidad y la
sencillez del discurso. Terminaron la cena con un brindis por la
galería porteña, aunque el japonés se cuido
especialmente de no develar sus planes con respecto a la aceptación
o no del encargo, y luego llamó por su celular a los asistentes,
para que pasaran a buscarlos.
Llegaron rápidamente,
trayendo en el asiento trasero a dos putas rusas, bulliciosas y
obscenas, que comenzaron a decir obscenidades a Carmen y Mitzuoda.
Este lanzó una de sus groseras y contagiosas risotadas, la
Grierson puso cara de fastidio y subió adelante, pero rápidamente
se adaptó a las circunstancias y pretendió ignorar
las chabacanerías de Mitzuoda, enredado entre las tetas de
las dos putas y lanzando insultos (presumiblemente) en su idioma
natal. Insistió sin entusiasmo en invitar a Carmen a la orgía,
pero la dejaron en el hotel sin mayores contratiempos. Carmen se
dio un prolongado baño y llamó a Claudio desde la
cama, contándole sin ahorrar detalle las circunstancias del
día y su esperanza en obtener el beneplácito de Mitzuoda
a su proyecto, para luego saludar brevemente a sus hijos. Llamó
luego a Carolina, con la excusa de darle algunas instrucciones para
el día siguiente, pero más que nada con la necesidad
de volver a contar a alguien de confianza sus planteos estratégicos,
revisarlos y optimizarlos. Hizo zapping frente al televisor
por más de una hora y finalmente quedó dormida.

A las 9 la despertó
un llamado del botones, que traía un ramo de orquídeas
de parte de Mitzuoda, en cuya tarjeta garabateaba una invitación
para ir a ver en la mañana la Pietá Rondanini. No
tuvo tiempo de contestar la invitación, ya que el propio
Mitzuoda la esperaba en el breakfast del hotel. Compartieron una
parsimoniosa prima colazione, y fueron caminando hasta el
Castello, donde permanecieron una hora frente a la obra micheliana.
Mitzuoda hizo unos croquis de la escultura y regaló uno de
ellos, particularmente bello, a Carmen, con el compromiso de no
exponerlo públicamente al menos por 30 años (¡Mitzuoda
firmó el croquis!). Caminaron sin rumbo fijo entre el infierno
del tránsito milanés, casi sin detenerse salvo por
un café en una ocasión y por unos panini en
otra, hasta que llegó la hora de volver a buscar el equipaje
de Carmen al hotel. La estación Cadorna no quedaba lejos,
pero Mitzuoda chistó a un taxi y la acompañó
hasta el tren a Malpensa: más aun, tomó con ella el
tren y la acompañó hasta el aeropuerto. Luego del
check in, Mitzuoda la despidió caballerosamente con un beso
en la mano derecha, y aun tuvo tiempo de regalarle un pequeño
paquete de bombones "para el viaje". En todo el día, Mitzuoda
había evitado cuidadosamente toda referencia a sus habituales
invitaciones a la cama, como también al proyecto de la galería.
Cansada por el vino de la noche anterior y las caminatas del día,
la Grierson durmió durante casi todo el viaje.
CR
c/VR
Próxima
entrega (11): Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde
el Sudeste. El sello del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche,
Miranda espera detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres.
El sentido de la historia.
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la
prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad,
interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano
con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en
México, estudió geografía en Amsterdam y psicología
en Copenhague.
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