Una ficción
metropolitana contemporánea (por entregas).
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
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Entrega
14:
No podrías pagarlo
Refugio para
el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas. Una
obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis
en busca del equilibrio.

Claudio la esperaba
en Ezeiza, el BMW atravesó la ciudad a toda máquina
para que Carmen viera a los chicos antes de que llegara el pool
escolar. Tuvieron tiempo para un desayuno en familia, luego marido
y mujer autorizaron a la mucama a tomar el resto del día
libre, y compartieron un baño distendido en el jacuzzi del
altillo, una idea de Claudio: la tina circular se insertaba en medio
de un espacio vacío, con piso de rejillas de madera que dejaban
escurrir el agua. Por dos de sus costados, el sitio estaba limitado
por faldones de techo donde se habían abierto unos lucernarios
dinamarqueses, que dejaban entrar el sol de la mañana y de
la tarde, además de procurar vistas al cielo porteño.
En los costados cortos había respectivamente un espejo gigantesco,
solo interrumpido por un lavabo de mármol y una ducha. Por
el otro lado, la escalera de acceso, que conectaba con el dormitorio
y con un vacío por donde se podía espiar el salón
de estar. Un banco y un perchero vertical completaban el mobiliario.
Claudio y Carmen amaban este lugar, aunque sus respectivas adicciones
laborales les impedían usarlo con la frecuencia que hubieran
deseado, y solo esas ocasionales alteraciones de la rutina, como
el regreso de un viaje, les daba ocasión para su disfrute.
Se desnudaron en el dormitorio mientras Carmen le contaba sus muchas
dudas, pocas certezas y optimistas intuiciones sobre la respuesta
de Mitzuoda. Subieron al altillo y Claudio encendió el jacuzzi
y se tendió en la tina, mientras Carmen tomaba una breve
ducha, sin dejar de hablar: solo calló al entrar al agua
del jacuzzi, entonces cerró los ojos y tomó la mano
de Claudio. Al rato él comenzó a acariciarla lánguidamente,
la mano descendió por entre la desnudez de su esposa, tan
elegante y despojada como sus ropas de diseño. Hurgó
unos minutos la entrepierna amiga, en silencio, y trepó sobre
ella una vez obtenida la erección (trepado a su cuerpo,
entre burbujas, entra rápidamente en el sexo conocido y adorado,
sus movimientos son seguros y la leche fluye rápida el camino
mil veces recorrido, siempre nuevo, ella se abre dócil y
soporta la entrada del falo insolente, luego espolea el cuerpo de
su macho, la concha húmeda y abismal lo hunde en una convulsión
brutal, la mujer sonríe y aniquila el tímido intento
de supervivencia). El coito fue breve pero satisfactorio, a
juzgar por el espasmo de Carmen en el momento de la eyaculación
de su esposo. Permanecieron un rato más en la tina, silenciosos,
y antes de vestirse bajaron a la cocina, donde se prepararon un
segundo desayuno con café y naranjada. Revolviendo su taza,
Carmen aventuró alguna suposición hasta ahora no dicha
sobre las viscosas motivaciones de Mitzuoda.

Claudio dejó
a su esposa en la galería y siguió viaje hasta la
fábrica. Al entrar, Carmen fue recibida por Carolina con
un abrazo infrecuente, difícil de atribuir a una ausencia
de un par de días. La miró sin desaprobación
pero con cierta extrañeza, entonces su asistente la llevó
hasta la pantalla de la computadora principal y le mostró
el mensaje recibido esa misma mañana desde Milán:
"¡lo convenciste!", gritó Carolina ante la extrañeza
de Carmen y de la joven embarazada que aguardaba sentada en la espera
de la oficina.
El mensaje de
Mitzuoda era lacónico pero absolutamente claro y preciso:
ni una sola palabra, solo 3 imágenes scanneadas de sendos
croquis del proyecto Baires Grierson Gallery. Entre polvos
con putas e invertidos, borracheras de vino caro y pases diversos
(o quizás no, ¿quien conoce al verdadero Mitzuoda?), el japonés
se había tomado el tiempo necesario para estudiar la documentación
aportada por su visitante, procesarla y entregar generosamente el
concepto de un edificio extraordinario, tan bello como verdadero
(Miranda recordó las palabras del artista en la trattoría
pavesana, su indignación ante el simplismo de los malos arquitectos
-"¡todos!", había dicho claramente- que creían
posible construir obras que mintieran sin afearse o que agregaran
belleza al mundo sin revelar nada), tan heredero y resultado de
la historia como primer vocablo de un lenguaje revolucionario, tan
a la vez venustas, firmitas, soliditas como language,
matter and body, si adoptaba uno la taxonomía mitzuodiana.
En una vista
exterior, una interior y otra aérea, cada una de ellas lacerada
y aclarada por esquemitas aun más elementales y sencillos,
el artista sintetizaba una obra perfectamente integrada a su lugar
y a su tiempo, global sin abstracciones y local sin folklorismos.
Un espacio magnífico, que completaba y enriquecía
la ciudad a la vez que proponía otra forma de ciudad, más
humana y biológica, un edificio donde el espacio fluía
y permanecía a la vez, donde la racionalidad y la fantasía
eran la misma y sola cosa, donde rectas y curvas perdían
todo dogmatismo y el recorrido era un lugar. Cada pared era un techo,
cada ventana un cuadro, la luz recordaba el vientre materno y la
sombra iluminaba. Un sitio para albergar cualquier forma de arte,
pero más aun, para despertar otras formas nuevas y realizarlas
como si existieran desde el primer hombre y la primera mujer.
Una
obra esencialmente ambigua, pensó la Grierson, salvo por
un carácter esencial: el proyecto de Mitzuoda era unívocamente
femenino, completamente despojado de sentido fálico, un lugar
cóncavo, húmedo, protector, final y principio de una
búsqueda infinita. Carmen vio a Carolina contemplar las imágenes
con las manos cruzadas sobre el vientre, y se descubrió a
si misma en la misma actitud, como si la sola contemplación
de las imágenes las remitiera a un absoluto sexual incorporado
a sus propias femineidades, a una empatía con su misma genitalidad
evocada y construida en su esencia. El placer de Carmen era intelectual
y corpóreo a la vez, Mitzuoda había captado la raíz
misma de su deseo y ahora ella disfrutaba una satisfacción
que surgía de su misma entrepierna, ese laberinto de su cuerpo
oculto en cada uno de sus actos, de sus proyectos, de sus ropas,
incluso de su mata dorada de vello púbico en los momentos
de desnudez matrimonial, y replicado al fin (pero esto sería
siempre un secreto entre Carmen y Mitzuoda, pensó con una
suerte de vértigo) en el edificio que constituía el
centro de su propia vida.
- Es bellísimo,
nunca pensé que respondiera tan bien y tan pronto, dijo a
Carolina cuando estuvo segura de recuperar su equilibrio. ¿No dice
nada sobre sus honorarios?.
- No dice nada,
nada sobre ningún tema, Carmen, solo estas 3 imágenes
(pero Carmen, ¿puedo decir "solo"?), contestó la asistente,
que a diferencia de la Grierson no necesitaba ocultar su excitación.
Mientras Carolina
hablaba con la muchacha embarazada en la otra oficina, Carmen se
regodeó durante un largo rato en la exploración de
los croquis. Aunque su objetivo era representar un hecho externo
a su lógica, los mismos dibujos eran en si extraordinarios,
tan bellos como esas sanguíneas renacentistas de fortificaciones
y canales. Una inexplicable tristeza la invadió al concluir
su contemplación, y debió salir unos minutos a la
terraza, donde pensó en cosas diversas y pronto recuperó
su entereza (no fue nada, se dijo). Puso a imprimir las imágenes
y ella misma se ocupó de telefonear a Mitzuoda, que la atendió
en su cuarto con un fondo de música funk y risas de mujeres
(por alguna palabra incomprendida, Carmen dedujo que serían
todavía las putas, quien sabe si solas o con Giacomo y el
doble, pensó mientras comenzaba a hablar y se extrañó
de que le interesara el tema).
Mitzuoda habló
con fingida frialdad, callando ante los elogios (todo lo mesurados
que pudo) de Carmen, y contestando con evasivas acerca de la cuestión
de los honorarios. El confiaba en la seriedad de la Grierson y por
eso no había tenido problemas en enviarle el material, ya
arreglarían personalmente. Ante la insistencia de Carmen,
el artista fue duro y directo: su clienta no tendría suficiente
dinero para construir la galería y para pagar sus honorarios,
así que el pago sería en términos de una contraprestación
personal (aquí Mitzuoda abandonó por un segundo la
distancia y aclaró que no pensaba prostituir "su arte", el
estaba seguro de acceder a la cama de Carmen en algún futuro
cercano y no iba a entregar un producto de su firma por algo que
obtendría con un mínimo de paciencia, dijo ante el
silencio de Carmen), contraprestación cuyo contenido recibiría
en una carta personal que escribiría no bien terminara "unos
asuntos personales". Viáticos, costos de documentación,
seguros, tramitaciones, etc., quedaban a cargo de la Grierson, pero
con seguridad no excedían los montos que ella ya habría
previsto: Mitzuoda prometía no abusar, siendo su mayor garantía
en tal sentido el que no necesitaba hacerlo. La difusión
de los dibujos quedaba bajo responsabilidad de Carmen, lo mismo
que las cuestiones legales y normativas. Se despidió secamente
y Carmen quedó desorientada con los impresos en su mano e
incapaz de moverse o de dejar el material sobre el escritorio, como
hipnotizada por las emociones y enigmas del día, sumados
a un cierto jet lag. Tomó de su mueble personal una
botella de ron cubano de 7 años, traída un tiempo
atrás y nunca abierta, y se sirvió un vaso; al instante
entró Carolina y la invitó con otro, en lo que la
asistente interpretó era un brindis de festejo pero que la
Grierson sabía era una forma de recuperar un cierto equilibrio
corporal y emocional.

Próxima entrega (15): La carta infame
Estudios de
gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza.
Sensiblería y procacidad..
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la
prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad,
interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano
con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en
México, estudió geografía en Amsterdam y psicología
en Copenhague.
En entregas anteriores:
1:
SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con
soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un
artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde Siena, un extraño documento propone caminos
y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
3:
Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de
una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser,
Gustavo y Javier.
4:
La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un
llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5:
El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos.
Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
Entrega
6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas
que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara
(y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7:
Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar
a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8:
Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo
interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9:
La elección del artista
Bullshit,
así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir
a los consultores. La ilusión de una experiencia arquitectónica.
Ventajas de la diferencia horaria.
10:
Simulacro en Milán
La
extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación.
Las afinidades selectivas. Una oferta y una cena. La Pietà
Rondanini. Juegos de seducción.
11:
Más que el viento, el amor
Al
Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador. Jean Luc recuerda
la rive gauche, Miranda espera detalles. La isla y el recreo. Secretos
de mujeres. El sentido de la historia.
12:
El deseo los lleva
La
mirada del Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias
florales. Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado
por el sol.
13:
Acuerdan extrañarse
Despojado
de sofisticación. Las víboras enroscadas. Adaptación
al medio. Discurso de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida
final? Un verano con Mónica.
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