Una
ficción metropolitana contemporánea (por entregas).
De
Carmelo Ricot, con Verónicka Ruiz
Entremés
- Solo por excepción (I)
/ La drástica decisión
del
cáliz de este reino de los espíritus
rebosa para él su infinitud
Schiller,
La Amistad

En la mañana
en que comienza nuestro relato, una joven se acercó al cruce
de la calle Sucre con el ferrocarril a Tigre, en pleno Belgrano.
Aunque todavía no era evidente, estaba embarazada (sin desearlo)
del esposo de una compañera de estudios, un tipo algo desagradable
que sin embargo la había escuchado durante toda una tarde
en un bar de Liniers. Hacía meses que nadie escuchaba a nuestra
joven, y bastó ese mínimo gesto y algunas cervezas
para que el atardecer la sorprendiera en un hotel para parejas del
Acceso Oeste, accediendo a los rutinarios despliegues del personaje.
Al plantearle
el problema, éste respondió con rapidez y precisión,
poniendo énfasis en tres aspectos que consideró esenciales:
- no había
ninguna certeza de que el niño fuera suyo.
- amaba a su
mujer y no tenía intenciones de arruinar su matrimonio
por una aventura ocasional.
- estaba sin
trabajo y no podía darle un centavo a nuestra muchacha.
Esta joven,
de la que nunca sabremos el nombre, tenía una cierta tendencia
a la autocompasión, tendencia a la que ayudaba en cierta
forma el haberse fijado algunos objetivos demasiado ambiciosos durante
los primeros años de su adolescencia, ninguno de los cuales
estaba cumplido ni con esperanzas ciertas de cumplirse llegado el
momento de su vida en que la encontramos ahora. No solo no había
avanzado en sus estudios, sino que le resultaba imposible mantener
una relación de alguna seriedad con un hombre, percibía
la indiferencia de su familia ante los banales acontecimientos de
su vida, y se veía arrastrada fuera del mercado del empleo
por una formación parcializada y mayormente dirigida a temas
de escasa relevancia a la hora de solicitar un puesto de trabajo.
Carecía de amigas confiables, y para colmo, su nueva condición
agregaba un problema a una situación de por sí desagradable.
En un banco
de la plaza de las Barrancas, donde había pasado buena parte
de la noche, había escrito en el reverso de un folleto publicitario
una frase que la estremeció ("perdón, no podía
más"), frase que la enfrentó por fin a la decisión
que no había podido tomar en varios días de malestares
y peregrinaciones sin rumbo. Aliviada por la definición,
gastó sus últimos pesos en un desayuno caliente, fantaseando
con las reacciones de familiares y conocidos en su pobre velatorio
(nuevamente se estremeció al imaginar la sala semivacía
en la noche, su cuerpo frío liberado para siempre del agobio
y la mediocridad). Le sorprendió la nitidez de las imágenes
que pasaban ante sus ojos y la aparente claridad de su razonamiento,
y caminó las pocas cuadras hasta el cruce del ferrocarril
con una seguridad en si misma que no recordaba haber tenido desde
su infancia (recordó una tarde con sus primas en el Parque
Chacabuco, poco antes de su primer menstruación).
Los últimos
segundos antes de que llegara el tren los dedicó a repasar
los detalles de su proyecto final: el DNI, el folleto con su mensaje
lúcido y automático, y los dos o tres teléfonos
donde avisar, todo en el bolsillo interno de su abrigo, la idea
de saltar al paso de la máquina más que la de instalarse
en medio de las vías y esperar (pensaba al mismo tiempo en
acelerar el desenlace y en evitar el socorro de algún comedido),
la necesidad de cerrar los ojos en el momento del salto, el oportunista
rezo de un padrenuestro como apuesta final a una redención
(si es que había otra vida). El tren está ahora a
pocos metros y, mientras toma fuerza para saltar, completa el "amén",
entrevé la imagen de sus tripas regodeando a los curiosos
en la mañana de Belgrano (el rojo y los rosados de su cuerpo
abierto en pedazos), va a saltar y su último pensamiento
es que nada le queda, sino las ganas de vivir.
Ve pasar el
tren y contiene un llanto, que solo puede soltar una hora más
tarde, tomando el sol en la barranca, tan fuerte como una diosa,
tan feliz como un animal.
Mientras se
daba vuelta en el cruce, casi tropieza con un señor muy apurado
que le dedicó una ligera mirada y un silencioso improperio.
El tipo entreabrió la carpeta que llevaba consigo y aprobó
con un gesto al verificar nuevamente que llevaba consigo todo el
material necesario, mientras terminaba de pasar el tren que no mató
a nuestra muchacha. Al quedar su camino libre, arrancó su
carrera sin escuchar los gritos desesperados del canillita, y en
realidad sin escuchar ninguna otra cosa, porque el tren que venía
en dirección contraria lo agarró limpiamente y lo
desvaneció una fracción de segundo antes de cortarlo
en dos pedazos, sus tripas rosadas expuestas a la curiosidad de
los gamberros. El servicio quedó detenido durante una hora,
lo cual motivó una pequeña crisis de tránsito
en esa hora agitada de la mañana.

De las Barrancas
a su casa había media hora de caminata, ineludible porque
hasta la última moneda la había dejado de propina
(se estremeció al recordar cuan resuelta estaba en su proyecto,
solo un par de horas antes). Al llegar, ya tenía listo su
nuevo plan, esta vez con 72 horas de proyección. Saludó
a su madre, enojada por los dos días de ausencia sin avisar,
y a su hermana, idiota y sobradora. Antes del almuerzo (su plan
comenzaba con una comida nutritiva y abundante, ideal para su estado
y sus proyectos), revisó el lugar donde su madre guardaba
los ahorros, y sacó 56 pesos en billetes chicos y monedas:
su madre tardaría en notarlo en el total, si es que lo notaba.
Armó el bolso con sus ropas más holgadas, algunos
libros, insumos de farmacia, cubiertos, un vaso de plástico,
leche en polvo, latas de comida, papel higiénico, una tarjeta
de teléfono robada a su hermana, lápices, 3 CDs, pilas,
una toalla grande, una toalla chica, café, los papeles personales,
una linterna, cosméticos también robados a su hermana,
una calculadora, un paquete de algodón, curitas, varias hebillas
para el pelo, un espejo de tamaño medio, un paquete de galletitas
melba y un rollo de cinta scotch.
En la mesa anunció
su nuevo trabajo, que sería en Misiones. Salía esa
misma tarde y se comunicaría mediante e-mails a su hermana,
llamaría cuando se estableciera en un departamento alquilado.
Sí, la gente que la contrataba era conocida (su primer error,
advirtió: debía haber dicho La Pampa; Misiones sonaba
a Brasil, prostitución, tráfico, etc., su madre se
preocupó por ella por primera vez en dos años, aunque
por otro lado la propia resonancia fronteriza del lugar acentuaba
el verosímil). Se dio una ducha rápida, y mientras
el agua la cegaba recordó el paso del tren a centímetros
de su cuerpo, la decisión. La madre le dio otros 50 pesos
antes de irse, ambas mujeres la abrazaron con fuerza e hipocresía,
el efecto de la sorpresa había sido decisivo.

Su
amiga, la que conocía al tipo de las observaciones, no era
en realidad tan amiga, apenas la conocía de la facultad:
le extrañó la urgencia en verla y la recibió
en su casa, mientras cambiaba a su bebé. No es que conociera
al tipo directamente, era un amante de su mejor amiga, ojalá
siguieran en contacto (estoy embarazada, le dijo, y su amiga empezó
a serlo en ese momento, dejo de preguntar y llamó a la muchacha
del contacto), sí, lo seguía viendo, le contó
el caso, "¿irás con el padre?", no, estoy sola,
sí, claro que sirve, ya te conseguirán compañía,
¿necesitás plata?, un instante de silencio y le dio 10 pesos,
decididamente era su día, hasta encontró al fulano
en el teléfono. La citó para el otro día, a
las 10.
En el Aeroparque
pidió agua caliente y se preparó una sopa a escondidas,
en el baño, luego un café, y robó un yoghurt
a medio terminar en el bar. En el espigón de Aerolineas había
demoras en los aviones nocturnos, y a las 4 ya empezaban los vuelos
del otro día, pasó desapercibida y durmió bien,
ocupando 2 sillones sin que nadie le dijera nada. Se coló
en el baño de las azafatas, privado, con agua caliente en
la canilla de la pileta y hasta bidé, se bañó
por partes y fue a tomar el 45, los cosméticos de su hermana
hicieron el resto (robó del baño un rollo casi nuevo
de papel higiénico, y un jabón).
La casa donde
la citaron parecía una especie de laboratorio, aunque con
toques domésticos que desorientaban al curioso. El tipo la
recibió y le hizo una serie de preguntas para saber de donde
venía, luego fue al grano. El experimento era patrocinado
por la Universidad de Rochester, NY, lo hacían acá
por una cuestión de costos (comenzó a soñar
con los dólares, hasta ahora había pensado que sería
una cuestión de médicos locales). Le mostró
toda una serie de papeles para sacarle miedos que no tenía
(solo entonces pensó en grandes mafias del tráfico
de órganos o de bebes, etc., es increíble como te
quita el miedo haber decidido matarte, y haber decidido vivir),
certificados, notas en revistas médicas, te haremos análisis
antes, durante y después, son en total 5 sesiones, habitualmente
vienen parejas pero nos interesa comprobar las reacciones de gente
que se desconoce, y tu embarazo te hace especialmente atractiva
en ese sentido, no se te nota, es muy reciente, ¿no? Sí,
era reciente.
Su compañero
saldría de una lista de voluntarios, te sorprenderá
saber que cobran menos que tú, no debería ni decírtelo,
y tú no se lo digas a él, mientras tanto lee estos
papeles, no hay apuro. Declaro que realizo estos ejercicios bajo
mi entera voluntad, etc., etc., algunas cláusulas le parecieron
falaces, pero el adelanto fue muy convincente, "ya encontramos
tu pareja, vendrá en un par de horas, quieres almorzar en
nuestro comedor?, invita Rochester...", sí, empezamos
hoy (ella no pensaba arrepentirse, pero sintió un cierto
pudor que, paradójicamente, ayudo a distenderla). Un test
con dibujitos y frases para completar, y un buen plato de ravioles
con crema (no había desayunado), de postre compota.
Le tomaron la
presión antes de entrar, y le hicieron un encefalograma,
las medicas eran cordiales y se notaba su intención de distraerla,
bromearon mientras le metían el dedo en el culo y controlaban
su pulso. El cuarto estaba decorado en un estilo indefinido, neutro,
con el único detalle kistch de unas luces muy intensas y
rojas. Un enorme espejo se extendía de pared a pared en el
lado opuesto al de la entrada. Esperó unos pocos minutos
estudiando divertida los detalles de la decoración (Rochester
había descuidado el diseño en su currícula,
pensó, tentada), la sobreabundancia de condones de distintas
marcas, "no pienses en nosotros, pero si algo te molesta la
palabra clave para que entremos es elefante", quedó
sola unos segundos y al entrar su compañero, estaba riéndose
a boca tendida pensando en la escena al decir "elefante", obviamente
no le explicó esto, el tipo no era desagradable, tenían
prohibido darse sus nombres verdaderos, el la llamó "flaquita",
la tomo de la mano y le propuso empezar, ella lo dejó hacer.
Pasaron un rato
dándose besos, el la acariciaba y ninguno de los dos sentía
alguna clase de deseo, al rato ella estaba casi desnuda, los pezones
blandos, pensando en las horas que faltaban (es difícil coger
sin ganas, pensó, y buscó la excitación de
su compañero, fue entonces que lo notó lleno de miedo).
Lo estimuló con las manos y luego con sus labios, se sintió
más segura con la verga en la boca, casi en el modo en que
una mala actriz se siente más segura con algo en las manos.
Luego de unos minutos él completó su erección
y se trepó sobre ella, que lo recibió sin entusiasmo
pero, al rato de recibir sus empujes, acabó con un grito
torpe y mal afinado. Miró para todos lados, sin saber donde
estaban las cámaras, y se rió con su compañero
casi disculpándose, fue real le dijo y el tipo estalló
de risa. Se quedaron un largo rato hablando sobre si mismos, por
fin encontraba alguien que la escuchaba, pero lo atribuyó
a la timidez de su compañero y a la incomodidad de saberse
observados. Al rato él la volvió a acariciar y ella
lo dejó hacer, sin sentir nada en especial, cogieron otra
vez en la misma posición, esta vez sintió el peso
de su compañero encima y se aburrió y se molestó,
terminó ese episodio de mal humor, luego trató de
restablecer su simpatía como si el contrato estableciera
alguna obligación en ese sentido, se sintió ridícula
y triste.
Al rato golpearon
la puerta y los autorizaron a salir del cuarto, ella no supo si
la performance se regía por tiempo o la daban por finalizada
cuando notaban el hastío de la pareja, tomó sus ropas
y la condujeron a una habitación distinta que la del muchacho,
del que alcanzó a despedirse con un movimiento de manos.
Sin dejarla pronunciar palabra, le tomaron la temperatura y nuevamente
la presión y el pulso, y le hicieron una ecografía.
Fue entonces cuando pensó que podría usar los reconocimientos
médicos en su propio interés, y eso la animó
nuevamente, solo eso le hizo advertir que se sentía triste
desde hacía un buen rato. Al terminar los exámenes
le pagaron el saldo de la sesión, le hicieron llenar unas
planillas y le ofrecieron un café, que aceptó, antes
de bañarse. Le comentó su idea sobre los exámenes
médicos a la más joven de las médicas, que
le pareció más dispuesta a las complicidades, le explicó
su situación y la médica prometió hablarlo
con el director del programa, la semana próxima le contestaría.
Al salir era
de noche, llamó por teléfono a la pensión y
le dijeron que había lugar, que la esperaban. Pagó
con uno de los billetes de dólar, escondió el resto
en distintos lugares de la pieza, desarmó su bolso y se recostó,
despertó en medio de la noche y luego de un breve insomnio
de no más de media hora, volvió a dormirse.
CR
c/VR
Próxima
entrega: Entremés - Solo por excepción (II)
/ Los trabajos y los días
Carmelo
Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la
prestación de servicios administrativos a la producción
del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe
(más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones
y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka
Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en
México, estudió geografía en Amsterdam y psicología
en Copenhague.
En entregas
anteriores:
1:
SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja
la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista
del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2:
El "Manifesto"
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías
para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como
arte...?
3:
Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha,
y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y
Javier.
4:
La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado
despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5:
El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes
en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6:
Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas
que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara
(y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7:
Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a
Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8:
Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior
ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9:
La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis.
Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas
de la diferencia horaria.
10:
Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda.
Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una
oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11:
Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello
del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera
detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de
la historia.
12:
El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores
raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y
perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13:
Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación.
Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso
de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano
con Mónica.
14:
No podrías pagarlo
Refugio
para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas.
Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis
en busca del equilibrio.
15:
La carta infame
Estudios
de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza.
Sensiblería y procacidad.
Entrega
16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica,
proporciones perfectas.
Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite
Imperial. Desnudez y democracia.
Entrega
(17): La investigación
aplicada
Más
de lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda.
Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones
y conjeturas.
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