Desde
la década de los ´80 y aún antes algunos especialistas
-tales como Paul Singer (1974), que profundiza en la
relación ciudad-campo, Tormod Hermansen (1977), que
menciona que las economías de escala y de aglomeración,
la disminución de los costos de transporte y la mayor
movilidad migratoria y de servicios conducen a una concentración
gradual de las actividades económicas, sociales y culturales
en las ciudades más grandes, o José Ábalos (1985) que
escribe sobre la descentralización- plantean problemas
centrales que con el tiempo se agudizan y que demandan
cambios en el modelo de ciudad y su entorno.
A
partir de la revolución industrial, la
ciudad concentra población por las ventajas que ofrece:
trabajo, vivienda, servicios educativos, de salud, seguridad
y mejores condiciones de higiene, luz, agua potable,
cloacas. Por lo contrario, el
campo se ve despojado de actividades productivas que
pasan a formar parte de la ciudad y solo le quedan las
actividades primarias que generan menos trabajo y salarios
más bajos.
Sin
embargo no todas las ciudades brindan los mismos servicios
y los beneficios
que ofrecen no son para todos iguales. Las diferencias
entre ciudades se agudizan con el tiempo, no es lo mismo
hablar de Franckfurt que de San Pablo o Buenos Aires,
o de ciudades menores como pueden ser Catamarca en la
Argentina o Chillán en Chile.
El
propósito en este caso no es hacer un estudio comparativo
de ciudades sino conocer lo que probablemente pasará
en las ciudades en las próximas décadas y para ello
es importante caracterizar a la ciudad actual y reconocer
que la ciudad forma parte de un sistema mayor, el mundo,
y su pertenencia a él implica la generación de interrelaciones
y flujos que influyen decididamente en su comportamiento
y en el del resto del sistema al que pertenece.
Los
que participan en la red de ciudades globales son espacios
centrales y el resto son marginados, siguen siendo parte
de una jerarquía diferente, los flujos que ellas
generan o de los que son destinatarios responden a un modelo diferente, más acotado.
Esto
es fundamental entenderlo porque los escenarios serán
distintos. No todas las ciudades debe hacer el esfuerzo de integrarse, por el contrario,
ser marginal es una condición de mayor independencia
que puede permitir actuar con mayor libertad.
La
ciudad actual
La
ciudad es un todo, un sistema en el que cada una de
sus partes o subsistemas
interactúan entre sí y a la vez se ven influenciado
por una serie de fenómenos y procesos que afectan al
sistema en su conjunto.
La función de una ciudad en la actualidad es inherente al grado y al modo
de integración que sostiene con respecto a la economía
mundial. Los factores que condicionan el grado de
integración responden principalmente a la capacidad
de gestión que tenga, a las condiciones económicas,
políticas y sociales del territorio en dónde está inserta,
al papel que puede desempeñar en los sistemas productivos
globales y el interés que despierte en el capital transnacional.
Lo
que hace que una ciudad se integre al circuito de los
capitales internacionales son los factores de atractividad
que ésta ofrezca al mercado mundial, transformándose
en el vínculo entre el espacio nacional y la red mundial.
Muchos
países hacen el esfuerzo por crear esos atractivos y
para ello invierten abultadas sumas, descuidando al
resto de las ciudades; en otros casos es la inversión
directa extranjera la que motoriza el crecimiento urbano.
Pero lo cierto es que en
uno y otro caso, hay una pérdida de identidad y creación
de no-lugares.
La
ciudad crece y concentra habitantes y actividades, pero
cuando pasa ciertos
límites genera externalidades negativas que terminan
pagando todos los que habitan en ella: congestionamiento
vehicular, polución atmosférica, contaminación por residuos,
pérdida de espacio público, redes y equipamientos que
colapsan, deterioro de las condiciones ambientales y
peligrosidad frente a amenazas naturales. Pero además
en ella conviven distintos grupos y culturas, en las
que se agudizan las desigualdades y dualidades.
Los
procesos de concentración no desaparecen: al contrario,
se agudizan, su crecimiento se desborda y se produce
la dispersión hacia la periferia afectando a su hinterland.
La
tendencia es conectar ciudades, puertos y grandes corredores
de comercio, pero esto no lleva a una mayor dispersión
de poder y renta sino al contrario; diversos autores
(Sassen,S., 1999; Knox,
P., 1995; Veltz, P., 1999; Méndez, R., 1997; Friedmann,
J., 1997) señalan que la concentración económica se
acentúa en determinadas ciudades, las que pasan a constituir
los centros de decisión y relaciones del nuevo orden
económico y financiero internacional. Se habla de ciudades
globales, de ciudades mundiales, ciudades
red, metápolis, islas del archipiélago mundial; son
los espacios ganadores o emergentes. (Veltz, P.
1999).
La
dispersión es solo física, la ciudad avanza hacia el
campo gracias a la construcción de autopistas que facilitan
la conexión. Cualquier ciudad grande se amplía con ciudades
satélites y pueden ser a su vez satélites de otras ciudades
grandes creando una megalópolis.
Los
espacios son articulados, esencialmente, en torno de
las grandes megalópolis del eje Norte- Norte, los cuales
a su vez se vinculan, de forma selectiva, con centros
de poder en las megalópolis en el eje Sur-Sur. (Dreifuss,
R, 1996)
La función del campo cambia, ya no es el espacio que abastecía de productos
a la ciudad, ahora es el patio de la ciudad destinado
a espacios de recreación, ocio, basurales, villas inestables,
barrios cerrados, grandes centros comerciales.
En
general, el proceso de expansión urbana no tiene en
cuenta las limitaciones en cuanto a provisión de infraestructuras
como agua, luz, cloacas, equipamientos comunitarios
como escuelas, centros de salud o policía, ni tampoco la aptitud que reúne el lugar en cuanto
a condiciones físico-naturales (amenazas de origen símico,
hídrico, volcánico u otro tipo). Claro está que estas
condiciones afectan a determinados grupos socioeconómicos,
porque para otros su poder adquisitivo les permite tener
acceso a todos los servicios, tecnologías de última
generación y medidas
de protección. Surgen espacios fragmentados que
forman mega-espacios locales y globales al mismo tiempo,
fenómeno que a escala urbana se manifiesta de la misma
manera.
Una
ciudad puede ser caracterizada
partir de sus dimensiones físicas, sociales y
políticas-administrativas, porque es al mismo tiempo
urbs (espacio construido), civitas (espacio social)
y polis (unidad político-administrativa). (H.Capel,
2003).
La
ciudad actual como urbs presenta grandes transformaciones
morfológicas. Surgen nuevas
tipologías urbanas que son similares en todo el mundo,
se instalan grandes bloques de pisos y edificios de
oficinas de gran altura que son insostenibles por el
gran consumo energético. Las desigualdades se profundizan.
Aparecen sectores de la ciudad que cuentan con todas
las infraestructuras y servicios mientras que otros
aparecen sin servicios; se construyen emprendimientos
inmobiliarios de primera categoría al lado de asentamientos
en los que la población vive hacinada y sumergida en
una pobreza que en muchos casos lleva a la marginalidad.
Como
civitas, si bien la ciudad fue vista y
sentida durante mucho tiempo como el lugar de encuentro
comunitario en el que habitan diferentes comunidades,
con el paso del tiempo las diferencias se acentúan y
se agudiza la inseguridad, la violencia y la criminalidad.
Si bien en el Medioevo los muros de las ciudades
se levantaban como medio de protección, en la actualidad
los condominios cerrados de la ciudad postmoderna son reflejos del miedo.
(Tarso
Genro, 1996). La
segregación social da lugar a una fragmentación de la
ciudad y esta deja de ser el lugar de encuentro,
lo que lleva a la pérdida progresiva del espacio público
y un individualismo exacerbado, perdiéndose el sentido
de comunidad.
Como
polis, la ciudad tiene un ordenamiento
jurídico y administrativo que según el modelo de desarrollo
imperante ha ido variando. En los últimos tiempos, sobre
todo luego de los ’90, se observa un debilitamiento
de la actuación del Estado y de las normativas vigentes.
Es el mercado el que define la oferta y demanda
de suelo de la mano del accionar de agentes inmobiliarios,
lo que lleva a acentuar
las inequidades sin considerar el bien común de
todos los ciudadanos y su derecho a la ciudad.
Escenario
tendencial
Las
tendencias a nivel mundial señalan cambios significativos
desde el punto de vista social, económico y político
en el marco de un cambio climático global en el cual
el agua es el recurso escaso y, paradójicamente, el
que genera mayores efectos nocivos por inundaciones y amenazas
aluvionales.
Adolfo
Castilla, presidente del Capítulo Español de la World Future Society,
señala entre las tendencias sociales:
· El crecimiento
de la población mundial desde los 6.300 millones de
personas actuales hasta los 8.000 millones en el 2030.
· El aumento
de la esperanza de vida y cambios radicales en las pirámides
poblaciones.
· El aumento
de las migraciones y transición étnica en los países
desarrollados.
· El desempleo alto y la generalización del empleo
precario.
· Los
cambios culturales
y de mentalidad.
· La fuerza
que adquieren las nuevas religiones y sectas y lo esotérico.
El
mencionado especialista considera que, desde el punto
de vista económico, el presente y el futuro inmediato estará condicionado
por la crisis financiera mundial, la que provoca
recesión en los países desarrollados, menor crecimiento
promedio de los países en vías de desarrollo, debilitamiento
del crecimiento económico mundial y reducción considerable
del comercio internacional.
Las
previsiones de las Naciones Unidas y de otras instituciones
internacionales son que la economía mundial puede duplicarse
en el plazo de 22 a 25 años y el comercio mundial se
triplicará, alcanzando un volumen de intercambios superior
a los 27 billones de dólares.
Estas
condiciones sociales y económicas también se verán reflejadas
en la ciudad. En los últimos 30 años se ha comprobado
una aceleración
de la urbanización global y un proceso de concentración
de la renta y poder que cada día es más acentuado.
Sin embargo existen matices y tendencias diferentes.
Al respecto Eduardo López Moreno, representante de ONU-HABITAT
en el II Congreso Internacional de Desarrollo Humano
realizado en Madrid en el año 2009 destaca que:
· Los intensos
procesos de urbanización hacen prever que en el año
2030 más del 60% de la población mundial vivirá en áreas
urbanas, incluso más del 80% en el ámbito latinoamericano.
· La mitad
de la humanidad vive hoy en centros urbanos. Se estima
que para el año 2050 seis de cada diez habitantes del
orbe serán urbanitas.
· Si
el Siglo XX se caracterizó por un acelerado crecimiento
y expansión urbanos, es
posible que el Siglo XXI sea conocido como el Siglo
de las “meta-ciudades”, o conurbaciones urbanas de más
de 20 millones de habitantes. Se espera que para
el 2020 existan más de 600 ciudades de esta dimensión;
de ellas 26 serán mega-ciudades con poblaciones mayores
a los 10 millones de habitantes, mientras que en el
2007 había tan solo 17.
· Curiosamente
-y contrariamente a lo que se cree-, mega y meta-ciudades
son el hogar
de solamente el 9 al 11 % de la población mundial urbana.
A pesar de representar una proporción relativamente
baja de los habitantes que viven en ciudades en el mundo,
las grandes aglomeraciones juegan un papel dominante
en la política y en la economía.
· Hacia el 2030
el ritmo de crecimiento urbano se habrá reducido considerablemente
hasta llegar a 1,88 por ciento (UNPD, 2007) pero será muy asimétrico: 2,8 % en África, 1,76 % en
Asia y 1 % en América Latina. En los próximos 20 años
todo el crecimiento urbano tendrá lugar en las áreas
urbanas de África, Asia y Latínoamérica.
· La realidad es
que las ciudades de tamaño medio concentran un poco menos de la mitad de la
población del planeta pero este rango de ciudades crece
más rápido que cualquier otro tipo de ciudad en el mundo
de tal forma que ellas absorberán más del 50 por ciento
del crecimiento urbano mundial en los próximos veinte
años.
Otras
tendencias manifestadas en este encuentro son:
· El aumento
del nivel de pobreza y exclusión social en los núcleos
urbanos. Las previsiones apuntan a que el número
de pobres urbanos viviendo en favelas, villas inestables
o tugurios pasará de 900 millones en 1990 a cerca de
1.200 millones en el año 2020. Contrariamente a lo que
se piensa, los habitantes en barrios marginales no viven
exclusivamente en las grandes ciudades sino también
en las ciudades de tamaño intermedio.
· La permanencia
de la “ciudad dividida”, que supondrá la partición
física y espacial de las urbes en vías de desarrollo
y la acentuación de las desigualdades sociales debido
a la pobreza y exclusión social frente un número cada
vez más reducido de habitantes ricos y de clase media
que optarán por vivir protegidos en suburbios fortificados,
barrios cerrados y urbanizaciones privadas frente a
la inseguridad, violencia y criminalidad.
· En
ausencia de un sistema de gobernanza global, es probable
que surjan bloques sub-regionales, algunos de los cuales
-sin objetar directamente el modelo occidental económico
liberal y democrático- aplicarán una versión del modelo
nacional Estado-céntrico.
· La
movilidad poblacional será cada vez mayor en todos los
sentidos. Mientras
que los habitantes de países ricos migrarán a países
del sur con mejores climas y coste de vida más bajo,
los jóvenes de países pobres dejarán sus pueblos y ciudades
en busca de mejores oportunidades en los países donde
pueden encontrar empleos con mejores salarios.
· A
corto plazo, no es previsible que los países del norte y del sur compartan una visión
común para implantar políticas ambientales, ni se
vislumbra una organización multilateral que pueda abordar
los problemas ambientales del mundo, lo que repercutirá
en la sustentabilidad del hábitat urbano.

Desafío
para las próximas décadas
Frente
al panorama brevemente descripto y las tendencias manifiestas,
el futuro es difícil de prever, sobre todo en entornos
tan inestables como el de las ciudades de la periferia
(Latinoamérica, África, Asia). Sin embargo los
problemas urbanos exigen anticipar posibles futuros
para discutirlos y actuar conforme a ellos.
El
pertenecer a la red de ciudades globales genera posibilidades
de crecimiento económico, mayores flujos de población,
financieros, mejores tecnologías y más trabajo, pero
también una mayor dependencia y la aparición de externalidades
negativas en la ciudad y su entorno.
A
escala mundial las megalópolis se conectan a través
de redes virtuales y reales pero, ¿qué pasa con los
subsistemas nacionales, regionales o locales de los
cuáles forman parte estas ciudades?
Al
respecto, la Estrategia Territorial Europea (1999)
enfatiza en la importancia y necesidad de un sistema
urbano más equilibrado que pueda garantizar el acceso
de mayor cantidad de población a los recursos, el empleo
y la innovación, mediante el fortalecimiento de las redes de ciudades intermedias
que faciliten la cohesión territorial, lo cual afirma
la relevancia del rol que cumplen en los sistemas urbanos
regionales. Las ciudades intermedias pueden ayudar a
equilibrar el sistema y brindar posibilidades tendientes
a ser la ciudad más inclusiva y sostenible, estableciendo
una mayor interrelación y complementación con su entorno
rural.
A
pesar de su importancia y la que van a tener en el futuro,
es sorprendente constatar que existen más estudios sobre
las grandes ciudades, por lo que es poco conocido lo
que sucede en ellas. Quienes venimos desde hace varios
años estudiando su comportamiento debemos alertar sobre
lo que está pasando y actuar al respecto.
Muchas
ciudades intermedias que forman parte de la estrategia
de integración de la economía mundial comienzan a manifestar
una serie de transformaciones en su forma y estructura. Hay una pérdida de
identidad debido a la implantación de nuevas tipologías
urbanas. Se instalan grandes edificios que hacen colapsar
los servicios y el proceso de dispersión hacia la periferia
provoca la aparición de externalidades, aumentos
de gastos fiscales y deterioro medioambiental.
Estudios
de tipo comparativo realizados de ciudades globales
como San Pablo o Buenos Aires o de ciudades globales e intermedias
como Santiago de Chile y Mendoza, a partir de indicadores
morfológicos, económicos y ambientales, demuestran que
las transformaciones son similares en todas las ciudades, lo que varía
es el momento en que se producen y la magnitud de dichas
transformaciones. Conclusión a la que también arriban
autores pertenecientes la Red de Investigadores sobre Globalización
y Territorio, en el caso de otras ciudades
latinoamericanas.
El
ámbito local es el que puede tener una mayor especificidad
en cada subsistema regional y es donde se pueden definir
niveles de planificación-acción a través de proyectos
de inversión y desarrollo específicos, pero para ello
hay que fortalecer al Estado y trabajar en el diseño de políticas y estrategias
de desarrollo regional tendientes a redireccionar las
políticas públicas en función de una visión estratégica
del territorio en general y de la ciudad en particular.
Angel
Massiris (2007) reconoce que hay una contradicción en
la lógica espacial de
la economía de mercado, por lo que es necesario diseñar
nuevas estrategias de gestión territorial y planificación
que tenga en cuenta a todos. Las
decisiones de localización de las actividades
que toman los agentes privados son en función de sus
intereses particulares, por lo que no
conducen a ocupar el espacio con usos del suelo que
corresponden al interés colectivo.
Al
respecto, Sergio Boisier (1997) menciona que el mercado
no incluye categorías territoriales sino que opera sobre
la base de rentabilidades microeconómicas relativas
y que existen determinados bienes colectivos que
no son posibles a precios de mercado, por caso las
distribución geográfica de infraestructuras (rutas,
agua, energía) o los equipamientos y servicios de salud
y educación, o la preservación y desarrollo de espacios
libres y públicos.
Las
decisiones de los agentes económicos privados tienen
consecuencias negativas expresadas en impactos ambientales,
económicos y sociales adversos que generan conflictos,
por lo que la actuación de los poderes públicos es imprescindible,
como también lo es para generar condiciones de habitabilidad
básica, crear empleos, trabajar en pos de una mayor
inclusión social y sostenibilidad socio-ambiental.
En
este contexto se
hace necesario el Ordenamiento Territorial porque permite
adoptar nuevos criterios sistémicos, integrales y flexibles
que faciliten la coordinación institucional y gobernanza
para hacer la ciudad más equitativa, inclusiva y sostenible
y para integrar al espacio rural desde la especificidad
que en forma intrínseca posee.
Un
sistema y tejido urbano complejo significa
condensación, conectividad y usos mixtos, lo contrario
a la homogeneidad que ha prevalecido. La ciudad
compacta debe combinar
espacios ciudadanos compartidos con estructuras concentradas.
Así se define un sistema complejo altamente organizado,
en el que todo componente soporta y está conectado con
el conjunto. La
solución adecuada no es una dispersión amorfa, sino
una ciudad compacta de baja altura y densidad intermedia
geométricamente integrada. (Salingaros, 2005)
Las
zonificaciones y códigos utilizados en la planificación
urbana deben ser adaptados conforme a las exigencias
actuales. Tendieron a homogeneizar espacios urbanos
pero ya no resultan funcionales, con el agravante que
nunca tuvieron en cuenta el entorno, el espacio rural,
el que con el tiempo pasa a ser tierra de nadie.
La
idea es introducir cambios radicales sin esperar a
cambiar el sistema en sí, utilizando instrumentos que
respondan a la misma lógica del sistema. En algunos
países se están aplicando, por ejemplo, nuevos instrumentos
regulatorios, tales como la participación en plusvalías,
la bonificación por zonificación o bonos de densidad,
la zonificación inclusiva, la venta de derechos sobre
edificios o suelo creado que pueden orientar el crecimiento
y contribuir a generar intervenciones puntuales conforme
las características sociales, económicas y ambientales
que presenten.
El desafío está lanzado, ahora hay que trabajar
en esta línea.
MEG
La
autora es Investigadora del CONICET, Docente-Investigadora
Categoría 1 y Profesora
Titular Efectiva de la carrera de Geografía de la Facultad
de Filosofía y Letras
de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza.
Directora del Instituto CIFOT, la Maestría en Ordenamiento del Territorio con orientación
en Planificación Estratégica y el Doctorado en
Ordenamiento Territorial y de Desarrollo Sostenible.
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negocios y la felicidad…
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