Introducción
Hace
unos meses me encontraba visitando la feria que se hace
todos los domingos en la plaza principal del barrio
Villa El Libertador y me encontré con un puesto que
vendía libros usados. Entre ellos, llamó mi atención
uno con el sugerente título El
arquitecto y las ciencias sociales. En el rol profesional
y formativo (1969) de Rolando Gioja. Más allá del nivel de actualización del libro,
el cual se concentra en algunos debates contextualizados
hacia fines de la década del sesenta, el libro me interpeló
sobre ciertos interrogantes que vengo haciéndome desde
hace algún tiempo sobre el cruce existente entre la
planificación urbana y las cuestiones sociales y políticas
que hacen a la “vida” de los barrios (principalmente
los más desfavorecidos) y los distintos territorios
que “construyen” la ciudad.
Entre
las razones que justifican esta preocupación, que nace
casi como (d)efecto profesional, sumado a las experiencias
personales de habitar
y sentir un barrio de Córdoba, desde hace algún
tiempo me he estado preguntando sobre la comprensión
que desde otras disciplinas se realiza sobre las realidades
sociales, y más concretamente en este caso, de los barrios. En otras palabras, en más de una ocasión me
he preguntado qué
supone la planificación urbana, cómo se puede favorecer
una mejor calidad de vida según los distintos tipos
de territorios, qué desafíos debe afrontar un profesional
de la arquitectura y urbanismo al planificar, cómo dar
respuesta a los procesos de renovación urbana que presionan
a las ciudades, entre las principales cuestiones.
En
el marco de este breve artículo, si bien no aspiro dar
respuesta en su totalidad a estas preguntas (las cuales
exigirían un análisis más complejo e interdisciplinario),
pretendo problematizar algunas discusiones sobre la
manera de entender al barrio como objeto de estudio
e intervención y su relación con la planificación urbana.
Para traducir estos conceptos expongo paralelamente
algunos casos concretos de análisis que abordan de distintas
maneras la relación anteriormente planteada dentro de algunos barrios (pericentrales y periféricos)
de la ciudad de Córdoba. Para terminar, planteo algunos
de los desafíos que entiendo deben pensarse al momento
de asumir hoy una planificación necesariamente dinámica y que tenga en cuenta
las culturas, intereses y políticas que construyen el
complejo “campo urbano” y el barrial en particular.

El
barrio y la planificación en el “campo urbano” - El
barrio y la planificación desde las teorías clásicas
hasta los planteos culturalistas
Al
momento de pensar la planificación urbana desde sus
implicancias en materia de aplicación, algunas veces
suele soslayarse la comprensión sobre el “objeto/sujetos”
de intervención que se van a transformar. En este sentido,
no es llamativo que durante muchos años el barrio y
la ciudad en general hayan sido pensados como espacios
geográficos, dado que estaban allí, dispuestos para ser intervenidos.
Esto
es, conforme al pensamiento positivista de la época
que entendía que la realidad social estaba dada, al
igual que en las ciencias naturales, los planteos de
los primeros autores estuvieron fuertemente impregnados
por pretensiones holistas tendientes a delinear tipologías
de análisis (entre los representantes de esta corriente
cabe destacar a Weber, los representantes de la unidad
vecinal, la Escuela de Chicago, la corriente
encabezada por Le Corbusier y la del modo de vida urbano
de Louis Wirth; Gravano, citado 2005).
El
entusiasmo por alcanzar modelos explicativos generales
les llevó a enfatizar
rasgos comunes y supuestamente prototípicos de los barrios,
muchas veces idealizados en términos de sociedades
folk, es decir, entendidas como aquellas comunidades
“primitivas”, precapitalistas, generalmente asociadas
a los ámbitos rurales, caracterizadas por su autosuficiencia
económica, homogeneidad social y estrechos vínculos
sociales y comunitarios (Redfield, citado por Gravano,
2005).
En
correspondencia con este planteo y el optimismo respecto
a la planificación urbana en cuanto a sus posibilidades
de re-producción de este tipo de comunidades, durante
mucho tiempo diversos profesionales se esforzaron por generar
condiciones que promovieran la “unidad vecinal”, “salubridad”
y “moralidad”. De esta manera, emergieron una serie
de innovaciones que se preocuparon por brindar viviendas
en mejores condiciones de habitabilidad, favorecer la
distribución de espacios verdes y públicos, la delimitación
de vías de circulación urbana, recomendaciones sobre
las formas de ocupar el suelo, entre otras transformaciones
físicas o materiales (Castrillo Romón, 2001).
Si
bien podría decirse que en principio estas innovaciones
fueron positivas, con el tiempo se pudo valorar la relatividad de esta
primera impresión. Esto se debe a que si bien introdujeron
ciertas preocupaciones explícitas en materia de infraestructura,
acceso a servicios públicos, condiciones habitacionales,
etc., significativas para pensar la planificación de
los territorios hasta la actualidad, al mismo tiempo
tuvieron múltiples implicancias sociales no siempre
valoradas en toda su complejidad.
Así,
bajo el paraguas aparentemente objetivo de la legitimación
que brindaba el generar comunidades “homogéneas” y en
condiciones de “moralidad”, en muchos casos se planificaron
barrios para ciertos grupos sociales, étnicos, etc.,
oficializando
la segregación y relocalización de ciertos sectores
en otras partes de la ciudad a favor de otros grupos
hegemónicos contrarios a los sectores más desfavorecidos
(Op.cit, 2005; un caso testigo de las consecuencias
en materia de segregación que tuvieron estas políticas,
se observa en ciertos barrios norteamericanos, constituidos
en muchos casos como guetos urbanos, Wacquant, 2007)
Esta
visión predominante durante mucho tiempo en el ámbito
académico y político, como veremos más adelante, fue
sin embargo en el plano teórico relativizada en más
de una oportunidad por la propia realidad histórica.
Por caso, cabe citar las primeras experiencias en Estados
Unidos de la década del treinta y cuarenta, que comenzaron
a denunciar la coexistencia de los llamados “barrios
bajos” o slums
norteamericanos, caracterizados por sus condiciones de
pobreza, conflictos étnicos, etc., lo cual contrastaba
con los ideales comunitarios que en principio se habían
asociado a la vida barrial y a este tipo de planificación.
Frente
a estas limitaciones emergieron los planteos progresivamente
culturalistas,
los cuales pusieron
el foco en las prácticas culturales como forma de entender
las situaciones de pobreza y segregación que caracterizaban
a los barrios bajos o slums norteamericanos. Desde esta perspectiva, los barrios debían
entenderse desde las particularidades que los constituían
en términos culturales (Op.cit, 2005)
Como
evaluación, a pesar del cambio que esto supuso al introducir
en la explicación ciertas “variables culturales” y tener
en cuenta el estudio de las relaciones sociales que
construyen los territorios barriales, en
la práctica se los siguió entendiendo como partes disfuncionales
de un sistema integrado y orgánico, sin problematizarse
en términos históricos y estructurales (D´Amico,
2008). Es decir, en su comprensión como productos de
la exclusión social, segregación y limitaciones materiales
que reproducía el propio sistema capitalista. Tanto
es así que si bien la teoría transcurrió otros caminos
ampliándose hacia otras perspectivas críticas, en el
plano político, estos enfoques han seguido estando vigentes hasta el presente.
Un
ejemplo que da cuenta de la actualidad de estos debates,
puede observarse en el traslado de las antiguas villas
céntricas hacia la periferia de la ciudad de Córdoba,
en los barrios-ciudad por parte del propio gobierno
provincial. Así, el “Programa Mi Casa Mi Vida”, haciendo
alusión a la provisión de mejores condiciones de infraestructura,
servicios públicos y condiciones habitacionales mínimas,
subestimó los cuestionamientos existentes que se tenían
respecto de sus implicancias sociales (desde las ciencias
sociales, son de público conocimiento los antecedentes
existentes que cuestionaron el programa respecto a la
accesibilidad de los barrios respecto a las fuentes
de trabajo en el centro citadino, la pérdida que supuso
en materia de redes sociales, el incremento de los costes
de transporte para los vecinos y vecinas trasladadas,
entre otras dificultades, Pérez, 2009). En esta línea,
el Programa se autolegitimó bajo la generación
de condiciones participativas de traslado, que en un
análisis más riguroso reproducían los planteos culturalistas
sobre la “cultura de la pobreza” y la necesaria
generación por lo tanto de “instancias participativas
de aprendizaje” para adquirir ciertas competencias laborales,
aprender a utilizar ciertos equipamiento de la vivienda
y aceptar la relocalización pasiva hacia otras partes
de la ciudad (Pérez, 2009).
En
otro contexto, y si nos asomamos al caso de los barrios-pueblos
tales como General Paz, Alta Córdoba y San
Vicente (por citar sólo algunos ejemplos)
en los últimos años éstos se vieron invadidos frente
al auge y privilegio de los intereses de los “desarrollistas”
y de la construcción. De este modo, bajo ciertos argumentos
de “progreso y modernización” para ciertos grupos sociales,
en la mayor parte de los casos ni siquiera se contemplaron
los argumentos de los enfoques anteriormente mencionados,
aún con sus limitaciones.
Esto
es, bajo el criterio de la necesidad de densificación
próxima al centro de la ciudad, no sólo se subestimó el patrimonio histórico-cultural
(tangible e intangible) de estos barrios (Castro
y D´Amico, 2007), elementos que creo también significativos
para la calidad de vida de los vecinos y vecinas que
habitan los barrios, sino que además se relegó a un segundo plano la capacidad
de estos lugares para dar cuenta (en materia de infraestructura
y servicios públicos) de la nueva cantidad de habitantes.
De
este modo, la renovación urbana ha permitido con el
tiempo evaluar el poder de ciertos agentes urbanos,
que aunque forman parte de la dinámica histórica propia
de cualquier realidad socio-política y urbana, no han
sido regulados debidamente por el Estado a favor de
los vecinos y vecinas que antiguamente habitaban los
barrios y eligieron vivir y construir estos territorios.
En
otro sentido, cabe advertir también la falta de intervenciones
explícitas tanto del sector público y/o privado, que
actúa profundizando en muchos la segregación de ciertos
territorios -como puede ser el caso por ejemplo de Villa
El Libertador- lo cual lleva a alertar no sólo sobre
las limitaciones de los gobiernos para dar respuesta
a las necesidades de ciertos sectores urbanos, sino
también la falta de estímulo por parte del sector público
para estimular la construcción de vivienda para hogares
de clase media y baja y regular el mercado de tierras
para evitar su “engorde”, entre otros problemas.
Más
allá de las particularidades que presenta cada caso,
los distintos ejemplos introducen por lo tanto como
punto en común la necesidad de brindar algunas explicaciones
adicionales al momento de comprender el complejo panorama
que caracteriza el “campo urbano”. Según el enfoque
que aquí se sostiene, entiendo que esto requiere tomar
en cuenta las múltiples tensiones, agentes y recursos
que construyen relacionalmente los territorios, las
cuales trabajaré en el siguiente apartado.

Los
barrios y la planificación urbana ante las perspectivas
críticas
El enfoque que entendía al barrio como un
espacio homogéneo recién comenzó a ponerse en cuestionamiento
con los aportes de la corriente crítica, entre los
que cabe mencionar a los estudios marxistas y post-estructuralistas.
Aunque
dentro de esta corriente encontramos una multiplicidad
de exposiciones sobre la materia, en líneas generales
los autores pertenecientes a esta perspectiva entendieron
que los problemas urbanos tenían una íntima vinculación
con la lucha de clases. En este sentido, la
construcción de los territorios (en este caso, los barrios),
debería explicarse en principio como un producto principalmente
relacional y conflictivo entre distintos grupos articulados
en torno al binomio capital-trabajo que pugnaban por
la apropiación del espacio urbano. Desde esta lógica
la ciudad podría comprenderse como “espacio de consumo”
y “consumo del espacio” (Lefebvre, citado por Oslender,
2002) producida por distintos agentes hegemónicos entre
los que se encontraba incluido el propio Estado, a los
fines de reproducir el sistema capitalista.
Frente
al carácter casi determinista de la planificación por
parte de este planteo, la pregunta necesariamente emergente
es: ¿cuál sería la capacidad de otros agentes urbanos
para construir con cierta autonomía su territorio? Para
dar respuesta a este interrogante, el mismo Lefebvre
(citado por Oslender, 2002) y Michel De Certeau (2004),
entre otros autores, resaltaron la importancia de la
cultura y las distintas experiencias de las propias
personas como fuente de resistencia frente al aparente
control total de la “planificación hegemónica”. De allí
que parezca significativo resaltar otros aspectos
del planteo de Lefebvre (citado por Oslender, 2002)
quien entendió que la construcción socio-política de
los territorios implicaba tener en cuenta: a) las prácticas
espaciales que hacen referencia a las formas en
que se genera, utiliza y percibe el espacio b) las representaciones del espacio concebidas
desde los saberes técnicos y racionales hegemónicos,
y por último, c) los espacios de representación, es decir los
espacios vividos que se construyen en una relación dinámica
y de tensión con las relaciones de dominación.
Más
allá del aporte que supuso el pensar los territorios
en base a la multiplicidad de agentes, representaciones
y prácticas que construyen los territorios urbanos en
general, una de las dimensiones que aún sería interesante
explorar es si los intereses económicos deberían entenderse
como los únicos agentes en términos de poder o incidencia
urbana, y en este marco, cuál es el papel que le corresponde
al Estado.
De
acuerdo a la perspectiva que aquí se sostiene, en principio
acuerdo con el planteo de Jessop (2007) quien, de
manera contraria a los análisis sobre la nueva “gobernanza
urbana” que enfatizan el carácter de simple mediador
del Estado entre múltiples agentes urbanos (De Mattos,
2004), entiende que dentro del Estado coexisten múltiples
“selectividades estratégicas” (ampliando la postura
de Jessop, según el autor “el
poder estatal resulta de una interacción continua entre
las selectividades estratégicas estructuralmente inscriptas
del Estado en tanto complejo institucional y el equilibrio
variable de fuerzas que operan dentro y fuera de aquél,
quizás también tratando de transformarlo”, Op. Cit.,
2007:125; en este sentido, aunque dentro del Estado
existe una conjunción de poderes variables, desarrollados
en múltiples niveles “escalares”, Gramsci, citado por
Jessop, 2007, y según distintas identidades que intentan
materializar sus intereses, cada forma de Estado privilegia
el acceso de unas fuerzas sobre otras). Esto encuentra
consonancia con
el aporte de Foucault (2009) quien tiempo atrás advertía
que aunque la economía es un poder muy significativo
al momento de entender las relaciones de poder, al mismo
tiempo deben tenerse en cuenta muchos otros poderes
e intereses que se disputan, en este caso, el “campo
urbano”.
Es
decir, que si complementamos el planteo de Foucault
con el concepto de “campo” de Bourdieu (1997) la realidad urbana debería poder interpretarse como un juego relacional
entre fuerzas o posiciones que pugnan por imponer su
propia producción social de sentido o discurso,
esto es el campo, más allá de las cuestiones meramente materiales. De este modo,
la inserción del individuo en una realidad dada se experimentaría
como un proceso de naturalización sustentado en el habitus
o conjunto de relaciones históricas internalizadas por
los agentes sociales en juego, sumado a otros capitales
tan importantes como el simbólico.
Si
estamos de acuerdo con este planteo, es razonable que
el barrio también represente un producto relacional y heterogéneo que emerge
de una multiplicidad de agentes (vecinos/as organizados,
no organizados, sectores comerciales, agentes públicos,
etc.), intereses e inquietudes (comerciales, culturales,
recreativas, identitarias, etc.) y capitales o recursos
( económicos, políticos, culturales, etc.) que se disputan
la construcción de este espacio. En este sentido, es
necesario entender que las posiciones de los implicados,
forman parte de una serie de experiencias históricas
que son de distintas maneras re-significadas, según
la posición de los agentes en la estructura social,
su acceso a distintos capitales, etc., lo cual nos lleva a ser más cautos al momento de interpretar
“la” historia de los barrios, “las” necesidad de los
vecinos, “los” referentes (¿para quiénes?), etc.
Esto,
aunque no supone caer en el extremo del relativismo
total, ya que evidentemente existen cuestiones que se
van reproduciendo, resignificando y estructurando a
lo largo del tiempo -como por ejemplo ciertos relatos
orales, historias, lugares de referencia, etc.- nos
permite pensar sobre una multiplicidad de factores que
condicionan el desempeño de una intervención.
La
interpretación de estas realidades, aunque implica el
tratar de “equilibrar la balanza”, al mismo tiempo requiere tener en cuenta al menos desde qué
lado se parte y hacia dónde se quiere ir, no sólo en
términos de transformaciones físicas, sino también socio-políticas.
Esto por supuesto que exige, al igual que la evaluación
en términos urbanísticos, un análisis del contexto socio-político
y económico desde el cual se va a activar el proceso
de intervención.
Por
caso, pensar la notable importancia que puede tener
la planificación de fuentes productivas en los barrios
para poder garantizar en el largo plazo fuentes de empleo
locales, y en consecuencia el mantenimiento de las viviendas
equipamiento, la generación de vínculos en base
al empleo y relaciones de vecindad (como actualmente
procuran lograr ciertos movimientos sociales de Córdoba,
próximos al barrio Villa El Libertador), puede ser una
forma de articular esta íntima relación que existe entre
la arquitectura, urbanismo y las ciencias sociales,
entendidas en un sentido amplio.
Este
planteo, aunque no es totalmente novedoso para la disciplina
sino que encuentra antecedentes y experiencias a lo
largo de la historia, simplemente tiene el propósito
de recordarnos la importancia de hacer explícitos los supuestos teóricos,
epistemológicos e ideológicos que sustentan la comprensión
de las realidades y por lo tanto, las intervenciones.
Es decir, en un ejercicio reflexivo semejante al que
realizan los antropólogos (Guber, 1991), es importante
pensar nuestros presupuestos sobre cómo funcionan las
realidades, qué creemos que piensa el o los otros, cómo
podemos resolverlo y en este sentido, cuáles pueden
ser las implicancias sociales para el individuo o grupo
con el que se trabaja.

A
modo de reflexión, necesariamente parcial…
Al
concluir este artículo me propuse indagar sobre el cruce
existente entre la arquitectura, urbanismo y ciencias
sociales en general. Para lograr este propósito, de
manera sintética intenté problematizar los distintos
debates teóricos existentes sobre el barrio y sus implicancias
en términos sociales y para la planificación urbana.
En
base a este breve recorrido histórico, concluí que para
lograr una mayor complejidad en la comprensión del barrio
es necesario comprender
una multiplicidad de cuestiones físico-geográficas,
pero también, culturales, políticas, económicas y sociales
en general que se conjugan en la “construcción” dinámica
de este territorio. Esta realidad, no sólo se replica
en el caso de los Estados y sus gobiernos, quienes se
van presionados por distintos agentes urbanos con mayor
o menor poder, sino también
en el propio planificador y/o técnico designado
para diseñar propuestas de intervención.
Al
igual que los distintos agentes urbanos, éste se enfrenta
a todos estas presiones: recursos escasos, presiones
políticas, económicas, realidades socio-culturales particulares,
los límites y potencialidades que le brinda su propia
formación y subjetividad, entre otras cuestiones. Ésta
última, aunque parezca menor, todo el tiempo juega un
rol de especial importancia al momento de recortar y
comprender las realidades locales, interactuar con los
vecinos, vecinas y sus diferentes subjetividades o posiciones,
priorizar recomendaciones, generar cambios...
Y
¿por qué digo esto? Porque aunque desde la mirada externa
parezca que en estas disciplinas la subjetividad tiene
menor importancia, el
hacer explícitas estas cuestiones tal vez pueda llevar
a priorizar mejor las intervenciones a realizar dentro
del “campo barrial”.
Esto necesariamente exige ser conscientes sobre ciertos
posicionamientos, los cuales deben ser previamente problematizados,
en relación
a los distintos impactos que pueden generar las diferentes
propuestas de intervención.
Desde
una primera aproximación, esto implica equilibrar tanto
cuestiones materiales y simbólicas que se conjugan en
la producción de “resultados”, así como tener en cuenta
su propia posición respecto a cierta problemática barrial,
la comprensión
que se tiene de ciertas problemáticas macropolíticas
y sociales, por nombrar sólo algunas cuestiones, tanto
en el asesoramiento a un privado como al propio sector
público.
Esto
por supuesto exige entender la planificación como parte de un proceso no lineal, sino inter-activo,
entre múltiples agentes internos y externos al barrio,
en los que los propios técnicos forman parte.
Esto
último, tal vez ese sea el mayor desafío: saber qué
valoramos, a quiénes deseamos y/o podemos llegar a favorecer
y perjudicar, entendiendo que no todo es “progreso”,
“modernidad”, sino que depende desde qué lado se mire
y qué discursos lo sustentan.
DAD
Fotos: Barrio San Vicente, por Enredados.
La
autora es Politóloga, Magíster en Gestión Política (Universidad
Católica de Córdoba y Georgetown University). Doctoranda
en Política y Gobierno (Instituto Universitario de Investigación
Ortega y Gasset-Universidad Católica de Córdoba). Docente
e investigadora en la Universidad Católica de Córdoba.
Becaria de CONICET. Miembro de la Red de Vecinos/as
de Barrio San Vicente.
Sobre
su trabajo, ver también en café
de las ciudades:
Número
85 | Cultura y Política de las ciudades
El
barrio San Vicente en Córdoba, Argentina | Entrevista
a Desirée D´Amico | Marcelo Corti
Sobre
el barrio cordobés de San Vicente, ver también en café
de las ciudades:
Número
92 | Lugares
En
busca del barrio | Reflexiones
sobre San Vicente, en Córdoba | Celina Caporossi
Número 103 | Proyectos de las ciudades
Proyecto
4 Plazas: renovación del eje central del barrio San
Vicente en Córdoba | El
barrio como unidad de gestión y planificación integral |Celina
Caporossi
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