N. de la R.: El texto
de esta nota (escrito a principios del año 2011) reproduce
el aporte del autor al libro Archivo
crítico modelo Barcelona 1973-2004, de Josep
Maria Montaner, Fernando Álvarez y Zaida Muxí, editores. Dicho libro colectivo resume las aportaciones
más destacadas del grupo universitario de investigación
Archivo Crítico Modelo Barcelona, completadas con contribuciones
de varios expertos de las áreas de arquitectura y de
historia que participan como invitados. El objetivo
de la publicación es reconsiderar de manera crítica
la experiencia del modelo urbano desde 1973, año en
que el alcalde Porcioles dejó el cargo, hasta el 2004,
cuando se celebró el Fórum de las Culturas. Ver su Presentación.
Las
culturas urbanísticas de Buenos Aires y Barcelona han
mantenido una curiosa relación a lo largo de los últimos
30 o 40 años, período histórico en el que se gesta,
se desarrolla, se altera y se cuestiona el conjunto
de prácticas, axiomas y valores que usualmente se conocen
como “modelo Barcelona”. Pocas ciudades (no solo en
Latinoamérica) han tenido un intercambio profesional-disciplinario
tan fuerte con la capital catalana como Buenos Aires,
donde se escucha y se lee a figuras tan diversas como
Oriol Bohigas,
Jordi Borja o Toni
Puig. Sin embargo, las consecuencias concretas de este intercambio
sobre la praxis urbana han sido muy pocas o, cuando
menos, difusas, al menos si consideramos lo mejor
del legado urbanístico barcelonés desde la restauración
democrática. De los malos ejemplos, en cambio, encontramos
cantidad de réplicas porteñas, pero no necesariamente
originadas por una perversa influencia del “modelo”
sino más bien por la propia vocación de Buenos Aires
(como dice el tango, “vos rodaste por tu culpa, y no
fue inocentemente”). Para explicar este desencuentro
creo necesario hacer referencia a circunstancias más amplias que las específicamente
urbanísticas.
Hasta
mediados de los ochenta, Buenos Aires y Barcelona presentaban
una notable cantidad de similitudes. Ambas ciudades
afrontaban procesos de transición democrática y tenían
estándares económicos muy similares, en una segunda
línea por detrás de las economías más desarrolladas,
aunque aventajadas respecto a sus respectivos entornos
nacionales y en general al mundo subdesarrollado. Ambas
se caracterizaban también por la existencia de elites
culturales integradas a los debates de vanguardia, con
un estatus cultural
comparativamente superior a su estatus económico.
En particular, las vanguardias arquitectónicas mantenían
diálogos fluidos, potenciados por los exilios alternados
(buena parte de la obra de Antoni Bonet se realiza en
Argentina, un buen número de los exiliados argentinos
pre y postdictadura se instalan en la España que comenzaba
a vivir la etapa postfranquista).
Las
diferencias, sin embargo, fueron más poderosas. Para
empezar, la escala, el papel y la situación política
de ambas ciudades. Barcelona, capital catalana históricamente
enfrentada al poder central español y a su ciudad emblema,
Madrid. Buenos Aires, capital argentina, favorecida
por los beneficios asociados a la capitalidad pero sometida
políticamente al poder federal (en aquel entonces, la
designación del intendente de Buenos Aires era un atributo
personal del Presidente de la nación). Barcelona: 1.800.000
habitantes, cabecera de un área metropolitana de entre
3 y 4 millones de habitantes. Buenos Aires: 3 millones
de habitantes, cabecera de una megaciudad metropolitana
de 11 o 12 millones.
Más
diferencias: Buenos Aires arranca la restauración democrática
en 1983, en plena crisis de la deuda externa; en la
misma época, Barcelona (que como la ciudad porteña sufre
las consecuencias de la desindustrialización) participa
de la incorporación a la Unión Europea. Fondos
de cohesión europeos en un caso contra obligaciones
financieras y “década perdida” latinoamericana en el
otro.
Los
integrantes de la intelectualidad arquitectónica y urbanística
de Barcelona llegan a la restauración democrática con
un promedio de edad de 35-50 años, lo suficientemente
experimentados y preparados como para tener ideas que
implementar y aún jóvenes para tener la energía necesaria.
En Buenos Aires, de la mano de Francisco García Vásquez,
la Sociedad Central de Arquitectos había sostenido posiciones
de gran dignidad frente a la dictadura militar iniciada
en 1976, pero sus dirigentes, incorporados a la función
pública con la democracia, pertenecían a una
generación de ideas ya superadas en materia urbanística
y próxima al fin de su vida profesional. Los sucesivos
embates del `66 (la “Noche de los bastones largos”,
con la cual la dictadura de Onganía destruyó la experiencia
de Universidad autónoma), el `75 (la reacción fascista
del ministro Ivanisevich y el rector Ottalagano) y el
`76 (las persecuciones de la última dictadura militar)
habían raleado la Universidad y dejado afuera de la
Facultad de Arquitectura a una generación entera de
excelentes profesionales. El debate de ideas se producía
fuera de la academia, en cenáculos aislados como La
Escuelita y el Centro de Arte y Comunicación (visitados
con frecuencia por Oriol Bohigas) o en revistas como
Dos puntos, que circulaba en estos circuitos
de culto junto con la estimulante e innovadora Arquitecturas Bis. La primera etapa de la democracia se fue en reconstruir
el tejido de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo,
a la cual se le incorporaron las carreras de diseño.
La versión local de una vanguardia intelectual progresista y en
condiciones de ocupar roles orgánicos en la función
pública, la enseñanza y la actividad profesional
se manifestó al poco tiempo en el grupo de orientación
peronista bautizado como Nac&Pop (“nacionales y
populares”, con Jorge Moscato, Alfedo Garay, Rolando
Schere y Juan Molina y Vedia), que finalmente accedería
a cargos de importancia durante la intendencia de Carlos
Grosso, en 1989. Otra vanguardia de la época, el grupo
de historiadores y críticos nucleados alrededor de Pancho
Liernur, solía discutir con los Nac&Pop (particularmente
estimulantes eran los debates en la revista de la Sociedad
Central de Arquitectos) pero no se proponía como un
grupo de acción profesional ni político.

La
década de 1980
Buenos
Aires había sido escenario del desarrollo
autoritario propuesto por la intendencia de facto del
brigadier Cacciatore y, como tal, endeudada
y sometida a traumas urbanos: autopistas devastadoras,
obras inconclusas y un tejido social en crisis. Pero,
a diferencia de Barcelona, la
transformación urbana no formaba parte de las estrategias
políticas de democratización y las intendencias
de Julio Saguier y Facundo Suárez Lastra transcurrieron
con más pena que gloria. De hecho, la propuesta más
trascendental que se realizó sobre Buenos Aires durante
la presidencia de Raúl Alfonsín fue la de disminuir
su hegemonía demográfica y económica quitándole su capitalidad
para trasladarla al área de Viedma-Carmen de Patagones,
en la región patagónica.
En
el campo profesional, el concurso “20
ideas para Buenos Aires” (1986) constituyó
una instancia de debate urbano en consonancia con las
nuevas ideas dominantes: desconfianza
respecto a los planes totalizadores, intervención por
fragmentos y opción por el proyecto urbano como escala
de actuación y por la intervención en el espacio
público como estrategia de revalorización urbana, junto
con una mirada más respetuosa al patrimonio construido
y una idea general de “acupuntura urbana”. Estos criterios
son muy similares a los que se utilizaban en la misma
época en Barcelona, pero en Buenos Aires tienen una
familiaridad más amplia con las distintas corrientes
disciplinarias y experiencias de intervención consideradas
por la vanguardia arquitectónica, y no en especial con
las realizaciones contemporáneas barcelonesas; de hecho,
este concurso se realiza con el auspicio y la colaboración
del Ayuntamiento de Madrid. Las ideas premiadas quedaron
solo en el papel pero anticipaban buena parte de los
temas de los años siguientes: la integración de Puerto
Madero a la ciudad, la recuperación del contacto entre
la ciudad y el frente costero sobre el Río de la Plata,
la puesta en valor de la Avenida de Mayo, la descentralización
política, etc.

Propuesta
para el Ensanche del Area Central (Reserva Ecológica);
Testa, Jorcino de Aguilar, Genoud, Torcello y Van der
Poll.
Los
años noventa
Con
la presidencia de Carlos Menem, en 1989, la situación
cambió notablemente. Carlos Grosso, integrante de lo
que se conocía como corriente renovadora del peronismo,
fue designado intendente municipal. Político con ambiciones,
intentó utilizar la ciudad como plataforma para su proyección
nacional. Le acompañó un equipo de cuadros técnico-políticos
abastecido desde el pensamiento Nac&Pop, con raíces
en las distintas corrientes del peronismo histórico
y en sus distintas variantes, incluyendo la herencia
revolucionaria de los setenta. Esta base ideológica
entró en diálogo, por un lado, con la ideología urbana
dominante de ese último cuarto de siglo XX y, por otro,
con el para algunos sorpresivo viraje ideológico de
Menem hacia el más crudo neoliberalismo. Este aggiornamiento
tuvo vínculos muy fuertes con la posibilidad de aplicar
algunas políticas urbanas: la Ley de Reforma del
Estado, de clara orientación privatizadora, permitió
la venta de las empresas estatales de servicios (con
sus consecuencias sobre las infraestructuras urbanas)
y alentó también el desprendimiento del Estado nacional
de sus activos inmobiliarios.
De
esta heterogénea combinación surgieron algunas experiencias
y producciones de interés, como el PRAM (Programa de
revitalización de la avenida de Mayo), operación de
rescate patrimonial y cultural del eje institucional
más importante de la ciudad, producto del Tratado general
de cooperación y amistad entre los gobiernos de España
y Argentina, o la ampliación e institucionalización
de las Áreas de Protección Histórica.
De
todas estas, la
experiencia más trascendente y reconocible fue la recuperación
del antiguo Puerto
Madero. Aun cuando esta área de la ciudad
fue objeto de proyectos de intervención urbanística
desde la década de 1920, el obstáculo más fuerte a su
realización fue siempre la complejidad de la titularidad
de sus dominios, repartida entre decenas de agencias,
oficinas y empresas de los distintos niveles del Estado.
La renovación urbana del sector fue posible gracias
a una decisión que alteró estas circunstancias: la totalidad
de los predios fueron unificados y puestos bajo el dominio
de la Corporación Antiguo Puerto Madero, una empresa
estatal creada al efecto y compuesta a partes iguales
por la Nación y la entonces Municipalidad. De esta forma
fue posible realizar un proyecto urbanístico integral en el que
quedaron definidos los espacios públicos y los predios
a desarrollar por el sector privado, de acuerdo
a una normativa particularizada y a una previsión de
etapas, que comenzó con la refuncionalización de los
antiguos galpones portuarios.
Aunque
el comando de la operación fuera estatal y la incorporación
del sector privado en términos de asociación estratégica
y la impronta de recuperación de frente costero tengan
un aire de familia con operaciones barcelonesas contemporáneas
(la recuperación del Port Vell y la creación del Puerto
Olímpico), un análisis más exhaustivo de la operación
nos reintroduce en el juego de las diferencias. La estrategia y el diseño institucional de
la Corporación tienen más puntos de contacto con las
empresas francesas de urbanización que con las corporaciones
de fomento en Barcelona. Un equipo de consultores
barceloneses participó en la elaboración del primer
anteproyecto para el área, pero éste fue desechado ante
la reacción gremial de la Sociedad Central de Arquitectos
y finalmente se convocó un concurso de anteproyectos,
del que surgió el equipo a cargo del master
plan. El mismo tema de la recuperación del waterfront está ligado a una corriente mundial que, a partir de las
operaciones en Baltimore y Boston, comenzó a explorar
las posibilidades de renovación urbana en áreas portuarias
obsoletas con localizaciones centrales y fuertes oportunidades
ambientales, como los Docklands londinenses o el puerto
de Génova, por citar otros proyectos contemporáneos
a Puerto Madero.
Proyecto exitoso y controvertido, Puerto Madero puede ser interpretado
desde varios enfoques, todos ellos muy relacionados
con las discusiones urbanísticas de las que participa
Barcelona. La lectura más positiva guarda relación con su gestión institucional:
frente a las presiones internas y externas para su privatización
absoluta, la creación de la Corporación tuvo el mérito
de asegurar el liderazgo estatal del desarrollo y garantizar
una dotación de espacio público de calidad abierto a
la ciudad e integrable al Área Central, cuyo mantenimiento
y refuerzo fue una de las pautas declamadas del proyecto:
tanto la explanada de los diques como los parques Micaela
Bastidas y de la Mujer. Desde la perspectiva del márketing
urbano, el proyecto fue claramente exitoso y dio paso a una marca reconocible, clave en el boom turístico argentino.
De hecho, la creación de “un Puerto Madero” local es
un tema recurrente en las discusiones urbanísticas de
muchas ciudades argentinas y latinoamericanas.
Como
contrapartida, el
área devino un sector con impronta elitista en el contexto
local. El proyecto original consideraba la inclusión
de áreas residenciales de protección, pero en el desarrollo
realizado destacan la gastronomía, la hostelería, oficinas
y viviendas de muy alto estándar económico. La mala
o incompleta realización de accesos desde el entorno
inmediato contribuye a potenciar la segregación socioterritorial,
al igual que algunas particularidades de la gestión
del área, especialmente la diferenciación respecto a
la seguridad, a cargo de la Prefectura Naval y no de
los organismos policiales actuantes en la ciudad. La
arquitectura realizada, a excepción de algunas excelentes
refuncionalizaciones en los edificios originales y alguna
arquitectura “de prestigio” (el puente de la Mujer de
Santiago Calatrava, el museo Fortabat de Rafael Viñoly,
la torre Repsol de César Pelli y el complejo Faena,
de Norman Foster), resulta en general de discreta calidad
o directamente banal. En términos más amplios, Puerto
Madero ha quedado asociado a programas exclusivos, frivolidad
y lujo como componentes de una operación urbana deseable,
lo cual constituye un problema si lo que se desea es
un urbanismo que favorezca la calidad de vida y la resolución
de los problemas de los sectores mayoritarios de la
población.
Poco
duró el impulso de la gestión. En jaque por denuncias
de corrupción y discretamente abandonado a su suerte
por el presidente Menem (que siempre lo había considerado
un posible competidor interno), Carlos Grosso se vio
obligado a renunciar a su cargo tras una derrota electoral
en 1993. Las intendencias de Saúl Bouer y Jorge Domínguez,
siempre bajo el régimen de designación directa presidencial,
trascurren entre la soberbia y la mediocridad, y resultan
apenas un prólogo a la
instancia política más relevante de la historia moderna
de Buenos Aires: su autonomía política y la consiguiente
facultad de darse una constitución y de designar a su
jefe de gobierno por elección directa de sus ciudadanos.
La
autonomía porteña fue consecuencia directa de los pactos
políticos que permitieron la reforma constitucional
de 1994, destinada a posibilitar la reelección de Carlos
Menem. A regañadientes y con condicionamientos que aún
hoy perduran, el texto de la reforma incluyó estas concesiones
a la Unión Cívica Radical, tradicionalmente el partido
mayoritario de la ciudad. En 1996 se realizaron las
primeras elecciones, en las que se impuso el radical
Fernando de la Rúa.
En
los primeros tiempos de la convivencia entre las administraciones
nacional y local, ambas se unieron para presentar al
Comité Olímpico Internacional la candidatura de la ciudad
a los Juegos Olímpicos de 2004. Aun cuando la estrategia
de posicionamiento mundial resultó similar a la desarrollada
por Pasqual Maragall para Barcelona, el
proyecto urbanístico fue conceptualmente antagónico
al barcelonés. Así, mientras que Barcelona tomó
los Juegos Olímpicos como una oportunidad de desarrollar
áreas degradadas o vacantes de la ciudad, en especial
el litoral al nordeste de la Barceloneta, y desarrollar
infraestructuras como la Ronda de Dalt, el proyecto
de Buenos Aires se desarrolló sobre su eje urbano más
consolidado, el corredor Norte y los parques de Palermo,
utilizando equipamientos existentes y proponiendo nuevas
actuaciones en el área mejor servida de la ciudad. Mientras
que Barcelona, al menos en la intención y en el discurso,
utilizó los Juegos como una oportunidad para transformar
y mejorar la ciudad, Buenos
Aires se ofreció a sí misma como una oportunidad para
el negocio olímpico. La candidatura no prosperó,
lo cual al menos liberó a la ciudad de una operación
de dudoso rédito: probablemente hubiera consolidado
la segregación de los barrios más pobres y saturado
la capacidad de carga ambiental del sector urbano propuesto
para albergar las actividades olímpicas.
La
entrada en el siglo XXI
El
primer gobierno autonómico defraudó la mayoría de las
expectativas que había despertado en materia urbanística,
aunque confirmó la proyección nacional de De la Rúa,
quien tres años más tarde accedería a la presidencia
de la Nación. Presentado a sí mismo como un continuador
discreto y honesto de la gestión menemista, caería dos
años más tarde arrastrado por la predecible hecatombe
de la convertibilidad cambiaria entre la moneda local
y el dólar norteamericano y del experimento neoliberal
en general. Mientras tanto, Enrique Olivera continuó
su mandato y Aníbal Ibarra fue elegido como su sucesor.
Ibarra, un joven abogado de centroizquierda vinculado
a la defensa de los derechos humanos y la lucha contra
la corrupción, tuvo la llamativa
fortuna de recibir sucesivamente el apoyo de Fernando
de la Rúa y Néstor Kirchner en sus mejores momentos
de popularidad; de esta forma consiguió su reelección
en 2003. Su buena suerte terminó en la madrugada de
fin de año de 2004, cuando el incendio de una discoteca
y la muerte de casi 200 jóvenes dejaron al descubierto
los fallos de la gestión en materia de control y seguridad.
De escasos reflejos para afrontar la crisis y con poco
apoyo legislativo, no pudo resistir los embates para
su enjuiciamiento político y finalmente fue destituido
en 2006, con lo que quedó a cargo del gobierno su Vicejefe,
Jorge Telerman, quien poco pudo hacer para revertir
el hartazgo generalizado con los discursos vacíos
y la ineficiente gestión a lo largo de más de una década.
En 2007, el electorado porteño dio un abierto giro a
la derecha y eligió como jefe de gobierno a Mauricio
Macri, un empresario que había ejercido exitosamente
la presidencia de uno de los clubes de fútbol más populares
de la ciudad.
La
gestión que, a falta de una palabra más adecuada, llamaremos
“progresista” (aunque comenzó con dos políticos del
ala conservadora de la Unión Cívica Radical, continuó
con un exponente de la centro-izquierda y culminó con
un peronista bon vivant, en una sucesión de difícil
explicación más allá de las idas y vueltas ideológicas
y electorales), resultó particularmente ineficiente en términos de
políticas urbanas territoriales, incluso las consideradas
en la excelente Constitución local. Pocos trabajos han
descrito esta situación con mayor agudeza que La
ciudad de los arquitectos, un texto escrito en 1999
por Graciela Silvestri para el número 63 de la revista
Punto de vista.
Por
ejemplo, el Plan
Urbano Ambiental, al que se consideraba un
reaseguro contra la concepción de “ciudad para hacer
negocios” que había caracterizado la municipalidad menemista.
Dotado de un amplio presupuesto y priorizado en un principio
como política de estado, careció de visión estratégica
y terminó como un
valioso y profuso documento de diagnóstico sin propuestas
de intervención. Cuestionado por algunas organizaciones
vecinales y sin real sustento político, fue progresivamente
disminuyendo contenidos hasta que una versión muy deslavada
y reducida fue aprobada en 2008. Hasta el momento no
se ha avanzado en su actualización (prevista por ley
para períodos quinquenales) ni en la sanción de un Código
Urbanístico que remplace el obsoleto
y antiurbano Código de Planeamiento Urbano,
originado en la dictadura 1976-1983 y modificado en
centenares de oportunidades. Tampoco se ha previsto
una adecuada articulación con el Plan Estratégico, también
previsto en la Constitución.
La
descentralización, prevista en el
texto constitucional con características similares a
la de Barcelona, también tuvo un desarrollo dificultoso.
Si bien se constituyeron los Centros de gestión y participación
como instancias administrativas, ningún gobierno avanzó
con la decisión necesaria en la instancia política.
En el momento de escribirse este artículo está por definir
la fecha definitiva de la primera elección de autoridades
de las Comunas, lo cual permitirá subsanar la más grave
transgresión de los mandatos constitucionales desde
la recuperación de la democracia
Algunas propuestas de recuperación de espacio
público chocaron con la intransigencia de funcionarios
retrógrados, como el Secretario de Obras Públicas,
Nicolás Gallo (quien postergó durante su largo mandato
la ampliación de las aceras de la calle Corrientes y
de las islas peatonales de la avenida 9 de Julio). La
gestión de Macri tomó luego algunas banderas tradicionalmente
de la centro-izquierda, como la humanización del espacio
público y algunos tímidos y desarticulados avances en
materia de movilidad sostenible: peatonalización de
calles en el centro, carriles exclusivos de ómnibus,
ciclovías y un BRT en construcción sobre la avenida
Juan B. Justo (no puede decirse lo mismo de la construcción
de subtes, prácticamente paralizada). Esta gestión ha
tomado también como referencia el caso del distrito
22@, en Poblenou, para la implementación del distrito
tecnológico en Parque Patricios; sin embargo, dicho
programa de atracción de empresas TIC se
basa casi exclusivamente en incentivos fiscales más
que en políticas territoriales.
Obsérvese
que en la mayoría de estos temas,
los escasos avances realizados se registran durante
el gobierno de derecha y no en las etapas “progresistas”
de la administración. Esto habla de ineficiencia política
y también de ambigüedad
de los discursos progresistas sobre la ciudad.
Donde
no existen diferencias sustanciales entre las distintas
gestiones es en el fracaso o inexistencia de políticas de vivienda
y en la común desatención
a los barrios del sur. La idea de “esponjar el centro
y monumentalizar la periferia” no llegó a Buenos Aires;
no hay una experiencia asimilable a la de Nou Barris
en Barcelona. El resurgimiento de la Villa
31 o Barrio Carlos Mugica de Retiro podría
ser entendido como una consecuencia directa de los fallos
políticos y urbanísticos en las políticas porteñas.
Se trata de una villa miseria (favela)
enclavada para escándalo de los biempensantes en pleno
centro de la ciudad. Erradicada por la dictadura, su
repoblamiento y el crecimiento explosivo de los últimos
años guarda relación con la inexistencia de políticas
de suelo y vivienda.
Los
movimientos barriales y vecinales, clave de la experiencia
barcelonesa postfranquista, no eran particularmente
fuertes en la Buenos Aires de la dictadura y más bien
se han fortalecido en los últimos años con
algunas luchas parciales referidas, en general,
a la defensa del patrimonio y a la oposición a la construcción
en altura en determinados barrios (las llamadas torres
country, cuyo impacto ambiental y desdén
por su entorno barrial superan largamente hasta a la
discutida operación barcelonesa de Diagonal Mar). Estos
movimientos tienden a no articularse con las políticas
globales para la ciudad y, en muchos casos, no están
vinculados a concepciones solidarias. De hecho, la reacción
contra la posible localización de viviendas de interés
social está presente en muchas de las reivindicaciones
que expresan los colectivos vecinales en sus reclamaciones.
Sin embargo, la existencia de movimientos sociales anclados
en la lucha territorial (como las cooperativas de cartoneros
-recolectores informales de residuos-, el Movimiento
de Ocupantes e Inquilinos y el Movimiento de Liberación
Territorial, gestor de una interesante experiencia de
vivienda colectiva de interés social en el sur de la
ciudad) y la experiencia de la presentación judicial
de un grupo de vecinos de la cuenca Matanza Riachuelo
puede tomarse como un antecedente auspicioso hacia el
futuro.
En el campo de la gobernabilidad metropolitana,
Buenos Aires no ha accedido siquiera al estatus asociacionista de la Mancomunidad de Municipios del
Área Metropolitana de Barcelona. La única experiencia
destacable en este campo ha sido la creación, por mandato
judicial, de una agencia pluriestatal para la resolución
de los conflictos urbanos y ambientales alrededor de
la cuenca Matanza-Riachuelo (ACUMAR),
la cual recientemente presentó un plan para la recuperación
y saneamiento del área.
Conclusiones
Hemos
abundado en argumentos sobre las experiencias opuestas
de Barcelona y Buenos Aires, no con la intención de
detectar transgresiones a un modelo supuestamente deseable
sino como indicio de diferencias estructurales de base
entre ambas ciudades. En realidad, la
evolución del “modelo Barcelona” tiene relación con
un conjunto de ideas hegemónicas en el campo de las
disciplinas urbanas que encuentran en la capital catalana
un momento particularmente fecundo para su concreción,
en términos de situación económica, oportunidad histórica,
liderazgo político, aceptación ciudadana y disponibilidad
profesional. En cambio, varios de estos marcos contextuales eran particularmente negativos en
Buenos Aires; no es de extrañar la divergencia de
resultados.
Esto
no quiere decir que Barcelona no constituya una referencia
para Buenos Aires, y no solo en el campo de las ideas
urbanísticas. La oleada migratoria originada por la
recesión y la crisis de 2001-2002 tuvo en la capital
catalana uno de sus atractivos más fuertes; los intercambios
culturales fueron creciendo sustancialmente y existe
ya una masa crítica de presencia argentina en Barcelona
en variados campos de actividad. Como un dato aislado
pero significativo, la publicación periodística más
innovadora y exitosa de la última década en Buenos Aires
es una revista que lleva por nombre Barcelona, ferozmente irónica y crítica
del pensamiento establecido y de los discursos mediáticos.
Barcelona parodia el eslogan del diario Clarín, “un toque de atención para la solución argentina de los problemas
de los argentinos”, con la sutil alteración de prometer
“una solución europea”, muy en sintonía con los aires
de “el último que apague la luz” que se respiraban en
2001 y 2002.
Claro
que no es Barcelona el único modelo de referencia
argentino: Miami, la meca consumista de América Latina,
es la otra referencia (más asumidamente frívola, más
“gusana”, más gringa) hacia la que oscilan los deseos
ocultos de identidad de las clases medias urbanas en
Argentina. De hecho, en el sprawl
y las “privatopías” de las urbanizaciones cerradas que
abundan en la tercera corona metropolitana es factible
ver la estética “miamiera” con mucha mayor facilidad
que las referencias barcelonesas en la ciudad central.
Rosario,
junto con Córdoba, la segunda ciudad argentina, es en
ese sentido una experiencia con puntos de contactos
mucho más evidentes que Buenos Aires con el “modelo
Barcelona”. La recuperación como espacio público de
la ribera sobre el río Paraná, las operaciones de descentralización,
la excelencia de alguna arquitectura y el espíritu de
algunas operaciones urbanas tiene mucho de la impronta
de las operaciones catalanas, a lo que seguramente habrá
ayudado la afinidad ideológica con la administración
socialista de la ciudad, no exenta de críticas muy semejantes
a la que sufre su par barcelonesa.
Lo paradójico es que estos cuestionamientos son
también aplicables a la experiencia porteña, por más que las erráticas políticas urbanas
de Buenos Aires no hayan tenido demasiado paralelismo
con las aplicadas por Barcelona. Un similar boom turístico
e inmobiliario (más vinculado a las ventajas cambiarias
que a las políticas de márketing de ciudad), problemas
similares de desplazamiento de poblaciones desfavorecidas
y de crecientes dificultades en el acceso al suelo a
la vivienda para las capas medias y populares de la
población, tendencias a la banalización, privatización
y exclusión de las áreas urbanas, etc. Estas lacras,
que no surgen
de ningún “modelo” sino de la aplicación de concepciones
neoliberales al desarrollo de la ciudad, indican
la existencia de unas tendencias que también son hegemónicas
y que afectan el deber y derecho de las ciudades de
establecer su propia agenda (o si se prefiere, su propio
“modelo”).Superarlas requiere unas estrategias y un
liderazgo que solo puede generar la política y que están
lejos de verse en la actual situación de Buenos Aires,
por mucho que se debatan los logros y las falencias de
la transformación de Barcelona y por muy progresista
que sea el discurso del actual gobierno nacional.
MC
Archivo
crítico modelo Barcelona, 1973-2004.
Josep Maria Montaner Martorell, Fernando Álvarez Prozorovich, Zaida Muxí
Martínez (editores). 2011. 296 p. 15 x 25 cm. PVP: 30
€. ISBN: 978-84-9850-378-4 Catalan, 978-84-9850-359-3
Castellano, 978-84-9850-406-4 Inglés. Editores: Ajuntament
de Barcelona - Departamento de Composición Arquitectónica
del ETSAB-UPC.
Distribuye: actar-d.
Ver su Presentación.
Sobre el “Modelo Barcelona” ver también Luces
y sombras del urbanismo
de Barcelona, de Jordi Borja (café
de las ciudades, 2011) y, entre otras,
las siguientes notas en café
de las ciudades:
Número 65 | Arquitectura y Planes de las ciudades
Método
y modelo de Barcelona | Entrevista
a Oriol Bohigas: la arquitectura debe asegurar la continuidad
legible de la ciudad | Marcelo Corti
Número 21 | Política
Barcelona
y su urbanismo | Exitos
pasados, desafíos presentes, oportunidades futuras.
| Jordi Borja
Número 24 | Lugares
1,2,3,
¿muchas Barcelonas...? | Impresiones
de un bárbaro en el Mediterráneo, o ¿por qué el urbanismo
del Fórum 2004 no le gustó a nadie y en cambio caminar
por Gracia es tan ‘guai’? | Marcelo Corti
Número 87 | Política de las Ciudades (I)
Siete
líneas para la reflexión y la acción
| Después de la “burbuja” inmobiliaria
en Barcelona | Jordi Borja
Sobre los proyectos, planes y políticas para Buenos
Aires mencionadas en el texto, ver también entre
otras notas en café
de las ciudades:
Número 69 | Fútbol y ciudades
La
ciudad del Mundial ‘78 | La
fiesta de la dictadura y sus huellas en Buenos Aires
| Marcelo Corti
Número 58 | Arquitectura (y Planes) de las ciudades
20
Ideas, 20 años | La
prehistoria de una Buenos Aires fragmentada |
Marcelo Corti
Número 82 | Terquedades
Una
mirada arrabalera a Buenos Aires
| Terquedad de Puerto Madero y
los paseos costeros | Mario
L. Tercco
Número 26 | Proyectos de las ciudades (II)
El
impacto metropolitano de los grandes proyectos urbanos
| Los casos de Puerto Madero y la Nueva Centralidad de Malvinas
Argentinas. | Norberto Iglesias
Número 74 | Terquedades
Una mirada arrabalera
a Buenos Aires | Terquedad
del Plan Urbano Ambiental | Mario L. Tercco
Número 47 | Planes de las ciudades
Cómo
cambiar de una vez por todas el ya agotado (y además
confuso) Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires
| Apuntes para una normativa urbana (III). | Mario L. Tercco
Número
101 | Política de las ciudades
(II)
El
vaciamiento de las Comunas
| Descentralización y concepción
del poder en Buenos Aires | Hernán
Petrelli |
Número 101 | Terquedades
Una
mirada arrabalera a Buenos Aires
| Terquedad
de las comunas | Mario
L. Tercco
Número 110 | Proyectos de las ciudades (I)
Barrio
31 Carlos Mugica | Fernández
Castro, Cravino, Trajtengartz y Epstein exploran las
posibilidades y límites del proyecto urbano |
Marcelo Corti
Número 89 | Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires | Terquedad
(optimista) del Riachuelo | Mario
L. Tercco
Número 33 | Tendencias
Los
deseos imaginarios del comprador de Torre Country
| Una tipología antiurbana
(I) | Mario L. Tercco | Ver PDF
Número 34 | Tendencias
La
génesis de Torre Country
| Una tipología antiurbana (II).
| Mario L. Tercco
Número 89 | Terquedades
Número 121 I Política de las ciudades (II)
Luces
y sombras de la institucionalidad metropolitana I La Agencia Metropolitana de Transporte y la Autoridad de la Cuenca Matanza
Riachuelo I Por Artemio Pedro Abba
Archivo
crítico modelo Barcelona
Presentación
Por Josep Maria Montaner, Fernando Álvarez
y Zaida Muxí, editores
Este
libro colectivo recoge y resume las aportaciones más
importantes del grupo de investigación Arxiu Crític
“Model Barcelona”, formado por profesores y estudiantes
de Master y Doctorado, con la invitación a diversos
expertos de las áreas de arquitectura e historia.
El
objetivo ha sido repensar de manera crítica, desde el
rigor del trabajo universitario, la experiencia de Barcelona,
desde 1973, año en que el alcalde Porcioles dejó su
cargo, hasta el 2004, año en que la celebración del
Forum señala el inicio de una crisis caracterizada por
su distanciamiento con los habitantes de la ciudad.
El proyecto de investigación se ha planteado como aportación
universitaria al necesario replanteamiento del modelo
urbano, basándose especialmente en la posibilidad de
superar tanto los puntos de vista triunfalistas y oficiales
de la ciudad, como las duras críticas descalificatorias
que no proponen alternativas asumibles en un futuro
próximo. Se ha tratado de desarmar el modelo, analizando
cada una de sus partes, desmontando las dualidades y
los esquematismos con los que se ha mostrado e interpretado,
analizando su originalidad y sus aportaciones, pero
también sus limitaciones y dificultades.
Este
trabajo parte de dos premisas. Una es que la interpretación
de la complejidad de Barcelona no la puede hacer una
sola persona, sino que tiene que ser el resultado de
una investigación colectiva, con visiones muy distintas,
favorables y críticas, desde el urbanismo y desde otras
actividades, desde la visión de muy distintas generaciones,
tanto desde experiencias vividas como desde la distancia.
La otra es que tratar de una ciudad como modelo implica,
siempre y necesariamente, referirse a otros modelos
urbanos contemporáneos, es decir, establecer relaciones,
en especial con aquellas ciudades que han tenido influencias
del modelo urbano barcelonés.
Esta
investigación y publicación se han hecho con el soporte
del Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR2008-05486) y del AGAUR
(GRE Grup de Recerca Emergent 2009 SGR 435), dentro
del Departamento de Composición Arquitectónica de la
ETSAB-UPC, y teniendo como institución de soporte al
Museu d’Història de Barcelona.
Los
editores agradecen el soporte del director del Departamento
de Composición Arquitectónica (ETSAB-UPC), Manuel Guardia,
y del director del Museu d’Història de Barcelona, Joan
Roca, así como las historiadoras Teresa Macià y Elisenda
Curià que han asistido, en representación del museo,
a algunas de las reuniones del Grup de Recerca. Asimismo
agradecemos la ayuda de la arquitecta Roser Casanovas,
que se ha incorporado al grupo al final de su trayecto
y que ha iniciado, con Daniele Porreta, la preparación
de un Reader sobre el modelo Barcelona. Un agradecimiento
especial es para José Perez Freijo, de Comunicación
Corporativa y Calidad del Ayuntamiento de Barcelona,
por el soporte sabio y entusiasta que ha dado a la publicación
de este libro.
JMM, FA y ZM