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AÑO 8 - NUMERO 76 - Febrero 2009

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Título Subtítulo Ciudad
Número Revista
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Planes de las ciudades

Las incógnitas de La Habana

Cultura ciudadana y valores éticos en la transformación de la ciudad I Por Roberto Segre y Mario Coyula

 

N. de la R.: Esta nota fue publicada originalmente en el número 50 de la Revista Encuentro de la Cultura Cubana. Las fotos que la ilustran son de Roberto Segre y no pueden reproducirse en modo alguno sin autorización del autor.

Tres vistas del barrio del Vedado con las torres de departamentos de los años cincuenta, que sustituyen las mansiones de los años veinte. © R. Segre


La Habana
es la ciudad con mayor personalidad de Las Antillas. Su inmovilidad física a lo largo de medio siglo ha agravado el deterioro del fondo construido y ha potenciado el hacinamiento en las áreas centrales, pero le ahorró los estragos de las intervenciones mercantiles y especulativas promovidas por el capitalismo neoliberal, cuyos efectos deletéreos están presentes en ciudades como San Juan de Puerto Rico o Santo Domingo.

Los problemas urbanísticos acumulados en el último medio siglo son múltiples, tras un largo período de abandono de la ciudad debido a la idea equivocada de que ella simbolizaba y representaba la imagen negativa, que se deseaba sustituir, de ciudad parásita en el sistema capitalista. Lo que fue identificado en algunos textos recientes como el “síndrome de lo nuevo” hizo que fueran priorizadas las obras que se requerían en las áreas rurales (cerca de 600 nuevos poblados), o construcciones aisladas en las áreas suburbanas (grandes escuelas secundarias, núcleos industriales, hospitales). Y, a pesar de la construcción de conjuntos habitacionales generalmente amorfos,  y la creación de un nuevo sistema vial en las áreas periféricas de la capital, no se renovaron las viejas y obsoletas infraestructuras básicas, especialmente en el centro tradicional.

Por esta causa, el deterioro material de los barrios distantes y el precario mantenimiento de las viviendas (tanto individuales como colectivas) debe detenerse e iniciar su recuperación para encontrar un equilibrio con las áreas en las que se produjeron algunas nuevas intervenciones a partir de los años ´90, como en los barrios de El Vedado y Miramar, igual que en La Habana Vieja. Resulta necesario también resolver el estado de deterioro de La Habana Centro, uno de los espacios urbanos más coherentes en términos de identidad espacial y estética, que expresa con vigor la cultura arquitectónica de inicios del siglo XX y su asimilación a nivel popular, siempre subvalorada frente a la significación privilegiada del centro histórico colonial. Y debe revertirse la inserción arbitraria y espontánea de construcciones nuevas, modificaciones, subdivisiones y añadidos de muy baja calidad, que deterioran la imagen homogénea de algunos barrios de la ciudad.

Vista de La Habana Centro. Así como se ha restaurado La Habana Vieja, este importante barrio de inicios de siglo de la ciudad está en total estado de abandono. © R. Segre


Sin embargo, la principal iniciativa esperada consiste en rehacer y modernizar las infraestructuras básicas: acueducto, alcantarillado, red vial, electricidad, iluminación pública, teléfonos, y proveer el acceso generalizado a tecnologías punta en la telecomunicación y la informática (o sea, producir un suelo equipado con esos valores añadidos) y establecer un mercado del suelo urbano para recuperar esas inversiones. Todo ello demanda un programa de saneamiento ambiental, que implica, entre otras medidas, el traslado de las refinerías de petróleo y el tratamiento de albañales, tanto por tecnologías blandas en el lugar de origen del problema, como a escala de ciudad con plantas de tratamiento al final de las redes existentes. Resulta indispensable poner en valor áreas centrales descapitalizadas, como el anillo del puerto y el antiguo centro comercial alrededor de Galiano y San Rafael, y tratar de detener o, al menos, guiar muy cuidadosamente la creación de nuevas zonas residenciales y comerciales suburbanas para que no sigan el patrón norteamericano disperso, difundido internacionalmente. Es importante mantener un modelo de ciudad compacta con espacios públicos vivos, balanceada con áreas verdes. Un gran ejemplo de ese equilibrio fue El Vedado, muy golpeado ahora por el deterioro físico y social y por las transformaciones inapropiadas. Se requiere proteger el borde costero de las penetraciones del mar, especialmente en la zona del Malecón, paseo icónico de la ciudad, y recuperar el eje del río Almendares como espinazo del Parque Metropolitano de La Habana.

Es lógico impulsar un desarrollo urbano compensatorio hacia el Este, pero ello requiere prepararse para el incremento del tránsito rodado. Eso posiblemente exija un segundo túnel bajo la bahía, ya que un puente (proyectado a inicios del siglo XX y nunca realizado) sería poco funcional y visualmente agresivo. Además, se deberán crear empleos en esa zona para que no persista como ciudad-dormitorio. Es necesario también un transporte público masivo y eficiente que disuada del uso del automóvil privado. Y todo ello reclama, no sólo enormes inversiones, que deberán venir mayormente del extranjero, sino un fortalecimiento de la economía local, barrial e individual, para que ésta asuma un papel activo en la recuperación. Fomentar una economía de este tipo ayudaría a mantener la mezcla social actual, que constituye un factor positivo, pero que explica también muchos de los problemas mencionados. En resumen, se trata del viejo tema de quién impone las reglas. Es importante por ello crear una cultura cívica, ciudadana, consciente de su propia identidad. Hay que rescatar valores éticos y morales, y, a su vez, eso implica darle valor a los valores. Es preciso buscar la manera de revitalizar La Habana del Sur (La Habana Profunda, preterida de siempre) y vincularla mejor a La Habana costera (La Habana Azul). Para ello se necesita hacerla más accesible y atractiva, encontrar su vocación, dotarla de servicios y crear empleos reales para su desarrollo.

Escuela de Danza, en las Escuelas Nacionales de Arte de Cubanacán, Arq. Ricardo Porro, 1961-1965. © R. Segre


En términos culturales, a nadie se le ocurriría rescatar las manifestaciones artísticas de los años ´30, los ´50 o los ´70 para forjar la expresión estética de la contemporaneidad. Y siendo la ciudad una expresión de la cultura social, tampoco las propuestas de diseño elaboradas en el pasado (Forestier, Martínez Inclán, Sert, etc.) poseen una particular vigencia en las soluciones que deben ser elaboradas en el siglo XXI.  Ello no significa que no se asuma la herencia recibida de esas valiosas experiencias. Por ejemplo, la calidad del espacio público y del mobiliario urbano creado por el plan de Forestier, son atributos funcionales y estéticos que todavía hoy marcan la personalidad de La Habana. Asimismo, la estructura verde y el diseño arquitectónico de algunos edificios públicos contenidos en el plan de Sert resultan elementos positivos que deben ser rescatados. Así como sería interesante tener en cuenta el actual vacío de la Plaza de la Revolución (ex Plaza Cívica), concebido por Sert como una estructura espacial continua que bajaba hacia el Malecón por el Vedado en un eje con el Castillo del Príncipe y la Colina Universitaria, estableciendo una interesante articulación de espacios públicos.

No obstante, el proyecto más válido para la ciudad fue elaborado a finales de los años 60, en el Instituto de Planificación Física, por un equipo encabezado por Mario González, Eusebio Azcue, Vittorio Garatti y Jean Pierre Garnier, propuesta que fue publicada en el número 341/42 de Arquitectura/Cuba, “Habana II” (1973) (dirigida por Fernando Salinas y Roberto Segre), también difundida por la editora Gustavo Gili, de Barcelona, en el libro Transformación urbana en Cuba: La Habana. Releyendo las páginas de aquel número antológico de la revista, emociona todavía hoy percibir, no solamente la seriedad técnica del plan, sino el contenido poético implícito en la imagen de una nueva estructura urbana, de conjuntos habitacionales en gran escala, que pretendían integrar y fusionar los diferentes barrios en un conjunto unitario, en el que la tradición se fusionaba con la modernidad. Sin duda, resulta inolvidable aquella perspectiva a vuelo de pájaro de La Habana, dibujada por Garatti, en que se representaba la continuidad de las megaestructuras arquitectónicas, sumergidas en el espacio verde continuo, imaginando la ciudad socialista, sin barreras ni divisiones espaciales, en las que se desplazarían libremente los habitantes en una permanente fruición estética. De este Plan Director se cumplieron varias indicaciones, pero nunca se ejecutó el Centro de Tráfico propuesto al sur de la Bahía, que hubiera descongestionado mucho la ciudad central

Anexo del hotel Parque Central. Arq. José Antonio Choy, 2009. © R. Segre


El futuro de La Habana pasa por aceptar la necesidad de modernizar la ciudad y asumir críticamente las tipologías arquitectónicas de las funciones predominantes en la actualidad: las torres de apartamentos, hoteles y oficinas, enfrentándose al reto de reelaborar y contextualizar sus frenéticas y arbitrarias formas libres, presentes en Dubai o Shanghai. Pero es también indispensable salvar los rasgos identificadores de los barrios de la ciudad, especialmente su escala, lotificación, retranqueos, textura urbana y carácter, así como la herencia arquitectónica del siglo XX que se ha conservado con particular fuerza, desde el eclecticismo hasta el Movimiento Moderno.

Se trata de rescatar la calidad de los espacios públicos tales como el Malecón, el sistema verde creado en el centro por Forestier; la articulación de avenidas y plazas en El Vedado y, particularmente, la continuidad de los soportales (la “Ciudad de las Columnas”, según Alejo Carpentier), que se extienden desde el centro a los suburbios a través de las calzadas, hoy en precario estado de conservación. Y se trata, al mismo tiempo, de continuar la recuperación de La Habana Vieja, pero extenderla también a esa joya del urbanismo colonial y republicano que es El Vedado, y a la trama tan densa y trabajada por el eclecticismo popular de Centro Habana, Lawton, Santos Suárez y otros barrios. Asimismo, debe mantenerse el espíritu de ciudad jardín en Miramar y Cubanacán (antiguo Country Club), caracterizados por la integración entre la arquitectura residencial y la exuberante vegetación tropical.

Mario Botta afirmó en una conferencia que las ciudades, como los seres humanos, nacen, maduran, envejecen y mueren. Por ello, no consideraba lógico tratar de mantener la ciudad en eterna juventud, sin que evidenciara el paso del tiempo en sus espacios y edificios. En este sentido, la ciudad debe asimilar los cambios de la vida, de los valores estéticos y de las funciones que caracterizan cada época, y lograr la constante interacción entre lo viejo, que vale la pena conservar, y lo nuevo, que ha de ser construido. Por lo tanto, el modelo conservacionista aplicado por los restauradores en La Habana Vieja no puede ser trasladado mecánicamente a la recuperación de otros barrios de La Habana, en los que deberán construirse en el futuro innumerables edificios contemporáneos.

Pero el problema esencial es cómo lograr ese equilibrio entre lo heredado, con una significación simbólica y cultural, y las nuevas inserciones, que deberán alcanzar un alto nivel de diseño y no ser producto de la banalidad especulativa o de la fría rentabilidad económica, o como también lo ha sido por mucho tiempo, de las imposiciones del constructor anónimo de precaria cultura arquitectónica y urbanística. En principio, con la serie de estructuras funcionales que fueron ubicadas en las áreas suburbanas, así como el eje residencial creado en el Este de la ciudad, sea posible crear nuevos centros direccionales en focos alejados del centro, reforzando el carácter policéntrico de la ciudad. Por otra parte, habría que definir una clara reglamentación urbana para impedir la acción indiscriminada de la especulación edilicia que podría desatarse en un futuro en los múltiples barrios históricos que posee La Habana y en los poblados vecinos que han sido conurbados.

Es encomiable el trabajo desarrollado por los poderes municipales en esta primera década del siglo XXI, con el asesoramiento de técnicos y especialistas extranjeros (españoles, estadounidenses y franceses) para elaborar una normativa urbana que establezca el control sobre las futuras construcciones, con la esperanza que ellas se cumplan en el futuro próximo. Ha sido publicado recientemente un serio trabajo sobre El Vedado, y el estudio comprenderá también La Habana Vieja y los barrios del Cerro y Centro Habana. Pero, sin duda, será importante la aplicación del modelo de autogestión económica establecido por la Oficina del Historiador de la Ciudad, y la creación de corporaciones de desarrollo con gran autonomía en sus decisiones, orientadas a la creación de sus propios recursos y de sus inversiones. Y será necesaria una liberación de las trabas burocráticas generadas por la excesiva centralización, y una normativa que impida la dependencia de unos pocos mega-inversionistas en busca de rápidos beneficios económicos. Eso haría a la ciudad más vulnerable que la existencia de muchos inversionistas pequeños y medianos.

El barrio de Alamar en las afueras de La Habana creado en los años setenta con el sistema de la Microbrigada, y un diseño de precaria calidad. © R. Segre


La ciudad es un complejo organismo político, económico, social, funcional y cultural. Su dinámica equilibrada depende de la interacción entre estos factores, que marcan la particularidad de su evolución y transformación. En este medio siglo, La Habana tuvo fuertes altibajos en los elementos que definieron su existencia. Por ejemplo, en términos sociales, la salida masiva de los estratos más ricos de la población generó una significativa fractura en la fisonomía de algunos barrios, que fueron tomados por una población cuyos patrones de conducta no asumían el valor cultural y los rituales de los espacios y edificios que ocuparon. A su vez, tampoco existió una participación ciudadana activa en la definición de las intervenciones que el poder político central realizaba en la ciudad. La Habana careció de una base económica generada por su estructura productiva y de servicios, ya que dependía de un presupuesto también asignado centralmente. Eliminada la compraventa de edificios y de terrenos, y establecido un valor homogéneo sobre el valor del suelo y los edificios, no se obtuvo un retorno económico para el poder municipal, que en todas las ciudades del mundo obtiene de la renta urbana los recursos que revertirá en los servicios a la población.

Sin lugar a dudas, para llevar a cabo una remodelación a fondo de la ciudad habrá de contarse con una estructura política sostenida en la participación de la población, y con una base económica generada por las funciones productivas y de servicios de la ciudad. Y, al mismo tiempo, será necesaria la creación de una conciencia ciudadana sobre el valor cultural de la ciudad, con el fin de lograr la participación activa y comprometida en su mantenimiento y transformación.  Es de suponer que para alcanzar estos objetivos no sería indispensable un cambio radical en el modelo político y económico, sino una aceptación por parte de las autoridades de la necesidad de manejar inteligentemente las indispensables fuerzas económicas que dinamicen las inversiones, las cuales, sin control, pueden ser más destructivas que el abandono. La más importante de esas fuerzas potenciales es el aprovechamiento de una gran masa de población instruida, para así depender más de la industria del conocimiento que de maquilas explotadoras de la mano de obra local barata que reexportan sus ganancias y dejan la basura atrás. También se necesita crear alternativas a los actuales modelos ramplones de éxito que se reflejan en la imagen urbana, hijos en gran medida de la crisis económica.

Gráfica urbana en el barrio de Miramar, en la nueva área de negocios y centros comerciales. © R. Segre


En resumen, se necesita un fortalecimiento de la sociedad civil, mayor transparencia y debate público en las políticas de transformación de la ciudad, para que su futuro no sea definido verticalmente  por un poder central omnisciente, sino por una acción participativa de la comunidad. La Habana que conocemos, construida mayoritariamente en las primeras seis décadas del siglo XX, fue, básicamente, una gran ciudad de clase media baja, independientemente de su notable fondo de mansiones elegantes y grandes edificios públicos, y de los inevitables bolsones de pobreza en los tugurios del centro y los barrios de casuchas en la periferia. El reto ahora es encontrar el equivalente de aquella ubicua clase social, y canalizar sus energías para su propio bien y el de la ciudad.

RS y MC

 

Roberto Segre es arquitecto y crítico de arquitectura, graduado en Buenos Aires, ejerció la docencia en La Habana y es actualmente profesor de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidade Federal do Rio de Janeiro.

Mario Coyula es arquitecto, fue Director de la revista Arquitectura/Cuba, Director de la Escuela de Arquitectura y Director de Arquitectura de la Ciudad de La Habana.

Ambos escribieron en conjunto el libro el libro Havana. Two Faces of the Antillean Metropolis, editado en Estados Unidos por la North Carolina University Press (2002), en el que también participó el profesor norteamericano Joseph Scarpaci.

 

De su autoría, ver también en café de las ciudades:

Número 46 I Arquitectura de las ciudades
Le Corbusier: los viajes al Nuevo Mundo I Cuerpo, naturaleza y abstracción. I Roberto Segre

Número 40 I Arquitectura de las ciudades
Medio siglo de arquitectura cubana (1953-2003) I Variaciones sobre el tema del comunismo. I Roberto Segre

 

Números 32 y 33 I Arquitectura de las ciudades
Medio siglo de urbanismo habanero (I) y (II) I Entrevista al arquitecto Mario Coyula. I Roberto Segre

 

Sobre La Habana y Cuba en general ver también en café de las ciudades:

Número 44 I Lugares
Bajo el sol, la Revolución I Turismo, solidaridad y picaresca: crónicas de viaje de La Habana a Santiago de Cuba. I Argemino Barro García

 

Ver el sitio de la Revista Encuentro de la Cultura Cubana en la Web.

Arquitectura de las ciudades
“Estamos invadidos por la anarquía urbana y el tiempo está contra nosotros”
El legado del maestro Tomás José Sanabria I Entrevista: Jorge Mario Jáuregui

Desde muy temprano me llamó la atención la simplicidad de nuestra arquitectura “criolla” y me agrado el hecho de que, por falta de recursos, los materiales que se usaban eran elegidos conforme a las circunstancias. Casi todos los poblados y caseríos eran blancos encalados, los techos de madera con aleros de protección y cubiertas de tejas (a diferencia de la  arquitectura de México, Brasil o Perú, con sus culturas ricas en tradición y materiales) y, dependiendo de los recursos, se apropiaban de elementos inspirados en la arquitectura española, simples ornatos que podían contribuir a tornarlas en magníficas composiciones. En aquella época ahorraba dinero para visitar poblados y hacer croquis de paisajes urbanos que me llamaban la atención: un gran árbol y su relación con las construcciones vecinas, las pequeñas iglesias y sus espacios públicos.

 
Una historia sobre la transformación de la habitación popular en Buenos Aires (I)
El debate sobre los conventillos I Por Ana Cravino

A comienzos del siglo XX se abre una brecha en la inacción oficial y el Estado comienza a ocuparse del problema de la vivienda obrera con un enfoque netamente “higienista”, que respondía al positivismo dominante en las esferas de poder. Tanto en su versión clásica (sustentada en las teorías miasmáticas) como en la posterior a Pasteur (apoyada en la tesis microbiana del contagio a través un germen patógeno), el higienismo se define como una práctica racional y científica que impone un intervención sobre la sociedad. De este modo, la salud es entendida como el producto de las condiciones del medio social y físico en el que desarrollan la vida las personas. Paulatinamente, el higienismo pasará al ámbito privado, tomando como una de sus mayores preocupaciones al Conventillo, foco elegido para simbolizar todos los males que encerraba la sociedad.

Historia y Política de las ciudades
¿Qué hacer con el Bicentenario?
Oportunidades de una celebración: “la memoria colectiva es políticamente poderosa” I Por Marcelo Corti

Como en la vida de las personas, estas ocasiones pueden dar lugar a distintas formas de celebración. Por ejemplo, el mero acto formal y solemne de la recordación, con abundancia de discursos, arengas patrióticas, homenajes y ofrendas florales, en el contexto de una generalizada movilización turística para aprovechar el feriado (el “puente”, como se denomina en algunos países de la región). En el extremo opuesto, los países pueden interpretar el festejo como ocasión para ritos fundacionales o re-fundacionales. Una sociedad puede proponerse, por ejemplo, resolver algunos de sus problemas más graves (o más modestamente, reducir los indicadores del problema) para el aniversario de ocasión o a partir del mismo. Tengo mis prevenciones contra esta opción: una sociedad no puede esperar a que el calendario determine un número terminado en cero para afrontar sus urgencias y necesidades.

 
Nueva institucionalidad metropolitana de las políticas para el hábitat
Construyendo ciudad o “La Estrategia del Caracol” I Por Artemio Pedro Abba

La menor incidencia del Estado en el sector y falta de crédito derivan en el incremento de la franja de población en situación de riesgo habitacional. En el caso de las grandes ciudades, la fuerte centralidad que implica la accesibilidad a la mayor diversidad ocupacional, como también al mayor volumen y diversidad de beneficios sociales otorgados por el Estado, genera una sobre-demanda de espacios residenciales  conformada por población bajo la línea de pobreza e indigencia, expulsada por asentamientos con baja capacidad de retención. El continuo flujo de nuevos habitantes, que en general se incorporan al mercado de trabajo informal con un débil límite con los casos de trata de personas (talleres clandestinos, distintas formas de prostitución, etc.), se instala  como puede en el exiguo suelo y espacio construido existente en la ciudad.

 
La literatura refleja las concepciones ideológicas sobre la naturaleza americana
Sarmiento, Verne y Gallegos instrucciones sobre cómo volverse civilizados I Por Antonio Elio Brailovsky

El conjunto de los seres vivientes tendrán que ser dominados por quien ocupa la escala superior en la evolución: el inglés victoriano. El auge de los libros de viajes (reales o de ficción) tiene mucho que ver con  este momento histórico: se trata de libros didácticos, que procuran demostrar con innumerables ejemplos, la inferioridad de los seres humanos que habitan la periferia y su incapacidad para gestionar los recursos naturales que poseen. El mensaje ideológico que subyace es la necesidad de poner al servicio de la Humanidad, es decir, de la industria europea, esos recursos naturales que los salvajes de la periferia desaprovechan. Las clases cultas de los países del Sur son ávidos consumidores de este tipo de literatura, donde encuentran un compendio de instrucciones sobre cómo volverse civilizados.

Una mirada arrabalera a Buenos Aires I Columna a cargo de Mario L. Tercco.

En este número: Terquedad de la Emergencia

 

Ricot y un inquietante aviso de la Universidad de Belgrano (¿somos de este mundo?), Brailovsky y los límites del horror..

 

Encuesta del Lincoln Institute sobre informalidad latinoamericana - Madrid Abierto: Urban Buddy Écheme - Convocatoria de la Revista Transporte y Territorio - Simposio sobre Vigilancia, en Curitiba - Bienal de Arquitectura de Paisaje, en México - Los tiempos de un lugar, en Huesca - Curso de Planificación y Gestión Urbano-Territorial en Municipios 2009 - Campus Sociales - Cursos de la Universidad Javierana - Maestría en Diseño de Procesos Innovativos, en Córdoba - Nuevo Doctorado en Arquitectura y Urbanismo, en Concepción - BEYOND MEDIA – VISIONS, en Florencia - Edificios públicos y su valor ejemplificador de mejores prácticas ambientales - Gaza: la solución no es por la vía militar.

 

 

 

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