N. de la R.: Esta
nota fue publicada originalmente en el número 50 de la Revista Encuentro de la Cultura Cubana.
Las fotos que la ilustran son de Roberto Segre y no pueden reproducirse
en modo alguno sin autorización del autor.

Tres
vistas del barrio del Vedado con las torres de departamentos
de los años cincuenta, que sustituyen las mansiones de los
años veinte. © R. Segre
La Habana es la ciudad con mayor personalidad de Las Antillas. Su inmovilidad física
a lo largo de medio siglo ha agravado el deterioro del fondo
construido y ha potenciado el hacinamiento en las áreas
centrales, pero le ahorró los
estragos de las intervenciones mercantiles y especulativas
promovidas por el capitalismo neoliberal, cuyos efectos
deletéreos están presentes en ciudades como San Juan de
Puerto Rico o Santo Domingo.
Los
problemas urbanísticos acumulados en el último medio siglo
son múltiples, tras un largo período de abandono de la ciudad debido
a la idea equivocada de que
ella simbolizaba y representaba la imagen negativa, que
se deseaba sustituir, de ciudad parásita en el sistema capitalista. Lo que fue identificado en algunos
textos recientes como el “síndrome de lo nuevo” hizo que
fueran priorizadas las obras que se requerían en las áreas
rurales (cerca de 600 nuevos poblados), o construcciones aisladas en
las áreas suburbanas (grandes escuelas secundarias, núcleos
industriales, hospitales). Y, a pesar de la construcción
de conjuntos habitacionales generalmente amorfos,
y la creación de un nuevo sistema vial en las áreas
periféricas de la capital,
no se renovaron las
viejas y obsoletas infraestructuras básicas, especialmente
en el centro tradicional.
Por
esta causa, el deterioro material de los barrios distantes
y el precario mantenimiento de las viviendas (tanto individuales
como colectivas) debe detenerse e iniciar su recuperación
para encontrar un equilibrio con las áreas en las que se
produjeron algunas nuevas intervenciones a
partir de los años ´90, como en los barrios de El
Vedado y Miramar, igual que en La Habana Vieja.
Resulta necesario también resolver el estado de deterioro de La Habana Centro,
uno de los espacios urbanos más coherentes en términos de
identidad espacial y estética,
que expresa con vigor la cultura arquitectónica de
inicios del siglo XX y su asimilación a nivel popular, siempre
subvalorada frente a la significación privilegiada del centro
histórico colonial. Y debe revertirse la inserción arbitraria
y espontánea de construcciones nuevas, modificaciones, subdivisiones
y añadidos de muy baja calidad, que
deterioran la imagen homogénea de algunos barrios
de la ciudad.

Vista
de La Habana Centro.
Así como se ha restaurado La Habana Vieja,
este importante barrio de inicios de siglo de la ciudad
está en total estado de abandono. © R. Segre
Sin
embargo, la principal iniciativa esperada consiste en rehacer
y modernizar las infraestructuras básicas: acueducto, alcantarillado,
red vial, electricidad, iluminación pública, teléfonos, y proveer el acceso generalizado
a tecnologías punta en la telecomunicación y la informática
(o sea, producir
un suelo equipado con esos valores añadidos) y establecer
un mercado del suelo urbano para recuperar esas inversiones.
Todo ello demanda un programa de saneamiento ambiental,
que implica, entre otras medidas, el traslado de las refinerías de petróleo
y el tratamiento de albañales, tanto por tecnologías blandas en el lugar de origen del problema, como a escala de ciudad
con plantas de tratamiento al final de las redes existentes.
Resulta indispensable poner en valor áreas centrales descapitalizadas,
como el anillo del puerto y el antiguo centro comercial
alrededor de Galiano y San Rafael, y tratar de detener
o, al menos, guiar muy cuidadosamente la creación de nuevas
zonas residenciales y comerciales suburbanas para que no
sigan el patrón norteamericano
disperso, difundido internacionalmente. Es importante
mantener un modelo de ciudad
compacta con espacios públicos vivos, balanceada con
áreas verdes. Un gran ejemplo de ese equilibrio fue El Vedado,
muy golpeado ahora por el deterioro físico y social y por
las transformaciones inapropiadas. Se requiere proteger
el borde costero de las penetraciones
del mar, especialmente en la zona del Malecón,
paseo icónico de la ciudad, y recuperar el eje del río Almendares
como espinazo del Parque Metropolitano de La Habana.
Es
lógico impulsar un
desarrollo urbano compensatorio hacia el Este, pero
ello requiere prepararse para el incremento del tránsito
rodado. Eso posiblemente exija un segundo túnel bajo la bahía, ya
que un puente (proyectado a inicios del
siglo XX y nunca realizado) sería poco funcional
y visualmente agresivo. Además, se deberán crear empleos
en esa zona para que no persista como ciudad-dormitorio.
Es necesario también un transporte público masivo y eficiente
que disuada del uso del automóvil privado. Y todo ello reclama,
no sólo enormes inversiones, que deberán venir mayormente
del extranjero, sino un fortalecimiento de la economía local, barrial e individual, para que ésta
asuma un papel activo en la recuperación. Fomentar una economía de este tipo ayudaría a mantener la mezcla social actual, que constituye
un factor positivo, pero que explica también muchos de los
problemas mencionados. En resumen, se
trata del viejo tema de quién impone las reglas. Es
importante por ello crear una cultura cívica, ciudadana,
consciente de su propia identidad. Hay que rescatar valores
éticos y morales, y, a su vez, eso implica darle valor a
los valores. Es preciso buscar la manera de revitalizar
La Habana
del Sur (La
Habana Profunda,
preterida de siempre) y vincularla mejor a La Habana costera (La
Habana Azul).
Para ello se necesita hacerla
más accesible y atractiva, encontrar su vocación, dotarla
de servicios y crear empleos reales para su desarrollo.

Escuela
de Danza, en las Escuelas Nacionales de Arte de Cubanacán,
Arq. Ricardo Porro, 1961-1965. © R. Segre
En
términos culturales, a nadie se le ocurriría rescatar las
manifestaciones artísticas de los años ´30, los ´50 o los
´70 para forjar la expresión estética de la
contemporaneidad. Y siendo la ciudad una
expresión de la cultura social, tampoco las propuestas de
diseño elaboradas en el pasado (Forestier, Martínez Inclán,
Sert, etc.) poseen una particular vigencia en las soluciones
que deben ser elaboradas en el siglo XXI. Ello no significa que no se asuma la herencia
recibida de esas valiosas experiencias. Por ejemplo, la calidad del espacio público y del mobiliario urbano creado por el plan
de Forestier, son atributos funcionales y estéticos
que todavía hoy marcan la personalidad de La Habana.
Asimismo, la estructura verde y el diseño arquitectónico de algunos edificios públicos
contenidos en el plan de Sert resultan elementos positivos
que deben ser rescatados. Así como sería interesante tener
en cuenta el actual vacío de la Plaza
de la Revolución
(ex Plaza Cívica), concebido por Sert como una estructura
espacial continua que bajaba hacia el Malecón
por el Vedado en un eje con el Castillo del Príncipe y la Colina Universitaria,
estableciendo una interesante articulación de espacios públicos.
No
obstante, el proyecto más válido para la ciudad fue elaborado
a finales de los años 60, en el Instituto de Planificación
Física, por un equipo encabezado por Mario González, Eusebio
Azcue, Vittorio Garatti y Jean Pierre Garnier, propuesta
que fue publicada en el número 341/42 de Arquitectura/Cuba,
“Habana II” (1973) (dirigida por Fernando Salinas y
Roberto Segre), también difundida por la
editora Gustavo Gili, de Barcelona, en
el libro Transformación urbana en Cuba: La Habana. Releyendo las páginas de aquel número antológico de la revista,
emociona todavía hoy percibir, no solamente la seriedad
técnica del plan, sino el contenido
poético implícito en la imagen de una nueva estructura
urbana, de conjuntos habitacionales en gran escala, que
pretendían integrar y fusionar los diferentes barrios en un conjunto unitario, en
el que la tradición se fusionaba con la modernidad. Sin duda,
resulta inolvidable aquella perspectiva a vuelo de pájaro
de La Habana, dibujada por Garatti,
en que se representaba la continuidad de las megaestructuras
arquitectónicas, sumergidas en el espacio verde continuo,
imaginando la ciudad socialista, sin barreras ni
divisiones espaciales, en las que se desplazarían libremente
los habitantes en una permanente fruición estética.
De este Plan Director se cumplieron
varias indicaciones, pero nunca se ejecutó el Centro de
Tráfico propuesto al sur de la Bahía, que hubiera descongestionado
mucho la ciudad central

Anexo
del hotel Parque Central. Arq. José Antonio Choy, 2009.
© R. Segre
El
futuro de La Habana
pasa por aceptar
la necesidad de modernizar la ciudad y asumir críticamente
las tipologías arquitectónicas de las funciones predominantes
en la actualidad: las torres de apartamentos, hoteles
y oficinas, enfrentándose al reto de reelaborar y contextualizar
sus frenéticas y arbitrarias formas libres, presentes en
Dubai o Shanghai. Pero es también indispensable salvar los
rasgos identificadores de los barrios de la ciudad, especialmente
su escala, lotificación, retranqueos, textura urbana y carácter,
así como la herencia arquitectónica del siglo XX que se
ha conservado con particular fuerza, desde el eclecticismo
hasta el Movimiento Moderno.
Se trata de rescatar la calidad
de los espacios públicos tales como el Malecón,
el sistema verde creado en el centro por Forestier; la articulación
de avenidas y plazas en El Vedado y, particularmente, la
continuidad de los soportales (la “Ciudad de las Columnas”,
según Alejo Carpentier), que se extienden desde el centro
a los suburbios a través de las calzadas, hoy en precario
estado de conservación. Y se trata, al mismo tiempo, de
continuar la recuperación
de La Habana Vieja,
pero extenderla también a esa joya del urbanismo colonial
y republicano que es El Vedado, y a la trama tan densa y
trabajada por el eclecticismo popular de Centro Habana,
Lawton, Santos Suárez y otros barrios. Asimismo,
debe mantenerse el espíritu de ciudad jardín en Miramar
y Cubanacán (antiguo Country Club), caracterizados por la
integración entre la arquitectura residencial y la exuberante
vegetación tropical.
Mario
Botta afirmó en una conferencia que las ciudades, como los
seres humanos, nacen, maduran, envejecen y mueren. Por ello,
no consideraba lógico tratar de mantener la ciudad en eterna
juventud, sin que evidenciara el paso del tiempo en sus
espacios y edificios. En este sentido, la ciudad debe asimilar
los cambios de la vida, de los valores estéticos y de las
funciones que caracterizan cada época, y lograr
la constante interacción entre lo viejo, que vale la pena
conservar, y lo nuevo, que ha de ser construido. Por
lo tanto, el modelo conservacionista aplicado por los restauradores
en La Habana Vieja
no puede ser trasladado mecánicamente a la recuperación
de otros barrios de La Habana,
en los que deberán construirse en el futuro innumerables
edificios contemporáneos.
Pero
el problema esencial es cómo
lograr ese equilibrio entre lo heredado,
con una significación simbólica y cultural, y las
nuevas inserciones, que deberán alcanzar un alto nivel de
diseño y no ser producto de la banalidad especulativa o
de la fría rentabilidad económica, o como también
lo ha sido por mucho tiempo, de las imposiciones del constructor
anónimo de precaria cultura arquitectónica y urbanística.
En principio, con la serie de estructuras funcionales
que fueron ubicadas en las áreas suburbanas, así como el
eje residencial creado en el Este de la ciudad, sería posible crear
nuevos centros direccionales en focos alejados del centro,
reforzando el carácter policéntrico de la ciudad. Por otra parte,
habría que definir
una clara reglamentación urbana para impedir
la acción indiscriminada de la especulación edilicia que
podría desatarse en un futuro en los múltiples barrios históricos
que posee La Habana
y en los poblados vecinos que
han sido conurbados.
Es
encomiable el trabajo desarrollado por los poderes municipales
en esta primera década del siglo XXI, con el asesoramiento
de técnicos y especialistas extranjeros (españoles, estadounidenses
y franceses) para elaborar una normativa urbana que
establezca el control sobre las futuras construcciones,
con la esperanza que ellas se cumplan en el futuro próximo.
Ha sido publicado recientemente
un serio trabajo sobre El Vedado, y el estudio comprenderá
también La Habana Vieja
y los barrios del Cerro y Centro Habana. Pero, sin duda,
será importante la aplicación del modelo
de autogestión económica establecido por la Oficina
del Historiador de la Ciudad,
y la creación de corporaciones
de desarrollo con gran autonomía en sus decisiones, orientadas
a la creación de sus propios recursos y de sus inversiones.
Y será necesaria una liberación de las trabas burocráticas
generadas por la excesiva centralización, y una normativa
que impida la dependencia de unos
pocos mega-inversionistas en busca de rápidos beneficios
económicos. Eso haría a la ciudad más vulnerable que la existencia de muchos inversionistas pequeños y medianos.

El
barrio de Alamar en las afueras de La Habana
creado en los años setenta con el sistema de la Microbrigada, y
un diseño de precaria calidad. © R. Segre
La
ciudad es un complejo organismo político, económico, social,
funcional y cultural. Su dinámica equilibrada depende de
la interacción entre estos factores, que marcan la particularidad
de su evolución y transformación. En este medio siglo, La Habana tuvo fuertes altibajos
en los elementos que definieron su existencia. Por ejemplo,
en términos sociales, la salida masiva de los estratos más
ricos de la población generó una significativa fractura
en la fisonomía de algunos barrios, que fueron tomados
por una población cuyos patrones de conducta no asumían el valor cultural
y los rituales de los espacios y edificios que ocuparon.
A su vez, tampoco existió una participación ciudadana activa en la definición de las intervenciones que el
poder político central realizaba en la ciudad.
La
Habana careció de una base económica generada por
su estructura productiva y de servicios, ya
que dependía de un presupuesto también asignado centralmente.
Eliminada la compraventa de edificios y de terrenos, y establecido
un valor homogéneo sobre el valor del
suelo y los edificios,
no se obtuvo un retorno económico para el poder municipal,
que en todas las ciudades del mundo obtiene de la renta
urbana los recursos que revertirá en los servicios a la
población.
Sin
lugar a dudas, para llevar
a cabo una remodelación a fondo de la ciudad habrá de contarse
con una estructura política sostenida en la participación
de la población, y con una base económica generada por las
funciones productivas y de servicios de la ciudad. Y, al mismo tiempo, será necesaria la creación
de una conciencia ciudadana sobre
el valor cultural de la ciudad, con el fin de lograr la
participación activa y comprometida en su mantenimiento
y transformación. Es de suponer que para alcanzar estos objetivos no sería indispensable un cambio radical en el
modelo político y económico, sino una aceptación
por parte de las autoridades de la necesidad de manejar
inteligentemente las indispensables fuerzas económicas que
dinamicen las inversiones, las
cuales, sin control, pueden ser más destructivas que el
abandono. La más importante
de esas fuerzas potenciales es el aprovechamiento de una gran masa de población instruida, para así
depender más de la industria del conocimiento que de maquilas explotadoras de la mano de obra local barata que reexportan
sus ganancias y dejan la basura atrás. También se necesita
crear alternativas a los actuales modelos ramplones de éxito
que se reflejan en la imagen urbana, hijos en gran medida
de la crisis económica.

Gráfica
urbana en el barrio de Miramar, en la nueva área de negocios
y centros comerciales. © R. Segre
En
resumen, se necesita
un fortalecimiento de la sociedad civil, mayor transparencia
y debate público en las políticas de transformación de la
ciudad, para que su futuro no sea definido verticalmente por un
poder central omnisciente, sino por una acción participativa
de la comunidad. La Habana que conocemos, construida mayoritariamente en las primeras
seis décadas del siglo XX, fue, básicamente, una gran ciudad
de clase media baja, independientemente de su notable fondo
de mansiones elegantes y grandes edificios públicos, y de
los inevitables bolsones de pobreza en los tugurios del
centro y los barrios de casuchas en la periferia. El reto
ahora es encontrar el equivalente de aquella ubicua clase
social, y canalizar sus energías para su propio bien y el
de la ciudad.
RS y MC
Roberto Segre es arquitecto y crítico de arquitectura,
graduado en Buenos Aires, ejerció la docencia en La Habana y es actualmente profesor
de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidade Federal
do Rio de Janeiro.
Mario Coyula es arquitecto, fue Director de
la revista Arquitectura/Cuba,
Director de la Escuela
de Arquitectura y Director de Arquitectura de la Ciudad de La Habana.
Ambos escribieron en conjunto el libro el libro
Havana. Two Faces
of the Antillean Metropolis, editado en Estados Unidos
por la North Carolina
University Press (2002), en el que también
participó el profesor norteamericano Joseph Scarpaci.
De su autoría, ver también en café
de las ciudades:
Número 46 I Arquitectura de las ciudades
Le
Corbusier: los viajes al Nuevo Mundo I Cuerpo, naturaleza y abstracción. I Roberto Segre
Número 40 I Arquitectura de las ciudades
Medio
siglo de arquitectura cubana (1953-2003) I Variaciones sobre el tema del comunismo. I Roberto
Segre
Números 32 y 33 I Arquitectura de las ciudades
Medio
siglo de urbanismo habanero (I) y (II) I Entrevista
al arquitecto Mario Coyula. I Roberto Segre
Sobre La Habana
y Cuba en general ver también en café
de las ciudades:
Número 44 I Lugares
Bajo
el sol, la Revolución I Turismo, solidaridad
y picaresca: crónicas de viaje de La Habana
a Santiago de Cuba. I Argemino Barro García
Ver el sitio de la Revista Encuentro de la Cultura Cubana
en la Web.