Desde
sus orígenes como Nación, nuestro país vive debatiendo su orden territorial.
En algunos momentos tal cuestión ocupo el centro de
la escena; así al darnos el modo federal de gobierno,
al diseñar el trazado ferroviario e incluso en el siglo
XX al disponer específicas legislaciones de promoción
fiscal en beneficio de provincias relativamente relegadas;
siempre estuvo en juego una cierta idea de cómo queremos
ocupar y aprovechar nuestro territorio. Hemos fracasado. Nadie sostiene como bueno
que en un país relativamente despoblado como el nuestro
(conforme el último censo -exceptuando la porción Antártica
del territorio- somos 15 habitantes por kilómetro cuadrado)
deban convivir metrópolis ingobernables con espacios
casi desiertos.
Es
un fracaso oneroso y la manifestación de otras anomalías que lo explican.
Nunca debemos olvidar que si en su momento nos dimos
una organización política federal es porque básicamente
creíamos que “ese modelo” era el mejor para garantizar dos cosas:
a) explícitamente manifestado en la Constitución, un nivel de autogobierno importante por parte de las Provincias, y
b) implícitamente, niveles
de desarrollo al menos no grotescamente desiguales.
Un siglo y medio después, debemos ponernos a revisar
las bases de nuestra organización federal y con ello
nuestro modelo territorial.
Por
suerte, ahora mismo se está abriendo un nuevo capítulo
de este arraigado problema, porque el
buen momento de la economía pampeana pone una cuota
de entusiasmo y empuja en el sentido de
buscar soluciones. Pero debemos aclarar, como
veremos abajo, que está
cuestión poco tiene que ver con el sueño romántico anti-urbano.

Existen
sin dudas muchas restricciones estructurales para llevar
adelante un modelo de ocupación del territorio que permita
lograr los objetivos nobles que una buena distribución
espacial debería proveer: el ejercicio de la ciudadanía,
el desarrollo de las potencialidades económicas y disfrutar
de una calidad de vida razonablemente similar en todo
el país. Y sin la comprensión de las mismas, las
posibilidades de una intervención eficiente son nulas.
Quizás
la más importante es una limitante conceptual y tiene que ver
con identificar esta cuestión como una tensión
entre “ciudad y campo”. Si en algún momento logramos
revertir la actual macrocefalia, será porque decenas
o cientos de ciudades distintas a Buenos Aires, Rosario
o Córdoba y sus respectivas conurbaciones, adquieren
un dinamismo marcado y logran crecer sostenida (y calificadamente)
muy por encima del promedio nacional. Es decir, la
alternativa a la macrocefalia no es “la vuelta al campo”
sino que nuestras ciudades medianas y pequeñas puedan
resultar atractivas, retener población, brindar
servicios calificados, contribuir a la competitividad
de su entorno, etc. En síntesis, Argentina para re-equilibrar
su territorio debe darse un conjunto de políticas, y
entre ellas una de “dotación de suelo urbano y de equipamientos”.
Para ello hay que entender
y construir vínculos sinérgicos entre las ciudades y
sus entornos y por supuesto romper
el mito que pregona la “ociosidad” de las ciudades.
Todos los espacios bien gestionados contribuyen a ampliar
nuestras cadenas de valor; incluso hasta para el
crecimiento de nuestro potencial agrario se requiere
de la existencia de nodos logísticos próximos, servicios
profesionales, centros de provisión y reparación de
máquinas, laboratorios de investigación y decenas de
actividades propiamente urbanas.
Sin
duda que el carácter de unas ciudades cuya economía
en cierta medida depende de su entorno agrario no es
el mismo que el de una metrópolis global; pero igual
puede ser una excelente ciudad, con oferta cultural
variada, con servicios, vinculada
a otras ciudades mayores y menores en un sistema donde
puede dar respuesta eficiente a muchas cuestiones de
la vida económica y social y (por supuesto) tener
una lógica dependencia del sistema que integra en otros
ítems. Cien, doscientas o más ciudades argentinas de
entre 10.000 y 200.000 habitantes podrían retener a
un altísimo porcentaje de su población y atraer migración,
de darnos una política seria, consistente, sostenida
en el tiempo. Una política con una decena de instrumentos
(oferta de suelo, sofisticación de servicios, conectividad
física, etc.) conforme a los requerimientos puntuales
de cada una de ellas.

Nuestras
migraciones internas y el atractivo que las “grandes
ciudades” ejercen sobre la población de los países limítrofes
no son un fenómeno inexplicable. Simplemente son la manifestación del padecimiento de los sectores más pobres de las
pequeñas localidades y de las regiones con un comportamiento
económico deficiente: sin acceso a agua ni cloacas,
con servicios sanitarios débiles, a veces sin oferta
educativa de nivel medio, e irresuelta la cuestión del
empleo; incluso en este particular momento de “relativamente
bajo” desempleo pesa el notable diferencial de salarios.
No es casual que Santa Cruz (a pesar de sus inclemencias
climáticas) haya sido la
provincia que más incrementó su población entre censos
(38,4 %) y también sea la de mayores salarios promedio,
según el indicador que periódicamente elabora Economía
& Regiones en base a información oficial.
Abundo
en el ejemplo: en los años ´50 y ´60, cuando en la
Patagonia se pagaban salarios que cuadruplicaban
o quintuplicaban el
promedio nacional (ahora apenas multiplican por algo
más de 2), el movimiento al Sur era (en números absolutos)
muy exiguo: el pleno empleo en las grandes ciudades
y los salarios suficientes actuaban como “desmotivadotes
naturales”. La Argentina
de hoy es más sensible a los estímulos económicos…
Y hay muchos “clusters” que pueden (y lo están haciendo) operar de “atractores poblacionales” (el turismo, la minería, la
expansión agraria, la forestación, etc.) pero
debemos generar condiciones de hábitat razonable para
sostener y calificar esa tendencia. Es un imperativo
económico y humano.

Así
como hay causas, hay posibilidad de respuestas. Argentina
puede y debe crear una red de ciudades de gran calidad
de vida, donde no resulte una pérdida quedarse a
vivir y que puedan ser lugares de atracción de emprendedores
que buscan nuevos y mejores horizontes. Para ello debe
poner en discusión 6 cuestiones:
a)
su fiscalidad,
como distribuye los recursos públicos y como trata a
las distintas actividades económicas asentadas en los
territorios,
b)
derivado de lo anterior, la política de inversión pública (cuanta
inversión, en que rubros, en que lugares, con que finalidad),
c)
por supuesto la política de subsidios,
d)
la dotación de oferta pública de bienes sofisticados (en especial la oferta universitaria
pública y la salud de media y alta complejidad),
e)
la reticulación del territorio
y las vinculaciones interurbanas,
f)
y una cierta re-configuración del sistema financiero.
Si
el esfuerzo fiscal en este (excepcional) momento económico
se concentra en subsidios en el área metropolitana,
si la inversión pública territorial sólo puede
explicarse por el alineamiento político de los gobernadores,
si la creación de Universidades Nacionales no toman
en cuenta el factor distancia y se superponen ofertas
en lugares atendidos, (manteniendo en enormes espacios
geográficos el esfuerzo del traslado de los jóvenes
en cabeza de las familias o lo que es peor cercenando
el derecho a la calificación profesional con impacto
directo en la competitividad económica ), si las entidades
financieras pueden (sin ninguna restricción) tomar ahorro
de nuestros pueblos y ciudades pequeñas y medianas para
alimentar el consumo de las grandes ciudades a tasa
“relativamente” baja, mientras muchas actividades productivas
de largo plazo encuentran cientos de limitaciones para
financiarse… sólo nos quedará padecer al mismo tiempo unas pocas ciudades
en tensión permanente y al borde del colapso, conviviendo
con pueblos demandantes de adecuada atención. Todos
disfrutando de menor calidad de vida de la que podríamos.
En
cambio, creo que Argentina puede revivir en parte un
renovado desafío fundacional
y, parafraseando al discurso de Guevara en Argel,
construir “una, dos… cien buenas ciudades para Argentina”.
FJQ
El
autor es Abogado (UBA, 1989), posgraduado en Estudios
sobre la Sociedad Civil (Universidad San Andrés/Di Tella
1997), Máster en Gestión de Ciudades (Universidad de Barcelona 2003).
Fue Premio Quinto Centenario a los mejores investigadores
jóvenes de América Latina (1992).Es Director de Investigaciones
del Centro Tecnológico de Desarrollo Regional "Los
Reyunos", de la Universidad
Tecnológica Nacional. Asesora al GDFE (grupo de fundaciones
y empresas) en temas de Desarrollo Local. Ejerce la
cátedra universitaria (UTN, UBA, U. Di Tella)
y actúa como consultor independiente de gobiernos locales,
empresas y ONG´s. Ver su
Web.
De
o sobre su autoría ver también en café
de las ciudades:
Número
50 | Política de las ciudades (I)
Revolución
informacional, nueva geografía y límites de la estatidad en la gestión del territorio
| Reconquistar el mundo para una ciudadanía inclusiva.
| Fabio J. Quetglas
Número
61 | Política de las ciudades
Gobierno
local, desarrollo y ciudadanía
| De la pirámide y la división de competencias a la
retícula y la convergencia funcional | Fabio Quetglas
Número
66 | Economía y Política de las ciudades
Sobre
el conflicto agropecuario en la Argentina
| Equidad regional, competitividad de las ciudades y
calidad institucional: retos para una política económica
de objetivos múltiples | Fabio Quetglas
Número
71 | Economía de las ciudades
Fabio
Quetglas define el Desarrollo Local | Una relación virtuosa entre territorio, economía
y política | Marcelo Corti
Sobre
el tema, aunque en otra clave, ver también el artículo
De
La ocasión a Blanco Nocturno en este
número de café
de las ciudades.