N.
de la R.: El texto de esta nota reproduce fragmentos
de Revolución urbana y derechos ciudadanos, nuevo libro
del autor recientemente publicado por Alianza Editorial
(Madrid, 2013). El libro será publicado en Argentina
por Editorial café
de las ciudades
y presentado en Buenos Aires en agosto.
Nos
encontramos en una guerra de clases, pero la nuestra
la está ganando.
Warren
Buffett
La
revolución urbana, como ocurre con cierta frecuencia
en la historia, se nos aparece como una contrarrevolución.
Y lo es, aunque con perspectiva (o prospectiva) histórica
es probable que se considere como una revolución. Sin
remontarnos al Neolítico y la aparición del fenómeno
urbano, desde la Baja Edad Media hasta ahora, se conocen
algunas revoluciones urbanas. Siempre más o menos vinculadas
a revoluciones tecnológicas y económicas, demográficas
y sociales, políticas y culturales. Siempre suponen
un cambio de escala, de forma de gobierno, de base socioeconómica
y de nuevos comportamientos y valores colectivos.
En los largos períodos de cambio las ciudades viven
transformaciones estructurales, emergen las contradicciones escondidas, se multiplican los conflictos
sociales y las formas políticas entran en crisis.
Los poderes establecidos no pueden mantenerse como en
el pasado y multiplican los mecanismos de dominación
y los colectivos sociales dominados rechazan las formas
y las prácticas políticas existentes cada vez con mayor
radicalidad. Las ciudades son el escenario de los cambios,
donde éstos se hacen visibles.
En
relación a las anteriores revoluciones urbanas hay que
destacar dos características nuevas, una es física y
la otra es económica. El desarrollo físico de las ciudades,
o mejor dicho de la urbanización actual y la ocupación
extensiva del territorio, se caracteriza por el cambio
de escala y la discontinuidad del espacio urbanizado. La ciudad de la Baja Edad Media
y la de la Edad Moderna se desarrollan in situ, en el
interior de las murallas muchas veces o mediante núcleos
que nacen y crecen pegados a la ciudad, los faubourgs. Con la revolución industrial
y los nuevos medios de transporte se produce un desarrollo
periférico más extenso, tanto debido a la localización
de las nuevas actividades económicas como por la instalación
de poblaciones atraídas por aquéllas. Se generan así
las aglomeraciones urbanas, con frecuencia plurimunicipales,
en las que hay una continuidad de lo urbano articulado
por los nuevos medios de transporte (tranvía, ferrocarril).
Serán lo que en el siglo xx se llamarán las áreas metropolitanas,
según un esquema de centro(s) y periferia(s). La urbanización
actual, la que se ha desarrollado en las últimas décadas,
genera extensos espacios ocupados pero con frecuencia
de baja densidad, por la fragmentación de lo urbano con intersticios
expectantes aún no urbanizados y por la
segregación social y la especialización funcional.
El efecto de escala y la discontinuidad de lo urbano
tienden a romper la vinculación entre el sistema físico
y la relación social. Se crean «regiones urbanas», a
veces policéntricas, otras monocéntricas pero en las
que tiende a prevalecer lo urbano sobre lo ciudadano.
Aumentan las desigualdades sociales y se reduce la calidad
de vida: aislamiento, dificultades de movilidad y accesibilidad,
costes derivados de la especulación urbana e inmobiliaria,
déficit de equipamientos y servicios en las periferias,
expulsión progresiva de los sectores populares y los
jóvenes de las áreas centrales, etc. Es decir, se reduce
el salario indirecto (bienes y servicios colectivos
y universales) y se generan procesos de pauperización
relativa de la ciudadanía. El
habitante es reducido muchas veces a población activa,
cliente de servicios, elector o excluido. Muchos
autores se refieren a esta realidad como «la disolución
de la ciudad y la crisis de la ciudadanía».
La
dimensión económica de la urbanización actual es también
novedosa. Las ciudades y las áreas metropolitanas hasta
el último cuarto del siglo XX
tenían dos funciones económicas principales: la organización
de las actividades productivas y de intercambio mediante
la complementariedad y la cooperación y la reproducción
social de la fuerza de trabajo. Actualmente estas dos
funciones se mantienen pero con algunos cambios. Las
empresas externalizan parte de sus funciones pero en
muchos casos no están articuladas con otras de su entorno
territorial, pueden tener sus vínculos en el proceso
productivo o distributivo en otros países o continentes.
La reproducción
social está en muchos casos desvinculada del lugar de
trabajo y del territorio político-administrativo.
Por ejemplo, se trabaja en un municipio, se utilizan
los servicios de otros y se reside en otro distinto.
Pero lo más novedoso se refiere a la ciudad y a la urbanización
como medio de acumulación de capital. Siempre ha habido
especulación sobre el suelo y la construcción vinculada
al desarrollo urbano y a las demandas reales de productores
y residentes. Actualmente se ha desarrollado una economía
urbana especulativa que se ha convertido en muchos casos
en la actividad más rentable para acumular capital.
Se desarrolla una
economía ficticia, pues como dice el presidente
de un banco en El
capital (el
film de Costa-Gavras) ante la pregunta «¿qué vendemos?»,
éste contesta «no lo sé». Es decir, nada. Mientras tanto,
el efecto escala y la segregación social provocan
una reducción real del salario indirecto, entendido
como medio de reproducción social: vivienda, transportes,
equipamientos y servicios, espacio público, centralidades
accesibles, etc.
En
resumen, nos encontramos con una contradicción básica,
entre los intereses de acumulación de capital y las
demandas de reproducción social. El conflicto está servido.
La revolución urbana ha devenido contrarrevolución,
las esperanzas libertadoras que toda revolución lleva
consigo han sido traicionadas. Y los numerosísimos libros,
artículos, discursos y propagandas múltiples han sido
ridiculizados por la realidad. La
globalización económica y la revolución informacional
han sido secuestradas por el capital financiero global
que ha sometido la realidad local. Nos queda, sin embargo, el deseo de ciudad y la fuerza de la ciudadanía
cuando inventa los espacios públicos de expresión colectiva
con el refuerzo que representan hoy las redes sociales.
[…]

Sobre
el uso de los términos «revolución» y «contrarrevolución»
en la ciudad de la globalización
El
concepto de «revolución urbana» ya fue utilizado para
caracterizar un determinado período del Neolítico (Gordon
Childe, La
civilización antigua). Y si hay revolución puede haber contrarrevolución.
Es un concepto que se ha renovado y reutilizado a lo
largo del tiempo, como se comprueba en la literatura
sobre el auge de las ciudades metropolitanas a lo largo
del siglo XX y más recientemente sobre la «explosión
de la ciudad» o el ya clásico concepto de metápolis
acuñado por François Ascher. También lo usamos en un
sentido más general que corresponde al hilo interpretativo
de nuestro texto. Las revoluciones, sean políticas,
sociales, económicas, científicas, culturales o tecnológicas,
generan procesos (o por lo menos expectativas) que
para simplificar podemos calificar de «democráticos»
o socializadores del progreso. En el caso de la
revolución urbana de nuestra época, ampliamente descrita,
se enfatiza la mayor autonomía de los individuos, la
diversidad de ofertas (de empleo, formación, ocio, cultura,
etc.) que se encuentran en los extensos espacios urbano-regionales,
las nuevas posibilidades de participación en las políticas
públicas de las instituciones de proximidad y a partir
de la socialización de las nuevas tecnologías, las mayores
posibilidades de elegir residencia, actividad o tipo
de movilidad, etc.
Sin
embargo, nunca la segregación social en el espacio había
sido tan grande. Crecen las desigualdades de ingresos
y de acceso real a las ofertas urbanas, los colectivos
vulnerables o más débiles pueden vivir en la marginación
de guetos o periferias (ancianos, niños, inmigrantes,
etc.), los tiempos sumados de trabajo y transporte aumentan,
la autonomía individual puede derivar en soledad e insolidaridad,
la incertidumbre sobre el futuro genera ansiedad, se pierden o debilitan identidades y referencias,
hay crisis de representación política y opacidad de
las instituciones que actúan en el territorio, etc.
Es decir, las esperanzas generadas por la revolución
urbana se frustran y el malestar urbano es una dimensión contradictoria de la vida urbana actual.
Estos efectos perversos
de la revolución urbana no son una fatalidad sino que
resultan de un conjunto de mecanismos económicos, de
comportamientos sociales y de políticas públicas, tales
como la intervención sobredeterminante del capital financiero
especulativo en los procesos de urbanización, el carácter
oligopólico de la propiedad privada del suelo (un bien
común) que genera el inicio del proceso de materialización
de las plusvalías urbanas (renta de posición) en la
definición de usos del territorio, el
consiguiente carácter de «ahorro» que han adquirido
las inversiones en suelo o en vivienda para una parte
importante de las clases medias e incluso bajas,
las alianzas «impías» entre promotores y autoridades
locales que encuentran en ello una forma extra de financiarse
(y a veces de corromperse), el afán de distinción y
de separación de importantes sectores medios y altos,
los miedos múltiples y acumulativos que actúan sobre
una población de cohesión débil, la fragmentación de
los territorios urbanos extensos y difusos, la homogeneización
de pautas culturales en los que la «imitación global»
se convierte en obstáculo a la identidad e integración
locales, etc. Todo lo cual configura que vivimos no
solo tiempos de revolución, también son tiempos de contrarrevolución
urbana.
[…]

Urbanismo
globalizado versus urbanismo ciudadano
Un
debate posible puede ser sobre los modelos de desarrollo
urbano. Se construye un modelo abstracto, por ejemplo
el «urbanismo ciudadano» que podemos contraponer al
«urbanismo globalizado». Son
modelos que con frecuencia se usan de forma maniquea,
pero que indudablemente tienen una útil capacidad heurística.
Por ejemplo, Castells propone analizar el caso barcelonés
mediante la oposición entre el modelo 1 (urbanismo
ciudadano) y el modelo 2 (urbanismo globalizado). El
arquitecto y crítico Josep M.ª Montaner ha analizado
el urbanismo barcelonés y ha llegado a conclusiones
similares. Es evidente que existen unas dinámicas territoriales
empujadas por la globalización en un marco imperfecto
de economía de mercado dominado por los que disponen
de «rentas monopólicas», pero también lo es que hay dinámicas de signo contrario o que modifican
los efectos de las primeras.
El
modelo de desarrollo urbano característico de la era
de la globalización es el de la «urbanización difusa
y discontinua» mediante «productos urbanos» constitutivos de enclaves o parques temáticos mercantilizados
y áreas degradadas o marginales. Una urbanización
de suelo regional que puede darse sin crecimiento económico,
en América Latina por ejemplo, o sin crecimiento demográfico
como en Europa. Es la urbanización que genera «espacios
lacónicos» punteados por shopping malls y gasolineras,
de las «áreas de excelencia» (parques empresariales
o tecnológicos, barrios cerrados exclusivos), red de
autopistas y estratificación social en función de la
distancia-tiempo a los lugares de centralidad.
Sin
embargo, hay dinámicas de sentido contrario que encuentran
también su expresión en el urbanismo actual. No tanto en el «new urbanism» que
crea sucedáneos de «ciudad europea compacta» sino en
el urbanismo «ciudadano» presente en grados diversos
en las políticas de bastantes ciudades europeas y americanas.
Es el urbanismo
del «espacio público» y de la ciudad densa, de construcción
de centralidades, de mixtura social y funcional.
La ciudad de Barcelona ha sido considerada casi como
emblema o portavoz de este urbanismo, lo cual seguramente
es excesivo, puesto que este modelo ha orientado muchas
de las políticas públicas urbanas de la ciudad europea.
En la realidad es frecuente que ambas tendencias se
mezclen y confronten en la misma ciudad. Los dos «modelos»
actúan casi siempre a la vez, o más exactamente, ayudan
a interpretar ambos las políticas urbanas y el desarrollo
contradictorio de la ciudad.
La
arquitectura banalizada y estandarizada caracteriza
al urbanismo «globalizado», lo mismo que el
uso y el abuso de las arquitecturas ostentosas y «no
reproducibles» para marcar simbólicamente
las zonas de excelencia. El urbanismo «ciudadano» apuesta por el perfil
identitario de lo urbano, atendiendo a la morfología
del lugar, a la calidad del entorno y a la integración
de los elementos arquitectónicos excepcionales o emblemáticos.
Ambas tendencias pueden encontrarse en el mismo período
y en las mismas ciudades pero conviene conocer qué fuerzas
y qué actores empujan cada una y cuál tiende a imponer
su lógica.
El efecto «político»
de esta confrontación de modelos es incierto, aunque
no cabe duda que con independencia de las voluntades
políticas locales en el marco de la economía globalizada
capitalista, de la propiedad privada del suelo y de
la mercantilización de la vivienda la tendencia dominante
es la «urbanización difusa» y la producción de enclaves
o parques temáticos de ocio. Es el
urbanismo de la privatización, de la distinción y del
miedo. En algunos países europeos
se han implementado políticas urbanas de signo ciudadano,
como en Gran Bretaña y en Francia, pero en
el mejor de los casos se obtienen resultados contradictorios,
es decir un poco de todo. En Francia la hegemonía
cultural del «projet urbain» que ha orientado el excelente
urbanismo de diversas ciudades en los últimos veinte
años no ha impedido la urbanización difusa, creciente
y banal de una parte importante del territorio.
Aunque siguiendo
el razonamiento de Harvey se
puede interpretar que el resultado final es muy funcional
para el urbanismo de la globalización, puesto que la
competitividad entre los territorios requiere estos
«lugares nodales de cualidad» que son las ciudades
vivas, con espacios públicos animados y ofertas culturales
y comerciales diversas, con entornos agradables y seguros,
donde se concentra el terciario de excelencia y el ocio
atractivo para los visitantes. Los residentes son los
extras de la película.
El efecto directamente
político de esta confrontación (desigual) de tendencias
es el que nos plantea una incertidumbre sobre el devenir
de la democracia en el territorio. Por una parte hay
un resurgir del ámbito político urbano-regional. Se
habla incluso, a favor o en contra, de las nuevas «ciudad-estado».
En las regiones metropolitanas, como hemos visto al
principio, se plantean problemas de gobernabilidad.
Pero también
son, o pueden ser, ámbitos de innovación política,
como apuntan algunos procesos de descentralización,
de contractualización interinstitucional, de gestión
cívica o participativa, de concertación público-privada,
de experimentación de democracia deliberativa y de e-gobernabilidad
(electrónica o virtual).
Sin
embargo, las crecientes desigualdades en el territorio,
la división cada vez más manifiesta entre «incluidos
y excluidos» que caracteriza por ahora más a la ciudad
americana que a la europea, pero también presente entre
nosotros, pueden dar lugar a una
«lucha de clases en el territorio» o una «conflictividad
asimétrica» de difícil gestión en la fragmentada
democracia local. La agudización de los conflictos entre
colectivos sociales segregados puede desembocar en el
«fascismo urbano» como recientemente anunciaba la citada
Sassen. La conocida autora de «la
ciudad global» advierte que en muchas ciudades
la rebelión social, que tenderá a expresarse en las
periferias marginadas, tendrá como probable respuesta
un «autoritarismo» que acentuará la exclusión de las
poblaciones pobres, inmigradas y minorías diversas.
La otra cara posible y deseable se puede dar en las
ciudades o territorios metropolitanos relativamente
integrados. En ellas el conflicto se simetriza, se constituyen
poderes locales fuertes y las demandas sociales pueden
agregarse y llegar a generar una sociedad política que
exprese valores y reivindicaciones de ciudadanía. El urbanismo no garantiza la integración ciudadana
plena, que depende también del empleo, el acceso
a la educación y la cultura, el reconocimiento de derechos
iguales para todos los habitantes, etc. Pero
el urbanismo sí que crea condiciones que facilitan considerablemente
la integración ciudadana, o al contrario son factores
de marginación.
En los años noventa
prevaleció en la cultura urbanística la «adaptación
de la oferta urbana» a las nuevas condiciones de la
globalización. A partir de este principio se promovieron
nuevas formas de planeamiento, el estratégico especialmente.
Nuevas formas de gestión —la cooperación público-privada—
y reformas político-administrativas como la descentralización
territorial y funcional. La competitividad sustituyó
a la calidad de vida. El urbanismo priorizó el proyecto
sobre el plan, el proyecto arquitectónico sustituyó
en muchos casos al urbanístico. Y el promotor inmobiliario
y el arquitecto divino impusieron con frecuencia sus
intereses y sus decisiones a los responsables políticos.
Ahora, ya entrado
el nuevo siglo, nos parece que debemos
sustituir de entrada en el lenguaje la adaptación-sumisión
a la globalización por la resistencia y las formas alternativas
a los impactos negativos de la misma. Los instrumentos
heredados pueden servir: estrategias y consensos, planes
y proyectos, iniciativas públicas y cooperación privada,
descentralización y participación ciudadana. Pero se
trata de leerlos y utilizarlos a partir de objetivos integradores y sostenibles,
de la reelaboración de los derechos ciudadanos y del
derecho a la ciudad y de la construcción de un nuevo
consenso ciudadano democrático, que no se genera sin
asumir conflictos con las dinámicas disgregadoras actuantes
y los actores que las promueven.
En resumen, la
ciudad democrática es una conquista permanente, un campo
abierto de confrontación de valores e intereses, un
desafío a la innovación política, a la imaginación urbanística
y a la movilización cívica.
JB
El
autor es geógrafo y urbanista. Actualmente dirige el Master
en Gestión de la Ciudad en
la UOC. Entre 1983 y 1995 formó parte del Gobierno de
la ciudad de Barcelona como Teniente de Alcalde, responsable
de descentralización y participación, director ejecutivo
del área metropolitana, delegado de Relaciones Internacionales
y presidente de la ponencia redactora del proyecto de
ley especial para la ciudad. Es autor, además, de los
libros Global y Local (con Manuel Castells), Espacio
público, ciudad y ciudadanía, La
ciudad conquistada, Luces
y sombras del urbanismo de Barcelona y Ciudades,
una ecuación imposible (con
Mireia Belil y Marcelo Corti), estos dos últimos editados
en Argentina por café
de las ciudades.
De
su autoría o sobre su trabajo, ver también en café
de las ciudades:
Número 2 | Tendencias
Jordi
Borja: La Ciudad Conquistada | "La ciudad es el desafío a los dioses, la torre de Babel, la mezcla
de lenguas y culturas, de oficios y de ideas. Sin memoria
y sin futuro la ciudad es decadencia". | Jordi
Borja |
Número 15 | Política
"Tendencia
no es destino" | Ciudadanía global e innovación en La Ciudad Conquistada,
de Jordi Borja. | Marcelo Corti |
Número 21 | Política
Barcelona
y su urbanismo |
Exitos pasados, desafíos presentes, oportunidades futuras.
| Jordi Borja
Número 31 | Tendencias
La
Revolución Urbana (I) | Las ciudades ante la globalización: entre la sumisión y la resistencia.
| Por Jordi Borja
Número 32 | Tendencias
La
Revolución Urbana (II) |
De un urbanismo de oferta a un urbanismo de demanda:
oportunidades, peligros y abusos. | Jordi Borja
Número 38 | Política de las ciudades (I)
"El
circulo vicioso de la marginación" | Jordi Borja y la violencia en el banlieue de París.
| Jordi Borja
Número 42 | Política de las ciudades (I)
Espacio
público, condición de la ciudad democrática | La creación de un lugar de intercambio. | Jordi Borja
Número 64 | Política de las ciudades (I)
La
izquierda errante en busca de la ciudad futura | Un lugar de encuentros múltiples entre gentes diferentes
| Jordi Borja
Número 81 | Cultura de las ciudades (I)
François
Ascher | Pensamiento crítico y acción en la sociedad hipermoderna
| Jordi Borja
Número 87 | Política de las Ciudades (I)
Siete
líneas para la reflexión y la acción | Después de la “burbuja” inmobiliaria en Barcelona
| Jordi Borja
Número 104 | Política de las Ciudades (I)
Carta
desde Barcelona: elecciones y campamentos en las plazas | Los Indignados y la construcción colectiva
de una acción política | Jordi Borja
Número 108 I Urbanidad contemporánea
Ciudades
del mañana I Derecho a la ciudad y democracia real I Por Jordi Borja
Número 115 I Política de las ciudades (I)
¡Devuélvannos
lo que es de ustedes! I Repsol y la expropiación de YPF en Argentina I Por
Jordi Borja
Número
120 | Política de las ciudades (I)
Cómo
hacer de la ciudad una ecuación posible | Las
visiones de David Harvey y Jordi Borja sobre el derecho
a la ciudad | Beatriz Cuenya
Número
120 | POSICiones cordobesas
Algunas
reflexiones después de la visita de Jordi Borja | Cómo
producir ciudad en el nuevo contexto | Carola
Inés Posic
Número 133-134 I Urbanidad
contemporánea
Ciudades
inteligentes o cursilería interesada
I ¿Hubo alguna vez ciudades tontas? I Por Jordi
Borja
Número
137 I Política de las ciudades
La
calle y su propiedad I
¿Quién hace la calle, quién la usa, para qué sirve? I Por
Jordi Borja
Sobre
los temas tratados en la nota, ver también entre otras
notas en café
de las ciudades:
Número
10 | Tendencias
Saskia
Sassen: una visita guiada a la Ciudad Global | Dispersión,
centralidad, nuevos movimientos políticos, culturas
alternativas, y una pregunta: ¿de quién es la ciudad? | Saskia
Sassen
Número
24 | Tendencias (II)
Buenos
Aires en los `90 y otras consecuencias de la ciudad
global | Macdonaldización
y disneylandificación, en una entrevista a Zaida Muxí |Zaida
Muxí
Número
55 | Tendencias (II)
Las
siete plagas de la ciudad contemporánea | Marketing,
gestión, participación, valorización, glamour, competitividad
y valores de clase media: cómo y por qué liberar a las
ciudades de su influjo (o al menos procurar mantenerlos
en niveles limitados). | Carmelo Ricot
Número
70 | Urbanidad contemporánea
Paradojas
y Urbanismos del Poder | Glosario
urbano global (I) | Martijn de Waal |
Número
71 | Urbanidad contemporánea
Modernismos,
poderizaciones* y ciudades del poder I
Glosario urbano global (II) | Martijn de Waal